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Otra vez «Facciones finas para ser bonito», y una larga coda

Fuentes: luistoledosande.wordpress.com /Rebelión

Tenía pensado escribir algunas líneas como estas [que ahora reaparecen con una coda], y había entregado para su publicación un artículo sobre el mismo tema [aún está por aparecer], cuando supe de la existencia en Cuba de una Cofradía de la Negritud, organización seguramente animada por nobles fines. Merece aplauso todo limpio esfuerzo hecho para […]

Tenía pensado escribir algunas líneas como estas [que ahora reaparecen con una coda], y había entregado para su publicación un artículo sobre el mismo tema [aún está por aparecer], cuando supe de la existencia en Cuba de una Cofradía de la Negritud, organización seguramente animada por nobles fines. Merece aplauso todo limpio esfuerzo hecho para acendrar una plena integración justiciera a partir de erradicar las secuelas de un pasado que cargó, entre otras, con la mácula terrible de la esclavitud. Tan necesario propósito no debe confundirse con la ignorancia de las particularidades reunidas en el «todo mezclado» que nos caracteriza como nación, para decirlo con palabras de Nicolás Guillén.

Los juegos y los juguetes, importantes no solo para el entretenimiento de niñas y niños, sino para su formación, requieren los cuidados correspondientes. En el siglo XIX José Martí relató cómo en los Estados Unidos, para favorecer el pensamiento de condena a Charles Guiteau, asesino del presidente James Garfield, los fabricantes y mercaderes medraron con un juguete escalofriante: reproducía en miniatura el cadalso en el cual moriría el reo, y generaba en el público infantil, base siempre del futuro, el deseo de divertirse ahorcando al muñeco que representaba al homicida.

Con voluntad diferente de aquella maniobra, el propio Martí incluyó en La Edad de Oro, publicación destinada al público infantil y juvenil, y que él redactaba en su totalidad, dos textos de particular relevancia para el tema: el artículo «Un juego nuevo y otros viejos» y el cuento «La muñeca negra». El primero sigue siendo una lección sobre la historicidad del mundo y la identidad universal de los seres humanos. El segundo mantiene su valor para calzar el espíritu contra la discriminación racial en un mundo dominado por la supuesta superioridad blanca, impuesta como paradigma en el pensamiento dominante.

En nuestro país predominan las muñecas y los bebés blancos y -con el beneficio que sacan de nuestras carencias productivas y de la propaganda imperante en el planeta, sin olvidar posibles faltas de iniciativa- llegan al público infantil idealizaciones lúdicas entre las cuales figura la muñeca Barbie. Remedo de paradigmas que nos son esencialmente ajenos, se diseñó, según fuentes, a partir de una conocida muñeca alemana -¿aria?- y constituye el centro de una poderosa maquinaria comercial con implicaciones axiológicas. Apareció, dicho sea de paso, pocos meses después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Tampoco hay que descartar que alguien responsabilizado en redondo con la «claridad ideológica» vista a su hijo de Spiderman o Batman, y, ¡ay, mío Cide!, consuma tiempo de su conexión a internet buscándole imágenes de peloteros, no de los grandes de nuestras ligas, sino de los Yanquis de Nueva York.

El otro día (deploro no haber tenido conmigo en ese momento la cámara fotográfica) vi que en un ventorrillo habanero se ofrecía al público un bebé negro, y rápidamente me dispuse a comprarlo. La idea de que en nuestro mercado puedan adquirirse muñecos representativos de nuestra constitución étnica, y no solo ni principalmente los que mal representan a quienes pasamos por blancos en un país de intenso mestizaje, resulta estimulante por lo que en términos simbólicos y educativos puede aportar al afán de erradicar prejuicios racistas. Pero sufrí una gran decepción: «¡Es un bebé blanco!», les dije entonces a las dependientas del ventorrillo, ambas con ostensible presencia, cuando no predominio, de ancestros africanos.

Una me respondió: «Ese muñeco sí es negro «, y le contrarrepliqué: «Está fundido en pasta negra, pero reproduce los rasgos de un niño blanco. Es blanco». La otra vendedora me increpó: «Usted está equivocado», y argumentó: «Una tía mía, que es negra, tiene facciones finas». Intenté decirle que ese modo de valorar qué facciones son finas y cuáles son burdas tiene una enraizada base racista. Pero un intercambio verbal en las prisas y veleidades de un mercadillo callejero no es aconsejable para arremeter razonadamente contra prejuicios que vienen de siglos.

Me volvió allí a la memoria una escena que había vivido pocas semanas antes en un archivo fotográfico donde buscaba imágenes para ilustrar el artículo «No somos leños lanzados al agua», aludido al inicio de esta nota. Mientras seleccionaba retratos de cubanas y cubanos eminentes representativos de nuestra diversidad cromática, étnica, oía, quisiéralo o no, la conversación que sostenían cerca de mí las trabajadoras y los trabajadores del archivo. Una integrante del colectivo, mujer de rotundo color negro, describió a un niño de su familia. Tras ponderar sus rasgos fisonómicos y la supremacía de la huella africana en ellos, lo elogió de este modo: «Para ser negrito, es bonito».

Antes de abandonar el local, agradecí sinceramente la magnífica atención que se me había dispensado, y agregué que, habiendo ido hasta allí en busca de material para ilustrar un artículo sobre la conformación étnica del pueblo cubano, salía con ideas para un nuevo texto sobre el tema. De algún modo ese es el lugar que ocupa la presente nota. No se ha reiterado lo suficiente que el pensamiento dominante lo es porque lo porta el dominador y, en lo decisivo, se inocula también a los dominados. Ese intrincado proceso de inercia, hábitos, manipulaciones y falacias crea prejuicios que al cabo de siglos pueden sobrevivir fácilmente a cincuenta años de afán emancipador y justiciero.

No hay que desconocer ni arrinconar particularidades, ni renunciar a la posibilidad y el deber de lograr que todas vivan dignamente -y de manera que brillen los méritos de cada quien- en el conjunto que ellas forman. Tampoco se habrá recordado lo bastante al Martí que nos enseñó a entrecomillar la expresión mi raza , y advirtió hace más de un siglo con palabras en las que hoy se preferiría sustituir hombre por ser humano : «El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre: peca por redundante el blanco que dice: ‘mi raza´; peca por redundante el negro que dice: ‘mi raza´. Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad». En esa estela se ubicó el Fernando Ortiz que en 1946 publicó El engaño de las razas . Y ese engaño es el que aviesamente agita ahora contra Cuba un imperio que se ha constituido sobre un cruento racismo.

CODA

Ya publicado en mi artesa digital ( http://luistoledosande.wordpress.com ) el artículo precedente, y reproducido en Rebelión y en otros sitios, me llegó del sitio digital La Polilla una información que merece tenerse cumplidamente en cuenta: la Cátedra de Pensamiento Haydee Santamaría y la Cofradía de la Negritud, mencionada al inicio, cursaron a la Dirección Política del Ministerio del Interior en Ciudad de La Habana una carta de agradecimiento por el apoyo que habían recibido de ella para la celebración de un acto significativo.

La carta expresa: » Ayer, 27 de noviembre [de 2010], en la esquina que forman las calles Morro y Colón, en La Habana Vieja, a pocos metros del memorial donde se conserva el yate Granma y arde la llama eterna por los Mártires de la Revolución, la Cátedra Haydée Santamaría y la Cofradía de la Negritud (integrantes de la Red Protagónica Observatorio Crítico) llevamos a cabo, por quinto año consecutivo, un acto público en homenaje a las memorias de los cinco hombres negros, miembros de la hermandad abakuá Bakokó Efó, que el 27 de noviembre de 1871 protagonizaron la acción armada -de la que no tenían ni la más remota posibilidad de escapar con vida- en protesta por el crimen horrendo que constituyó el fusilamiento de los ocho jóvenes estudiantes de Medicina».

El texto añade que el acto incluyó este año «la develación de una tarja que evoca aquellos hechos, y la colocación de dos piezas de hierro fundido que simbolizan a las instituciones abakuá Bakokó Efó, a la que pertenecían los cinco hombres negros que se inmolaron aquella tarde, y Akanarán Efó Muñón (Ekobio Mukarará), primer juego abakuá de hombres blancos fundado en La Habana en 1863, de la que era miembro por lo menos uno de los estudiantes asesinados».

Después de reseñar el acto «hermoso que contó con la presencia de decenas de habaneras y habaneros, y algunos turistas admirados», la carta narra «una procesión que marchó por [la calle] Colón hasta Prado, y de allí, por el centro del paseo, hasta el mausoleo que, en La Punta, perpetúa la memoria de los ocho mártires del 27 de Noviembre». Las instituciones firmantes reconocen el apoyo brindado al acto por agentes de la Policía Nacional Revolucionaria y miembros de la población, y a unos y a otros agradecen su aporte al «ordenado, pacífico y cordial desenvolvimiento de esta conmemoración», y expresan el deseo de que así siga haciéndose «frente al resto de la obra constructiva de nuestros activistas» para lo que definen como «la recuperación de los contenidos populares de la Revolución Cubana», que, añadamos, no podría vivir sin ellos: son y han de ser su médula. Si no, ella dejaría de ser la Revolución que es.

Al inicio de «Facciones finas…» afirmé: » Merece aplauso todo limpio esfuerzo hecho para acendrar una plena integración justiciera a partir de erradicar las secuelas de un pasado que cargó, entre otras, con la mácula terrible de la esclavitud». Lo reitero ahora, motivado por un acto que corrobora la importancia de tener y aplicar en todo una visión lo más completa posible de nuestra historia, de los componentes de nuestra población, de nuestra cultura, de nuestra vida.

Los hechos del 27 de noviembre de 1871 recordados en las líneas precedentes ratifican la unidad del pueblo cubano en la lucha por su independencia y por la justicia social, unidad que debe triunfar sobre cualquier olvido o manipulación con que se haya cultivado o cultive el imaginario de nuestras tradiciones. No por gusto, en palabras que la carta citada reproduce, un luchador revolucionario que combatió por la liberación de seres humanos y de pueblos enteros en nuestra patria y en África, y murió en Bolivia defendiendo esos ideales, Ernesto Che Guevara, dijo lo que dijo en el discurso con que el 27 de noviembre de 1961 intervino en el acto celebrado para recordar los acontecimientos ocurridos noventa años antes en La Habana.

En esa ocasión el Che sostuvo: » Y no sólo se cobró en esos días la sangre de los estudiantes fusilados. Como noticia intrascendente, que aún durante nuestros días queda bastante relegada, porque no tenía importancia para nadie, figura en las actas el hallazgo de cinco cadáveres de negros muertos a bayonetazos y tiros». Como señal de que «había suficiente fuerza en el pueblo, de que no se podía matar impunemente», apuntó que también había habido «algunos heridos» en la canalla compuesta por colonialistas españoles y por cubanos apátridas que le servían como Voluntarios. Son hechos que deben tratarse con toda la importancia que tienen.

En uno de los artículos con que di en Cubarte una serie «Contra el racismo», mencioné el peso de las imágenes. A los cristianos que, según se dice, les aparecen estigmas como fruto de una intensa concentración en su pensamiento religioso, dichas huellas no les brotan en las muñecas, por donde habría que clavar a los crucificados, sino en la palma de la mano, donde las representaciones pictóricas han fijado tradicionalmente los clavos de Jesús.

Resulta interesante que en una sociedad -marcada por la esclavitud- como la cubana, en la imagen del ícono devenido representación de la Virgen de la Caridad del Cobre dos hombres blancos reman en medio de la tormenta, mientras el negro no hace más que rezar. ¿Sería mera casualidad, o afán más o menos consciente de sublimar la esclavitud en un entorno donde en todo caso los obligados al esfuerzo, o más obligados a él, eran negros? Sea lo que sea, recordemos el lema con el que a modo de sugerencia cierra la carta antes citada: «La lucha continúa…» Completado con «La victoria es cierta», animó al pueblo angolano en una guerra en la cual lo apoyaron, con su valor y su sangre, numerosos compatriotas nuestros, de diversos colores, y que sirvió para iniciar el fin del apartheid en Sudráfrica, donde próximamente será celebrado el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Entre todos y todas, hagamos cierta la victoria.

(Gracias a Martha Vecino por regalarme la foto.)

Fuente: http://luistoledosande.wordpress.com