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Palestina, los intereses imperialistas que posibilitan la permanencia del conflicto y la posición de los revolucionarios

Fuentes: Rebelión

Se ha planteado como parte del sentido común que el conflicto entre árabes y judíos tiene una data muy antigua, basado en principios religiosos, culturales y raciales y por lo mismo, con un supuesto carácter permanente e insolucionable. Nada más alejado de la realidad, pues históricamente árabes y judíos convivieron durante siglos bajo el dominio […]

Se ha planteado como parte del sentido común que el conflicto entre árabes y judíos tiene una data muy antigua, basado en principios religiosos, culturales y raciales y por lo mismo, con un supuesto carácter permanente e insolucionable. Nada más alejado de la realidad, pues históricamente árabes y judíos convivieron durante siglos bajo el dominio moro de Al Andaluz en el imperio español. Tras la arremetida de la Inquisición española, los judíos sefaradíes fueron recibidos por el Imperio Otomano en Egipto, África del norte y el Levante y durante 500 años vivieron pacíficamente junto a árabes, turkomanos y cristianos, luchando conjuntamente por la obtención de derechos dentro de un imperio que oprimía al conjunto de las nacionalidades bajo su dominio. A principios del siglo XX, en Palestina, los judíos constituían una pequeña minoría (5% de la población) integrada a una sociedad predominantemente árabe, con plena libertad de culto. Sin embargo, esa situación comenzó a cambiar tras la declinación del Imperio Otomano, cuando el imperialismo británico y francés firmaron el acuerdo de Sykes-Picot en 1915, repartiéndose entre si el Medio Oriente, instaurándose luego de la Primera Guerra Mundial el protectorado británico sobre la región y finalmente, con la construcción del Estado sionista de Israel al término de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué hubo detrás de este cambio en el escenario?

De la convivencia y las luchas comunes a la imposición del Estado de Israel.

Se puede definir al conflicto árabe-israelí como una pugna entre 2 nacionalismos, pugna que sin embargo es asimétrica no solo por la disponibilidad de recursos económicos y militares de cada una de las partes, sino que también por su historia. Así, el nacionalismo palestino se configuró a partir de una identidad árabe más amplia y como consecuencia de la arremetida sionista de 1948 que dio origen a al Estado de Israel.

El nacionalismo judío, en cambio, se venía configurando desde fines del siglo XIX junto con los demás nacionalismos de Europa central y oriental oprimidos por los viejos imperialismos como el ruso, el austro – húngaro o el otomano, y por imperialismos nuevos como el alemán. Sin embargo, a diferencia de otros nacionalismos, como el eslavo, el polaco o el griego, los judíos no ocupaban un territorio común sino que se encontraban diseminados en bolsas de población por toda Europa, conservando una tradición cultural y religiosa de antigüedad que se convirtió a la postre en la clave de su identidad común.

Sin embargo, junto con el problema territorial, los judíos se encontraban atravesados por la polarización entre una población pobre y oprimida en Europa oriental y una población directamente acomodada y burguesa en Europa occidental, las que sin embargo eran igualmente objeto del odio antisemita promulgado principalmente por el cristianismo occidental. Aún con ello, la burguesía judía poseía acceso e influencia en los círculos de la burguesía internacional imperialista (especialmente en Alemania y Gran Bretaña) lo que le aseguró respaldos efectivos para la instalación de un Estado nación a kilómetros de distancia de Europa, habitado por otro pueblo bajo un enorme Estado de otra religión.

La carrera imperialista previa a la Primera Guerra Mundial y las consecuencias mismas de la guerra le dieron el empuje definitivo al sionismo, pues por un lado, Gran Bretaña, necesitada de aliados en 1917 (ante la posibilidad de la retirada rusa y la vacilación norteamericana de intervenir) vio en los judíos una posibilidad de mover el esfuerzo bélico de esos países a favor de los aliados. Por otro, posibilitó y consolidó la llegada de la influencia británica al territorio del derrotado imperio otomano, incluyendo Palestina, y la posibilidad de establecer un dominio gendarme para mantener el control sobre la zona. El sionismo se ganaba así la posibilidad de establecer su Estado, bajo el alero y la protección de las fuerzas británicas. Sin embargo, al margen y paralelamente a estos acontecimientos se desarrollaban las tendencias en el seno del movimiento obrero de la región, concentrado en puertos, comunicaciones, ferrocarriles, metalúrgicas, refinadoras de petróleo y grandes panaderías, con cientos de miles de trabajadores árabes y judíos que desempeñaban tareas en común. Esta clase obrera residía en los dos grandes centros urbanos: Jaffa (el barrio fundante de la futura Tel Aviv) y Haifa, el principal puerto y centro industrial, y bajo estas condiciones, se formaron también sindicatos comunes, «unitarios», que agrupaban tanto a trabajadores árabes como judíos, por sobre cualquier diferencia cultural, religiosa o racial. Esto fue el germen de una salida desde los trabajadores mismos al conflicto actual entre árabes y judíos, con independencia de los intereses del sionismo y el nacionalismo árabe.

De esta forma, el sionismo no sólo se enfrentó a una población numéricamente superior, sino también a las tendencias unitarias en el movimiento obrero, lo que hacía tambalear directamente las pretensiones sionistas de Estado-Nación étnicamente puro, por lo que su supervivencia se basó principalmente en la violencia del Estado imperial británico, que incluyó la represión de la primera revuelta palestina (1936-1939) que comenzó justamente con una huelga general sostenida por trabajadores árabes y judíos contra el régimen británico. La represión a este levantamiento desmanteló la capacidad palestina para librar una guerra en igualdad de condiciones con el imperialismo británico y la colonización sionista en expansión.

Junto con ello, el sionismo fundó la Histadrut (la central obrera sionista) e inauguró una clara línea de sindicatos separados por nacionalidad y una política de negociación con los empresarios para sustituir la mano de obra árabe por los recién llegados inmigrantes judíos a cambio de disciplina laboral. El Estado sionista, fundado sobre las bases del capitalismo y la opresión sobre el pueblo palestino, no podía levantarse si había un movimiento obrero fuerte y además unificado de trabajadores judíos y árabes, y por ello, realizó un trabajo para cooptar para el sionismo a la población judía recién llegada y sin la experiencia de unidad con trabajadores árabes por medio de estos beneficios negociados con los empresarios. Esto, sumado a la política de quebrantamiento de las huelgas realizadas por los sindicatos unitarios terminó por debilitar las tendencias unitarias de los trabajadores de la región, mientras los nacionalismos ganaban terreno y adeptos.

Finalmente los efedis (terratenientes palestinos) contestaron con represiones y persecuciones a los trabajadores judíos, mientras los trabajadores árabes eran igualmente violentados por las tropas británicas y las milicias sionistas. Así durante estos conflictivos años, se enfrentó la tendencia unitaria de la clase obrera contra los nacionalismos separatistas ligados a unos u otros intereses. Fueron la élite terrateniente palestina y la burguesía imperial británica y sionista los encargados de quebrar la unidad del movimiento obrero de la región, piedra angular para la conformación del Estado sionista. De esta manera, hasta los años 40′ y por medio de escaladas terroristas y represivas, progresivamente se fueron quebrando las huelgas unitarias convocadas por los sindicatos unitarios, mientras los nacionalismos respectivos se expandían entre los trabajadores y los sectores oprimidos de la población polarizando y debilitando estos lazos de clase forjados en luchas comunes.

Llegado a este punto el ala derecha del sionismo, descontenta con la tutela británica y su política de negociación y concesiones con los palestinos en torno a la limitación de la inmigración judía que iba a contrapelo de su política de expansionismo constante, lanzó una insurrección contra Gran Bretaña en 1946, la que dejó su tutela en manos de Estados Unidos en 1947 (por intermedio de la ONU), que finalmente decidió una división territorial favorable al sionismo, por la cual los judíos, con el 35% de la población total del territorio se quedarían con el 55 % de las tierras, creando el Estado de Israel y originando un nuevo alzamiento palestino que fue aplastado 6 meses después por el recién formado ejército judío, mientras las fuerzas británicas mantenían cercado el territorio cortando cualquier posibilidad de intervención de otro país árabe, consolidando el asentamiento y la expansión del Estado sionista. Así, la combinación de la guerra, la expropiación sistemática de tierras y propiedades árabes, el uso sistemático de las expulsiones y el terrorismo de Estado contra la población palestina formaron la base de la construcción del Estado de Israel.

La incapacidad de la burguesía árabe y su subordinación a la dominación sionista.

Fundamentalmente, el Estado sionista se conformó como un Estado gendarme, especialmente de Estados Unidos, en la región. A la par, se basó en la discriminación, opresión, expulsión y eliminación de la población palestina en vías a la «depuración» étnica del nuevo Estado, haciendo recordar al proyecto y los métodos del nazismo alemán. Cabe mencionar que estos hechos ocurrían a la par con el Holocausto Judío en Europa, que tantas veces se ha ocupado como justificativo del expansionismo sionista, y estos no alteraron el curso de los acontecimientos en Palestina, sino más bien fue un silencio cómplice con tal de terminar la instalación del Estado sionista. Así son los derechos basados en la sangre y la fe, con bajos impuestos a la población judía, y la prohibición de derechos políticos y económicos a la población árabe son los que fundamentan la construcción del Estado de Israel, sostenido sobre la base de la opresión de un pueblo sobre otro.

Junto con ello el brazo sindical del partido laborista sionista (Histadrut) asumió el control de bancos, fábricas y servicios que empleaban a un cuarto de la mano de obra, beneficiando a los obreros judíos en base a la miseria de sus pares árabes, como garantía para evitar la recomposición de la histórica unidad del movimiento obrero de la región, que podría hacer tambalear los cimientos del nuevo régimen, y posibilitando la hegemonía política e ideológica del sionismo entre los trabajadores judíos, especialmente entre la población inmigrante en permanente crecimiento. Económicamente, los impuestos bajos a la población judía en constante aumento y la destinación de un elevado porcentaje del PNB al gasto militar hacen depender al sionismo de subvenciones extranjeras, especialmente norteamericanas, lo que configura económicamente a Israel como un Estado rentista. De esta manera se evidencia el carácter del expansionismo sionista, el cual ha dependido enteramente del imperialismo norteamericano para sobrevivir transformándose en su punta de lanza. Israel necesita del imperialismo para sobrevivir y el imperialismo mantiene a Israel para conservar su influencia y control sobre la región del Medio Oriente.

Así, bajo el alero del imperialismo norteamericano, Israel sostuvo una serie de guerras expansionistas con sus vecinos árabes, lo que le aseguró un continuo crecimiento territorial y el recrudecimiento de la opresión sobre el pueblo palestino. Por contraparte, se fortaleció el nacionalismo árabe contra Israel, que en lo medular planteó la recuperación de Palestina sin mayores transformaciones mediante una mezcla de rigurosidad religiosa, liberalismo económico y un bonapartismo político clientelista, que denota su carácter reaccionario. Concretamente, países como Egipto, Siria y Líbano eran también aliados políticos y comerciales de Estados Unidos, por lo que el conflicto entre estos nacionalismos tiene como telón de fondo la disputa por mejores condiciones de enriquecimiento entre los empresarios occidentales, sionistas y árabes.

En este marco se da lugar a una nueva ola de levantamientos bajo el alero de los fortalecidos nacionalismos árabes, especialmente egipcio, que originaron las Crisis del Petróleo de 1973 y 1979, que mantuvieron en jaque al capitalismo occidental dependiente del crudo. Esto creó condiciones óptimas para un nuevo levantamiento redundando en una tercera sublevación palestina en 1987, una profunda rebelión de masas que hizo crujir la ocupación sionista, la que fue finalmente derrotada en 1993 con la caída de la Unión Soviética, la cooptación de algunos de estos nacionalismos hacia los intereses norteamericanos y la derrota de Irak (como último nacionalismo capaz de oponerse de alguna manera) en la I Guerra del Golfo a manos de Estados Unidos, aislando la sublevación tras lo cual fue aplastada. Para Israel esto significó también la adopción del neoliberalismo y el fin del poder de la Histadrut, le central obrera sionista, con la privatización de la mayor parte de los bancos, industrias y servicios bajo su administración, con el correspondiente recorte de beneficios para la clase obrera judía, acentuando aún más el carácter burgués del sionismo.

Así se inaugura en los años 90′ una nueva era de consensos y mediaciones cuyo punto más álgido fue el acuerdo (Oslo, 1993) que terminó con Clinton, Arafat y Rabin estrechando sus manos. ¿Pero que se escondió tras este acuerdo? Tras el reconocimiento de un Estado Palestino, liderado por Arafat y el sector moderado organizado en la OLP, relativamente autónomo sobre un tercio del total del territorio, se encontraban una serie de medidas que legitimaron la subordinación de Arafat y la OLP a la política de Washington y Tel Aviv. No sólo no tomaron ni resolvieron sentidas demandas como el derecho a retorno, que reivindican miles de árabes expulsados de sus hogares por el sionismo, sino que además instaló por medio de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) un Estado policial para mantener lo esencial de la ocupación y opresión del Estado sionista hacia el pueblo palestino. Los encargados de reprimir a los sectores más radicalizados sería la misma burguesía palestina, levándole el rostro a la intervención norteamericana y a la ocupación sionista bajo la farsa de una autodeterminación sujeta a estos recién nombrados intereses. Por otro lado, le abrió a la burguesía palestina la posibilidad demudada de saquear este nuevo Estado, a beneficio por su rol policíaco al servicio de la dominación sionista y contra las masas palestinas oprimidas, mostrando la incapacidad histórica de la burguesía árabe para dar una solución definitiva a las tareas de la liberación social y nacional.

Estos acuerdos sin embargo no significaron ni remotamente la paz para el Medio Oriente. Israel prosiguió su política expansionista con los países árabes vecinos, donde también hubo respuesta por parte de la resistencia árabe más radicalizada como Hamás, cuya estrategia persigue, en lo fundamental, los mismos objetivos reaccionarios (la instalación de un gobierno teocrático) que la moderada OLP diferenciándose en los métodos como la utilización de la lucha armada. Sin embargo, la ofensiva del sionismo sobre Gaza y Cisjordania prosiguió hasta convertir estas regiones en porciones de tierra aisladas y desarticuladas entre si.

La actual ofensiva militar y la posición de los revolucionarios.

Así, la combinación de la política de acuerdos y subordinaciones de la OLP al sionismo, la corrupción y el rol policial del gobierno de la ANP y la mantención de la ofensiva de Israel terminaron por erosionar al gobierno palestino y en particular a su ala moderada, lo que se expresó en el aumento de escaños para Hamás y que finalmente estos últimos ganaran el gobierno. A partir de acá se fortaleció la política militar palestina lo que encubrió por izquierda la mantención de una política de acuerdos con Israel iniciada por la OLP.

La «Primavera Árabe» de 2013, que abrió profundos procesos revolucionarios en Egipto, Túnez, intervenciones imperialistas como en Libia y guerras civiles como en Siria, abrió también perspectivas para el pueblo palestino, pero puso en el ojo del imperialismo nuevamente a toda la región. En este marco se explica el clima reaccionario que vino de la mano del gobierno sionista de Netanyahu, apoyado por la derecha sionista y reforzado por el imperialismo norteamericano como su as bajo la manga para contener a los posibles procesos que resulten de la «Primavera Árabe». De esta manera, la actual masacre de Gaza, comenzada a partir del asesinato de 3 civiles judíos (que Hamás no reivindicó) formó parte de una campaña del mismo gobierno sionista para inflamar el nacionalismo judío, bajo los argumentos de la lluvia de misiles y los ataques a través de túneles que estaría realizando Hamás para atacar Israel.

Esta campaña dio sus frutos, y la población judía respaldó ampliamente la ofensiva militar, subiendo de paso la popularidad de Netanyahu y su línea de derrocar directamente a Hamás (por sobre los acuerdos de Oslo) y recuperar el control sobre Gaza y Cisjordania. Sin embargo, la prolongación del conflicto está amenazando con volverse en su contra, como lo demuestran las negociaciones que ya empezó a promover el imperialismo norteamericano, condiciones cuyo punto central es la rendición incondicional palestina. Esta misma prolongación en el tiempo, sin embargo, ha terminado también por fortalecer relativamente a Hamás, elevando su popularidad, legitimando su gobierno y su estrategia entre la población palestina, enardecida por el nacionalismo reaccionario de la burguesía árabe.

Frente al conflicto inmediato planteamos la necesidad de apoyar la resistencia palestina y el cese de la aventura guerrerista del Estado sionista de Israel, así como la política de exclusividad racial sobre la que basa su constitución, sobre la opresión de otro pueblo. Sin embargo, esto no se dará de la mano de la reaccionaria burguesía árabe, que busca la instalación de estados teocráticos y económicamente neoliberales para mejorar las condiciones de su propio enriquecimiento, pues no habrá revolución democrática sin una respuesta definitiva a las demandas ligadas a las condiciones de vida de las masas enfrentándose a la opresión y al saqueo imperialista, del cual la burguesía árabe es también un socio menor.

Los revolucionarios defendemos el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino y la demanda de derecho a retorno de los refugiados palestinos en otros países árabes, negado por el imperialismo y el sionismo por cuestionar una de sus bases fundantes. Contra la ilusión de la política de los dos estados, impulsada por Washington y la subordinación de la reaccionaria burguesía árabe, planteamos la necesidad de desmantelar y derribar hasta sus cimientos el Estado de Israel como enclave colonial del imperialismo, y sustituirlo por un estado único palestino en el territorio histórico, una Palestina obrera y socialista donde puedan convivir pacíficamente árabes y judíos mediante la toma del poder por los trabajadores en base a sus organismos de auto organización y lucha en alianza con las masas oprimidas del campo y la ciudad, perspectiva histórica que demostró germinalmente la experiencia de los sindicatos unitarios y la lucha del movimiento obrero árabe y judío sobre cuya destrucción se impuso el Estado sionista.

La «Primavera Árabe» volvió a mostrar la incapacidad histórica de la burguesía árabe al aliarse al imperialismo para evitar ser desbordada por las masas. El sionismo, mediante la privatización de la economía de Israel, acentuó también su carácter burgués y anti obrero mostrando cómo tampoco es una alternativa para los trabajadores judíos. La clase obrera árabe y judía ya no tiene nada que perder y todo un mundo por ganar.

Artículos consultados.

-Anderson, Perry. Precipitarse a Belén.

-FT-CI. Manifiesto por un Movimiento por una Internacional de la Revolución Socialista -Cuarta Internacional-

-Raider, Miguel. Castigo Colectivo

-Raider, Miguel. ¿Un conflicto eterno?

-Raider, Miguel. Apoyemos la Resistencia Palestina

-Raider, Miguel. ¿Los árabes y los judíos son enemigos desde siempre?

Álvaro Pérez Jorquera es Vocero de Asamblea de Estudiantes del Departamento de Estudios Pedagógicos G21; Licenciado en Historia, Estudiante de Licenciatura en Educación y Pedagogía, Universidad de Chile.Militante de PTR- CcC

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