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Palestina y la izquierda

Fuentes: jacobinmag.com

Traducido del inglés para Rebelión por J. M.

La izquierda tiene una historia de tonalidades cuando se trata de Palestina. Al menos durante las dos primeras décadas de la existencia de Israel, debido en parte al intento de exterminio de los judíos europeos, en parte a los efectos distorsionadores de la política exterior soviética y en parte por la simpatía hacia un movimiento supuestamente socialista, casi toda la izquierda occidental vivió de ilusiones sobre el sionismo.

Ideológicamente, el sionismo era un amplio y heterogéneo movimiento nacionalista, con muchas corrientes que competían entre sí, de derecha y de izquierda, cada una con diferentes grados de conciencia moral frente al mundo no judío. Pero a medida ha ido manifestando concretamente, el sionismo pretende la creación de una soberanía colonial en la Palestina histórica y todo lo que esto implica, la sustitución calamitosa de una sociedad palestina compleja de vibrantes comunidades urbanas y agrícolas, profundamente arraigadas en el mundo árabe circundante, por un Estado-nación europeo.

La construcción de un Estado europeo fuera de Europa significó la destrucción, la expulsión o la asimilación de los pueblos indígenas, lo que el historiador Patrick Wolfe ha llamado la «lógica de la eliminación». Esa lógica entonces se racionalizó como una reparación de los horrores infligidos a los judíos europeos entendiendo que se ejerció contra los palestinos, que no fueron responsables de esos horrores.

Por eso el matrimonio forzado entre el sionismo y la izquierda ha sido tan problemático. El sionismo socialista, aún en teoría, era el socialismo para los sionistas. En última instancia, significaba socialismo para nadie: Israel es hoy la segunda economía más desigual en el mundo desarrollado.

Mientras tanto, otras interpretaciones dentro de la comunidad pro palestina también confundieron el tema. Lo que es esencialmente una lucha clásica por la liberación nacional ha sido oscurecida por la tendencia a exceptuar la índole de los crímenes israelíes, distraídos por una fijación estéril en el derecho internacional y perdidos en un idealismo analítico irremediablemente abstracto. Un corolario de estos equivocados análisis han sido los llamados grupos de apoyo a Israel, que sostienen que si no fuera por un puñado de instituciones que cabildean a favor de Israel, Estados Unidos no podría apoyar la ocupación o continuar su «relación especial» con Israel.

Esta sección especial de Jacobin se ocupa de estos temas. Aquí se exponen los análisis materialista de las relaciones entre Israel y Estados Unidos, y el papel del lobby de Israel. Se delimita las bases sociales contemporáneas de la solución de dos Estados y la Autoridad Palestina. Se analiza el untuoso de los capitalistas palestinos en Cisjordania y el movimiento de solidaridad en sí.

¿Por qué ahora? Porque casi sin que nadie se diera cuenta, el movimiento de solidaridad con los derechos palestinos, con todo su solipsismo y sus debilidades ultraizquierdistas, sus peleas y la atracción magnética para excéntricos, oportunistas y, sí, los ocasionales antisemitas ha crecido hasta convertirse en uno de los más importantes, inspiradores y de rápido crecimiento de los movimientos sociales del país.

Palestina ya no es una palabra sucia en los ámbitos universitarios. La última Conferencia Nacional de Estudiantes por la Justicia en Palestina atrajo a más de 300 delegados de más de 140 colegios y universidades de todo el país, que convergieron en Ann Arbor para discutir la formación del Estado capitalista en Israel, la solidaridad entre los presos, el colonialismo, la persistencia de la ocupación, los derechos de los refugiados y notablemente, con un mínimo de rencor y sectarismo, el conflicto sirio.

Gran parte de la energía que en el pasado habría encontrado su hogar en los movimientos estudiantiles contra la guerra ha migrado a la causa de Palestina. Eso no está exento de problemas: después de todo, los niños son asesinados a tiros por helicópteros de combate en Afganistán, tan cierto como que los matan a tiros los francotiradores en la Franja de Gaza. Pero el interés de los estudiantes en este viejo y sangriento conflicto colonial es algo que la izquierda debe tomar en cuenta, porque la izquierda no es sólo una idea, sino que es también las masas en movimiento y en cualquier lugar que ocurre -exceptuando para los movimientos ecologistas- son personas jóvenes en movimiento con una mezcla de ímpetu revolucionario y militancia disciplinada tal como lo son en el caso de Palestina.

Pero la acción radical ha llegado antes que la comprensión radical. En parte, eso se debe a que los jóvenes se han involucrado en el preciso momento en que la cuestión de Palestina está en un flujo político e ideológico sin precedentes. Algunos activistas ignoran que, por ejemplo, el apoyo a una solución de dos Estados no siempre fue la coartada vacía que ahora se percibe. Era la posición pragmática de la clase capitalista palestina y sus dirigentes, junto con una gran parte del pueblo palestino y muchos comunistas. De esa manera, esa propuesta se convirtió en la posición por defecto del movimiento de solidaridad de los Estados Unidos en los días superados de Oslo y luego la brutal destrucción de la Segunda Intifada, aun cuando retrocedió más allá del horizonte de lo posible. El número de colonos aumentó hasta superar los 400.000, cada colono se convirtió en una «realidad sobre el terreno», en el argot de los planificadores israelíes; lo que hacía que fuera cada vez más difícil para los palestinos conseguir la soberanía de la Ribera Occidental, Gaza y Jerusalén Este.

En aquellos días, simplemente decir la verdad implicaba una ventaja radical. Denunciar los crímenes de guerra israelíes y llamar inequívocamente a acabar con la ocupación era exponerse a amenazas de muerte. Tanto más cuando figuras como Noam Chomsky y Norman Finkelstein, que defendieron a Palestina en la esfera pública estadounidense, y también podemos remontarnos en las ideas para resolver el conflicto a la antigua posición del Matzpen de la década de 1960 y 1970, una revolución regional, la evaporación de las fronteras del Estado y el socialismo en el Medio Oriente.

Pero los tiempos cambiaron en algún momento entre el brutal asalto israelí al Líbano en el verano de 2006, el asedio de la Franja de Gaza de 2007 a 2010, y la masacre masacre Plomo Fundido de 2008-2009 en la que uno de los ejércitos más poderosos del mundo se desesperó por destruir la capacidad de resistencia de un pueblo, arrasó con una pequeña franja de tierra llena de campos de refugiados con niños delante de las pantallas de televisión.

En Europa constantemente, por delante de la izquierda estadounidense con capacidad de movilización, cientos de miles de personas salieron a las calles en protesta. La reacción de EE.UU. fue más moderada, pero incluso en este caso la onda expansiva de las bombas israelíes rompió la hegemonía sionista en la psique estadounidense. Mirar la caída de fósforo blanco sobre los niños hará eso.

Y así, el nivel de la lucha en el trabajo de solidaridad tuvo saltos enormes, pero no sin problemas y malentendidos. Los estudios que presentamos en esta sección tienen por objeto aclarar algunas cuestiones fundamentales con las que se enfrenta el movimiento.

Como Mezna Qato y Kareem Rabie, junto con Sobhi Samour y Omar Jabary Salamanca, han señalado, «la producción académica refleja con precisión la dinámica de la incoherente política palestina contemporánea». De hecho, se inspira en ellos. El resultado es que una campaña basada en los derechos ha dado cabida fundamentalmente a un discurso a menudo demasiado liberal. Como Qato y Rabie discuten en esta sección, ese liberalismo se manifiesta en todas partes: centralizar al Estado de EE.UU. como punto de apoyo clave para todos los activistas estadounidenses, palestinos u otros, un internacionalismo paralítico, repitiendo las mismas consignas viejas, pero sin los enlaces con las comunidades en lucha en Palestina y el mundo árabe, que les dio sentido, y un foco puesto en las personas en lugar de la organización colectiva, y a su vez una menor atención a la práctica política sustantiva y autocrítica.

Con un lente diferente, Chris Toensing repasa el nuevo libro de Rashid Khalidi sobre el proceso de paz y lo utiliza como una ocasión para analizar la base de este giro liberal y centrista grupo de opinión, que tanto enmascara la estructura estadounidense que apoya al colonialismo israelí y que también desplaza la lucha de un campo Norte-Sur global a uno entre diversas variedades del imperialismo estadounidense algunas más agresivas que otras.

Por último, Adam Hanieh ofrece un análisis de clases de la vuelta al «proceso de paz». Hanieh explica exactamente quién compone el bloque del proceso de paz en Ramallah y cómo esa elite palestina ha concedido un gran interés no a la libertad, sino a discusiones interminables acerca de la libertad. Lo que este autor demuestra es que esta élite en efecto dominó la discusión de la cuestión «nacional» y que esta dominación ha estado atada a una desviación de la cuestión de clases interna entre los palestinos. El resultado es la división de las luchas y el debilitamiento y la opresión de los palestinos en los planos tanto de clase como de nación. Argumenta que esto se debe invertir y llevarlo a una perspectiva regional, centrada en la libertad para todos los pueblos árabes no sólo de los dictadores que los oprimen, sino también de los grilletes económicos que esos dictadores imprimen en un papel fundamental en la producción.

Por último, nuestra propia perspectiva. Tomando nuestro ejemplo del movimiento de Boicot Desinversiónes y Sanciones, creemos que la demanda fundamental que guía nuestra acción debe ser que judíos y árabes vivan de igual a igual, a pesar de que sabemos que ese objetivo de ninguna manera es fácil de alcanzar. Por eso apoyamos la autodeterminación palestina y la descolonización sin reservas, y creemos que el trabajo del movimiento es apoyar esos objetivos y no imponer sus propias normas en el medio por el cual los palestinos se liberen. Por lo tanto, mucho más importante que los esfuerzos sin sentido para dibujar líneas rojas sobre «un Estado» o «dos Estados» – ambas quimeras ahora vacías, tan lejos hasta el momento de la realización sustantiva que hace que todo el debate sea irreal, es reconocer que la condición previa para el progresivo cambio social es la autodeterminación.

Al mismo tiempo entendemos que los judíos de Israel -en especial los del norte de África y Oriente Medio- también pueden ser una clase oprimida en la Palestina histórica. Los ignoramos a nuestro propio riesgo, ya que cualquier cambio que no pasa también a través del prisma de las mentes de la clase obrera judía sería una revolución desde arriba: la descolonización impuesta, que junto con la continuación de la estratificación económica seguiría siendo políticamente frágil y caldo de más injusticia. Pero esto se vuelve muy complicado en el Israel de hoy, donde sólo un pequeño fragmento de la población judía apoya acabar con la ocupación. Muchos prefieren negar este hecho triste, o simplemente encogerse de hombros y decir que Israel no tiene ningún apoyo para la paz, como si esto resolviera la cuestión de cómo se detendría exactamente la colonización de Palestina.

Esto no nos deja en un lugar muy claro. La fuerza política que puede forjar una estrategia de liberación nacional clara no existe, y son los palestinos y solo los palestinos quienes pueden forjar esa fuerza. En lugar de emitir manifiestos inútiles e inadecuados de cómo debe avanzar ese proyecto, nuestra piedra de toque debe ser la solidaridad evidente con la lucha palestina.

Pero no como un fetiche idiosincrásico divorciado de la política más amplia de la izquierda. Más bien debemos devolverla a lo que siempre ha sido: un centro de coordinación de la lucha antiimperialista, donde los campesinos y habitantes de barrios marginales están librando una lucha desesperada contra los tanques y F-16, y en los que su mejor arma por el momento puede ser la huelga de hambre hasta la muerte con la esperanza de fracturar el apoyo ideológico del militarismo israelí.

La cuestión de Palestina es una cuestión de justicia. Por eso no dudamos en tomar partido.

Fuente: http://jacobinmag.com/2013/04/palestine-and-the-left/

rCR