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Palestinos fuera de Palestina, algo más que un sentimiento

Fuentes: Rebelión

La comunidad palestina en Chile es una de las más numerosas del mundo. Hombres y mujeres que cruzaron océanos con la ilusión de poder forjarse un futuro mejor, vivir en tierras que les brindaran nuevas oportunidades. Llegaron con maletas cargadas de recuerdos, tradiciones, olores y sabores de tierras milenarias que los vieron nacer y que […]

La comunidad palestina en Chile es una de las más numerosas del mundo. Hombres y mujeres que cruzaron océanos con la ilusión de poder forjarse un futuro mejor, vivir en tierras que les brindaran nuevas oportunidades. Llegaron con maletas cargadas de recuerdos, tradiciones, olores y sabores de tierras milenarias que los vieron nacer y que en muchos casos, dolorosamente, se tuvieron que despedir para siempre.
Ser hijos y nietos de palestinos en Chile nos llena de orgullo, hacemos gala de nuestras raíces en cada ocasión que podamos hacerlo, sin embargo, y quizás sin darnos cuenta, estamos más lejos de la que muchos consideramos nuestra patria, Palestina. Nos hemos conformado con ser espectadores de realidades que parecen sacadas de una mediocre películas de horror, un mal libreto escrito por una fuerza de ocupación militar que se niega a darle un fin, que por más de cinco décadas escribe día a día un nuevo capítulo tiñendo la vida de los palestinos de un rojo sangriento que desdibuja poco a poco esperanzas en un futuro mejor.
Hemos crecido con una mezcla de sentimientos, por un lado aquellas conversaciones de domingo en que nuestros padres nos relataban sus historias de niñez, sentados alrededor de una mesa en la que nos maravillábamos con los olores y sabores de aquellas recetas traídas de Palestina, se nos llenaban los ojos de un brillo especial al imaginar lo que para nosotros pasó a ser un lugar casi mítico, amado y muchas veces idealizado. Pero por otro lado recibíamos los bombardeos informativos hablándonos de muertes, violencia, terrorismo, privación de libertad, donde seguíamos siendo espectadores de esta película, que interpretada magistralmente por Israel, ha tenido a los palestinos, y nuestra tierra de cuentos, en una lucha constante por la supervivencia.
He pasado mis últimos meses en Palestina, he podido reconocerme en los rostros de las personas que conocí, que generosa y desinteresadamente abrieron las puertas de su casa para recibir y acoger a esta mujer venida de Chile – mis propias raíces – he reconocido mi propio rostro, sin las cicatrices que llevan, muchas veces en el cuerpo, pero invariablemente en el alma cada uno de los palestinos que han vivido casi 60 años la mas descarnada y sanguinaria ocupación militar.
Palestina no es una tierra de cuentos, no es un lugar mítico donde los olivos florecen y brindan su sombra para el cobijo de sus habitantes. Es una tierra desangrada, una tierra que está luchando día a día por la supervivencia, que la pobreza y desnutrición son la herencia para sus niños, en donde el negro se ha convertido en el color oficial al estar en un duelo permanente por sus nuevas víctimas.
Muchas veces me pregunté dónde estaba esa tierra de especias, de pan untado en aceite y zaater, rememorados una y otra vez por mis padres…, sin embargo me encontré con olivos cortados por bulldozers, con soldados que apuntando con fusiles humillaban día a día sin perdón a sus habitantes, donde las fiestas en torno al Dabke se han transformado en funerales, donde los campos de cultivos se han trasformado en asentamientos israelíes y las sombras de los olivos en la desolación de horas al sol para cruzar un checkpoint.
¿Podemos, como palestinos que somos, seguir reuniéndonos en torno a una mesa a hablar de lo maravilloso de una tierra que ya no existe? ¿O debemos dejar de darle la espalda a una realidad que nos obliga a dejar la indiferencia de lado y teñirnos el corazón con los colores de una causa común y empezar a actuar?
Escribir estas líneas frente al mar, en Chile, respirando un aire de libertad subvalorado para aquellos que no hemos conocido la privación de ella, me provoca vergüenza e impotencia, pero a la vez me llena de fuerza y valor para poner mis ojos en perspectiva, mirar hacia Palestina, trabajar por ella, para que insha allah más temprano que tarde podamos decir orgullosamente ¡Soy Palestina!, no en una calle de Santiago, sino en Beit Jala, Beit Sahur, Nablus…, en nuestra Patria.

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