¡Tierra y Libertad! «la tierra para quien la trabaja», la tierra es uno de los derechos humanos fundamentales porque es el cimiento físico sobre el que se construye un pueblo. Sin tierra no hay cultura, ni identidad, ni relaciones sociales. Los palestinos han visto a los largo de los últimos 67 años como se ha […]
¡Tierra y Libertad! «la tierra para quien la trabaja», la tierra es uno de los derechos humanos fundamentales porque es el cimiento físico sobre el que se construye un pueblo. Sin tierra no hay cultura, ni identidad, ni relaciones sociales.
Los palestinos han visto a los largo de los últimos 67 años como se ha ido reduciendo dramáticamente su territorio. Palestina era un país de pueblos, de karias, de campesinos, de jornaleros, de pastores, de pescadores, de artesanos, de obreros, de trabajadores. Con la fuerza de las armas el agresor sionista fue avanzado imparable hasta conquistar el mar de Galilea, la llanura costera del Mediterráneo, Afula, Beersheva, el Néguev. Palestina hoy se llama Israel, desmembrada por completo, lo único que le resta es Cisjordania y Gaza para conformar su añorada patria.
En la primera página de los folletos turísticos se escribe: «bienvenidos a Tierra Santa»; ¿santa? Es irónico mezclar las oraciones y el misticismo con el expolio, la represión y la muerte.
Que haya paz para los hijos el pueblo elegido. Hay que proporcionar bienestar a los colonos; una vida tranquila y relajada en sus asentamientos o condominios. No importa cuál sea su procedencia: Europa, Estados Unidos, Latinoamérica, Asia o África está escrito en los libros sagrados que ellos son los legítimos propietarios de la «tierra prometida». Además así lo ha decidido la Asamblea General de ONU con la resolución 181 de 1947 que les concede un territorio para reparar el crimen del holocausto y la persecución antisemita que padecieron durante la Segunda Guerra Mundial.
Hoy el mayor porcentaje de la población palestina -ya sea en Cisjordania o Gaza o en el exterior: Líbano, Siria o Jordania- se concentra en el medio urbano. No hay espacio, no hay tierra, no hay sol, ni luna, ni estrellas. Convertidos en ciudadanos de la sociedad de consumo capitalista y dependientes al cien por ciento de la economía israelita. Pordioseros de la ayuda humanitaria y esclavos de la marginalidad y desempleo.
La ruptura con el mundo rural es más que ostensible. Irreparable. Israel explota grandes áreas de cultivo aplicando la tecnología punta para surtir el mercado interno y el externo. La tierra es un negocio que les reporta extraordinarios dividendos monetarios. Mientras los palestinos no suman sino que restan pues la superficie cultivable va decreciendo.
En la memoria perviven los recuerdos de otros tiempos más felices: la siembra o las cosechas, las fiestas, cantos y danzas de celebración. Ahora la gurba o la ausencia les hieren el alma, ese luto que se lleva a perpetuidad por la pérdida de la madre tierra. 67 años sin primavera, condenados al exilio en cualquier barrio o campo de refugiados de Ramala, de Amman, de Beirut o de Damasco. Para ellos la palabra más importante es regreso, el volver a respirar, besar su tierra y resucitar. En todas las casas cuelga una foto de la cúpula de la roca de Jerusalén que con sus destellos dorados alumbra sus ilusiones y esperanzas.
Otra estampa clásica de Palestina son los bosques de olivares. Estos reverdecen altivos en las montañas o en los valles imprimiendo al paisaje un carácter vigoroso y fecundo. Bajo un olivo nació la patria.
Los palestinos consideran el olivo un árbol sagrado al que le deben reverencia y respeto. Hasta tal punto que existe una especie de santuario en la aldea de Al Walaja, cerca de Belén, donde se encuentra el olivo más viejo del mundo – el famoso al Badawi que según los expertos podría tener entre 4000 o 5000 años-. Al Badawi es una especie de deidad totémica donde están grabadas las señas de identidad y su historia. Sus raíces retorcidas se aferran al suelo y su corteza arrugada y deforme le da una apariencia de anciano venerable. Generación tras generación lo han cuidado y protegido como si se tratara de uno más de la familia. Por eso matar un árbol es como perder un hijo.
El olivo al Badawi está justo en la Línea Verde trazada en 1949 tras el armisticio de Rodas (posteriormente se la anexaron los judíos tras la guerra del 1967). Una desafortunada ubicación que pone en peligro su supervivencia. De nada valen las razones míticas o espirituales que se esgrimen en su defensa pues para el ocupante lo prioritario es brindarle protección al asentamiento de Har Gilo y también a la ciudad de Jerusalén. Para Israel el principal mandamiento es el de la seguridad. El muro del apartheid encerrará por completo la aldea de al Walaja y, en consecuencia, si se aplica la Ley de Propiedad de Ausentes, sus campesinos perderán sus tierras.
El olivo al Badawi no es un árbol cualquiera pues de alguna forma simboliza la lucha de resistencia del pueblo palestino. Con un lenguaje imperceptible al oído humano le habla al corazón de su pueblo para que permanezca firme y con la frente en alto.
«Estos olivos los sembramos con nuestras manos, con las manos de nuestros padres y de nuestros abuelos, estación tras estación los vimos crecer como si fueran nuestros hijos. Sangre de nuestra sangre, -dice Abu Ali- cuya familia es la propietaria de la finca donde reverdece el inmortal Al Badawi.
Se calcula que desde el año 1967 Israel ha arrancado más de 1 millón de olivos -otros tantos fueron incendiados o los robaron para trasplantarlos en los asentamientos, parques o residencias privadas-. Los olivares ocupan el 80% de la tierra cultivable en Cisjordania y Gaza y de su explotación depende el sustento de miles de familias. Este es un rubro muy importante pues representa el 50% del PIB.
Estamos presenciando una guerra abierta, no sólo contra los seres humanos, sino también contra la naturaleza. En esta ofensiva se utiliza todo tipo de armas desde veneno, motosierras, excavadoras, aplanadoras o incendios provocados. Todo es válido con tal de extirpar las raíces de pueblo palestino. http://youtu.be/ZkG3RrK4gQw.
Los campesinos o pastores que no cuenten con el permiso que expide de la autoridad militar israelí no pueden ingresar en sus tierras de labor. Sobre todo si son bosques de olivares o árboles frutales pues allí es donde suelen esconderse los «terroristas» que intentan infiltrarse en las colonias -aducen los mandos del Tzahal.
El ejército israelí y los colonos de vez en cuando hacen sus batidas por los campos con la intención de agredir y aterrorizar a los pobladores. Este es el mejor método para continuar su política expansionista. «Deja de trabajar tu tierra, véndela y hazte un jornalero de los empresarios judíos».
El objetivo de los ocupantes es cortar cualquier vínculo de los palestinos con la tierra. Y por ende con su religiosidad y espiritualidad.
El aceite de oliva es un alimento tradicional por excelencia y base fundamental de la dieta en Oriente Medio. Las familias palestinas por lo general lo sirven en un plato donde los comensales lo van mojando en un trozo de pan para luego mezclarlo con zataar, queso, yogurt, tomate, ajo, aceitunas, humus, tomillo o ajonjolí. No sólo se alimenta el cuerpo sino también el espíritu. «El olivo ha calmado el hambre de nuestro pueblo, nos ha nutrido y nos llena de energía el alma». El aceite de oliva se utiliza además para ungir los cuerpos de los muertos y curar las enfermedades. Es el antagonista del petróleo que se asocia con el yahannam o infierno. El aceite de oliva es la luz que ilumina la vida.
Los olivos tienen una connotación mágico-religiosa pues son el lazo de unión entre la tierra y el cielo -como consta en el pasaje bíblico de Jesús en el Monte de los Olivos y el huerto de Getsemaní. Los místicos se resguardan bajo su sombra en busca del retiro y la oración. La rama de olivo es una señal de bienaventuranza: la paloma que trae en su pico una rama de olivo para anunciarle a Noé el fin del diluvio universal. La victoria de la vida sobre la muerte. Los olivos tienen una gran capacidad de adaptación a los suelos pobres, sin apenas agua, resisten las enfermedades y tienen además el poder de regenerarse así hayan sido destruidos o incendiados.
En el jardín del edén el olivo ocupa un puesto privilegiado junto con los limoneros higueras, naranjos, almendros, nísperos, palmeras, vides, o chumberas. Palestina es una tierra bendecida por Allah y de ahí el dolor que produce el haberla perdido.
La recolección de aceitunas se realiza en otoño y es una de las actividades más febriles pues la comunidad estrecha aún más los lazos de amistad y cooperación. Algo que se refleja en los cantos, los bailes populares, la literatura, la poesía o la música.
Las ramas del olivo han sido desde la más remota antigüedad el símbolo de la paz.
A tal punto está tan arraigado este concepto qué Yasser Arafat en su famoso discurso que pronunciara ante la Asamblea General del ONU en 1974 utilizó la siguiente metáfora:
«Hoy he venido portando una rama de olivo en una mano y el arma de un luchador por la libertad en la otra. No dejen que caiga de mi mano la rama de olivo. Repito: no dejen que caiga de mi mano la rama de olivo.»
Esa amenaza todavía perdura pues la paz prácticamente es una quimera inalcanzable.
El poeta palestino Darwich ya lo había advertido: ¡cuidado con mi hambre y con mi ira! «Amo por encima de todo el aceite de olivo y el tomillo. ¿Mi dirección? Soy de un pueblo perdido…olvidado».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.