Foto: Refugiados de Palestina inicialmente desplazados a Beach Camp en Gaza a bordo de embarcaciones de Líbano o Egipto durante la primera guerra árabe-israelí, 1949 (Foto de archivo de la ONU / HrantNakashian)
Como israelíes, nuestra tarea no es solo reconocer la expulsión de los palestinos en 1948, sino entrenar nuestra imaginación para construir un lugar compartido para vivir en libertad e igualdad.
Foto ilustrativa de la ceremonia del kibutz, julio de 1951. (פוטוארדה)
Me mudé de Jerusalén a Tel Aviv en 2001. Para entonces había entendido la historia de los cientos de aldeas palestinas despobladas que se encuentran dispersas en todo el Israel moderno. Las conocía como parques nacionales, como ruinas a lo largo del camino, como sitios de picnic y como ciudades israelíes. Algunas las conocía por sus nombres árabes originales.
Tel Aviv misma se encuentra sobre seis localidades palestinas que existían antes de 1948: al-Jamasin al-Gharbi, al-Mas’udiyya (Summayl), al-Shaykh Muwanis, Salameh, una aldea de pescadores y el vecindario norte de Jaffa al-Manshiyya. Sin embargo, cuando vi sus restos, enredados con las calles, galerías y cafeterías de Tel Aviv, no pude imaginar que estas aldeas o sus habitantes volvieran a formar parte de la ciudad.
Mi incapacidad para imaginar un futuro así habla del poder abrumador que el imaginario nacional sionista ha tenido en mi pensamiento. El ethos del sionismo ha redibujado la tierra por medio de la partición, la segregación y la discriminación, sin dejar espacio para visualizar nada más que lo que existe hoy. Muy pocos judíos israelíes, por ejemplo, tienen la imaginación política para verse a sí mismos como iguales a los palestinos, tanto los que tienen ciudadanía israelí como los que no.
La «imaginación» no pertenece meramente al reino de la fantasía, no es algo irreal que «sucede» cuando uno cierra los ojos. Por el contrario es una acción que tiene lugar cuando los ojos de uno están abiertos. Y necesitamos imaginación para comprender el pasado, el presente y el futuro de Israel-Palestina a través de una lente liberada de los límites del imaginario exclusivo del sionismo.
Para la teórica de la política Hannah Arendt, la imaginación se trata de las relaciones que surgen entre las personas que pueden verse y visualizar sus perspectivas. La fuerza de la imaginación, escribe, «hace que los demás estén presentes y, por lo tanto, se mueven en un espacio potencialmente público, abierto a todos los lados… Pensar con una mentalidad ampliada significa que uno entrena la imaginación para ir a reconocer».
Miles de ciudadanos palestinos de Israel participan en marzo de regreso a la aldea destruida de Hadatha, cerca de Tiberíades, el 23 de abril de 2015. (Activestills)
Arendt nos enseña que la imaginación no es algo que «aparece» como musa para un artista o como una cualidad con la que nacemos. Más bien es una capacidad que debemos entrenar. La imaginación es como un músculo del cuerpo o la capacidad de escribir o pensar, un proceso continuo que requiere práctica. A través de esta idea, Arendt sugiere desarrollar la imaginación como una herramienta para superar los «tiempos oscuros» y generar un cambio político.
Para Israel-Palestina quiero sugerir tres prácticas claves para entrenar nuestra imaginación para construir un lugar compartido para vivir en libertad e igualdad: desaprender el sionismo adoptando un enfoque activista de las realidades actuales y visualizar futuros alternativos.
Desandar el sionismo
Para los judíos israelíes desaprender el sionismo significa entender la ideología no solo como un movimiento nacional, sino también como uno colonial. En otras palabras, entenderlo a través de la lente de la Nakba. Entre otras cosas, esto requiere aprender la historia que no se enseña en las escuelas israelíes: el despojo de la población palestina nativa desde 1948, la expulsión de más de 700.000 palestinos y la destrucción de cientos de ciudades y pueblos.
Este no es un movimiento fácil para los israelíes judíos, pero sigue siendo necesario.
El sionismo es el marco central a través del cual los judíos se han convertido en israelíes, es parte de nuestra educación y parte de nuestras fantasías colectivas más arcaicas. Sin embargo, además de los daños que impone a los palestinos, el sionismo también ha afectado a las comunidades judías de manera diferente, particularmente a los mizrajim (judíos con raíces en el mundo árabe o musulmán), que no se alinearon con los fundamentos ideológicos de los ashkenazíes blancos y enfrentaron décadas de discriminación.
Un mito colectivo sionista clave se expresa en el lema «Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». El lema infiere que no había comunidades, agricultura o cultura social en Palestina antes del establecimiento del Estado judío. Busca justificar el reclamo judío de la tierra mientras elimina la idea de que otra sociedad pertenece a ella. Esta ceguera adquirida es muy poderosa, prácticamente borrando a todo un pueblo del mapa.
AhadHa’am, uno de los primeros defensores del sionismo cultural y el binacionalismo. (Biblioteca Nacional de Israel)
No todos los involucrados en el movimiento sionista compartieron esta ceguera. Por ejemplo, el fundador del «sionismo cultural», Asher Zvi Hirsch Ginsberg, más conocido por su seudónimo AhadHa’am, se opuso a las opiniones de Theodor Herzl, el fundador del sionismo moderno. En 1891 Ahad Ha’am escribió «La verdad sobre Palestina», un informe basado en su visita al país que describía a Palestina no como una tierra vacía, sino como un territorio cultivado y habitado por otras personas. Ahad Ha’am se convirtió en uno de los «padres intelectuales» de Brit Shalom (Alianza de la Paz), un grupo fundado en 1925 durante el mandato británico que abogó por un Estado binacional con los mismos derechos civiles para judíos y árabes.
El imaginario sionista eventualmente trabajó para crear el mito de la Palestina «vacía» recurriendo a la expulsión de los habitantes nativos, la eliminación de los nombres palestinos del mapa y la destrucción de lugares palestinos en el terreno. La posterior construcción de otras localidades con nombres hebreos continuó el proceso de olvidar el pasado. El imaginario sionista a menudo retrata este camino de destrucción como único e inevitable, a pesar de que hubo otras voces tempranas como las de Ahad Ha’am y Brit Shalom que ofrecían otras posibilidades.
Ante estos mitos, quizás el papel más creativo que puede desempeñar la imaginación política israelí es cuestionar la narrativa sionista, entrenándonos a nosotros mismos y a la próxima generación de judíos israelíes para aprender la historia de la Nakba en hebreo y en escuelas israelíes.
Actuar en el presente, visualizando alternativas
Para cambiar nuestro pensamiento sobre el imaginario político no como una actividad mental individual sino como una acción colectiva, debemos llegar al reconocimiento de la Nakba y la toma de responsabilidad en esta memoria como una acción performativa. Un ejemplo de esta práctica es el trabajo de Zochrot (en hebreo «recordamos»), que promueve el reconocimiento y la responsabilidad de la Nakba entre los judíos israelíes.
Una de las principales actividades de Zochrot es realizar recorridos por las ruinas de las localidades palestinas despobladas, que inicialmente comenzaron como una forma de contar a los judíos israelíes la historia silenciada de la Nakba. Pero a medida que avanzaban las giras y se acumulaban más testimonios de palestinos e israelíes, los activistas de Zochrot entendieron que la Nakba no es solo un recuerdo palestino, sino uno compartido. Es el recuerdo de un pasado común que mantiene múltiples relaciones entrelazadas entre judíos y árabes, que van desde la vecindad amistosa hasta las atrocidades y la destrucción.
Todavía hay, por supuesto, una fuerte distinción entre memoria y sufrimiento. El principal sufrimiento fue y sigue siendo palestino; ellos son los que perdieron sus hogares, tierras y libertad. Pero el recuerdo también pertenece a los autores de este sufrimiento: judíos israelíes que cometieron las atrocidades, se quedaron y los observaron o que vitorearon la misión del sionismo. Hasta el día de hoy nosotros, los judíos israelíes, disfrutamos los frutos de esos sucesos. Como tal, tanto israelíes como palestinos comparten esta memoria como víctimas y perpetradores, no como partes iguales. Por lo tanto, esta memoria pertenece a ambos grupos y forma parte de nuestra historia compartida que no se puede contar por separado.
Una tercera práctica para entrenar la imaginación es visualizar alternativas para el futuro. Esto significa crear alianzas entre diferentes grupos en las sociedades israelíes y palestinas, repensar las políticas y desarrollar planes y estrategias detallados para desafiar «las cosas como son». Este tipo de ejercicio deliberativo hace que los escenarios aparentemente imposibles sean una posibilidad real, entre ellos el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
El derecho de retorno palestino, establecido en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, desafía los supuestos básicos del imaginario nacional sionista. Por lo general, cuando se plantea la noción de «retorno» en las discusiones hebreas, se cierra al toque la conversación. La idea misma de esto evoca un profundo temor político, demostrando los límites de la imaginación judía israelí.
La negación de Israel al derecho palestino de retorno desde 1948 se ha articulado en el discurso público israelí como una amenaza demográfica que conduciría a un segundo exilio, o incluso un segundo Holocausto del pueblo judío. Esta noción encuentra su expresión en la popular advertencia israelí de que «los árabes nos arrojarán [a los judíos] al mar».
Estos temores políticos se manifiestan a través de una miríada de formas, desde los contornos de los debates académicos israelíes hasta su sistema legal, las políticas y la legislación del Gobierno. Este miedo se moviliza activamente para justificar y continuar la negación del derecho al retorno, así como la banalidad de los males cotidianos cometidos por los israelíes contra los palestinos.
Ciudadanos palestinos de Israel regresan a la aldea destruida de al-Ruways, 30 de marzo de 2013. El evento de regreso fue organizado por el grupo activista Zochrot, que educa a los israelíes judíos sobre la Nakba. (Ryan RodrickBeiler / Activestills.org)
Sin embargo, este temor colectivo podría mitigarse si los israelíes judíos pensaran junto con los palestinos sobre cómo se podría implementar el retorno de los refugiados palestinos en términos prácticos, es decir, planificar el «día después» desde el principio. Esto incluye volver a trazar mapas de Palestina anterior a 1948, planificar la construcción de nuevas viviendas, pueblos y ciudades, integrar los idiomas árabe y hebreo en la vida pública, rediseñar los sistemas educativos y crear nuevas oportunidades de trabajo.
Una imaginación compartida
Tanto el público israelí como el palestino necesitan ejercitar su imaginación política para conectar su historia y memoria con el aquí y el ahora. Nuestra imaginación política debe preguntar: ¿qué podría haber pasado si los palestinos no hubieran sido expulsados de sus hogares y se les hubiera permitido regresar?
El activismo requiere aprender de los errores del pasado, sortear obstáculos y posibilidades y encontrar puntos en común entre los diferentes grupos. La pandemia de coronavirus es un buen ejemplo de cómo puede surgir esto. Históricamente, las pandemias a menudo han obligado a las sociedades a romper con el pasado e imaginar su mundo bajo una luz diferente. La pandemia actual tiene el mismo potencial en Israel-Palestina. Al coronavirus no le importan los muros o los puestos de control que separan las comunidades palestina e israelí y ha revelado la profundidad de nuestra dependencia mutua.
Hay destellos de esperanza a pesar de los crecientes desafíos durante la pandemia. Por ejemplo, un pequeño pero creciente número de ciudadanos israelíes está reconociendo su responsabilidad por el agotado sistema de salud de los palestinos en los territorios ocupados. Un grupo lanzó una campaña de recaudación de fondos para comprar suministros médicos para Gaza, excediendo su objetivo en un 550 por ciento.
La propagación del virus demuestra nuestra capacidad para cambiar la forma en que actuamos y la forma en que nos relacionamos entre nosotros, incluso redefiniendo nuestra comunidad imaginada, nuestro «nosotros». Podemos cambiar nuestros hábitos y rutinas y podemos cambiar nuestras prioridades políticas. No debemos volver a «como eran las cosas antes», una realidad perversa de violencia y desposesión. Una imaginación compartida puede guiarnos a traspasarla.
Norma Musih es investigadora de cultura visual y medios digitales. Tiene un doctorado de la Universidad de Indiana y actualmente es investigadora postdoctoral en el departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Ben-Gurion del Negev.
Fuente: https://www.972mag.com/zionism-imagination-nakba-israelis/