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Paternalismo con los palestinos: el problema del optimismo

Fuentes: Conterpunch

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Tenemos que ser muy claros sobre un aspecto crucial de las relaciones palestino-israelíes, especialmente en estos momentos en los que se anuncian movimientos hacia la paz: no habrá un verdadero Estado palestino en ningún caso en el futuro inmediato, y no será por culpa de los palestinos. A pesar del optimismo desenfrenado que se ha producido entre los medios de información y los políticos de todo el mundo desde la muerte de Yasir Arafat; a pesar de las mojigatas esperanzas de que el «terrorismo» palestino se va a terminar ahora que se ha ido Arafat; a pesar de las opiniones condescendientes sobre las «reformas» palestinas; a pesar de la desaparición del ogro palestino quien, supuestamente, constituía el único obstáculo para la paz, no debemos perder de vista el hecho de que no habrá independencia palestina, y como consecuencia ni paz ni justicia, a corto plazo, por la sencilla razón de que Israel no lo quiere.

En un reciente comentario sarcástico, el pacifista israelí, Uri Avnery, califica sin rodeos la expresión de «abrir posibilidades» en el conflicto como «repulsiva» y «ridícula» porque, expresado directamente «ni hay ventanas ni posibilidades  mientras Sharon siga en el poder». Esta crítica realidad se ha perdido de vista entre el obsceno regocijo producido por la muerte de Arafat y la probable elección de un supuesto «moderado» para sucederle. El perverso mago ha muerto- repican las campanas- y los políticos de todo el mundo y los entusiasmados comentaristas lo corean. Pero, lamentablemente, lo que augura el futuro no es un reino donde imperen la paz y la felicidad, no en ningún caso para los palestinos.

De vez en cuando los medios de información y los políticos del mundo pierden el sentido de la proporción, y el optimismo- mejor sería decir los estúpidos buenos deseos- que han producido las visitas de personalidades a Palestina y los informes y comentarios de los media son suficientes para que cualquier optimista serio se sienta avergonzado. Comentaristas y políticos, y supuestos expertos, han experimentado suaves éxtasis anticipatorios sobre las posibilidades de paz tras la muerte de Arafat. Toni Blair fue a Palestina e Israel en diciembre para ofrecer su mano con el fin de reanudar el proceso de paz, y la prensa británica se vio inundada de esperanzadores análisis que describían la visita de Blair como un Segundo Advenimiento (aunque no de tendencia fundamentalista cristiana). El corresponsal europeo del Guardian, Ian Black, escribió un artículo, poco antes de la visita, en el que proclamaba con absurda alegría que en pocas ocasiones, desde que Gran Bretaña dio por finalizado su Mandato hacía casi 60 años, «se habían puesto tantas esperanzas en que la antigua potencia mandataria pudiera hacer algo útil para promover la paz entre  árabes y judíos».

El noticiario de la BBC preparó un interesante reportaje sobre el viaje de Blair que ilumina un poco la fría luz de la realidad sobre el entusiasmo de Black y sus colegas político y de los medios: al informar sobre la inminente visita, un periodista que se encontraba en la ciudad de Jenin, al norte de Cisjordania, preguntó a Zakariya Zubeidi, jefe de las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa en Jenin, que gobierna prácticamente en la asediada y aislada ciudad, si creía que el viaje de Blair serviría para algo. «¿Quién es Blair», fue la respuesta de Zubeidi.

Intentando con rapidez ocultar lo que podría haber sido algo desalentador- o quizás reprimiendo el soltar una carcajada- ante la devastadora evidencia de lo irrelevante de Blair en la marcha de los asuntos, el periodista británico le explicó quien era Blair, a lo que Zubeidi respondió que las visitas de alto nivel como la de él tenían poca influencia sobre la situación en la zona. «Sobre el terreno» es donde se encuentra la vida real, donde los palestinos cotidianamente se las tienen que ver con la opresión israelí; donde la gente como Toni Blair y George Bush nunca se aventuran. Sólo los políticos ignorantes como ése y los periodistas que permanecen en EE.UU. y Europa, ninguno de los cuales han estado jamás «sobre el terreno»,  son quienes encuentran razones para el optimismo.

No resulta sorprendente que Blair no viera nada «sobre el terreno» cuando pasó brevemente por Palestina en su viaje para reunirse con el sucesor de Arafat y  principal candidato presidencial palestino, Mahmud Abbas, e inclinar su cabeza ante la tumba de Arafat. En ningún caso vio el Muro de Segregación, ni visitó a palestinos cuya existencia ha sido destruida de forma irrevocable por su zigzagueante trazado que ha atravesado sus vidas. Zakariya Zubeidi no entró en más detalles cuando afirmó que visitas como las de Blair no servían para nada, pero podría haber mencionado que, a pesar de todas las palabras esperanzadoras de la gente que pontifica desde fuera de los territorios ocupados,  continúan las matanzas de palestinos, se sigue construyendo el Muro,  se continúa todavía con la demolición de viviendas palestinas   mientras se siguen edificando nuevas viviendas judías en las colonias israelíes, se continúa asfixiando a los palestinos y el mismo Zubeidi tiene que seguir viviendo escondido para escapar de los asesinos israelíes. Blair y los de su calaña pasan por alto todo eso.

Definir la «moderación»

La casi universal obsesión occidental con el terrorismo, con la supuesta perfidia de Arafat, con las corrupción palestina y otras frustraciones, ha desviado la atención del mundo de donde debería estar fijada: de la ocupación israelí como la raíz y causa original del actual conflicto. Esta miopía ha convertido a personas inteligentes en incapaces de pensar de una forma lógica y profunda. Muy pocos son capaces de comprender dónde y por qué se inició el conflicto, muy pocos son capaces de entender cómo se podría resolver, y muy pocos lo intentan. Fijémonos en el abrumador deseo de que un «moderado» se haga con el timón de los palestinos. Sin embargo, se entiende por moderado, en una casi unánime opinión, a alguien que deberá condenar cualquier oposición a la ocupación, sea de la forma que sea. Sin matices. No permitir una legítima lucha para obtener la libertad, no reconocer que la dominación de Israel no es sino beneficiosa o sacrosanta.

Hace poco, el columnista del Washington Post, Jackson Diehl, exhibía este punto de vista rígido, sin matices, al mostrar un extraño escepticismo sobre las posibilidades futuras,  ya que temía que la «moderación» de Abbas podía no ser representativa de las actitudes generales de los palestinos. El muy popular y encarcelado luchador palestino, Marwan Barguti, afirmaba Diehl, ha mandado una «píldora envenenada» al apoyar la elección presidencial condicionada a una relación de 18 exigencias presentadas a Abbas y a los dirigentes palestinos. Las exigencias incluían cláusulas como la de que Israel debería retirarse de los territorios ocupados antes de iniciar negociaciones de paz, que no aceptarían acuerdos parciales o provisionales, y que el principio de la resistencia armada debía mantenerse. El que Diehl no reconozca que la ocupación sigue siendo la base del conflicto, y desconozca la historia del mismo, le lleva a considerar las peticiones de Barguti «un programa radical», lo que conduce a comparaciones inevitables. ¿No se basó la Revolución estadounidense en la exigencia de que los ocupantes británicos se fueran de las colonias, en rechazar acuerdos parciales o provisionales y en insistir en que sólo sería aceptable un tratado de paz y mantener el derecho de luchar contra el ejército británico ocupante? Considera Diehl ese «programa» inaceptablemente radical?

 A Diehl le preocupa que Barguti exprese los secretos deseos de la mayoría de los palestinos y que, si Abbas inicia negociaciones con Israel, esta profundamente arraigada «radicalidad» surgirá con fuerza y deteriorará las negociaciones, pero lo que está claro que no comprende Diehl es que, aunque Abbas ha hecho lo posible por mostrar su credenciales «moderadas» al pedir el fin de la resistencia armada en este momento y prohibir las incitaciones contra los israelíes en las emisoras de radio palestinas,  para matener su credibilidad como potencial líder, no ha rechazado, ni puede hacerlo, las exigencias de Barguti.

Durante la campaña electoral debe mantener la demanda de que Israel abandone los territorios ocupados; es el punto básico de la cuestión, con independencia de que puedan negociarse a largo plazo reajustes de fronteras. Debe rechazar, asimismo, el permitir que los palestinos sean engañados, como lo han sido durante más de una década, con una sucesión de acuerdos parciales y provisionales, siempre incumplidos (el núcleo de Oslo estaba formado por una serie de acuerdos provisionales que permitían retrasos sin fin por parte de Israel, y la Hoja de Ruta tiene como eje central el establecimiento de un supuesto Estado palestino provisional que, por definición, carece de sentido, y que cualquier  líder sería un imbécil si lo aceptara. Finalmente, ningún líder que se respete a sí mismo podría renunciar al derecho de su pueblo de volver a la lucha armada ante la continuada opresión de un ejército extranjero. Por desgracia, el que Diehl no comprenda estos rudimentos en los que se basa la autodeterminación y la dignidad nacional no resulta sorprendente en el ambiente actual.

El optimismo de ahora no es sino una cortina de humo para aquellos que se niegan a pensar y observar. Los palestinos siguen muriendo, continúan  convirtiéndose en gentes sin hogar, todavía pierden tierras y medios de subsistencia ante el implacable expansionismo de Israel. Obligar a hacer reformas en el sistema político palestino, por necesarias que puedan ser, no traerá la paz, no acabará con la violencia israelí. Los campesinos palestinos de la pequeña ciudad de Yayyus en Cisjordania, que han perdido las tres cuartas partes de sus tierras agrícolas, cuyos pozos de agua potable han pasado a pertenecer a Israel, desde que el Muro dividió la ciudad hace un año, hace poco decían a un corresponsal que la paz sería algo maravilloso pero que las reformas y las elecciones no tienen sentido para ellos cuando ya no tienen medios de ganarse la vida y ni tan siquiera pueden dar agua a sus familias.

El obstáculo para la paz ha sido siempre la ocupación de Israel, no Arafat o cualquier otro líder; el origen de la violencia  no es el «terrorismo» palestino, sino la ocupación israelí y todo lo que comporta: las confiscaciones de tierras, las depredaciones de los colonos, la demolición de casas, el Muro, la destrucción de la propiedad, los checkpoints, las carreteras exclusivas para los israelíes, la limpieza étnica. Es Israel la que no es un interlocutor de paz, es la violencia israelí la que la impide.

El optimismo actual es una tapadera para estas realidades continuadas. El optimismo nos permite, permite que los políticos y comentaristas ignoren las circunstancias reales en la zona;  hace posible ignorar las intenciones explícitas de Israel de dominar Cisjordania, a las que nunca ha renunciado, (lo que recientemente ha quedado confirmado por el principal consejero político de Sharon, Dov Weisglass, quien se ha jactado públicamente de haber puesto en formol la cuestión palestina y, con el total conocimiento y apoyo de EE.UU., congelar el proceso de paz con el fin de «evitar de forma indefinida el establecimiento de un Estado palestino, el debate sobre los refugiados y las fronteras de Jerusalén»); eso nos permite a todos pasar por alto la enorme avidez de tierra y el racismo inherentes a las políticas de ocupación de Israel.

La actitud paternalista que está adoptando casi todo el mundo es impresionante. Blair ha ido a Israel para impulsar una Conferencia de Paz que tendría lugar en Londres el mes de marzo pero Israel le ha contestado. «El asunto suena bien pero nosotros no acudiremos», para cambiar el tono después y afirmar que, en fin, la presencia de Israel politizaría una reunión que lo que pretende realmente es que los palestinos acaben con la violencia y acepten reformas institucionales con el fin de «asegurar que existen interlocutores adecuados para la paz por las dos partes. La viabilidad ( es decir, la del Estado palestino) no se puede basar sólo en el territorio sino que tiene que referirse a unas instituciones democráticas adecuadas, a una seguridad apropiada (es decir, para Israel) y una economía ajustada».

Se trata de la Ocupación

Se siente la tentación una vez más, de preguntar lo obvio a esos obtusos británicos (y a los no menos obtusos estadounidenses): ¿Qué hay de malo en que una Conferencia de Paz esté politizada?- o debería preguntarse también, ¿en exigir que las dos partes en lucha estén presentes? Una querría preguntar a Bush ¿qué va a ocurrir si los palestinos acaban con la violencia pero los israelíes continúan perpetrándola día a día en sus diferentes formas? ¿Qué pasará cuando los palestinos tengan un presidente elegido democráticamente, y dirija un gobierno democrático adecuado, mientras los israelíes sigan con su violencia cotidiana en su múltiples formas? Y ¿qué sucederá cuando los palestinos se acrediten como interlocutores pacíficos e Israel continúe rechazando la paz día tras día; cuando Israel siga oponiéndose a que los palestinos dispongan de territorios interconectados, de viabilidad económica, y de un territorio y seguridad apropiados, con agua y dignidad; cuando esas instituciones democráticas palestinas no tengan nada sobre lo que gobernar sino un pueblo empobrecido, aprisionado, hacinado en reservas de población nativa rodeadas por los Muros israelíes, por las colonias israelíes , por las carreteras israelíes?

¿Qué va a ocurrir cuando los palestinos hagan todo lo que se exige de ellos pero la ocupación- sin que importe que pudiera denominarse «solución de dos Estados»-, continúe?

Toni Blair podría- sólo en potencial- ser disculpado por no conocer, o incluso por no pensar en ello, las respuestas a estas preguntas, pero se espera mucho más de los supuestos expertos en Oriente Próximo que repiten los mismos argumentos. El embajador, Edward Walker, que fue  representante diplomático estadounidense en Israel y en Egipto y asistente del Secretario de Estado, y en la actualidad presidente del Middle East Institute en Washington, ha adoptado la misma actitud paternalista con los palestinos en un comentario publicado en el Boletín del Instituto y- de entre todos los lugares menos apropiados- en un periódico árabe. Al expresar la esperanza en que Bush debe implicarse en la cuestión palestina para alcanzar el éxito en todo Oriente Próximo,  Walker trata a los palestinos como si fueran el proyecto conjunto preferido de Sharon y Bush: si EE.UU. e Israel lo hacen bien, afirma, «nosotros» podremos «conceder credibilidad» a una nueva dirección palestina para que pueda llevar a cabo reformas y «dé pasos moderados » en la Hoja de Ruta. Mahmud Abbas no tiene credibilidad entre los palestinos pero ganará peso si se le ve como alguien capaz de tratar con Israel el asunto de la retirada de Gaza. Podría, entonces, afirmó Walker con asombrosa condescendencia, «convertirse en el interlocutor que Arafat nunca ha sido ni podría haber sido».

Dejando aparte la intolerable idea de que EE.UU. e Israel deben, naturalmente, trabajar juntos, codo con codo, para llevar a los palestinos a la modernidad, Walker olvida que Arafat, al margen de sus muchos defectos, hubiera sido un buen interlocutor para la paz si Sharon y sus predecesores lo hubieran querido de verdad. Convenientemente, pasa por alto la realidad de que es Israel quien no ha dado ningún «paso moderado» para que avanzaran la Hoja de Ruta  y la retirada de Gaza, que se han diseñado específicamente para evitar que Israel haga  ningún tipo de concesiones en Cisjordania. Cualquier credibilidad que Abbas pudiera adquirir de sus negociaciones con Israel será la que Israel esté dispuesto a darle pero Abbas puede hacerse viejo esperando de Sharon cualquier tipo de acuerdo que haga justicia a los palestinos y les proporcione una auténtica independencia. Walker, entre todos ellos, es quien debería saberlo mejor.

Quienes exigen  tanto a los palestinos se equivocan o rechazan reconocer la situación palestina real. Hace casi tres años, durante el asedio de Cisjordania en abril de 2002, las fuerzas israelíes se desmandaron en todos los territorios, destruyendo totalmente la infraestructura de la sociedad civil palestina: los soldados israelíes arrasaron los ministerios palestinos de Educación y Sanidad; los soldados israelíes pintaron con excrementos todo el ministerio de Cultura; destruyeron ordenadores y discos duros, y con ellos todos los archivos de la sociedad palestina; saquearon bancos y empresas palestinas; demolieron bloques enteros de viviendas; destruyeron los registros catastrarles, para borrar toda huella de la existencia de los palestinos. Y todavía los comentaristas y políticos occidentales se pregunta por qué los palestinos no pueden desarrollar su gobierno con la máxima eficacia.

Gaza se encuentra en ruinas en su mayor parte- como una nueva Dresden de Oriente Próximo-gracias a los repetidos ataques aéreos y con excavadoras llevados a cabo por los israelíes. Se han demolido en Gaza cerca de dos mil casas desde que empezó la Intifada, dejando a muchos más miles de inocentes civiles sin hogar, y los ataques con helicópteros y operaciones asesinas han ocasionado una destrucción todavía mayor. Israel controla la frontera sur con Egipto y sus costas mediterráneas y tiene cercadas con alambradas de púas y jaulas electrónicas los otros dos lados de la franja de Gaza, un sistema de dominación que va a continuar aunque Israel se «retire» de Gaza y traslade a los 8.000 colonos israelíes que ahora controlan un tercio del minúsculo territorio. Gaza es donde, en el espacio de dos meses en al año 2003, Israel asesinó a la pacifista estadounidense, Rachel Corrié, al activista británico Tom Hurndall y al periodista británico James Miller- quitando de en medio a los testigos para que George Bush y Toni Blair y los comentaristas como Jackson Diehl no sepan lo que ocurre en esa prisión. Y como prefieren no saber nada, pueden exigir hipócritamente que los palestinos pongan en pie instituciones «adecuadas» y lleven a cabo las reformas apropiadas y organicen una economía «ajustada».

El Muro de Segregación de Israel ha destruido las principales zonas agrícolas palestinas, arrasado centenares de miles de olivos palestinos, destruido o, frecuentemente,  apropiado para uso israelí de la mayoría de los pozos de agua palestinos, destruido los mercados palestinos y paralizado el comercio, y demolido viviendas palestinas. Los cierres policiales israelíes han impedido a la mayoría de los palestinos que trabajen en el interior de Israel desde el inicio del proceso de paz hace una docena de años. Los checkpoints israelíes en Cisjordania impiden el movimiento de personas y paralizan el comercio. La circulación de personas y de alimentos entre Cisjordania y Gaza está completamente a merced de Israel. Pero occidente se pregunta por qué la economía palestina no prospera.

Israel ha reducido a escombros todos los cuarteles de policía de Cisjordania y Gaza. Esos edificios, que servían no sólo como cuarteles de las fuerzas de seguridad sino como centros municipales de administración local, con las oficinas de los alcaldes, celdas y centros de salud, eran grandes complejos administrativos que tenían múltiples funciones, lo que Toni Blair denominaría infraestructuras «adecuadas», convertidas ahora en simples montones de cemento.

Los propios cuarteles generales de Arafat en Ramala, la Muqata, constituían un complejo de varios bloques de edificios, en los que Israel mantuvo encarcelado a Arafat durante tres años y donde, durante el asalto de 2002, los militares israelíes sólo dejaron indemne un edificio. Y todavía Blair y el resto de Occidente se pregunta por qué los palestinos no tienen un control real sobre sus fuerzas de seguridad, y por qué mucha gente no tiene un incentivo particular para evitar la violencia completamente, una no violencia que sólo se refiere  a los palestinos.

¿Pueden los Blairs, Bushes y Walkers, y los comentaristas de los medios de información que predican a los palestinos no ser conscientes de lo que está pasando sobre el terreno en Palestina?

Lo que obliga a repetir que con los actuales planes de Bush y Sharon no se ve un Estado palestino en el horizonte; tenemos que ser muy claros en esto. Sólo se ven Bantustanes o espacios pequeños que recuerdan sospechosamente a las reservas indígenas, que quizá algún día tengan uno o dos casinos para uso de los ocupantes. Hay que ser claros en proclamar que no existirá un Estado porque Israel no va a dar fin a la ocupación. (Es digno de mencionar que la izquierda en Israel no está más deseosa que la ultra derecha de permitir el establecimiento de un auténticamente soberano, vecino y viable Estado palestino. El Partido Laborista gobernó en Israel durante los diez primeros años de ocupación y la  colonización aumentó. Los laboristas gobernaron en Israel durante la mayor parte del «proceso de paz» de Oslo, y bajo su control se duplicaron los colonos israelíes y la apropiación masiva de los territorios que se suponían iban a ser devueltos a los palestinos; y una vez más, los laboristas va a sumar sus fuerzas a las del Likud en un gobierno de derechas suyo propósito deliberado es el mantener en formol político el establecimiento de un Estado palestino. Con amigos como los del Partido Laborista los palestinos no necesitan a sus enemigos del Likud).

Nada importa lo que Bush pueda decir sobre su deseo de dos Estados que vivan en paz uno al lado del otro, no habrá semejante acuerdo; de verdad, no lo quiere. Nada importa que Ariel Sharon prometa (guiñando el ojo) trabajar por los dos Estados, ya que no habrá dos Estados auténticos; él no lo quiere de ninguna manera. Da igual que Toni Blair haga esfuerzos desesperados para llevar a cabo algo a favor de la paz, no habrá Estado palestino, porque él nada puede hacer. No importa lo que bien intencionados activistas puedan decir sobre la esperanza de conseguir dos Estados, no lo conseguirán porque no están dispuestos a presionar con la fuerza suficiente. A pesar de todas esas declaraciones- de todo ese optimismo- no se va a hacer nada para el establecimiento de una independencia real de Palestina porque, lisa y llanamente, Israel no lo quiere y Estados Unidos no quiere lo que Israel no quiere, y Gran Bretaña es un espectador impotente.
 
3 enero de 2005
* Kathleen Christison fue analista política de la CIA y durante 30 años ha trabajado sobre asuntos de Oriente Próximo. Es autora de of Perceptions of Palestine and The Wound of Dispossession.