Traducido para Rebelión por Germán Leyens
[Ésta es la segunda parte del informe de Stan Goff sobre el bullente Peligro Persa. Mientras la I Parte describió la historia del Irán moderno en sus relaciones con las potencias imperiales occidentales, este ensayo explica el sistema del petrodólar que subyace bajo nuestra alarmante situación en Medio Oriente y en el mundo. Como dice Catherine Austin Fitts: nada cambiará realmente hasta que cambiemos el modo como funciona el dinero. «Petrodólar», «divisa patrón», «ataque especulativo», «balanza comercial» – son los amiguitos lexicográficos de los que tenemos que disponer si queremos comprender el laberinto de la propaganda. El ensayo de Goff explica por qué precisamente el mundo acepta al hampón estadounidense. Pero no son sólo sus horribles armas letales; es el arma terrible de la deuda: en este continuo sueño estadounidense, «nosotros» prestamos – y todos los demás son los que deben. – JAH]
Rosa Luxemburgo y la geografía
«El imperialismo es la expresión de la acumulación política del capital en su lucha competitiva por lo que queda del entorno no-capitalista.»
Rosa Luxemburgo, «La acumulación del capital», 1913.
Rosa Luxemburgo, como sucede por desgracia demasiado a menudo con las mujeres destacadas de la historia, ha sido lamentablemente pasada por alto. Es recordada sobre todo como una dirigente de izquierda en Polonia y en Alemania que fue víctima de un asesinato político, y por sus penetrantes debates con Lenin. Pero en su obra de 470 páginas, «La acumulación del capital», hizo una importante contribución para la interpretación teórica del imperialismo, que ha sido incorporada a la teoría del sistema mundial y a las críticas feministas de la economía política.
Luxemburgo dijo que el «capitalismo», un sistema económico basado en la auto-expansión del valor monetario de una clase acaudalada, nunca ha funcionado ni podrá jamás funcionar sin ingresos externos, no-capitalistas. La expansión del capitalismo británico, por ejemplo, no podría haber ocurrido sin la colonización y la explotación de economías más «primitivas», o sin el saqueo militar directo de los pueblos y los recursos colonizados. Lo mismo vale para el capitalismo estadounidense que fue construido inicialmente utilizando mano de obra no-salariada (esclava) y la expansión militar a tierras indígenas.
El propio Marx reconoció este hecho como una dinámica esencial para la construcción del capitalismo moderno en el I volumen de El Capital, donde señaló que:
«El descubrimiento del oro y la plata en América, la extirpación, esclavización y la sepultura en las minas de las poblaciones aborígenes, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de África en una madriguera para la caza comercial de pieles negras, señaló el alba halagüeña de la era de la producción capitalista. Estas actividades idílicas constituyen los impulsos fundamentales de la acumulación primitiva. Pisándoles los talones viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el globo como teatro. Comienza con la revuelta de los Países Bajos contra España, asume dimensiones gigantescas en la guerra anti-jacobina de Inglaterra, y continúa todavía con las guerras del opio contra China, etc.»
El argumento de Luxemburgo es que esta dependencia en la «acumulación primitiva» es una constante dentro del capitalismo desarrollado y que es magnificada a medida que el capitalismo se generaliza en diversas formas de imperialismo.
Incluso hoy en día, es una verdad demostrable. Porque la geografía ha divido los centros capitalistas industriales de las periferias subyugadas, podemos engañarnos fácilmente porque nuestras animadas carreteras, infestadas de vehículos todo terreno, nuestros centros comerciales abarrotados con mercancías de lujo, y nuestros brillantes almacenes de comestibles inundados de alimentos son características naturales de un sistema social superior. No vemos las legiones de extranjeros agotados – muchos de ellos viviendo en sociedades pre-industriales, pre-capitalistas – o sus tierras exhaustas, que posibilitan esta permisividad.
Ahora, sin embargo, hemos llegado a un momento histórico en el que un recurso vital e irremplazable, un recurso que forma el fundamento energético del sistema global, ha abierto una ventana sobre la interdependencia internacional – el petróleo.
Maria Mies parafraseó el análisis de Luxemburgo en su propia obra de 1986: «Patriarchy and Accumulation on a World Scale – Women in the International Division of Labor», de esta manera:
[Luxemburgo] había llegado a la conclusión de que el modelo de acumulación de Marx se basaba en la suposición de que el capitalismo era un sistema cerrado en el que sólo había trabajadores asalariados y capitalistas. [Ella] mostró que históricamente un tal sistema nunca había existido, que el capitalismo siempre necesitó lo que ella llamaba ‘los medios y estratos no-capitalistas’ para ampliar la mano de obra, los recursos y sobre todo la extensión de los mercados. Estos medios y estratos no-capitalistas fueron inicialmente los campesinos y los artesanos con su ‘economía natural’, más adelante las colonias. El colonialismo es por lo tanto para Rosa Luxemburgo no sólo la última etapa del capitalismo [como afirmaba Lenin], sino su constante condición necesaria. En otras palabras, sin colonias la acumulación del capital o la reproducción ampliada del capital se detendría.]
Robert Biel en «The New Imperialism – Crisis and Contradictions in North/South Relations» (2000) dijo que: «El problema general presentado por la contribución de Luxemburgo a la teoría del imperialismo [es la pregunta], de si la acumulación de capital se renueva o si simplemente agota su propia base».
El pico del petróleo es una respuesta dramática a esta pregunta, y es central en lo que se refiere a la ocupación de Irak y a la belicosidad contra Irán, no importa cuántos intentos sofisticados se hagan por representar al petróleo como algo secundario o del pasado.
Cuando hablamos así del capitalismo, hablamos de dinero. Así que parece importante que en esta coyuntura examinemos el dinero en sí, porque lo que no pensamos respecto al dinero puede contener la clave para una serie de enigmas.
¿Qué es el dinero? Cuando se piensa en el tema, no es fácil responder. Lo reconocemos cuando lo vemos, pero no sabemos realmente cómo funciona. ¿Por qué lo acepta la gente como un equivalente de intercambio universal? ¿Son todas las monedas realmente universales? ¿Qué representa en realidad?
Al cambio actual, puedo recibir unos 11,4 pesos mexicanos por un dólar estadounidense. Si voy al Wal-Mart vecino a comprar un DVD de «Jaws» por 9,44 dólares, es decir 10,13 con impuesto, ¿por qué no aceptan 116 pesos mexicanos? No sólo no los aceptan, mi banco tampoco los acepta. Pero cuando estuve en Xalapa, México hace tres años, no tuve problema alguno para que los comerciantes y los banqueros mexicanos aceptaran o cambiaran directamente dólares. ¿Qué pasa?
La primera vez que estuve en Haití, pude obtener 15 gourdes por un dólar de EE.UU. El mismo dólar me consigue ahora 48 gourdes. Puede parecer un gran negocio, pero muchas cosas en Haití provienen de EE.UU. – especialmente el principal alimento: el arroz. Para los haitianos, es un desastre, porque los precios subieron sin que los salarios aumenten, y ahora tienen que pagar 48 gourdes por un dólar de arroz en lugar de 15 gourdes.
Por otra parte, si actualmente tuviera que cambiar dólares de EE.UU. por euros, me darían menos euros de los que recibí hace dos años.
Hay que mencionar dos cosas al respecto. (1) el valor del dinero no es fijado. Fluctúa. (2) Hay monedas que son más ‘universales’ que otros.
Si un país hipotético vive en una burbuja, aislado de todos los demás, en una ‘economía monetaria’, ese país tiene un banco central dirigido por el gobierno. Ese banco central decide cuánto dinero se va a imprimir, controla las tasas de interés, etcétera. Muchos banqueros gustan de hablar de un mercado «libre», pero saben que esto es una sandez, porque sin un mercado regulado hay muchas cosas negativas que ocurren… muy rápido. ¿Y quién decide lo que pasa por ser dinero legítimo, después de todo? El gobierno decide: tomando esa decisión para comenzar, controlando luego el suministro de dinero ejerciendo un monopolio sobre las impresoras. Si no, no tiene cómo cobrar impuestos… a menos que quiera comenzar a aceptar pollos, sacos de harina, chombas, cortes de pelo, y cosas semejantes.
En ese país aislado ficticio, el banco central trata de medir el valor total de todas las mercancías que circulan en la economía y de mantener aproximadamente el mismo valor en el dinero circulante, con un poco más para otorgar créditos para algo que llama «crecimiento».
Si el banco central imprime demasiado dinero, los precios suben (inflación). Esto podría no parecer gran cosa si los salarios también subieran. Pero los prestamistas (bancos, usureros, etc.) discrepan porque reduce el poder adquisitivo del interés que cobran sobre las deudas.
Si el gobierno no imprime suficiente dinero, los precios bajan (deflación), lo que suena bien hasta que se piensa en que uno debe dinero. Si uno debe 10.000 dólares, y de repente esos 10.000 dólares valen dos veces más de lo que valían antes de que uno incurriera en la deuda, su deuda representa una obligación mayor en relación con su poder adquisitivo. Ahora mismo, en Estados Unidos, donde la deuda promedio de una familia asciende a unos 20.000 dólares, esto sería una noticia muy dura. A mí no me importaría tanto porque hace poco alguien me sacó la cuenta, y mi valor neto es de menos 15 dólares. Eso me lo puedo comer sin que me cueste demasiado digerirlo. Pero hay mucha gente que, cuando considera sus deudas, tiene déficit de miedo. De miedo, porque con la deflación los salarios bajan hasta no dar más, despiden millones de personas, pero todas esas deudas mantienen su mismo valor numérico.
El problema es que ese País Burbuja ficticio no existe. Vivimos en un mundo con un montón de países terriblemente desiguales.
Y éste es mi razonamiento sobre la impresión de dinero: Ahora mismo existe un país que imprime todo el dinero que quiere, y todos los demás en el mundo aceptan ese dinero por todo lo que hacen, aunque saben perfectamente que no es justo. Es Estados Unidos.
El nivel de vida que se mantiene en la actualidad en Estados Unidos se mantiene porque podemos imprimir todo ese dinero y porque otros países son obligados a aceptarlo, no importa cuán poco produzcamos realmente. La principal mercancía que producimos es… dólares. Otros países producen cosas para recibir dólares. (Vea: «US Dollar Hegemony has got to go», de Henry C. K. Liu, «Asia Times,» 11 de abril de 2002, en http://www.atimes.com/global-econ/DD11Dj01.html.) Es un chanchullo de primera, y si deja de funcionar, el dólar caerá a su valor «natural» en el mercado, y todos ustedes, compradores con Visa y los que están adeudados con hipotecas sobre su casa, se unirán a las legiones de indigentes en una versión moderna de las migraciones de la sequía del Dust Bowl en los años 30.
¿Así que cómo funciona todo el asunto? ¿Por qué sigue volando alto el dólar de EE.UU. como si fuera un águila en una corriente ascendente en los Apalaches, en lugar de caer al suelo como un ladrillo, como el mercado dice que debiera ocurrir si hacen funcionar las impresoras como si estuvieran produciendo salchichas?
OK, ya llegaremos al tema.
Volvamos por el momento a lo que es el dinero. Solía ser cualquier cosa aceptable para la gente como equivalente universal de intercambio – pero algo real. Hermosas conchitas, o masa de galleta, u oro… no importa. Bastaba con que la gente lo aceptara a cambio de otras cosas. El oro y la plata eran preferidos. Pero llegó el papel moneda (más portátil, en primer lugar), que supuestamente podía ser cambiado en un banco central por plata u oro lo que lo convertía en una especie de cheque del gobierno respaldado por el precioso metal.
Luego caímos poco a poco en la ‘fe monetaria’, en la que el dinero sólo era parcialmente redimible por oro; luego, en 1971, EE.UU., por motivos que mencionaré más adelante, dijo al diablo con todo, simplemente produciremos papel sin el respaldo del oro. Bueno, para entonces la gente ya estaba acostumbrada al asunto, y todos estaban interesados en que se aceptara la cosa, y el papel dinero ‘fiat’ (lo que significa que no hay nada que lo respalde, sólo la fe) fue impuesto. Ahora, ni siquiera se necesita manejar dinero. Uno puede enviar dinero virtual con el ordenador. Así que, OK, ¿qué es este «dinero», en realidad?
Es un título. Es un derecho que se posee sobre otro. ¿Pero derecho a qué exactamente? En este punto los economistas políticos radicales pueden ayudarnos a salir del paso. Dicen que es un título sobre tu energía – tu energía de trabajo, en realidad. El dinero es un título por el trabajo de otro.
No lo vemos de ese modo, porque cuando compro el DVD de «Jaws», no voy a Wal-Mart pensando en que voy a utilizar ese dinero para afirmar mi derecho a la energía invertida por la gente que trabaja en la fábrica de DVD o el residuo que se debe a la gente que trabajó para hacer la película o al conductor del camión que entregó los DVD, etc., etc. etc. Nadie lo hace. Simplemente vamos a comprar el DVD. Pero el valor monetario de ese DVD se basa en toda esa energía invertida para que llegue a la estantería de Wal-Mart. Puesto que no VEMOS el trabajo cuando se hace, desde la conversión de silicio en chips hasta el embalaje de esos pequeños envases de plástico en cajas de cartón, tendemos a no pensar en ello, así que tampoco pensamos en que el dinero representa ese derecho, ese título.
Piensen en ello. Nadie les ha obsequiado ese dinero. Ustedes tuvieron que ir a algún sitio en el que no querían estar durante ocho horas por día, aguantar todas las porquerías de algún jefe imbécil, y arreglárselas con personas que de otra manera no les interesarían un pepino, sólo para que les paguen ese dinero. Ese dinero era un título sobre sus personas. Le dio el derecho al jefe a recibir tu energía y tu tiempo.
Eso es todo el sistema, de verdad. La gente que tiene entrañas apretadas y acumulan dinero (poseyéndolo todo) luego presentan sus «derechos» a hacernos trabajar como bestias para que ellos puedan celebrar sus salvajes orgías con cocaína, comprarse yates, coleccionar caballos millonarios, o andar en limusinas… viven en otro mundo, pero ya saben lo que quiero decir. Ellos juegan, y nosotros servimos. Porque nosotros «necesitamos» el dinero.
Y a pesar de todo hay una dimensión en todo el asunto que va más allá de los ricos y de los no-tan-ricos en el mismo lugar. Es la dimensión geográfica.
Existe una división internacional que es aún más aguda de lo que llegamos a imaginar la mayoría de nosotros en las metrópolis industrializadas.
Tal como dijera Rosa Luxemburgo, hay unos pocos países ricos que chupan el trabajo y los recursos de un montón de países pobres. Pero los países ricos no se pueden salir con la suya a menos que la mayoría de su propia población sea complaciente. Para lograr esta complacencia, permiten que fracciones clave de sus propios trabajadores tengan algunas cosillas bonitas… un chalet, una línea de crédito para comprarse ese coche todo terreno inútil que traga y traga gasolina; palitos de queso en paquetitos individuales, trago, televisores y DVD.
El peor de estos países ricos es Estados Unidos, donde las estadísticas muestran que somos en promedio los individuos más derrochadores, más caros del mundo. Tenemos mucha gente pobre, pero en promedio usamos más tierra per capita para alimentarnos, consumimos más agua per capita, quemamos más combustibles fósiles, producimos más basura, y consumimos más porquerías de lujo no esenciales que ninguna sociedad en la historia. Todo esto ha llevado a que muchos de nosotros seamos blandengues y estúpidos, motivo por el cual no nos damos cuenta de que…
No podríamos permitírnoslo ahora mismo si no tuviéramos esas impresoras y las fuerzas armadas más caras, pesadas, difíciles de manejar y mortíferas del planeta. Y las dos cosas – las impresoras y los militares – son inseparables. Si pierdes uno, toda la fiesta llega a un fin estridente.
Volveré al tema más adelante.
La moneda de un país puede cambiar su valor en relación con otras divisas en todo momento, lo que ha llevado al juego con el valor del dinero.
Cuando estuve en El Salvador en 1985, la tasa oficial de cambio era de 4 colones por dólar. Pero el cambio en la calle – el mercado negro – cambiaba casi todas las horas. Los salvadoreños ricos no podían usar colones para pagar sus grandes deudas internacionales. Necesitaban dólares, la divisa reconocida internacionalmente. Así que de vez en cuando sobrevenía una guerra de ofertas por dólares que llegaba a la calle donde los mini mafiosos tenían cientos de cambistas de dinero. Cuando eso sucedía, si llegabas rápido (¡con tu pistola encima!) podías conseguir un cambio temporal de diez u once a uno, así que podías cobrar 5.000 dólares por 50.000 colones, e ir al banco el mismo día y recibir 12.500. Es como una versión microscópica de la especulación con los cambios en el mercado mundial. ¿Buen negocio, no? Pero no dura. En última instancia, los bancos se dan cuenta y la tasa oficial tiene que ser cambiada para reflejar la realidad de este mercado «especulativo». Y el colón (o cualquier otra moneda, a ti de escoger) es «devaluado».
Ahora inflemos este cuadro. Digamos que eres una inmensa cuenta de valores de fondos comunes de un montón de cabrones ultra ricos que pueden hacer lo que les da la gana con simples directores de bancos. Puedes movilizar tanto crédito en un día como, digamos, el PIB de California. Digamos también que no te gusta el país tal-por-cual porque no aceptaron tu programa.
La moneda del país tal-por-cual es una baratija. La cambian a diez por dólar. Tu cuenta gigante – llamada un fondo hedge – junta unos 10 o 12.000 millones de dólares a través de sus recursos crediticios y utiliza intermediarios para comenzar a comprar baratijas. Al comprar tantas, las baratijas comienzan a aumentar de precio, primero a nueve por dólar, después a ocho por dólar, llegando a cinco por uno.
El comportamiento gregario se apodera del Gran Casino, y todos quieren participar – como lo hicieron todos durante la burbuja de las punto.com justo antes de que lo perdieran todo.
Mientras tanto, esos intermediarios que han estado calentando intencionalmente el mercado de baratijas por cuenta del fondo hedge… comienzan a cobrar. Cobran rápido, convirtiendo baratijas en dólares lo más rápido posible, a cinco por uno (recuérdate, las compraron a diez y a nueve)… después a seis por uno… porque cuando la gente ve cuántas se están vendiendo, la manada sale en estampida en la dirección contraria… luego a ocho por uno… y ahora el fondo hedge ya se va, bastante más rico, pero la baratija ya corre en plena estampida hacia el precipicio, y no llegará al fondo hasta que esté a veinte por uno, lo que significa que todo el país tal-por-cual acaba de sufrir una devaluación de un 50%. Si ayer ganabas 10 baratijas por hora en tu maquiladora, sigues ganando 10 baratijas por hora hoy… pero todos los precios en tu país van subiendo un 50% para proteger el balance de los comerciantes.
Esto es lo que se llama un ataque especulativo. Es lo que causó la «crisis financiera asiática» de 1998. No la mala administración. Ni el compadraje. Ni políticas relajadas de préstamos. Fue hecho intencionalmente, por la administración Clinton, por orden del Secretario de Comercio Robert Rubin, y realizado por fondos hedge gigantescos del sector del capital financiero de EE.UU. Entre los atacantes estuvo George Soros, el favorito de muchas ONG progresistas en EE.UU., y partidario clave de la campaña Kerry. Si quieren leer algo sobre el tema, tomen «The Globalization Gamble – The Dollar-Wall Street Regime and its Consequences» de Peter Gowan en http://www.gre.ac.uk/~fa03/iwgvt/files/9-gowan.rtf . Gowan explicó como esos fondos hedge se convirtieron en «armas del arte de gobernar de EE.UU.»
Los fondos hedge… es un eufemismo: son organizaciones de especuladores para ganar dinero mediante la compra y venta de valores por su propia cuenta para explotar los movimientos de precios a través del tiempo y las diferencias de precios entre los mercados. Los mayores de estos fondos hedge no son especuladores marginales… no son bancos sino sociedades, a menudo registradas offshore para evitar los impuestos. Los mayores bancos entonces prestan inmensas sumas de dinero a las que son, en efecto, sus propias creaciones [los fondos hedge] para que los fondos hedge puedan jugar los mercados con recursos verdaderamente enormes. Esta escala de recursos es vitalmente importante porque posibilita que el especulador oriente los precios en el mercado en la dirección que desea aprovechando la escala misma de los fondos…
No cabe duda alguna de que los fondos hedge fueron la fuerza fundamenta del ataque contra el baht tailandés, luego contra otras monedas regionales y en el mercado de valores de Hong Kong. El primer ataque de los fondos hedge contra el baht ocurrió en mayo de 1997, un mes después de que la administración Clinton lanzó su campaña exigiendo que Tailandia e Indonesia abrieran totalmente sus sectores financieros a los operadores financieros de EE.UU.
La crisis asiática comenzó en Tailandia en julio de 1997. Luego cayó la economía indonesa. Pero la crisis financiera verdaderamente decisiva fue la [de] Corea del Sur. Fue la crisis surcoreana la que terminó con la estabilización temporal de Indonesia y que finalmente produjo un colapso total en ese país. Y la crisis surcoreana fue la que llevó a toda la región a la depresión.
(Gowan también señaló que durante la administración Reagan, ya que EE.UU. tenía un déficit comercial, la expansión de los militares, especialmente con los nuevos equipos militares, «significó que en EE.UU. el Estado actuó como un sustituto de mercado de exportación para el sector industrial». Esto forma por lo menos una parte del cálculo de los neoconservadores de nuestros días para preservar la riqueza de sus compinches del capital industrial en una era de guerra indefinida.)
¿Cómo se protege un país contra un ataque especulativo semejante? Es una excelente pregunta. Lo que hace es tener un banco central con suficientes activos denominados en la divisa más reconocida internacionalmente (el dólar de EE.UU.), para que en una emergencia, pueda utilizar esos dólares para comprar su propia moneda y sacarla de la línea de fuego de los especuladores. Una parte importante de la moneda de reserva de todo país tiene que estar denominada en dólares, por lo tanto, como un escudo contra este tipo de ataque.
Por lo tanto los bancos centrales de la mayoría de los países han acumulado el activo denominado en dólares más fácilmente disponible – letras del Tesoro [de EE.UU.]. Son como Bonos de Ahorro. Constituyen un préstamo al gobierno de EE.UU., que el gobierno de EE.UU. devolverá con una tasa de interés variable después de su vencimiento. Así que, en efecto, la moneda de reserva en la mayoría de los bancos centrales del mundo para proteger la moneda local contra un ataque es el dólar de EE.UU. Cada país, por lo tanto, tiene ahora un interés creado en que se impida un ataque especulativo contra el dólar – incluso si según los estándares del mercado el dólar merecería ser tirado como un pañal sucio – porque la devaluación del dólar destruiría la base de sus propias reservas de divisas.
¡Qué maravilla! Este círculo vicioso.
Y no es sólo eso: EE.UU. lo preparó todo a principios de los años 70, mientras abandonaba el patrón oro y las tasas de cambio fijas que habían impedido los ataques especulativos. (¡Vaya!) Así posibilitaron que las principales naciones productoras de petróleo también invirtieran todos sus superávit en activos denominados en dólares, asegurando así que todos aquellos en el mundo que tenían que pagar por petróleo tuvieran que pagarlo en… dólares. Uno de los factores clave en el pensamiento de saudíes, kuwaitíes, de los Emiratos Árabes Unidos, et al. fue que había sólo un país que podía garantizar (y monopolizar con éxito) la seguridad militar de las principales rutas marítimas que salían del Golfo Pérsico.
¿Cuál habrá sido?
Y éste es el gran problema. Hay ahora tantos países que poseen tantos bonos del Tesoro de EE.UU. que EE.UU. es categóricamente incapaz de honorarlos todos. Es así, mis amigos. Si todos aquellos a los que les debemos dinero quisieran redimir sus bonos, el Tío Sam estaría en quiebra. Así que nadie va a hacerlo, porque si el Tío Sam quiebra, ¿qué va a pasar con todos esos bonos del Tesoro en nuestros bancos centrales? EE.UU. puede pedir prestado a todo el que quiera, y la deuda se convierte en más seguridad contra la posibilidad de que quienquiera trate de exigir el pago de su dinero.
Michael Hudson, el historiador de las finanzas que escribió «Super Imperialism – The Origin and Fundamentals of U.S. World Dominance», explicó en una entrevista de 2003:
EE.UU. ha dicho que no puede devolver sus deudas en dólares y que no tiene la intención de hacerlo. Como alternativa, ha propuesto «financiar el overhang de dólares EE.UU.» [los dólares EE.UU. que circulan en el exterior] en el sistema monetario mundial. Otros países recibirían créditos del FMI equivalentes a su posesión de dólares, pero esas posesiones no seguirían siendo obligaciones del Tesoro de EE.UU. EE.UU. eliminaría su deuda con los bancos centrales extranjeros. Esto significaría que le saldrían gratis todos los déficit de la balanza de pagos de los últimos 32 años, sin retribución alguna.
EE.UU. ha esta proponiendo esto durante 30 años cada vez que Europa presenta el tema del pago por sus posesiones en dólares. Diplomáticos estadounidenses han dicho que no permitirán que los bancos centrales utilicen sus dólares para comprar corporaciones de EE.UU., por ejemplo. Cuando los países de la OPEC lo propusieron después de 1973, se dice que el Tesoro de EE.UU. les informó que esto sería considerado un acto de guerra.
Mientras tanto, la gente todavía tiene que poseer dólares para pagar sus deudas internacionales. ¿Dónde se consiguen dólares? De Estados Unidos, por supuesto. De manera que el sistema de notas del Tesoro tiene a los demás países atrapados en los bancos centrales, y la necesidad de pagar deudas externas cada vez mayores – en dólares – obliga a la mayoría a convertir todas sus economías alejándolas del desarrollo local – tal como la antigua «industrialización por sustitución de importaciones» (ISI)
– hacia plataformas de exportación de materias primas orientadas a EE.UU. «EE.UU. produce dólares; todos los demás producen cosas para obtener dólares».
Los dos pilares del edificio imperial de EE.UU. son el monetario y el militar. Y el desarrollo de esta capacidad singular estuvo estrechamente relacionado con la posición geográfica singular de Estados Unidos, afuera de la circunferencia letal de las guerras europeas.
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Lectura adicional recomendada por Rebelión:
Peligro persa – I Parte
17-08-2004
Los mercados financieros
Arnaud Zacharie en colaboración con Jean Pierre Avermaete
06-10-2004