Esta nota fue cerrada para la edición impresa de Brecha una hora antes del ataque en Jerusalén a la escuela talmúdica donde murieron ocho israelíes. Es la confirmación de lo que aquí relatamos: una tercera desesperada Intifada, provocada por quien quiso fragmentar aún más los palestinos, está a las vísperas. Desde la inocua cumbre de […]
Esta nota fue cerrada para la edición impresa de Brecha una hora antes del ataque en Jerusalén a la escuela talmúdica donde murieron ocho israelíes. Es la confirmación de lo que aquí relatamos: una tercera desesperada Intifada, provocada por quien quiso fragmentar aún más los palestinos, está a las vísperas.
Desde la inocua cumbre de Annapolis, con la que el presidente de Estados Unidos quería acelerar el proceso de paz en Oriente Medio, ya han muerto 323 palestinos. La posibilidad de una tercera y aun más sangrienta Intifada está a la vuelta de la esquina.
Deib, Omar y Alí, 11, 14 y 8 años, eran tres hermanos que jugaban al fútbol en una canchita detrás de su casa, junto a un amigo, Mohammed, de 7 años, en Jabalija, en la Franja de Gaza. Fueron arrasados por el bombardeo israelí. Roni Hihia, de 45 años, era madre de cuatro hijos y a pesar de esto quería empezar una nueva vida. Por eso se había vuelto a matricular en el colegio Sapir, en las afueras del pueblo israelí de Sderot, y estudiaba mucho y con buenos resultados. El rebote de un misil Qasam, lanzado desde Gaza, la mató detrás del árbol donde se había escondido. Mohammed al Burei era un bebé de cinco meses. En las fotos donde el niño se ve muerto, parece dormido, sereno.
En cambio, el que parece estar muerto es su papá, todavía con una barbita de adolescente petrificada por el dolor mientras muestra a su hijito envuelto en la bandera verde de Hamas. Deib, Omar, Alí, Roni, Mohammed son algunas de las más de 120 víctimas de la última crisis israelo-palestina. El 95 por ciento de ellos son palestinos, testimonio de un uso desmesurado de una fuerza militar infinitamente superior de parte del Tsahal, el ejército israelí. Al menos la mitad de ellos, según el diario israelí Haaretz, son civiles que nada tenían que ver con Hamas. La cuarta parte, al menos unos 30, son niños, niños palestinos.
La última crisis por Gaza, que en la semana pasada causó más de 120 muertos (además de 350 heridos) y podría preludiar una reinvasión de la Franja por parte del ejército israelí, en realidad empezó el pasado junio cuando el gobierno democráticamente elegido por los palestinos, integrado por los fundamentalistas de Hamas, terminó de perder el control sobre Cisjordania, donde de hecho hay un gobierno del presidente, el moderadísimo sucesor de Yasser Arafat, Mahmoud Abbas, de dudosa legitimidad pero apoyado y reconocido por Israel, Estados Unidos, la Unión Europea y otros actores pesados.
Fue desde aquel momento que se empezaron a presentar dos Palestinas. Una civilizada, burguesa, moderada y legítima -la de Cisjordania-, gobernada, a pesar de haber perdido las elecciones, por Al Fatah, el partido laico que representa el corazón histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (olp). A ésta se oponía otra Palestina, barbuda, fundamentalista, llena de analfabetos y supuestos terroristas. La idea, como escriben muchos analistas independientes, es testimoniar que con este brasero de sufrimientos humanos que es Gaza, ningún proceso de paz es posible, ningún compromiso con Hamas es alcanzable y una solución militar es indispensable. Así van siendo llevados a la desesperación (y al extremismo) un millón y medio de seres humanos que viven en un hervidero, en la frontera entre Israel y Egipto, como en un asedio medieval. Ya casi sin estructuras médicas, prácticamente a oscuras y con la escasa agua que disponen contaminada, viven de manera insoportable. Así, la estrategia político militar de los dos bandos va cercando a la población, llevándola cada vez más hacia el extremismo político. El extremismo de los que no tienen nada que perder, sin agua, ni luz, ni gas, ni esperanza.
FUERZAS EN PUGNA. Hamas demostró tener una gran capacidad militar, además del uso de los misiles Qasam y sus sucesivas versiones más evolucionadas, como los Grad, que se muestran capaces de golpear y matar, especialmente en el pueblo israelí de Sderot y la ciudad de Askelon. La utiliza como única, última, herramienta para alcanzar un diálogo político que del otro bando, especialmente desde Estados Unidos, rechazan rotundamente. Para Estados Unidos el único sujeto palestino «potable» es Al Fatah, que apenas hasta anteayer era terrorista. Ya todos olvidaron que a Al Fatah le fueron impuestas elecciones libres, que fueron ganadas por Hamas. Elecciones que sirvieron para descubrir, al día siguiente, que a pesar de haber ganado legítimamente, Hamas no contaba con legitimidad internacional para gobernar, por sus características de partido nacionalista y religioso. Esta visión fue confirmada por revelaciones de la prensa estadounidense: el gobierno de George W Bush había autorizado un plan encubierto para derrocar al gobierno legítimo palestino apenas después de las elecciones de 2006, de acuerdo con sectores de Al Fatah que estarían financiados por Estados Unidos. Es decir, el gobierno estadounidense habría financiado fuerzas para que explotara una guerra civil entre palestinos.
En este contexto hay una sola certidumbre: el «Invierno Caliente» -nombre de la operación militar conducida por Israel en estos días- no ha terminado, y es parte de una estrategia compleja que quiere terminar con las pretensiones palestinas de unificar los pedazos de territorio que aún le quedan. Desde las soluciones impracticables como ceder Gaza a Egipto, a las probables como crear tres o cuatro bantustanes en Cisjordania, donde los palestinos vivan segregados, este es el porvenir que parece esperarlos. Son soluciones innombrables, y sin embargo están en el tapete de la política israelo-palestina. Tan innombrables son que el diario Maariv tituló el 2 de marzo: «Nadie sabe lo que queremos». Y en la nota se leía: «La victoria militar se mide en la habilidad de crear una realidad política mejor. Sin embargo lo que estamos haciendo en Gaza sólo parece estar creando una realidad más siniestra en la cual las autoridades palestinas están cada vez más débiles, pero también nuestro gobierno, y el primer ministro Ehud Olmert es rehén de la lógica militar del conflicto».
Los ruidos profundos, los rumores que salen del vientre de la sociedad israelí, asustada y acostumbrada a no mirar los sufrimientos palestinos, tomaron una forma más que siniestra la pasada semana. El viceministro de Defensa, Matan Vilnay, laborista, declaró que «lo que le espera a la Franja de Gaza es una Shoah». Shoah es una palabra sagrada y casi tabú en la sociedad israelí. Evidentemente hace referencia al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial y conlleva un debate importante sobre su unicidad. Que por primera vez un miembro del gobierno israelí se refiriera a un supuesto genocidio de otro pueblo utilizando el término Shoah y diciendo que podría ser el ejército israelí el que causara este holocausto, no podía no desatar polémicas y llevar a reflexiones culturales profundas. La intolerancia de algunos sectores de la sociedad israelí frente al «problema palestino» es cada vez más grave. Lo atestigua, entre otros detalles, la creciente fortaleza del partido Ysrael Beitenu, liderado por Avigdor Lieberman, abiertamente racista, y que en enero se abrió del gobierno reclamando la «solución» del «problema» de los «árabes-israelíes», los palestinos con pasaporte israelí que suman el 20 por ciento de la población y que están relativamente bien integrados.
HICIERON UNA MASACRE Y LA LLAMARON PAZ. En una situación tan tensa y desesperante a muchos les resulta increíblemente hipócrita el discurso político de la administración estadounidense. George Bush habla habitualmente de la posibilidad de alcanzar la paz en Oriente Medio antes del término de este año 2008, como una coronación de su mandato en la Casa Blanca. Su canciller, Condoleezza Rice, fue a visitar a Mahmoud Abbas en Ramallah, y a la salida de su encuentro se mostró increíblemente optimista. A la cumbre de Annapolis del año pasado, totalmente inocua pero presentada como histórica por los estadounidenses, le sigue esta mascarada de optimismo. Lejos de condenar al gobierno israelí, Washington justificó las masacres como una reacción al lanzamiento de misiles. Abbas fue apenas más allá. Si en su momento había donado sangre para las víctimas de Gaza, ahora pidió una tregua global de los dos bandos. Sin embargo, en privado intentó hacer ver las ruinas de la política israelo-estadounidense.
Si la propaganda intenta diseñar una Gaza terrorista frente a una Cisjordania pacífica, la realidad es distinta, y no existen dos Palestinas. El miércoles, dos adolescentes palestinos fueron asesinados en Hebrón y Ramallah. El primero fue muerto por un colono ilegal israelí que fue inmediatamente puesto en libertad por la policía. En toda Cisjordania se multiplican las señales de tensión y hasta en Galilea los árabes israelíes amenazan con una gran manifestación de solidaridad.