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Permisos, política y paciencia en la ayuda humanitaria a Siria

Fuentes: The Guardian

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


Entrega de ayuda alimentaria de la UNRWA a los refugiados del campo de Yarmuk en Damasco, julio 2014
(Foto Rami es Seyid/Getty Images)

Con el casco azul bien sujeto haciendo juego con el chaleco antibalas, sudando bajo el abrasador sol veraniego, un funcionario de la ONU observa cuidadosamente como cientos de cajas de cartón van cargándose en un pequeño camión que está a punto de entrar en el campo de refugiados de Yarmuk, en los suburbios situados al sur de Damasco.

Armado con tan solo un portapapeles, un boli y una paciencia infinita, el hombre de la Agencia de la ONU para el Socorro a los Refugiados Palestinos en Oriente Medio (UNRWA, por sus siglas en inglés) sigue una rutina familiar mientras bromea con los hombres de las fuerzas de seguridad que vigilan la entrada bajo la foto de rigor de un serio Presidente Bashar al-Asad.

Es sólo la tercera ocasión en que se permiten realizar las entregas tras un parón de seis semanas, un riesgo ocupacional para los trabajadores de la ayuda internacional que intentan alimentar a casi once millones de personas en situación de desesperada necesidad en la Siria asolada por la guerra.

En las cajas hay raciones de arroz, aceite, lentejas, harina, leche y azúcar para una familia de cuatro miembros. Las entregas de hoy están yendo bien, aunque justo antes de que el camión atraviese el puesto de control hay una ráfaga de arma pesada de fuego, de una ametralladora, desde el interior del campo. «Es algo normal», dice encogiéndose de hombros y sin pestañear Abdul Rahman, el hombre de la ONU.

Yarmuk está asediado por las fuerzas del gobierno aunque controlado por las facciones palestinas armadas, así como por rebeldes sirios. Los 18.000 vecinos que allí quedan son rehenes de los episodios de combate, cuyas cicatrices aparecen bien visibles en los edificios quemados y agujereados por los proyectiles que dan a la carretera principal que discurre hacia el centro de la ciudad. Unas sábanas que cuelgan sobre la oficina de seguridad la ocultan de la vista de los francotiradores.

La sombría situación de Yarmuk tuvo amplio eco internacional, en parte gracias a las impresionantes fotos de inmensas multitudes haciendo cola a la espera de conseguir comida en calles arrasadas; sin embargo, el sufrimiento de los palestinos en Siria se ha visto superado por la reciente matanza en Gaza, también habitada por personas convertidas en refugiados a partir de la creación de Israel en 1948.

Vecinos de Yarmuk haciendo cola en espera de recibir ayuda alimentaria durante el mes de enero de 2014
(Foto UNRWA/Getty Images)

Pero las agencias de la ONU siguen trabajando por todo el país, enfrentando los peligros físicos de un conflicto que ha costado 170.000 vidas en los últimos tres años y medio. Tienen también que lidiar con la obstinación y capricho de un gobierno cuyos permisos eran necesarios, hasta hace poco, para cualquier aspecto de las operaciones de ayuda. Conscientes de esa dependencia, los funcionarios evitan hablar en público o hablar demasiado críticamente acerca de los obstáculos que tienen que enfrentar. Pero no cabe duda del sentimiento de frustración que les embarga.

«Las cuestiones humanitarias que nos preocupan están subordinadas a la causa de las partes en el conflicto», dice con precaución un funcionario de alto nivel. «Yarmuk es un reflejo de lo que está sucediendo en general por toda Siria. Y las decisiones del gobierno son completamente imprevisibles. Cuando sienten confianza, como parece ser el caso ahora, es más probable que aflojen la cuerda. Cuando sienten que están contra la pared, como ocurrió a mediados de 2012, las puertas se cierran de golpe.

«Pero el dilema es este: ¿te retiras y expones al hambre a la gente o te dices ‘han abierto una pequeña rendija en la puerta, vamos a meter el dedo y defender el diminuto espacio que nos conceden y confiar en seguir presionando para conseguir que ese espacio se amplíe?’ Esta es la posición a la que nos vemos abocados.»

A las autoridades sirias, a menudo acusadas de utilizar el hambre como arma, les preocupa que los alimentos vayan a parar a los «terroristas», su etiqueta cajón de sastre para cualquier oposición a Asad. La respuesta de la ONU es que la escasez incrementa el valor de los alimentos y facilita el dominio de los grupos armados. Pero incluso cuando permiten las entregas hay que enfrentarse a interminables restricciones burocráticas, a registros que sólo tratan de hacer perder el tiempo y otras formas de acoso. No obstante, las entregas en Yarmuk durante el Ramadán fueron inusualmente bien.

Los críticos se quejan de que la ONU está en gran medida dependiendo de su cooperación con el gobierno. El Comité Internacional de la Cruz Roja ha sido especialmente franco en este aspecto. «La ONU espera demasiado tiempo para conseguir acceder a una zona asediada aunque el derecho internacional lo permita claramente», sostiene un sirio involucrado en el trabajo humanitario no oficial, algo que, a diferencia de la ayuda gubernamental, no se ve sometido a cortapisas.

«¿Cuántas cartas envía? ¿Negocia el número de productos que puede llevar? Si se necesitan 10.000 paquetes de comida y sólo se le permite llevar 1.500, ¿quién controla a la muchedumbre durante la distribución? Esa gente de la ONU cae en la misma trampa una y otra vez.»

En privado, algunos trabajadores de la ayuda manifiestan su acuerdo. Se necesita permiso para todo, desde los visados para los equipos a las visitas al campo. Hay diferentes agencias de seguridad sirias con las que hay que lidiar. Esa es una parte especialmente dificultosa de un sistema de restricciones sin precedentes en ningún lugar del mundo. El mes pasado, la ONU necesitó hacer más de veinte peticiones para poder finalmente entrar en Moadamiyeh, un asediado enclave rebelde situado cerca de Damasco. Fueron los primeros alimentos y los primeros suministros médicos que se les entregaba a sus 24.000 habitantes desde finales de 2012.

«Los sirios juegan a todo», suspira un veterano. «Dicen que van a permitir que entre un convoy de ayuda pero después no nos dan la luz verde. El ambiente en Damasco es sofocante. El gobierno es muy controlador y nosotros somos muy pacientes y demasiado silenciosos.»


Niños alimentándose con la comida distribuida en el asediado campo de Yarmuk, sur de Damasco, 7 de abril de 2014
(Foto Stringer/Reuters)

Las discusiones sobre los problemas de acceso se endurecieron tras la dimisión del último enviado de la ONU a Siria, Lajdar Brahimi. «La mayoría de los gobiernos inmersos en situaciones de conflicto no se muestran reacios a que su pueblo consiga la ayuda que necesita y, además, el régimen se beneficia de eso de muchas formas», dice un diplomático occidental. «Pero en Siria eso no parece importarles nada. La labor humanitaria está intensamente politizada».

Sin embargo, hay un rayo de luz en la oscuridad. A mediados de julio, el Consejo de Seguridad de la ONU -habitualmente paralizado a causa de sus diferencias sobre Siria- aprobó unánimemente la resolución 2165 que permite la entrega de ayuda a través de las fronteras del país. Lo fundamental es que ahora puede llevarse a cabo sin el permiso del gobierno de Damasco, aunque hay observadores controlando todos los envíos. Ha habido ya dos convoyes que han salido de Turquía y Jordania hacia las áreas controladas por los rebeldes. El acceso desde Iraq es más difícil debido a la volátil situación de la seguridad allí. Si pudieran utilizarse todos los cruces designados, la ONU dice que podría llegar hasta 2,9 millones de sirios que están en situación de necesidad. Eso representaría un reequilibio significativo de la tensión entre la soberanía estatal y el principio de acceso humanitario sin restricciones.

Sin soluciones diplomáticas a la vista para el conflicto sirio y escasas perspectivas de una clara victoria militar de alguna de las partes, aumentar la entrega de ayuda humanitaria parece ser la mejor opción posible para la comunidad internacional. «Si no puedes acabar con la guerra», dice un destacado funcionario, «intenta al menos frenar la escalada y reducir el impacto sobre la población civil».


Los vecinos del barrio de Duma, en Damasco, se alegran ante la vista de los vehículos y camiones que llevan suministros sumanitarios, 20 de marzo de 2014 (Foto Basan Khabieh/Reuters)

Ian Black es un periodista británico que se encuentra actualmente en Damasco; es editor de la sección de Oriente Medio del periódico The Guardian y autor, junto con Benny Morris, del libro «Israel’s Secret Wars: A History of Israel’s Intelligence Services».

Fuente: http://www.theguardian.com/global-development/2014/aug/12/syria-aid-workers-hurdles-humanitarian-assistance