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Pocas decisiones políticas para enfrentar el cambio climático

Fuentes: Ecoportal.net

Ya no cabe duda razonable ni científica. El planeta se está calentando, y una de las causas es la acción depredadora del modelo productivo que utiliza la sociedad. Atrás quedaron los científicos pagados por las multinacionales del petróleo y la industria química, encargados de sembrar dudas y desacreditar las conclusiones de estudios relacionados con el […]

Ya no cabe duda razonable ni científica. El planeta se está calentando, y una de las causas es la acción depredadora del modelo productivo que utiliza la sociedad. Atrás quedaron los científicos pagados por las multinacionales del petróleo y la industria química, encargados de sembrar dudas y desacreditar las conclusiones de estudios relacionados con el origen del aumento de la temperatura mundial. Hoy los gobiernos aceptan que la tierra está empezando a sufrir las consecuencias de bruscas modificaciones del clima y de cambios en el régimen de lluvias. Millones de habitantes son conscientes que el nivel del mar está ascendiendo peligrosamente y que de seguir este comportamiento por lo menos 35 países se verán afectados en una primera fase y no menos de 250 millones de personas resultarán damnificadas y, de ellas, alrededor de 90 millones podrían convertirse en refugiadas ambientales.

A pesar de toda esta evidencia científica, ambiental y social, las acciones públicas para actuar en contra de un mayor calentamiento global, son exacerbantemente lentas y no figuran en el primer plano de las urgencias gubernamentales. Y ello se corrobora en un hecho que causa desazón: Las naciones más ricas crearon tres fondos para la adaptación climática y prometieron financiarlos en 2007 con US$279 millones, de los que realmente giraron US$160 millones, pero únicamente se desembolsaron US$26 millones, una cifra ridícula, frente a la magnitud del problema, que requiere anualmente inversiones por US$4.400 millones, de acuerdo con los cálculos de Naciones Unidas.

Los ciudadanos del mundo saben, en general, los peligros que se ciernen sobre ellos por un aumento acelerado de la temperatura, pero no presionan lo suficiente a sus gobiernos para que adopten políticas públicas radicales. El origen de esta pasividad cívica se encuentra, sin duda, en el supuesto de que las acciones gubernamental se iniciarían con recortes drásticos en el uso de energías y millones de personas no están dispuestas a dejar fácilmente su comodidad o a abandonar las tendencias del consumo para lograr que el calentamiento futuro se reduzca.

Las decisiones que se tomen hoy sobre control a los gases de efecto invernadero, no tendrán efectos inmediatos. Sólo se podrán ver en por lo menos 50 años. Eso quiere decir que cuando se prende el aire acondicionado en una casa de Aruba, o se enciende el motor a gasolina de un carro en Miami, o se pone en funcionamiento una caldera en Singapur, o se quema madera en Kenia; una mujer somalí, un niño colombiano, un agricultor boliviano y un empresario irlandés, serán afectados por el calentamiento global, cuyas consecuencias durarán por lo menos medio siglo.

La expulsión a la atmosfera de dióxido de carbono impacta negativamente el ambiente y contribuye al calentamiento de la tierra, sin importar dónde se prendió el motor a gasolina, o dónde se quemó el carbón. Los afectados son los países ricos y pobres, pero no por igual. El impacto realmente crítico, es para quienes viven en los países marginados, donde no es posible construir las infraestructuras necesarias para prevenir los desastres.

Un ejemplo espeluznante, de las dispares condiciones de adaptabilidad al cambio climático entre los dos mundos, lo encontré leyendo el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, en el que se asegura que el Reino Unido invierte US$1.200 millones anuales en protección de inundaciones, mientras los habitantes de los Países Bajos compran viviendas con tecnología que les permita flotar, y los inversionistas de los Alpes están elaborando nieve artificial para garantizar la industria del esquí. Entre tanto, en el Cuerno de África, la adaptación significa recorrer varios kilómetros para conseguir un balde de agua, o que la gente que vive a orillas del Ganges esté construyendo bohíos de bambú sobre pilotes para que no sean alcanzados por el agua, o que en el delta del Mekong se promuevan clases de natación para que la gente pueda salvar su vida. Esto parece una historia de fantasía, pero es la realidad de un mundo altamente iniquitativo.

Por eso no extraña para nada, que el gran acontecimiento de la reunión de los gobernantes pertenecientes al G8en Toyako (Japón), fue la publicación de una foto de Angela Merkel, George W. Bush, Yasuo Fukuda, Nicolas Sarkozy y Dimitri Medvédev, plantando árboles. Porque sobre el tema central, que fue el cambio climático, sólo hubo discursos, pero ningún acuerdo sobre los porcentajes de reducción en las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Sólo en 2009 será posible saber el nivel de compromiso que tendrán las naciones desarrolladas en el mediano plazo en lo que se denomina el nuevo pacto Pos-Kyoto, el cual será negociado por Naciones Unidas.