Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Tras descubrir que soy palestino, muchas personas a las que conozco en la facultad de Estados Unidos están deseando de informarme de las diferentes actividades en las que han participado para promover la «coexistencia» y el «diálogo» entre ambas partes del «conflicto», sin duda esperando mi aprobación. Sin embargo, estos esfuerzos son perjudiciales y minan el llamamiento de la sociedad palestina al boicot, la desinversión y las sanciones a Israel, la única manera de presionar a Israel para que cese sus violaciones de los derechos de los palestinos.
Cuando estudiaba en el instituto de Ramala, una de las iniciativas «de pueblo a pueblo» más conocidas, Seeds of Peace [Semillas de Paz], solía visitar mi instituto para pedir a los alumnos que se unieran a su programa. Casi cada año enviaban a unos cuantos de mis compañeros a un campo de verano en Estados Unidos con un grupo similar de estudiantes israelíes. Según la página web de Seeds of Peace, en el campo se les enseñaba a «desarrollar tanto la empatía, el respeto y la confianza como las habilidades de liderazgo, comunicación y negociación». Dibujaban un cuadro bastante halagüeño y la mayoría de la gente en la facultad se sorprende mucho al conocer mi opinión de que en el mejor de los casos estas actividades son equivocadas y en el peor, inmorales. ¿Por qué diablos estoy en contra de la «coexistencia»?, preguntan invariablemente.
En los últimos años ha habido cada vez más llamamientos a acabar con la opresión por parte de Israel del pueblo palestino por medio de un movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones [a Israel] (BDS). Una de las objeciones más comunes al boicot es que es contraproducente y que el «diálogo» y «promover la coexistencia» es mucho más constructivo que los boicots.
Con el inicio de los Acuerdos de Oslo en 1993 se ha generado toda una industria que trabaja para unir a israelíes y palestinos en estos grupos de «diálogo». El propósito declarado de estos grupos es crear el entendimiento entre «ambas partes del conflicto» para «construir puentes» y «superar las barreras». Sin embargo, las asunción de que estas actividades ayudarán a facilitar la paz no sólo es incorrecta sino que en realidad carece de moralidad.
La presunción de que se necesita el diálogo para lograr la paz ignora totalmente el contexto histórico de la situación en Palestina. Asume que ambos lados han cometido, más o menos, una cantidad igual de atrocidades uno contra otro y que son igualmente culpables de los males que han causado. Se asume que ningún lado tiene razón completamente ni está completamente equivocado, sino que ambos lados tienen reivindicaciones legítimas que se deberían considerara y, desde luego, puntos débiles que habría que superar. Por consiguiente, ambos lados deben escuchar el «otro» punto de vista para fomentar el entendimiento y la comunicación, lo que se supone llevará a la «coexistencia» y la «reconciliación».
Se considera que este enfoque es «equilibrado» o «moderado», como si eso fuero algo bueno. Sin embargo, la realidad sobre el terreno es completamente diferente de la visión «moderada» del denominado «conflicto». Incluso la palabra «conflicto» es engañosa porque implica una disputa entre dos partes simétricas. La realidad es otra; no se trata de un simple desacuerdo o de odio mutuo que se interpone en el camino a la paz. El contexto de la situación en Israel/Palestina es el de colonialismo, apartheid y racismo, una situación en la que hay un opresor y un oprimido, un colonizador y un colonizado.
En casos de colonialismo y apartheid la historia demuestra que los regímenes coloniales no renuncian al poder sin lucha y resistencia populares, o sin la presión internacional directa. Una visión particularmente ingenua es asumir que la persuasión y el «hablar» convencerán a un poder opresor de que renuncie a su poder.
Por ejemplo, se acabó con el régimen de apartheid Sudáfrica tras años de lucha con la ayuda vital de una campaña internacional de sanciones, desinversiones y boicots. Si se hubiera sugerido a los oprimidos sudafricanos que vivían en bantustanes que trataran de entender el punto de vista del otro (es decir, el punto de vista de los supremacistas blancos sudafricanos), se hubieran reído de una idea tan ridícula. De manera similar, durante la lucha india de emancipación del dominio colonial británico, no se habría venerado a Mahatma Gandhi como un luchador por la justicia si hubiera renunciado al satyagraha («atenerse fielmente a la justicia», el término que él usaba para su movimiento de resistencia no violenta) y, en vez de ello, hubiera defendido el diálogo con los ocupantes colonialistas británicos para comprender su parte de la historia.
Es cierto que algunos blancos sudafricanos fueron solidarios con los oprimidos negros sudafricanos y participaron en su lucha contra el apartheid. Y, con toda seguridad, hubo disidentes británicos de las políticas coloniales de su gobierno. Pero estas personas se mantuvieron explícitamente del lado de los oprimidos con el claro objetivo de acabar con la opresión, de luchar contra las injusticias perpetradas por sus gobiernos y sus representantes. Por consiguiente, toda reunión conjunta de ambas partes sólo puede ser moralmente firme cuando los ciudadanos del Estado opresivo son solidarios de los miembros del grupo oprimido, no bajo la pancarta del «diálogo» con el propósito de «entender la otra parte de la historia». El diálogo sólo es aceptable cuando se lleva a cabo con el propósito de entender la difícil situación de los oprimidos, no bajo de el marco de «escuchar a ambas partes».
Con todo, los defensores palestinos de estos grupos de diálogo ha argumentado que se pueden usar estas actividades como herramienta, no para proponer el llamado «entendimiento», sino para ganarse a los israelíes para la lucha palestina por la justicia convenciéndolos o «haciendo que reconozcan nuestra condición de seres humanos».
Esta asunción, sin embargo, también es ingenua. Por desgracia, la mayoría de los israelíes son víctima de la propaganda con la que los alimenta desde muy temprana edad la clase dirigente sionista y sus muchos medios de comunicación. Además, será necesario un esfuerzo descomunal y coordinado para contrarrestar esta propaganda por medio de la persuasión . Por ejemplo, la mayoría de los israelíes no se convencerán de que su gobierno ha alcanzado un nivel de criminalidad que justifica un llamamiento al boicot. Aun estando convencidos de manera lógica de las brutalidad de la opresión israelí, lo más probable es que no sea suficiente para provocar en ellos ninguna acción en contra de ella. Una y otra vez se ha demostrado que esto es verdad y evidente en el abyecto fracaso de estos grupos de diálogo a la hora de crear un movimiento total contra la ocupación desde el mismo memento en que aparecieron a raíz del proceso de Oslo. En realidad, sólo una presión continua (no la persuasión) hará que los israelíes se den cuenta de que se tienen que rectificar los derechos de los palestinos. Ésta es la lógica del movimiento de BDS, que se opone por completo a la falsa lógica del diálogo.
Basándose en un informe de 2002 inédito del Centro Israel/Palestina para la Investigación y la Información, el San Francisco Chronicle informó el pasado mes de octubre que «[sólo] entre 1993 y 2000 los gobiernos y fundaciones occidentales habían gastado entre 20 y 25 millones de dólares en los grupos de diálogo». Un minucioso informe subsiguiente de los palestinos que habían participado en los grupos de diálogo reveló que este enorme gasto no había logrado producir «un solo activista por la paz en ninguno de los dos lados». Esto confirma la creencia entre los palestinos de que toda esta empresa es una pérdida de tiempo y de dinero.
El informe revelaba también que los participantes palestinos no eran totalmente representativos de su sociedad. Muchos participantes eran «hijos o amigos de altos cargos palestinos o de su elite económica. Sólo el 7% de los participantes eran residentes de los campos de refugiados, a pesar de que estos suponen el 16% de la población palestina». El informe descubrió también que el 91% de los participantes palestinos no volvía a mantener ninguna relación con los israelíes que habían conocido. Además, al 93% no se le propuso actividades de campo de seguimiento y sólo el 5% estuvo de acuerdo en que en conjunto esta dura experiencia ayudara a «promocionar la cultura de paz y el diálogo entre los participantes».
A pesar del rotundo fracaso de estos proyectos de diálogo, se sigue invirtiendo dinero en ellos. Como explicaba en The Electronic Intifada Omar Barghouti, uno de los miembros fundadores del movimiento de BDS en Palestina, «ha habido tantos intentos de diálogos desde 1993 … que se ha convertido en una industria, la llamamos la industria de la paz» [1].
En parte esto se puede atribuir a dos factores. El factor dominante es el útil papel en relación a las relaciones públicas que tiene estos proyectos. Por ejemplo, la página web de Seeds of Peace fomenta su legitimidad publicando un impresionante despliegue de adhesiones de políticos y autoridades populares, como Hillary Clinton, Bill Clinton, George Mitchell, Shimon Peres, George Bush, Colin Powell y Tony Blair, entre otros. El segundo factor es la necesidad de algunos «izquierdistas» y «liberales» israelíes de sentir que están haciendo algo admirable al «cuestionarse», mientras que en realidad no adoptan una postura significativa contra los crímenes que su gobierno comete en su nombre. Los políticos y los gobiernos occidentales siguen financiando estos proyectos, con lo que reafirman su imagen de defensores de la «coexistencia» y los participantes «liberales» israelíes pueden exonerarse de toda culpa al participar en el noble acto de «fomentar la paz». Una relación simbiótica.
No es sorprendente la falta de resultados de estas iniciativas ya que los objetivos declarados de los grupos de diálogo y de «coexistencia» no incluyen convencer a los israelíes de ayudar a los palestinos a conseguir que se respeten sus derechos inalienables. El requisito mínimo de reconocer la naturaleza inherentemente opresiva de Israel está ausente en estos grupos de diálogo. En vez de ello, estas organizaciones operan bajo la dudosa asunción de que el «conflicto» es muy complejo y multifacético, un conflicto en el que «cada historia tiene dos lados» y cada versión tiene, sin duda, tanto reivindicaciones válidas como aspectos sesgados.
Como deja claro el autorizado llamamiento de la Campaña Palestina para el Boicot Cultural a Israel, toda actividad conjunta palestino-israelí (ya sea la proyección de una película o un campamento de verano) sólo puede ser aceptable cuando su objetivo declarado sea acabar con la opresión de los palestinos, protestar por ella y/o concienciar sobre ella.
Todo israelí que desee relacionarse con los palestinos con el claro objetivo de la solidaridad y ayudarlos a acabar con la opresión será bienvenido con los brazos abiertos. Sin embargo, hay que ser cauteloso cuando se invita a participar en diálogos entre «ambas partes» del llamado «conflicto». Toda petición de un discurso «equilibrado» sobre este tema (en el que se venera casi religiosamente la máxima «en cada historia hay dos partes partes») es intelectual y moralmente deshonesto e ignora el hecho de que cuando se trata de casos de colonialismo, apartheid y opresión, no existe equilibrio alguno. Por lo general, la sociedad opresora no renunciará a sus privilegios sin presión. Ésta es la razón por la que la campaña de BDS es un instrumento tan importante de cambio.
Faris Giacaman es un estudiante palestino de Cisjordania que está estudiando su segundo año de facultad en Estados Unidos.
[1] http://electronicintifada.net/
Enlace con el original: http://electronicintifada.net/