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Actualmente el PSOE continúa aplicando la totalidad del sistema represivo dejado por el PP

¿Podemos hablar sólo de represión cuando hablamos de represión?

Fuentes: Rebelión

0.- PRESENTACIÓN (2005) 1.- PRESENTACIÓN (2001) 2.- CONSIDERACIONES PREVIAS 3.- ¿QUÉ ES UN SISTEMA REPRESIVO? 4.- CENTRALIDAD POLÍTICO-MILITAR 5.- ¿QUÉ ES LA REPRESIÓN? 6.- CONTROL SOCIAL Y PODER MEDIATICO 7.- PRENSA, PROPAGANDA Y REPRESIÓN 0. PRESENTACIÓN (2005) El texto que ahora se ofrece es síntesis y resumen de otro mucho más amplio fechado el 4 […]

0.- PRESENTACIÓN (2005)

1.- PRESENTACIÓN (2001)

2.- CONSIDERACIONES PREVIAS

3.- ¿QUÉ ES UN SISTEMA REPRESIVO?

4.- CENTRALIDAD POLÍTICO-MILITAR

5.- ¿QUÉ ES LA REPRESIÓN?

6.- CONTROL SOCIAL Y PODER MEDIATICO

7.- PRENSA, PROPAGANDA Y REPRESIÓN

0. PRESENTACIÓN (2005)

El texto que ahora se ofrece es síntesis y resumen de otro mucho más amplio fechado el 4 de abril de 1997 titulado «Sobre el nuevo sistema represivo«. En aquellos tiempos el Partido Popular estaba lanzado una represión creciente contra Euskal Herria, una represión que a simple vista era una continuidad exacerbada y masiva de la represión aplicada por el PSOE hasta 1996 e incluso antes por UCD. O sea, en bastantes cuestiones concretas era un simple aumento cuantitativo de prácticas represivas anteriores, pero buceando un poco se apreciaba rápidamente que el PP estaba introduciendo formas represivas nuevas y, sobre todo, que el resultado de la suma de lo viejo y lo nuevo daba cuerpo a un sistema represivo diferente al del PSOE. Dada la situación de 1997 era necesario hacer una investigación precisa de lo fundamental del nuevo sistema represivo, descubrir sus líneas de ataque y sus posibles efectos dañinos.

A comienzos de 2001 la situación represiva había evolucionado, grosso modo expuesto, según las líneas generales desarrolladas en el texto de 1997, incluso en el período de los acuerdos de Lizarra-Garazi y de la tregua unilateral de ETA –o sea, sólo de ETA–, durante esos 18 meses, no se detuvo apenas el sistema represivo vigente; es más, se preparaba para asestar nuevos golpes como las ilegalizaciones, detenciones masivas, movilizaciones de masas, recrudecimiento de las soflamas neofascistas contra todo lo vasco, «pacto de hierro» entre el PP y el PSOE contra Euskal Herria, etc. En estas condiciones era necesario volver al texto de 1997. Pero su extensión hacía recomendable presentarlo de forma reducida, una síntesis que permitiera estudiar lo esencial y permanente de su método para, a partir de ahí, poder integrar tanto las novedades acaecidas desde entonces como prever el futuro. Siempre hay que revisar críticamente la teoría al día siguiente de haberla escrito sobre papel, pero aún más tras casi cinco años intensos en los que se estuvo a punto de tocar el cielo de la paz y del fin del conflicto español en Euskal Herria pero se acabó volviendo a lo peor de las movilizaciones neofascistas en el Estado.

Bien entrado 2005 todo parece haber cambiado bruscamente. Se habla de negociación, y el Parlamento español ha dado permiso al Gobierno para que entable negociaciones con ETA bajo determinadas condiciones. Formalmente, la nueva situación anula lo más importante del resumen que presentado, si no su totalidad ya que, según parece, hemos entrado en una nueva situación. Ahora bien, un estudio más detenido de las páginas que siguen no permite semejante superficialidad, sino que solamente obliga a adecuar el método a una situación que la izquierda abertzale viene buscando desde hace muchos años.

Actualmente el PSOE continúa aplicando la totalidad del sistema represivo dejado por el PP. Los cambios dulcificadores de la represión, si es que existen, son tan nimios que no se aprecian. Sin embargo, el PSOE sí tiene otro «talante», y está inmerso en unas adecuaciones del capitalismo español que superan con mucho al inmovilismo del PP. Según nuestra teoría, tales adecuaciones han de ser integradas en diversos grados y niveles dentro del sistema represivo en cuanto tal, aunque muchas de ellas se muevan exclusivamente en planos que a simple vista son estricta y exclusivamente «económicos». Para entender correctamente lo ahora dicho hay que leer, primero, el texto que se presenta y, después, relacionarlo con lo expuesto en el texto titulado «Análisis crítico del Estado y del PSOE frente a la propuesta de Batasuna«.

Uno de los argumentos que explican la continuidad de la valía del método utilizado para realizar el resumen que se presenta y el texto más amplio del que ha extraído, es que el mejor sistema represivo es que tiene que recurrir a la menor violencia represiva, porque ello muestras y confirma la efectividad de los restantes recursos «de orden» inherentes al sistema en sí, de manera que el Estado aparece como «democrático» cuando simplemente se limita a mantener el orden con un guante blanco que oculta una zarpa de acero. Si los subsistemas represivos no violentos, o menos violentos, intimidatorios, etc., fallan por lo que fuera, entonces la zarpa se cierra y el guante blanco se tiñe de la sangre del pueblo trabajador estrujado. Ocultar la omnipresencia preventiva de la más atroz de las violencias es una de las tareas prioritarias de los mejores sistemas represivos.

El PSOE quiere avanzar en esta dirección y el resumen que se presenta sirve para explicar lo esencial y permanente del problema. Más adelante se hará un estudio exhaustivo de lo dicho desarrollando y aplicando el método de análisis y su teoría a la práctica del PSOE en esta cuestión, extendiéndonos con algún detenimiento en una de las prioridades del PSOE como es la de fortalecer el proceso endógeno de alienación inherente al tránsito del valor de uso al valor de cambio, proceso básico para entender la efectividad represiva de la clase burguesa más astuta y sabia, pero que en las páginas que siguen apenas aparece porque el PP no se caracteriza precisamente ni por la sabiduría ni por la astucia. Verdad es que se habla varias veces de alienación pero no se desarrolla esa temática porque, aun existiendo en la práctica por la misma lógica de la mercantilización, pese a ello el PP dio mucha más importancia a otras represiones menos sutiles y dúctiles, más dolorosamente materiales y totalmente visibles. Fue la urgencia por analizar las innovaciones del PP las que aconsejaron extenderse menos en la alienación, pero hay que volver a ella –dentro de poco– porque el PSOE pretende extenderla y ampliarla.

Por ahora y para ir abriendo boca, la lectura de estas páginas sirve de mucho. Las citas que siguen están extraídas del comienzo del texto de abril de 1997:

«Por temor a su ardor y a su número (en efecto, casi todas las dispo­siciones de los lacedemonios -minoría espartana dominante- respecto a los hilotas -mayoría étnica esclavizada- trataron siempre funda­men­talmente de su vigilancia) en cierta ocasión habían hecho lo siguien­te: hicie­ron saber que cuantos hilotas consideraran haberse comportado con mayor valor frente al enemigo en beneficio de Esparta se sometie­ran a una investiga­ción, cuyo resultado podría ser la libertad. Con ello hacían sólo una prueba, convencidos de los que por orgullo se conside­raran dignos de obtener la libertad en primer lugar serían precisamen­te los mismos capaces de rebelarse contra ellos. Eligieron, pues, unos dos mil, quienes, adornados con coronas, rodea­ron los templos, como si fueran hombres liberados; pero poco después los espartanos los hicie­ron desaparecer y nadie sabe cómo murió cada uno».

Tucídides: «Historia de la Guerra del Pelopone­so». (404 adne).

«La lucha entre ricos y pobres en este período está bien documentada en Diodoro. Así en Síbaris, en el año 446 a.C., un demagogo de nombre Telis persuadió a sus conciudadanos a desterrar a los 500 ciudadanos más ricos y a vender públicamente sus bienes. Estos desterrados se refugiaron en Crotón, que declaró la guerra a Síbaris, le venció y convirtió la ciudad en un desierto. Lo mismo sucedió en el año 406 a.C. en Gela, donde un grupo de la ciudad formado por los más ricos se habían pronunciado contra el pueblo. Dionisio hizo conducir a estos ciudadanos delante de una asamblea general, fueron juzgados y condenados a muerte y sus bienes subastados (…) En el año 379 a.C. con ocasión de la peste que sufría Cartago, los africanos y los sardos se sublevaron contra la explotación continua y despiadada de los cartagineses pero la revuelta fue aplastada rápidamente».

J.M. Blazquez: «Problemas económicos y sociales de los siglos V y IV a.C. en Diodoro de Sicilia».

«»No podrás frenar a esa canalla más que con el terror», decía el jurista romano Gayo Casio a los senadores, que estaban inquietos durante el debate que se produjo acerca de si se debía llevar a cabo o no la ejecución de todos los 400 esclavos urbanos de Pedanio Secun­do, el ‘Praefectus Urbi’ asesinado por uno de sus esclavos en 61 d.C. La ejecución se llevó a cabo (…) Tenemos más indicios en la litera­tura del principado acerca del miedo que tenían los dueños de esclavos a ser asesinados por éstos. La última referencia literaria que he encontrado al miedo que tenían los amos a ser asesinados y robados por sus esclavos es uno de los sermones de san Agustín, datado a comienzos del siglo V. Las revueltas de esclavos eran sofocadas, naturalmente, sin piedad… Para escapar a esa suerte, los esclavos solían o bien luchar hasta morir o bien matarse unos a otros».

G. de Ste. Croix: «La lucha de clases en el mundo griego antiguo»

«Resumiendo: el estudio del mecanismo de la Ojrana nos revela que el fin inmediato de la policía es más el de conocer que el de reprimir. Conocer para poder reprimir a la hora señalada, en la medida deseada, si no totalmente. Frente a este sagaz adversario, poderoso y disimula­do, un partido obrero carente de organizaciones clandestinas, un partido que no oculta nada, hace pensar en un hombre desarmado, sin abrigo, situado en la mira de un tirador bien parapetado. La seriedad del trabajo revolucio­nario no puede habitar una casa de cristal. El partido de la revolución debe organizarse para evitar lo más posible la vigilancia enemiga; con el fin de ocultar absolutamente sus resortes más importantes; con el fin -en los países todavía democráticos- de no estar a merced de un bandazo a la derecha de la burguesía o de una declaración de guerra; con el fin de inculcar a nuestros camaradas hábitos de acuerdo a tales necesidades».

Victor Serge: «Lo que todo revolucionario debe saber sobre la repre­sión». (1925).

«El hombre continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo espiritual sólo fue posible porque hubo hombres que se atrevieron a decir no a cualquier poder que fuera, en nombre de su conciencia y de su fe, pero además su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia -desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, y a la autoridad de acendradas opiniones según las cuales el cambio no tenía sentido-. Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien provocar el fin de la historia humana».

Erich Fromm: «Sobre la desobediencia».

«Lo que se da hoy en el sistema capitalista es un conjunto unitario, fuertemente integrado y extremadamente dúctil y eficaz, de informa­ción y de manipulación. En su interior no existe ninguna real distinción entre problemas de subversión, problemas militares, problemas políti­cos y problemas de control económico».

Giovanni Jervis: «La tecnología de la tortu­ra».

«Nuestras burguesías no fueron capaces de un desarrollo económico independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo de gallina, vuelo corto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños del poder han dado, también, sobradas pruebas de su falta de imaginación y de su esterilidad cultural. En cambio, han sabido montar una gigantesca maquinaria del miedo y han hecho aportes propios a la técnica del exterminio de las personas y las ideas (…) para aplastar a las fuerzas del cambio, arrancar sus raíces, perpetuar el orden interno de privilegios y generar condicio­nes económicas y políticas seductoras para el capital extranjero: tierra arrasada, país en orden, trabajadores mansos y baratos. No hay nada más ordenado que un cementerio».

Eduardo Galeano: «Las venas abiertas de América Lati­na».

«El uso abierto de la fuerza por parte del aparato de Estado para controlar a sus propios trabajadores, técnica costosa y desestabiliza­dora, es con más frecuencia un signo de debilidad que de fuerza. Los aparatos de Estado verdaderamente fuertes han podido, de una u otra forma, controlar a sus trabajadores por medio de mecanismos más sutiles».

Immanuel Wallerstein: «El capitalismo histórico».

«El trabajo policial en general representa una extensión de la vigi­lancia estatal (…) Duran­te los siglos XIX y XX, la policía de las sociedades avanzadas se ha visto obligada a adaptar sus métodos a poblaciones cada vez más móviles y a encontrar medios de mantener el orden social, especialmen­te en contextos urbanos e industriales. Aunque los diversos énfasis en las instituciones policiales nacionales o locales y tradicio­nes legales distintas han producido cierta varie­dad, todas las sociedades avanzadas han contemplado un significativo aumento de la vigilancia (…) La transmisión de órdenes y control internos -que reflejan, en ciertos aspectos, formas de organización militar- suponen que la policía que utiliza ordenadores tiene bases de datos masivas a su disposición, de modo que, al menos en el princi­pio, sea posible dar respuestas mucho más apropiadas y rápidas (…) Durante los años cincuen­ta y sesenta comenzó a alterarse un viejo equilibrio entre la activi­dad policial preventiva, que depende de la presencia visible de la policía unifor­mada, y la actividad policial disuasoria, que depende del temor de la detección mediante la aplica­ción de la ciencia al control de grupos criminales. El énfasis se puso en un tipo de policía más preventiva, tanto mediante una rápida respuesta a situaciones de crisis y a la detección del criminal como mediante las «previsiones» (…) El trabajo policial, por consi­guien­te, depende cada vez más del escrutinio de datos extraídos de la infraestructura de vigilancia y se orienta a una actividad anticipato­ria y preventiva».

David Lyon: «El ojo electrónico».

«Las policías americana y británica han hallado la manera de controlar a los presos sin ponerlos en prisión. Los jueces están mareados por la cantidad de delincuentes, comparado con la capacidad de las prisiones. Por eso hay un brazalete muy útil. Lleva un emisor que envía señales a un centro de control de la policía. Desde allí se controla que el «preso electrónico» no salga de un área determinada o que esté en casa a una hora concreta. En definitiva, se siguen todos sus movimien­tos. Es una especie de prisión ambulante (…) Se podrían poner detectores a los trabajadores para saber si abandonan su puesto antes de la hora. Servirían para controlar los movimientos de los ciudadanos que requieren una vigilancia especial. Personas libres de toda conde­na, pero con antecedentes por alguna causa podrían estar controladas permanentemente. En seguida se sabría si habían estado o no en el lugar donde se había cometido un delito».

Xavier Duran: «Las encrucijadas de la utopía».

«En vez de servir de fuerza niveladora, parece probable que los microordenadores refuercen las desigualdades de nuestra sociedad (…) Pero en términos políticos, los ordenadores son como muchas otras herramientas. Las clases dominantes siempre han tenido más armas y prensas de imprimir, más grandes y más sofisticadas, pero las balas y los libros también fueron los medios de Marx y Mao. Hoy en día, los ilustrados en ordenadores de la izquierda editan boletines, elaboran listas de correos, se difunden por el vecindario, corrigen libros como éste y hacen, de muchas otras formas, un uso progresista de los microordenadores (…) para que si alguna vez los poderes fácticos llegan a conjuntar un sistema de ordenadores a lo «Gran Hermano», podamos esperar que haya una multitud de ‘hackers’ por ahí fuera, listos para hacer que el sistema se desmorone».

Lenny Siegel: «Microordenadores: del movimiento a la industria».

1.- PRESENTACIÓN (2001)

La pregunta que encabeza este texto es, a nuestro entender, decisiva porque la primera cuestión a resolver cuando se analiza una problemática tan tremenda como es la de la represión es la de saber de qué hablamos. Por represión se pueden entender varias cosas, desde luego, pero la primera interrogante que tenemos que responder es esta: ¿no es mejor hablar de «sistema represivo» antes que de represión a secas? Porque ¿qué diferencia existe entre represión y sistema represivo? ¿Cuál de ellas es anterior y decisiva, la represión o el sistema represivo? Aun y todo así, esta no es la única duda metodológica que debemos plantearnos, porque una vez resuelta y precisamente según haya sido la respuesta, nos preguntaremos…entonces, ¿cuál es la centralidad de mando de ese sistema represivo? ¿O no lo tiene. Entonces ¿para qué sirve el Estado? Supongamos que hemos respondido a esas interrogantes, entonces ¿qué es la represión? ¿cuántas represiones existen? Es más, ¿puede ser efectiva la represión sin un control social? Pero, ¿qué es entonces el control social, y la vigilancia social? Mas no acaban aquí las dudas, si estamos hablando de control social ¿qué papel juega la prensa? Y más concretamente ¿qué papel juega la prensa de cara a la represión?

La razón que explica la importancia de estas preguntas no es otra que la de luchar mejor contra los objetivos y efectos de esa represión, o de esas represiones o de ese sistema represivo. Conocer mejor qué es y cómo funciona es básico para saber luchar contra la represión. Ahora bien, no se trata de priorizar el intelectualismo y el teoricismo especulativo, sino de aprender de la lucha anterior, de la experiencia propia y ajena. Por esto mismo, por esta dialéctica entre la experiencia práctica y la síntesis teórica como peldaño o paso en un avance permanente, es por lo que aquí, en este escrito, primero, recurrimos a un texto más amplio y extenso sobre el mismo tema al que hemos tenido acceso, citándolo varias veces; también, segundo, vamos a extender algunas de sus consideraciones no porque hayan quedado superadas -que no lo están, sino al contrario- sino porque los años transcurridos desde la fecha que aparece en el texto -3 de abril de 1997- base que utilizamos han demostrado su corrección y lo conveniente de su desarrollo y, tercero, vamos a incluir ese texto en forma de anexo de lectura voluntaria pero muy necesaria para entender la importancia práctica extrema del asunto que tratamos.

2.- CONSIDERACIONES PREVIAS

Tras algunas citas históricas y algunas consideraciones sobre la importancia del tema, el texto reconoce que ya para aquella época era obvio que se estaba aplicando a Euskal Herria un sistema represivo nuevo, diferente al aplicado por el PSOE, y sostiene:

«Uno de los riesgos más serios de que eso suceda radica en la falsa compresión de lo que es un sistema represivo. Peor aún, radica en el desconocimiento de que tal cosa exista. Las izquierdas en general y la abertzale en concreto piensan casi exclusi­vamente en términos de «represión» y no en el de «sistema represivo». ¿Cual es la diferencia? Mucha, como veremos detenidamente en un capítulo dedicado exclusivamente al tema. Pensar en términos de «represión» a secas, quiere decir pensar en términos estáticos, sectoriales, aisla­dos y no sistémicos. Pensar en términos de «sistema represivo» es pensar en términos dialécticos, móviles, contradicto­rios, totalizado­res y sistémicos. La «represión» evoca e indica la mera intervención poli­cial o, a lo máximo, la de otros aparatos represivos, pero siempre dentro de una visión pobre y muy limitada de una realidad material mucho más compleja. El «sistema represivo» se refiere a la totalidad de los instrumentos materiales y simbólicos de represión que tiene un poder en un período determinado y que ese poder mejora permanentemente o, cuando fuera menester, lo anula totalmente para imponer otro nuevo, o parcial­mente pero subsumido, integrado como parte en la totalidad nueva de otro sistema represivo destinado a responder a los avances de las personas oprimidas«.

Esta concepción totalizante del sistema represivo permite comprender que el Estado no sólo «reprime» con un único instrumento o aparato burocrático, o con la policía por brutal que fuera, sino que es la totalidad del Estado la que está en permanente intervención sistémica para obtener unos beneficios precios, que luego veremos más en detalle. O para decirlo en palabras del texto al que nos hemos referido:

«Pensar en términos de «sistema represivo», en suma, nos lleva a pensar en fases represivas, es decir, en que el enemigo ha variado, ha evolucionado y mejorado -o eso pretende- sus instrumentos represivos. Pero lo ha hecho no sólo, que también, en el simple nivel de cantidad o aumento de los efectivos, leyes y métodos, sino sobre todo en calidad, en orientaciones y objetivos, en filosofía y metodología. Pensar en términos de «represión» seca, por ejemplo, nos lleva a creer que el enemigo sólo es capaz de aumentar la «cantidad» represiva. Pensar en términos de «sistema represivo» nos permite conocer que el enemigo también da saltos en «calidad» represiva. Cada fase significa o lo pretende un salto en calidad represiva. Dejando ahora de lado el que cada fase tiene subfases o períodos internos, como veremos en su momento, nos interesa adelantar que según nuestra tesis presentada a debate, estamos asistiendo a la puesta en marcha de un tercer sistema represivo contra Euskal Herria desde 1975″.

Las reflexiones sobre lo que era y es un sistema represivo, necesarias en sí mismas, no podían llegar a buen puerto de no estar dentro de una reflexión más amplia, capaz de descubrir los cambios y avances en los sistemas represivos, pero también las dificultades internas que tiene el Estado para implementar nuevas mejores. No debemos pensar que el Estado es omnipotente ante los pueblos que oprime, como omnipotente en su interior, es decir, capaz de cualquier transformación interna rápida y súbita. No. Necesita tiempo, debe vencer dificultades internas, inercias burocráticas, intereses sectoriales y corporativos, etc. Ahora bien, del mismo modo que no debemos sobrevalorar al Estado, tampoco tendemos que subestimarlo. Ambos extremos nos pueden conducir a serios errores de apreciación de sus fuerzas y debilidades y por tanto de la verdadera situación en la que se encuentra la sociedad. O como decía el texto que recomendamos:

«Ninguna fase represiva nueva nace y se aplica en entero y desde el primer segundo. Es decir, su nacimiento no es como el de las mariposas que salen del caparazón de la crisálida ya plenamente desarrolladas, o con un símil más adecuado, no surgen a la vida como drácula sale del féretro ya totalmente preparado para chupar la sangre a las personas oprimidas, o como el monstruo del doctor Frankenstein que sólo cobra vida con el chispazo eléctrico. Infinitamente peor y más peli­gros: toda fase represiva requiere un tiempo de amoldamien­to y adapta­ción, de mejoras sobre la marcha, de auto reformas e introducción forzada de nuevas funciones no consideradas anteriormente. Esta característica dificulta el análisis del proceso de creación de un nuevo sistema represivo hasta que no existan en la práctica las experiencias y los conocimien­tos suficien­tes. Tal retraso permite a quienes piensan sólo en térmi­nos de seca «represión» sostener que no hay cambios cualitati­vos sino meras reformas cuantitati­vas. Pensamos que ya actualmente disponemos de datos suficientes para analizar y sintetizar las carac­terísticas básicas de la tercera fase represiva. Es cierto que no está todavía en activo al cien por cien de sus capacidades de hacer daño y causar sufrimiento, pero, como veremos, sus características esenciales básicas son ya operativas y las veremos en un capítulo entero».

Se trata de realizar un estudio lo más riguroso posible para descubrir, dentro de los cambios, los puntos débiles de las novedades, encontrar sus fallas y sus brechas. Ello requiere, a su vez, un conocimiento histórico adecuado de las constantes de fondo que palpitan dentro de las crisis estructurales del Estado, crisis y constantes que exigen para su desenvolvimiento el llamado «tiempo largo» de la historia», sin el cual no se entienden cuestiones profundas de la humanidad como son, fundamentalmente y por este orden todo lo relacionado con la opresión patriarcal y con la opresión nacional como prácticas de expoliación anteriores a división social en clases antagónicas. Pero volviendo al tema que tratamos, y citando otra vez al texto que aconsejamos:

«Cada fase represiva tiene puntos débiles nuevos que permiten a los demócratas, a los abertzales, luchar contra ella. También están las constantes históricas que se repiten en cada fase a pesar de cambiar de piel y ser reintegradas en otro sistema; su continuación demuestra dos cosas: que existe una realidad histórica permanente en lo substantivo y que, por ello mismo, ha de reaparecer en cada fase represiva y que, cada fase represiva busca liquidar definitiva e irreversiblemente esa situación; por eso, cada nuevo ministro en represión asegura que en «x» o «z» años él, su gobierno de turno, va a derrotar definitivamente a la izquierda abertzale. Esta dialéctica entre lo que permanece y lo que cambia, entre lo viejo y lo nuevo, que se remonta al ‘domuit feroces vascones’ visigótico, es la que permite encon­trar los puntos débiles de todo sistema; la que, siempre con la práctica como criterio definitivo de verdad, nos permite vencer en cada uno de los frentes viejos y nuevos del sistema represivo. Habla­mos de «frentes» pero podemos usar cualquier otra palabra: escenarios, espacios, lugares, niveles, relaciones, marcos, etc, en los que se intervienen los diversos tentáculos del sistema represivo».

Podemos ya hacernos una idea un poco aproximada de la complejidad e importancia de las preguntas que nos realizábamos al comienzo de estas páginas. Y la mejor forma de seguir avanzando es preguntarnos:

3.- ¿QUÉ ES UN SISTEMA REPRESIVO?

En el texto que utilizamos como base podemos leer esta respuesta:

«Un sistema represivo es una totalidad estructurada que integra diver­sos niveles, áreas, espacios y medios diferentes pero funcionales a esa totalidad y que tiene como objetivo estratégico desintegrar para siempre la reivindicación independentista vasca. Un sistema represivo es como un pulpo con mucho tentáculos: el cerebro, los ojos y los dientes trituradores, están en el centro del pulpo, pero este centro no viviría ni un segundo sin los vitales tentáculos flexibles y adaptables a cualquier terreno y en cualquier circunstan­cia: son los tentáculos los que penetran en los más pequeños huecos de las rocas, los exploran y sacan de ellos a las víctimas; son los tentáculos los que agarran y asfixian a las grandes presas. Son tentáculos diferentes para funciones diferentes e incluso cada uno tiene, en su unidad, dimensiones y formas diferentes. Pero los tentáculos se paralizarían si no recibieran las órdenes del cerebro, del centro estratégico. Natu­ralmente este símil tiene sus limitaciones, como veremos, pero es el más válido para hacernos una idea muy aproximada del monstruo al que nos enfrentamos».

O dicho de otras formas:

«Un sistema represivo hace que el todo sea superior a las partes y que el todo tenga un objetivo unitario con mayor perspectiva que el objetivo concreto de cada una de sus partes, de cada una de las represiones concretas. Naturalmente, sin el Estado, sin su poder centralizador decisivo, no habría sistema represivo. Un Estado débil, dividido, no puede aplicar un sistema represivo fuerte, coherente y con claros objetivos. Sí puede, y lo hace, imponer una brutal represión física generalizada, o un autogolpe incluso, pero entonces apaga las llamas sin extinguir las brasas con lo que tarde o temprano reaparecerán los incendios. La mejor efectividad represiva es la que realiza un sistema que integra medidas económicas, políticas, culturales, policia­les, etc, lo que exige que el Estado funcione mínimamente bien. Por otra parte, es más fácil manejar un sistema represivo que a cada una de las represiones por separado. Y es mucho más fácil aún, aunque no lo parezca, cambiar un sistema represi­vo por otro que cambiar por separado cada uno de niveles represivos sin atender a su unicidad».

La primera parte de esta definición nos remite al problema del Estado como instrumento de dominación. La definición tradicional y menos rechazada por la sociología burguesa, o sea, la definición de Weber según la cual el Estado es el instrumento que garantiza el monopolio de la violencia, es parcialmente válida porque el Estado de mucho más que eso, y sobre todo, porque además de ser también eso -como insistían antes que Weber todos los teóricos revolucionarios- es sobre todo el instrumento que garantiza la dominación global del capitalismo, y cuando éste necesita oprimir a algunos pueblos para extraer de ellos beneficios de todo tipo, entonces el Estado es el instrumento imprescindible para esa explotación. Es decir, aunque la violencia es necesaria, no sólo se trata de ejercer la violencia, porque existen otros instrumentos que facilitan esa explotación como las leyes económicas impuestas, las leyes lingüístico-culturales, las leyes educativas, etc.

Más aún, si estas funcionan bien y controlan y alienan a la gente, desnacionalizándola, entonces el Estado no necesita recurrir tanto o tan manifiestamente a la violencia represiva y menos a la brutalidad. Para comprender mejor cómo funcionan los mecanismos de decisión que evalúan el grado e intensidad de la violencia, su oportunidad y sus niveles de aplicación hasta llegar a la brutalidad sanguinaria del fascismo, por ejemplo, hay que tener en cuenta que todo sistema represivo moviliza a su vez una estrategia y que ambas, por su parte, van dentro de un paradigma político-militar que les engloba. La estrategia represiva es la que marca los objetivos, las tácticas y los pasos y el paradigma político-militar es el que justifica y envuelve teóricamente el desenvolvimiento del sistema y de su estrategia. Ahora no podemos extendernos más en detalle pero, a grandes rasgos, hay que decir que el paradigma represivo político-militar -siempre es político-militar- estudia no solamente su propia experiencia sino las experiencias de otros países, y que recibe ayudas teóricas y técnicas de otros países, generalmente de las fuerzas represivas del imperialismo hegemónico y/o de los Estados más avanzados en las represiones más sofisticadas y modernas. Por su parte, la estrategia represiva se aplica muy frecuentemente con el consentimiento cuando no con la incitación y el apoyo directo del imperialismo y/o de otros Estados interesados en acabar con esas resistencias.

Desde la perspectiva de este escrito, interesa detenernos un poco en la explicación de qué es el Estado, como funciona y qué poderes tiene no sólo en su interior, en sus estructuras burocráticas conocidas y secretas, y en este sentoido nos limitamos a citar al texto que recomendamos:

«El Estado burgués dispone de grandes instrumentos con los que dirigir la estrategia represiva: uno, los aparatos burocráticos y ministeria­les típicos, que operan libres de cualquier control democrá­tico y judicial exterior, que tienen canales internos de coordinación o de dirección conjunta y hasta única; dos, las instancias, burós u ofici­nas específicas de dirección y planificación integrada, como Estados Mayores, Gabinetes de Crisis, etc; tres, grupos de estudio y de elaboración interdiscipli­nar, sean oficiales o extraoficiales, que periódica o permanentemente revisan las experiencias, propo­niendo mejoras o cambios; cuatro y más importante de lo que sospecha­mos, los presupuestos generales del Estado; quinto, las ayudas inter­nacionales y la existencia de modelos represivos aplicados por otros Estados con cierto éxito; sexto, como ayudantes fieles, prensa, partidos, sindica­tos amarillos, parlamento, judicatura, Iglesia, empresas privadas de seguridad, sistemas de telecontrol y televigilancia, sistemas privados de seguros de enfermedad, empresas públicas de servicios, etc».

Y también:

«Hay que partir del criterio de que el Estado, aunque formalmente se agota en sus límites burocráticos oficiales, tiene empero un montón de lazos y conexiones con instancias, organizaciones, estructuras, etc, paraesta­tales y extraestatales, de modo que sus límites reales, operativos, son más difusos y elásticos de lo que parece oficialmente. Un ejemplo entre muchos es la organización de la guerra sucia. Otro es el complejo entramado de influencias mutuas político-empresariales y sindicales, con repercusiones directas en las disciplinas represivas laborales. Otro es el entramado de empresas privadas de seguridad, empresas de detectives civiles y nuevas empresas de seguridad electró­nica y de telecomunicacio­nes para bancos, cajas, grandes consorcios, almacenes y grandes superficies, etc. Podríamos extender los ejemplos que ilustran las imprecisas y muy porosas fronteras prácticas que separan al Estado de estructuras paraestatales oficiales, semioficia­les y alega­les, y también de estructuras extraesta­tales».

Las relaciones mutuas entre estos diversos niveles están siempre condicionadas por la lógica del máximo beneficio del capitalismo, lógica que explica, en última instancia, el que la ocupación de un pueblo por un Estado busque siempre un beneficio material y simbólico. La referencia que hacemos a lo simbólico es importante y, como volveremos a ver más adelante, tiene una directa, permanente e inmediata consecuencia práctica. En todo lo relacionado con las identidades nacionales, lo simbólico tiene un esencial contenido material tanto para el ocupante, que extrae determinados beneficios simbólico-materiales pues no sólo de trata de los miles de millones de Pts que expolia el Estado español a Hegoalde en beneficio del capitalismo español, sino también los beneficios simbólicos que el gran nacionalismo opresor y racista español obtiene expoliando a los vascos, único pueblo que ha resistido desde antes de la aparición y formación no sólo de España como nación-burguesa –fenómeno muy reciente y débil estructuralmente– sino también mucho antes de la formación del castellano como lengua que sólo tiene diez siglos de existencia.

Mantener una maquinaria de opresión que garantice la expoliación no sólo de las propias clases oprimidas, del proletariado español, sino también de las naciones vasca, catalana, gallega y andaluza, y de otras regiones con personalidad cultural muy fuerte, como Aragón y Asturias, por ejemplo, exige al Estado español un esfuerzo considerable. Sin entrar ahora a análisis histórico de la formación de España, hay que decir que su aparato estatal está constituido desde sus orígenes buscando no sólo la explotación de su s trabajadores internos sino a la vez, y en los momentos críticos y cruciales sobre todo -«antes una España roja que rota»-, el mantenimiento de la «unidad» a cualquier precio. La razón, una vez más, hay que buscarla en las debilidades históricas de la acumulación capitalista en la península y en el hecho de que los dos capitalismos más poderosos surgieran precisamente en naciones no castellanizadas, así como en otros fenómenos que no podemos exponer ahora. Todo esto quiere decir que el Estado español está esencialmente unido un territorio de explotación y expoliación que en realidad es una geografía de mercado a la que los ideólogos y propagandistas, sean de la opción política que sean denomina «nación española».

La forma muy problemática y muy contradictoria con la que se formó España recientemente explica que a diferencia de cómo funciona el sistema represivo en un Estado uninacional, de un estado que no oprime a uno o varios pueblos en su territorio oficial, en donde sólo se ha de machacar a las clases trabajadoras y a las mujeres, ahora también a los inmigrantes, en el Estado español, además, hay que machacar a varias naciones y mantener controladas a regiones con fuerte identidad histórico-cultural. Ello sobrecarga las tareas del sistema político y de la burocracia estatal y hace que las crisis se sucedan con más frecuencia y sean mucho más graves. Por eso sus soluciones son más complejas y requieren cambios y adecuaciones más serias y más frecuentes. También por eso, su nacionalismo opresor es bastante más fanático e implacable, esencialmente racista y despreciativo de las naciones que oprime porque necesita esa creencia de superioridad para mantener la unidad ideológica de sus fuerzas represivas y la alienación gran-nacionalista y burguesa de sus clases trabajadoras.

4.- CENTRALIDAD POLITICO-MILITAR

El símil del pulpo ilustra perfectamente esta característica del Estado, pues muestra cómo sus aparatos centrales, sus ministerios, etc., son el cerebro del pulpo, que dirigen y coordinan el funcionamiento de los tentáculos, de las oficinas de esos ministerios en el territorio de la nación oprimida, llevando a cada milímetro de su realidad cotidiana la presencia del Estado. En realidad, el Estado tiene otros poderes, los paraestatales y los extraestatales. Los primeros son todo el conjunto de instituciones que dependen más o menos estrechamente del Estado mediante ayudas, presupuestos, objetivos, informaciones, etc., y los segundos son los que aún estando más distanciados en la complejidad legal también dependen en última instancia y, sobre todo, pueden aportar al Estado multitud de informaciones y datos que éste necesita para mantener su explotación y ocupación. Es como si el pulpo tuviera a sus órdenes directas otros pulpos más pequeños y que dependen de él para casi todo, y que además, contase con la ayuda de otros pulpitos más distantes pero que también le ayudan cuando el Estado se lo exige o se lo pide, y que, estos últimos, también dependen del Estado en el sentido decisivo de que el Estado determina e impone a la larga las grandes directrices socioeconómicas, ideológicas, etc.

Con la descentralización administrativa que supuso el llamado «Estado de las autonomías», en realidad lo que sucedió fue que el pulpo mayor, el Estado hipercentralizado español, cedió algunas atribuciones secundarias y nunca peligrosas del todo a los pulpitos regionales, a las burguesías regionales para que estas facilitaran la dominación en todo el territorio estatal, adquiriendo parte del coto de caza y ahogando y destruyendo con su colaboracionismo contra toda esperanza de los pueblos de avanzar hacia su independencia y unificación nacional.

El sistema represivo resultante de esa ampliación, extensión e intensificación de los pulpitos controladores y represores como de las relaciones entre ellos, y su supeditación última a la centralidad estratégica del Estado, al gran pulpo, es, obviamente, un sistema represivo mejor que el anterior, que el franquista, que intentaba abarcar todo desde Madrid y que resultaba cada vez más inoperante, cada vez más superado por la crisis general del franquismo y por las luchas de las naciones oprimidas. La UCD lo que hizo fue imponer al resto de fuerzas reformistas y a los sectores franquistas más fanáticos, la suficiente descentralización administrativa del sistema represivo global para aumentar así el poder último del Estado. Consiguió, de este modo, obtener la ferviente colaboración de muchos antifranquistas, de otras burguesías regionales, y de los franquistas más atemorizados por los posibles efectos de la crisis. Posteriormente, el PSOE perfeccionó en varias fases diferentes las relaciones entre el Estado y los restantes subpoderes regionales delegados, en donde hay que introducir a la Ertzaintza, a la Policía Foral de Nafarroa, a las diversas policías regionales del estado, etc. En el texto que se adjunta hay un análisis más detenido de este proceso decisivo.

Veamos un poco algunas de las ideas que se exponen en el texto que adjuntamos:

«Precisamente, esta mutua dependencia entre la pervivencia histórica de la fuerza simbólico-mate­rial de los intereses opresores y la evolución de los sistemas represivos, es la que nos permite estudiar las carac­terísticas básicas y obligadas de todo sistema represivo para poder ser definido como tal. Estas características son:

La unidad político-militar de mando y dirección por y en manos del Estado. Este criterio es básico y es una lección histórica no sólo en el arte militar en cuanto tal sino también en su capítulo represi­vo. Allí donde esa unidad haya desaparecido o incluso esté muy seria­mente debilitada de modo que se resienta la operatividad y efectividad global de la represión, donde eso ocurra no existe sistema represivo, sino restos suyos descoordinados, actuando cada uno por su parte. La unidad de mando es decisiva, elemental, porque responde a una ley estratégica del arte militar en su sentido lato, y, en este escrito, partimos de esa ley como un principio apodíctico».

No hace falta citar la constitución española y las dependencias orgánicas del Amejoramiento Foral y del estatuto de Autonomía para comprender la importancia estratégica del ejército en el mantenimiento de la «unidad nacional». Al fin y al cabo lo decisivo es la práctica, y ya antes de que se inventase la UCD a todo correr, recogiendo los restos del naufragio franquista, ya estaba decidida con antelación las formas y los métodos permanentes por los cuales el ejército controlaría la evolución política de la «transición democrática». Posteriormente, no se entiende nada de los cambios de y en los sucesivos sistemas represivos sin tener en cuenta lo arriba dicho, es decir, la forma concreta de adecuar en cada coyuntura política y sobre todo en cada nuevo contexto de lucha contra Euskal Herria la unidad de mando.

Pero las especiales condiciones históricas de formación reciente de España. Con los problemas internos que ello acarrea, exigen además:

«Una aceptación consciente y colaboracionista de las instancias represivas en sus diversos niveles hacia esa unidad de mando anterior. Bien puede ocurrir que exista tal mando central pero que las instan­cias paraestatales, extraestatales, o los poderes regiona­listas delegados, etc, pongan muchas pegas, cumplan a regañadientes las disposiciones estatales y, en definitiva, no colaboren plenamente. En este caso no existe un sistema represivo en cuanto tal sino una estructura vertical de dirección sin capacidad de aplicar toda la estrategia que ella ha decidido pero que otras instancias no ejecutan».

Una de las obsesiones más profundas de los diversos sistemas represivos habidos hasta ahora ha sido la de centralizar todo lo posible el funcionamiento simultáneo de la Ertzaintza y de la Policía Foral con las fuerzas españolas. Con el PP esa obsesión ha subido de grados y ha llegado incluso a extenderse hasta Catalunya, en donde la policía autonómica y las policías municipales han comenzado a realizar controles y vigilancias directamente relacionadas contra ETA. Por otra parte, no hay que negar la obsesión por parte de la Ertzaintza y de la policía foral navarra en «demostrar» su fidelidad perruna a la unidad de mando militar madrileña.

Pero con la llegada del PP al gobierno de Madrid, la estrategia represiva dio un salto cualitativo que buscaba:

«Una sistematización de intervenciones represivas globales que abarquen las áreas políticas, económicas, culturales, policiaco-militares, informativas e internacionales. Tal globalidad busca aumentar las presiones paralizantes, los medios de integración en el sistema, las tácticas de desunión de las personas oprimidas, etc, de modo que el poder pueda intervenir policialmente con más legitimidad, apoyos y seleccionando los golpes, los objetivos. La ausencia de planes políti­cos y económicos, por ejemplo, supone una gran sobrecarga de los instru­mentos específicamente policiaco-militares que deben suplir con el palo lo que podría intentarse paliar con la zanahoria, o al menos con una compaginación de ambas. Una dictadura no tiene necesidad de un sistema represivo porque la propia dictadura es el sistema represivo en sí mismo. Una democracia burguesa autoritaria, semimilitar, como la constitucional española, arrastra profundas debilidades inherentes a su trayectoria histórica, lo que le exige grandes esfuerzos para el permanente reforzamiento de sus sistemas represivos, y, como veremos, su cambio periódico».

Es cierto que eso también lo hizo el PSOE y que en buena medida ya estaba no sólo anunciado por la UCD sino que incluso éste partido ya comenzó a aplicar los rudimentos de estas prácticas. Sin embargo con el PP se ha dado también aquí un salto cualitativo, un salto que bien podemos definir como un nuevo paradigma represivo:

«Una doctrina o paradigma estratégico que precise objetivos, medios y tácticas, alianzas, coberturas, plazos y etapas, instrumentos de revisión periódica de los resultados y corrección de errores y, si hiciese falta, de replanteamiento parcial de los propios objetivos iniciales. Esta doctrina tiene claras similitudes con el punto ante­rior pero no es lo mismo ya que ahora se trata de una definición sintética y abiertamente político-militar del sistema represivo en su esencia definitoria: vencer al enemigo designado. Es cierto que se da por entendido, por otra parte, que el punto primero de unidad de mando estatal conlleva la unidad estratégica, pero ocurre que no siempre es así, pues la unidad de mando, que es un requisito imprescindible, bien puede resultar incapaz de elaborar una doctrina estratégica, o incluso puede fracasar al aplicar una que le haya sido enseñada y aportada por la potencia imperialista hegemónica. Unidad de mando no quiere decir indefectiblemente capacidad de elaboración de una paradigma represivo. Un sistema represivo carente de paradigma o doctrina pierde efectivi­dad estratégica aunque, al comienzo, obtenga victorias tácticas».

La unidad de mando, como estamos viendo, puede mantenerse porque sigue vigente el poder del Estado, aunque éste haya perdido mucha legitimidad y las luchas populares y sociales han superado y derrotado a la doctrina o paradigma todavía oficial. En estos casos, es decir, cuando la realidad va por delante del Estado la represión en su globalidad va quedando también retrasada, aunque puede seguir haciendo daño.

5.- ¿QUÉ ES LA REPRESIÓN?

Hemos hecho esta pregunta después de responder tan brevemente a la anterior porque aunq ue es cierto que el sistema represivo está para aplicar la represión, no es menos cierto que la represión que se puede aplicar depende de cómo sea ese sistema represivo. Es decir existe una especie de retroalimentación sistémica entre represión y sistema represivo de modo que cada uno se apoya en el otro y a la vez lo mejora. Pero ocurre que en este asunto también interviene, y además decisivamente, las luchas de los oprimidos, sus capacidades para superar periódicamente los sistemas represivos, para desbordarlos y vencerlos, para hacer que la represión se vaya volviendo anticuada y vaya perdiendo efectividad. Una situación así se vivió a finales de los setenta, y otra a comienzos de los noventa, cuando los poderes fácticos del Estado comprendieron que para acabar con el independentismo abertzale debía no sólo mejorar profundamente la represión hasta entonces aplicada por el PSOE sino sobre todo y fundamentalmente, cambiar de sistema represivo.

Dadas las condiciones de comienzos de los noventa -condiciones vascas, estatales ,europeas y mundiales- los poderes fácticos comprendieron que el PSOE y su sistema represivo estaba acabado y que había que apostar abierta y decididamente por el PP y su nievo sistema represivo,. Solamente así podría endurecerse la represión a escalas más brutales. Hay que partir del hecho de que una represión más endurecida, sistemática y amplia requiere de previas adaptaciones y cambios en los aparatos que van a aplicar, y sobre todo, una profundización en los objetivos últimos de la represión, como es el gran paso dado por los poderes fácticos a lo largo de la mitad de los noventa, al decidir que había que acabar con la misma identidad vasca en ascenso. Esta innovación exigía una previa adaptación del sistema represivo en cuanto tal y por ello de los aparatos estatales, paraestatales y extraestatales que tenían que aplicar esa nueva estratega y esa nueva represión.

Vemos que hay, así, dos niveles de debate, uno el de la represión en su definición general y siempre básica, aplicable a cualquier otra represión en cualquier otro país y momento, y otra, la de las represiones concretas, las formas concretas y materiales que adquiere esa represión general en cada país y momento. En uno como en otro hay que tener siempre en cuenta, por un lado, el sistema represivo, y también el paradigma y la estrategia que van unidos a ese sistema y, por otro lado, que toda represión existe en función de una opresión, explotación y dominación que hay que asegurar, fortalecer y perpetuar. Por eso toda represión buscará aplicar aquellos niveles de opresión, explotación y dominación que le resulten efectivos para obtener éxitos, a la vez que loas fuerzas que activamente intervengan en esa opresión será también agentes directo o indirectos de esa represión.

Vamos a dar en primer lugar la respuesta general que se ofrece en el texto que indicamos insistiendo en otra de las cosas fundamentales que se extraen de la teoría del sistema, paradigma y estrategia represivas, y del papel estratégico centralizador que cumple el estado, a saber, que la represión en general siempre es más que el palo y tiente tieso, excepto en los casos de brutalidad fascista y contrarrevolucionaria, de genocidio atroz de un pueblo, masacres en las que ya no es posible hilar fino porque ya en esas situaciones lo que se aplica son las fosas comunes, los desaparecimientos y las detenciones masivas:

«…es necesario insistir en la crítica del concepto de represión en su forma pobre y restringida, la del palo y tente tieso. En realidad, la repre­sión es una dinámica cuádruple: uno, es el conjunto de prácticas destinadas a borrar de la cons­ciencia colectiva e individual todo aquello que no sea conveniente al poder establecido; dos, es el conjunto de prácticas y apara­tos destina­dos a moderar y tem­plar, es decir, inte­grar en el sistema, hacerlas funcio­nales, desacti­var su carga emanci­padora, o en palabras actuales: normalizar y volver «tolerantes» aspiraciones, necesidades radicales, deseos liberadores y reivin­dicaciones democrá­ticas colecti­vas; tres, es conte­ner y refrenar las luchas y resisten­cias individuales y/o colectivas con violencia física, psicológica, cultural y lingüísti­ca, clasis­ta, nacio­nal, ético-moral, sexual y racista; cuatro, es obtener una ganancia precisa, material o simbóli­ca, que mejora las condi­ciones de vida de quien reprime y de las personas que, en cascada, se benefician de ello. Cada una de estas áreas actúa en varios espacios y es normal el que se complementen mutuamente al actuar en el mismo momento y lugar. Pero por ellas mismas, en su relativo aislamiento y autonomía, no llegarían más allá de meras coordinaciones surgidas de la formas concretas de explotación y de sus disciplinas correspondientes».

Vamos a analizar una a una y en nuestras condiciones actuales como funcionan las cuatro características de la represión que se han enunciado.

La primera -«conjunto de prácticas destinadas a borrar de la cons­ciencia colectiva e individual todo aquello que no sea conveniente al poder establecido»- abarca, desde la teoría que se defiende en este texto, absolutamente todos los instrumentos de que dispone el Estado dominante y sus múltiples agencias y subpoderes, y van desde las medidas destinadas a borrar la presencia legal, administrativa, económica, geográfica e histórica, cultural, internacional, etc., de Euskal Herria, hasta las persecución de la militancia independentista con todos los medios disponibles, pasando por la manipulación mediática y toda serie de amenazas, chantajes e intimidaciones. Hablamos de «conjunto de prácticas» y no sólo de instituciones o poderes, o leyes, etc., porque lo que siempre hay que tener en cuenta es que esas instituciones y sus leyes, o las prohibiciones que imponen, no son cosas abstractas e inmateriales, sino que conciernen a prácticas colectivas y populares e imponen otras prácticas que son inseparables del ordenamiento estatal ocupante. Desde la perspectiva de este texto, afirmamos que existe una opresión en la que lo simbólico, por ejemplo la bandera española o la selección del Estado, etc., son en la realidad fuerzas materiales de alienación, mientras que por su parte, las fuerzas materiales como la policía, los jueces o los profesores en castellano, por ejemplo, son también fuerzas simbólicas que intervienen activamente de la dialéctica simbólico-material de opresión.

La conciencia colectiva de autoidentidad se borra a lo largo de un proceso histórico más o menos largo según los casos. En Euskal Herria, como mínimo podemos hablar de dos siglos –en concreto desde finales del siglo XVIII en Ipar Euskal Herria–, aunque para ser exactos podemos ver fases ascendentes que nos retrotrae a hace cinco siglos y a más incluso. De todos modos, de lo que se trata ahora es de comprender que esa destrucción de la autoidentidad exige, para ser total y efectiva, que las generaciones vivientes no puedan dejar ningún rescoldo de conciencia nacional a las generaciones posteriores, es decir, borrarlo todo -hasta los rótulos en euskara de las carreteras y cementerios- para que el futuro no recoja siquiera una palabra de la identidad nacional. Eso no se puede lograr sin la intervención represiva de todos los aparatos del Estado y de todos sus recursos para y extraestatales. Un ejemplo lo tenemos, sin ir más lejos, en el papel que juega el Opus Dei no sólo en Nafarroa como instrumento españolizador, alienador, burgués y patriarcal con fuertes conexiones con el Estado, pero que a la vez aparece como institución extraestatal, apolítica y sobre todo católica, es decir, con obediencia a Roma. Ejemplos como estos y a todas las escalas existen muchísimos.

Queremos hacer hincapié en el componente espacio-temporal en la represión de la identidad, es decir, en la persecución material y simbólica de todo lo que indique, muestre y confirme la existencia objetiva de un pueblo. En otras palabras, se trata, para el Estado dominante, no sólo de segar la hierba fresca que alimenta la conciencia colectiva sino de destrozar el humus, la tierra fértil y húmeda que permite que esa hierba crezca pese a todos los temporales. La desvertebración administrativa, las prohibiciones y persecuciones de todo lo que sea pequeña muestra de autoconciencia unitaria de Euskal Herria, desde el deporte hasta los mapas, desde la historia hasta Internet, desde el folclore hasta las fiestas populares, desde las carreteras hasta la presencia internacional, etc., a lo largo de esta persecución se descubre la lógica de la destrucción de la continuidad espacio-temporal de Euskal Herria.

La segunda característica -«conjunto de prácticas y apara­tos destina­dos a moderar y tem­plar, es decir, inte­grar en el sistema, hacerlas funcio­nales, desacti­var su carga emanci­padora, o en palabras actuales: normalizar y volver «tolerantes» aspiraciones, necesidades radicales, deseos liberadores y reivin­dicaciones democrá­ticas colecti­vas»- está siempre en función de la primera y tiene una variable específica en la cuarta característica que veremos más adelante. Se trata, en esta segunda, de intentar que sectores más o menos amplios de ese pueblo oprimido apoyen de alguna forma los planes «reformistas» del ocupante, o al menos debiliten su militancia independentista y se contente con la espera pasiva y cómoda a que las cosas se «normalicen». Par ello el Estado a hecho algunas «reformas democráticas» -la constitución y el Estado de las Autonomías- de modo que las reivindicaciones de esa gente abandonen los métodos directos y movilizadores para volverse «tolerantes» y «pacíficos». Existen muchas variables en esta trampa que no vamos a analizar ahora, pero sí debemos insistir en que se trata de la famosa táctica del palo y la zanahoria.

Habitualmente se tiende a olvidar la eficacia de la zanahoria cuando están cayendo los palos, pero históricamente hablando resulta difícil encontrar períodos represivos en los que sólo se haya aplicado el palo. Estos existen y ya nos hemos referido a ellos -los momentos durísimos de los golpes militares y fascistas, por ejemplo- pero incluso en los años largos y plomizos de las dictaduras -también del franquismo- el poder opreso busca algunos aliado o al menos crear un colchón de estómagos agradecido, gente pasiva y cómoda que se escuda en análisis de que «no hay condiciones objetivas», «hay que esperar a que muera Franco», «no hay que recurrir a la violencia», etc. En la larga historia del PNV, por ejemplo, este comportamiento ha sido el mayoritario. Incluso dentro de la historia de la izquierda abertzale han surgido tentaciones similares como las que, dentro mismo de la dictadura franquista, se afirmaba que ya no era necesaria la lucha armada porque el franquismo permitía que dentro del sindicalismo vertical se organizaran los trabajadores, como era el argumento de la primera escisión en ETA con los escindidos de la Oficina Política.

En las condiciones de opresión nacional en las que el Estado ocupante tiene una base social de apoyo propia formada por gentes de su misma cultura nacional, nacidos en ese Estado o hijos de emigrantes que se han formado desde su nacimiento en la cultura de sus padres, etc, en estos casos, como sucede en Euskal Herria, el estado tiene más facilidades para movilizar esos sectores. Se crea así una fuerza social psicopolíticamente más apta para la manipulación, y muy propensa a aceptar las «reformas» descentralizadoras, contentándose con ellas. Precisamente, una de las obsesiones en aumento de los sistemas represivos españoles y franceses es la de lograr, en primer lugar, que esa masa social aumente su identidad española, en segundo lugar, pase a movilizarse activamente en defensa de España dentro de Hegoalde y, en tercer lugar, sobre todo y con miras de largo alcance, educar como españoles primero a sus hijos y nietos y después a todos los niños y las niñas nacidas en Hegoalde. En este esfuerzo intervienen todas las fuerzas políticas, sindicales, mediáticas y sociales que, al margen de sus diferencias secundarias -PP o PSOE, patronal o UGT-CCOO, El Mundo y ABC o El País- tienen la misma identidad nacionalista española.

Ahora bien, tampoco podemos dejar de lado la existencia de un bloque social autóctono formado por la burguesía vasca y sus sectores populares de apoyo, constituido por franjas populares y trabajadoras, pero sobre todo por la pequeña burguesía y por autopatronos y profesiones liberales, que apoyan al sistema dominante. Hay que tener en cuenta que además de que en toda sociedad burguesa la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, también en los pueblos que llevan sobre sí dos siglos de ocupación militar con el apoyo de sus clases dominantes al poder extranjero, la ideología dominante se ha constituido como una mezcla de la propia burguesía que acepta la dominación y de esa misma dominación. La historia de la derecha vasca impulsora del franquismo y de la dominación francesa también incluso de la dominación nazi-fascista, está ahí, y uno de los secretos de la actual estrategia represiva española consiste en en crear un bloque formado por esa derecha vasco-españolista y los partidos españoles.

La tercera característica -«conte­ner y refrenar las luchas y resisten­cias individuales y/o colectivas con violencia física, psicológica, cultural y lingüísti­ca, clasis­ta, nacio­nal, ético-moral, sexual y racista»- es obvia, y su efectividad depende, en contra de lo que se cree sin base histórica, de la simple brutalidad, cuando de hecho, como lo demuestran múltiples ejemplos, sus triunfos parciales y transitorios -detenciones, asesinatos, torturas, decenas de años de condena, cientos de detenidos y miles de exiliados, cierre de periódicos, cargas en manifestaciones, prohibiciones y presiones contra el movimiento popular, etc.- sólo son efectivos a medio y largo plazo si van acompañados de otras medidas políticas, culturales, económicas, sociales, etc., como las que estamos viendo.

De todos modos, hay que insistir en que la represión en esta tercera característica hace mucho daño porque detiene el avance emancipador, aborta muchas nuevas conquistas, encarcela, asesina y mantiene mal que bien el clima de que contra el Estado no se puede nada o muy poco. Este es uno de los mayores logros de esta tercera característica porque sirve para mantener en mucha gente la creencia de que nada avanza de que no sirve enfrentarse al Estado, de que tanto heroísmo y sacrificio no sirven apenas de nada. Las formas de demostrar que no es cierto ese pesimismo es, además de multiplicar los esfuerzos prácticos, también demostrar con una argumentación global que, por una parte, es al Estado, la fuerza criminal más poderosa, la que hay que exigirle la argumentación contraria de que él está ganando; por otra parte, que visto el proceso a medio y largo plazo, el Estado no sólo no está demostrando su supuesta victoria sino que va perdiendo recursos políticos y legitimadores debe compensarlos con recursos represivos; además, dentro de las bases sociales del nacionalismo tibio, del autonomismo y de sectores de izquierda estatalista ya no existe la pasividad de hace dos décadas, del mismo modo que en la juventud ya no hay la indiferencia de entonces y, por último, la izquierda abertzale y el conjunto de fuerzas progresistas de este país disponen ahora de una capacidad superior a la del pasado en cualquier otro momento.

La cuarta y última característica -«obtener una ganancia precisa, material o simbóli­ca, que mejora las condi­ciones de vida de quien reprime y de las personas que, en cascada, se benefician de ello»- tiene una estrecha conexión con la segunda, como hemos dicho, pero debe ser analizada en particular porque su importancia radica en que crea un sector social preciso que se moviliza no sólo en lo relacionado con la represión en su tercera característica sino en defensa del orden en general. Nos estamos refiriendo al conjunto de policías de todo tipo, de servicios de seguridad, de personas dependientes de esos sueldos, de funcionarios regionalistas, de algunos trabajadores de empresas de servicios que dependen de los chanchullos regionalistas, es decir, de un sector social que no existía ni durante el franquismo ni inmediatamente después del franquismo, que se fue creando con la descentralización administrativa, con la burocratización de los partidos de orden y de los sindicatos, con la proliferación de chanchullos y corrupciones de todo tipo, con las empresas de tapadera o simplemente de servicios para esos partidos y sus economías ocultas, etc.

Mientras que en la segunda característica destaca prioritariamente la aceptación cómoda del orden con sus concesiones y promesas, estando en segundo o tercer grado la colaboración directa con la represión, en esta cuarta característica, por el contrario, destaca la participación directa o muy cercana con ella. Hay que tener aquí en cuenta cómo funciona el sistema concéntrico de control social, dentro de éste el sistema de vigilancia social, y dentro de este último círculo, el sistema represivo en sí mismo, con sus fuerzas policiales y sus decisiones político-militares. Aunque luego nos extenderemos un poquito sobre la dialéctica entre la represión tal cual aquí la describimos y el proceso global que abarca al control social, a la vigilancia y a la represión directa, hay que decir ahora que esta cuarta característica de la represión, o sea, el conjunto de fuerzas sociales, de individuos, directamente interesados en la represión porque ellos mismos se benefician económica, material y simbólicamente, es decisiva para entender el funcionamiento real y diario de la represión en todos sus facetas.

En efecto, en la acción diaria de la represión intervienen de manera continuada e invisible, casi imperceptible para quien no está concienciado de la gravedad del problema, varios miles de personas que desde sus puestos de vigilantes jurados, guardias de seguridad, policías urbanos, porteros de empresas e instituciones, agentes de seguros y de empresas de seguimiento de morosos, detectives supuestamente «privados», además de las propias policías oficiales, tienen relaciones más o menos directas con el poder. Una tendencia en ascenso en la sociedad capitalista es la de ampliar estos recursos represivos tanto en su base humana como en su base tecnológica; y esa tendencia, encima, se agudiza en Euskal Herria en donde las sucesivas estrategias represivas han incidido en el objetivo no sólo de ampliar su número sino también de someterlos a la centralidad de mando anteriormente analizada. Por ejemplo, los debates sobre la policía, etc. Otro aspecto decisivo de este cuarta característica es la existencia de «cuerpos de seguridad» internos de los partidos políticos del sistema, sean españoles, franceses o regionalistas y autonomistas.

Ahora bien, para hacernos una idea más rica de lo que es la represión, debemos tener en cuenta el papel decisivo que juegan, por una parte, todo el proceso integrado que va del control social a la represión directa pasando por la vigilancia y, por otra parte, el papel de los medios de alienación y manipulación. En este sentido, y por falta de tiempo, nos limitaremos aquí a recomendar otro texto que adjuntamos y del que citaremos algunos párrafos a continuación:

6.- CONTROL SOCIAL Y PODER MEDIÁTICO

Lo primero que debemos aclarar es qué entendemos por control social:

«Llamamos control social al conjunto de medios por los que un sistema de poder conoce, analiza, evalúa y mantiene sometidos a sus súbditos. Cada sociedad histórica ha dispuesto de su adecuado sistema de control social. El control social dispone de gran cantidad de subpoderes, instituciones, burocracias privadas o públicas operando sobre áreas sociales específi­cas, estudiándolas, observándo­las e incidiendo en ellas abierta o solapada­mente. Entre ellos pueden existir fricciones y choque de intereses, incluso de tensiones importantes que expresan los cambios sociales complejos. Pero estas dificultades se solucio­nan con negociacio­nes internas, o con la imposición de una nueva jerarquía y hegemonía de uno de los bloques de poder internos».

Otra cosa que conviene aclarar es la relación entre el poder y el control social, o sea, qué es primero el huevo o la gallina:

«La permanencia histórica del control social nace de su supeditación al poder. Llamamos poder a la capacidad de una minoría o de un sujeto para apropiarse del excedente material y simbólico, físico y económico, sexual y amoroso, cultural y artístico, de un colectivo o de un sujeto. La quintaesencia del control social es la que garantiza la existencia del patriarcado, propiedad privada y opresión de los pueblos. El control social prioriza en cada época las formas adecuadas a esos objetivos. Un ejemplo es el Código de Hammurabi. Hace 3000 años en Tebas se usaban anuncios publicitarios para localizar y apresar a esclavos huidos o perdidos. El Papa Gregorio VII dijo en 1078 que la costumbre de Roma consistía en tolerar ciertas cosas y silenciar otras. Los ataques a la izquierda abertzale se remontan a viejos trucos propagandís­ti­cos, pero también a Montgomery en 1959 al decir que quien votase a los laboristas merecía ser recluido en un manicomio».

Vemos en las frases anteriores muchas de las cosas anteriormente analizadas sobre la interrelación de métodos diferentes. Pero las relaciones entre control social y la represión tal cual la entendemos y explicamos exigen precisar los sucesivos niveles de control social, porque su efectividad, la efectividad del poder para ir descubriendo y conociendo qué se cuece en las mentes de las personas y de los pueblos, de las clases sociales explotadas y de las mujeres, de las minorías de cualquier tipo y de la gran mitad de la humanidad, las mujeres:

«Podemos discernir varios controles generales con sus correspondien­tes especificida­des: los controles permanentes en la mal llamada «vida privada» o «intimi­dad», en la familia, volcados sobre y contra la mujer, la juventud y las personas mayores para asegurar su pasividad y conformismo. Aristóte­les reconoció que hasta el campesino libre más pobre, sin ningún esclavo, disponía de sus hijos y esposa. Los mecanismos sexo-afectivos, psicológi­cos, educati­vos y religiosos, y fundamental­mente la dependencia económica, tienen un papel esencial. Antes de que Freud analizara sus terribles efectos, y antes de que la Iglesia obligara a la confesión, todos los poderes han sabido que la institución familiar, la opresión sexual, la dependencia afectiva y amorosa, etc, eran -son- muy eficaces instrumentos de control.

Otro son los controles de la vida pública; gastos, compras y viajes; servicios sociales, sanidad, vivienda, educación; empresas de seguros… Una inmensa maquinaria de miles de ordenadores, ficheros, archivos, funcionarios, empleados privados, profesores y maestros, registra al detalle, con precisión mecánica, los mínimos datos, todos los números, fechas y horarios; propiedades y deudas; partes de baja, enfermedades, desde que nacemos hasta que morimos. Los poderes mesopotá­micos, egipcios y chinos registraban todo lo que podían, pero sólo con la conquista de Egipto por Roma y la masiva explotación del papiro se abrió una nueva fase de control burocrático. Actualmente, las nuevas tecnologías han superado todo lo imaginable en este sentido.

Un tercero son los controles de tiempos y formas de explotación de la fuerza de trabajo. Conforme éstas aumentan, se complejiza la sociedad y crecen las resistencias de las personas oprimidas, aumentan los controles internos y externos. La explotación sexo-económica de la mujer es la más controlada y vigilada. Después la escala varía según las épocas y formas concretas de trabajo. Los patrones recurren a capataces, jefecillos y hasta chivatos internos para mantener el ritmo e intensidad del trabajo, y conocer el estado de ánimo, evaluar el malestar latente, difuso o palpable de las y los esclavos, de los y las siervas, aprendices y personas integrantes de los gremios, miembros de la clase trabajadora. El capitalismo ha pasado del control de los y las trabajadoras antes de la fábrica unitaria, al control en la gran fábrica taylor-fordista y del obreros masa, para terminar, por ahora, en el control flexible, toyotista o postfordista, del obrero social. En Euskal Herria se añade el control españolista de los sindicatos estatales.

Por último, las burocracias dedicadas a los controles más serios. Poli­cías, aparatos de «justicia», servicios de información, oficinas ministe­riales, en especial­ económicos y de defensa; servicios internacio­nales, empresas «privadas» de seguridad, detecti­ves… Tácticas y técnicas nuevas como videovigilancia, nuevas tecnologías, centralización de datos, etcétera, con objetivos más precisos y selectivos. Antiguamente el censo de bienes y personas era uno de los métodos más sofisticados y vitales, como enseña el rigor romano. El exhausti­vo censo normando de la economía anglosajona en 1086, es un ejemplo de planifica­ción de todos los medios para obtener un objetivo decisivo: expropiar buena parte de las propiedades anglosajo­nas. Actualmente los medios son gigantes­cos: un ejemplo, de gran trascendencia, son los presupuestos generales de cualquier estado. El poder actual conoce la realidad social con más profundidad y minuciosidad que otros poderes anteriores».

Las cuatro características de la represión anteriormente descritas apenas serían operativas y menos aún efectivas sin la ayuda permanente de esos niveles del control social. De hecho, resulta fácil comprobar en la práctica su mutuo apoyo y los efectos sociales negativos que terminan generando. Pero el control por sí mismo tiene una efectividad limitada. Ya que el control es la base inicial sobre la que descansa el proceso que culmina en la represión, por eso mismo, el control ha de avanzar y ha de concretizarse en algo más preciso, con más todos y detalles particulares que los simplemente extraídos de los sistemas burocráticos y administrativos existentes en toda colectividad. Estamos hablando de la relación entre control y vigilancia:

«Cada control tiene su vigilancia. No hay control sin vigilan­cia, ni viceversa. Pero existe otra vigilancia más selecta y sofisticada, más peligrosa porque va unida al castigo. Controlar-vigilar es el primer paso para, después, vigilar más selectivamente y castigar. Funciona una línea de control-vigilan­cia-castigo o represión. Dentro suyo actúan mecanismos de integra­ción, consenso y reformas, pero también de división, desactiva­ción y desintegración. Aris­tóteles aconsejaba a los ciudadanos libres ricos que cedieran algo a los libre pobres para que no estallasen conflictos. La Iglesia sabe mucho de complemen­tarizar tácticas. Todo valía contra el movimiento del Libre Espíritu surgido a comienzos del s. XIII desde las tesis amauria­nas, que resistió hasta bien entrado el siglo XVI: espionaje, infiltra­ción, delación, tortura, hoguera, y también potencia­ción de una orden pacifista mendican­te, en apariencia rebelde pero sumisa y destinada a minar los cimientos herejes, los francisca­nos. Siglos después se reactivó esta táctica con la aparición del «pacifismo» inglés y español contra irlandeses y vascos.

La vigilancia especial se beneficia de las vigilancias más laxas y rudimentarias de los controles básicos. La videovigi­lancia suminis­tra abundantísi­ma información audiovisual. El estudio de la masa de datos administrativos vuelve transparente a sujeto o colectivo vigilado. Desde siempre todas las policías escudriñan y escuchan el submundo de dimes y diretes, de rumores sobre el comportamiento normal o anómalo, común o extraño, sorpren­dente, raro, de los sujetos vigilados. Pero la dominación actual mejora su efectiva interrela­ción y multiplica su número. En julio de 1997 en Austria se legalizó la escucha a distancia en todos los espacios, excepto, por ahora, en los confesiona­rios. En Gran Bretaña se discute escuchar a los confesiona­rios. En la Unión Europea se prevé imponer las pulseras individua­lizadas de telecontrol. Atutxa propuso introducir emisores de telecontrol en la piel de dos mil burgueses, gravar todas las conversa­ciones telefónicas de la administra­ción de la CAV…».

Pero, como venimos insistiendo desde la primera página de este texto, lo decisivo de este complejo engranaje es la estrategia que lo guía, el sistema que lo cimenta, la doctrina o paradigma que lo explica teóricamente. Sólo comprendiendo esta unidad interna podremos luchar eficazmente contra la represión:

«La complementarización de los recursos está sometida a una estrategia. Asegurar la dominación patriarcal en una familia con el apoyo del párroco o del psicólogo, o en una fábrica con el apoyo sindical. Ganar unas elecciones o sembrar el miedo para debilitar una movilización popular. A veces asegurar el capitalismo, el patriarcado y la «unidad nacional», con el apoyo reformista e imperialista y la represión feroz de las personas que resisten: la «transición» española. Cambiar algo sin valor para que nada de valor cambie. Las posibilidades van desde lo que narra Tucídides del exterminio de 2000 hilotas por los espartanos, que se creyeron las promesas de libertad, hasta las dictaduras militares­, el fascismo o los regímenes «amigos» del imperia­lismo».

La complementarización de recursos quiere decir también, y en muchas cuestiones sobre todo, intervención de la prenda, de los medios de alienación y manipulación, como instrumentos que no sólo lubrican ideológicamente la represión sino que ellos mismos también son instrumentos represivos porque actúan contra la libertad, contra el conocimiento de lo que sucede, contra las posibilidades que tienen las gentes oprimidas para decidir sobre su futuro y su presente.

7.- PRENSA, PROPAGANDA Y REPRESIÓN

Antes de seguir debemos, como ya es costumbre en este texto, intentar saber de qué hablamos:

«Cualquier control por «íntimo» que sea, necesita de una producción de legitimidad, conocimiento e información para justificar y mantener con efectividad su vigilancia. Se mantiene así sin recurrir en todo momento al castigo o a su amenaza, al miedo consciente. Es más productivo, en la mayoría de los casos, el miedo difuso, inconsciente, esa mezcla de ansiedad e incerti­dumbre de las personas dominadas. La angustia no contradice en absoluto a la falsa sensación de libertad y felicidad. Las refuerza. Las religiones conocen la demoledora eficacia de la dependencia psíquica, emocional y cognosci­tiva que se alimenta de dichas técnicas disciplinado­ras. El control mediático es esencial para la producción de dependencia y de su falsa felicidad. La dependencia cognoscitiva, la aceptación acrítica, dogmática, de la «verdad», la que fuera, es objetivo priorita­rio del control mediático. Una vez arraigada la dependencia cognoscitiva, aceptada socialmente una «verdad», resulta muy difícil demostrar su falsedad y erradicarla».

De la misma forma en que al tratar de la represión insistíamos aunque sin demostrarlo que existe una experiencia histórica aplastante sobre la naturaleza de la represión -dentro de su correspondiente sistema- que vertebra internamente a las formas concretas de represión activas en la realidad social, también ahora hay que insistir en que:

«Todos los datos confluyen en la relación de los media con las represio­nes. Hablamos en plural porque la propaganda de cada época azuza represiones adecua­da a cada control, a su complejidad y diversidad. Las represiones no se mueven sólo en el plano consciente, ni tampoco en el del simple castigo o brutalidad. También se mueven en el mundo incons­ciente, en los miedos y dependencias de la estructura psíquica de masas. Otras represiones se ejercitan en el ámbito del desvío, de la desactiva­ción o integración funcional de deseos, tensiones y reivindica­ciones, paralizán­dolas o satisfaciéndolas aparentemente. Por último, sólo una parte muy reducida de las represiones son físicas, activas, violentas, brutales. Estas últimas intervienen, por lo general, cuando las demás, las previas, han fracasado. Solamente entonces los poderes dan el tercer paso, el que va de del control-vigilancia, que son los dos primeros, a la represión o castigo violento, que es el tercero y supuesta­mente definitivo. Los poderes de cada época, salvo excepciones, han buscado primero trucos, trampas, mentiras, falsas reformas y concesiones vacías, terceras vías que se empantanan en la selva de la burocracia política, y después, o justo momentos antes de que la situación crítica fuera irreversible, han usado la violencia represiva abierta y pública».

¿Qué papel juega la prensa a lo largo de este proceso? No podemos extendernos en la respuesta, y por eso invitamos a la lectura de los dos textos que adjuntamos, aunque sí queremos decir que la prensa tiene as u vez varios niveles de incidencia y de presión alienadora, según las capas y franjas populares a las que quieran llegar. Quieran y a la vez necesiten porque la prensa no es sólo «afán de información» sino también «necesidad de vender la mercancía llamada noticia«, puesto que hablamos de una industria cada vez más poderosa pero cada vez más competitiva y presionada por la tasa de beneficios. Ahora bien, esto no es todo ya que esa industria es, pese a su transnacionalización creciente y a su dependencia tecnoeconómica hacia las grandes corporaciones mundiales, pese a ello y por razones que no podemos explicar, sigue siendo «de cuna española», es decir, tiene directos intereses económicos y políticos en el mantenimiento tanto de su cota de mercado en España como en el mantenimiento de la «unidad nacional» de ese mercado.

Dependiendo de diversos factores, la prensa interviene con criterios diferentes y con programas, horarios y temáticas adecuadas a cada franja de audiencia, siempre buscando esos tres objetivo: audiencia, beneficio económico y control político. De toda esta complejidad, ahora nos interesa la diferencia que existe entre la demagogia maniquea y populista, gran nacionalista española, destinada al consumo de masas humanas en alto grado de pasividad mental, y la intervención más precisa sutil, la de los programas que además de buscar la llamada «creación de opinión», también quieren que esa «opinión» tenga algunas bases argumentales capaces de servir en la legitimación del españolismo militante y antieuskaldun. No podemos menospreciar la incidencia de los «argumentos» de algunos tertulianos, no de todos obviamente, pero sí de algunos y también de algunos artículos de prensa, y de algunos programas de televisión. Sería un error suicida menospreciar el conjunto de instrumentos que el Estado ha puesto en funcionamiento para fortalecer y ampliar la legitimación del españolismo reaccionario en las franjas sociales anteriormente descritas. Aunque en otros muchos sectores no son en absoluto necesarios ningún tipo de argumentos, tampoco podemos cometer el error de pensar que el españolismo no tiene capacidad argumentativa.

Es decir, tenemos que saber analizar la existencia de diversos instrumentos de manipulación mediática, unos simplones, burdos y zafios, conocidos por todos y que tienen a su disposición enormes cantidades de prensa de papel, de horas de radio y televisión, etc., es decir, la telebasura y la prensa sensacionalista, por ejemplo, pero:

«También actúan otros media más selectos. Son los creadores de opinión, que no mera ideología dominante. Toda sociedad tiene chamanes, sacerdo­tes, filósofos, intelectuales orgánicos aunque sean -cada vez más- unos chapuceros ignorantes. Trabajan con instrumentos especiales, bancos y grandes empresas, consulting, clubes e instituciones privadas, editoriales de prensa, partidos y sindicatos, universidades, colegios mayores, ministerios y cuarteles, iglesias… Ellos, por lo general, no reducen esa opinión «culta» a la simpleza del pensamiento popular. Este trabajo lo hacen los media arriba vistos. Sí supervisan la vulgariza­ción; juzgan la valía de la propaganda simplona del sensacio­na­lismo. No interfieren en sus negocios excepto si incumplen su deber de justificado­res del orden y excitadores de los castigos. La autonomía vigilada de los media es flexible según las coyunturas y necesidades del poder. Pero siempre hay límites infranqueables: la propiedad privada de los medios de producción y la lógica del beneficio, el patriarcado, la unidad del Estado y su monopolio de la violencia».

La importancia de estos especialistas en la manipulación aparece claramente en los momentos en los que se superan los límites infranqueables. Hay que partir del hecho de que la prensa no es sólo una industria cualquier, sino que es un poder industrial con claras ramificaciones y conexiones políticas y sociales. Los grupos que dirigen la prensa están muy bien relacionados con los poderes políticos y militares porque ellos, la prensa, son un poder económico e ideológico. Por eso, cuando las luchas populares superan los límites, esos especialistas intervienen, e incluso lo hacen antes de que se superen esos límites, conforme la espiral de lucha y de represión van ascendiendo y la lucha va superando a la represión. Los ejemplos que demuestran esto sobran por todos los lados. En situaciones así es innegable la influencia de la prensa sensacionalista, basura y zafia, porque azuza el miedo y la reacción psicopolítica, los más bajos impulsos sociales autoritarios, el miedo a la libertad propia y ajena de las masas alienadas; pero esta realidad, que nunca debemos olvidar, tampoco nos debe llevar a desconocer el importante papel que juegan en esos momentos los «buenos comentaristas», los auténticos propagadores y legitimadores de los planes reaccionarios.

En las palabras del texto que citamos:

«Cuando se fuerza alguno de esos límites se activan los instrumentos propagandísticos adecuados al peligro. Cuando son varios los peligros, se centraliza aún más la propaganda, sube su virulencia, los creadores de opinión producen en serie y se movilizan más represiones. Cuando se cuestiona la totalidad de los límites, el sistema en sí mismo, el poder interviene con toda su brutalidad. Este esquema básico exige introducir, como hemos dicho en su momento, otras técnicas de integración, consenso, desmovilización, división, etc. Pero, en su quintaesencia, actúa tanto en las líneas básicas y aisladas de control-vigilancia-represión, como en las áreas más problemáticas y decisivas para la pervivencia del poder de la clase dominante, del capital como conjunto de relaciones sociales».

Otra de las tareas decisivas de los medios de propaganda es la de ocultar no solamente la gravedad y extensión de determinados problemas, sino los problemas mismos. Se dice que todo aquello que no aparece en la televisión es inexistente, y en cierta forma es verdad, sobre todo para los sectores sociales alienados, que rumian mentalmente sólo el alimento que les introduce la televisión y en menor medida la radio. En el texto que citamos se ponían los ejemplos de la invisibilización de la opresión del euskara y de otras muchas realidades:

«El capitalismo ha desarrollo una ingeniería psicosocial que oculta las represiones privadas, y sólo visualiza parte de la violencia represiva pública. El sistema se perfeccio­na en contextos de explotación patriarcal y nacional o racista. En estos casos aumenta la invisibilidad de las represiones por el interés objetivo y subjetivo de los explotadores. Un ejemplo crudo de la sistémica de factores e invisibi­lidad represiva es el ataque al euskara. La atención prestada al euskara es ínfima en relación a la creciente demanda popular. Esa ínfima atención se limita a lo costumbris­ta, arcaico, folclórico, al ghetto «privado», familiar, sin salir a la calle ni entrar a la producción social de valores de uso. Además, dicen, junto al inglés, el castellano es la «lengua del futuro», del trabajo, cultura y modernidad. El control mediático multiplica los ataques al euskara que realizan las institucio­nes y el poder español. Las declara­ciones de los políticos son aireadas, justificadas y reforzadas si hiciera falta, pero se oculta toda información beneficie al euskara».

Formalmente esta globalidad no es represiva. El euskara no sufre represión, en su marco tiene los mismos derechos que el castellano. Otro tanto sucede con reivindicacio­nes estratégicas de mujeres, del pueblo vasco, del kurdo… que cuestionen la expropiación del excedente de las personas oprimidas por el opresor. Importa poco demostrar que las leyes son parciales e injustas. El poder mediático silencia esa demostración y la de­penden­cia cognosciti­va hace que sigan pensando en la verdad oficial, reforzada, encima, con los réditos que obtienen de la explota­ción de las mujeres, del pueblo vasco, del pueblo palestino… El que una parte de estas personas colabore con esa dinámica confirma la veracidad de su falsa ilusión. Las personas irreduc­tibles e insoborna­bles son inmediatamente calificadas de peligro público. Todos los controles son activados para detectarlas e identificarlas. El poder mediático trabaja a tope para excomulgarlas y aislarlas. Las diversas policías y sistemas represivos concretos se vuelcan contra ellas. Formalmente no existe represión alguna, sólo «movilización ciudadana» y «aislamiento pacífico y democrático» contra ellas.

En la práctica sucede lo contrario. En una primera fase el control capita­lista oculta la víctima, ya sea persona con lepra, minusválida, persona marginada, bruja o brujo, loco o loca, revolucionario o revolucionaria, independentista, feminista radical… En una segunda y definitiva fase los presenta en público. Antiguamente los controles y el poder necesitaban tenerlos en la calle, en la plaza desde el principio mismo. En el medioevo, una ciudad o pueblo demostraba la efectividad de su sistema de orden con jaulas, picotas y elementos de tortura sitos en las puertas de sus murallas, a la vista de viajeros y desconocidos. La diferencia de ritmos y etapas nace del hecho de que el capitalismo dispone de mejores medios de control global por las razones descritas. Puede así mantener una mayor apariencia de libertad y democracia. Pero cuando la mecánica de orden queda obstruida por el apelotonamiento de las contradicciones, cuando los sumideros no evacuan los descontentos y estos se desbordan, el capital escenifi­ca a la persona que está enfrente, a la Otra, al Mal, al Peligro».

Para el Estado español el Mal y el Peligro, el Otro u Otra, en el sentido de la absoluta e irreconciliable alteridad, es en estos momentos Euskal Herria. Aunque en el fondo de lo que se denomina muy correctamente el «problema español» se agita, entre otros, la realidad insobornable de Euskal Herria como pueblo preexistente y exterior a España, no es menos cierto que su criminalización pública y oficial ha pasado por altibajos. Actualmente, Euskal Herria es para España el origen de todas sus desgracias y dolores, y la responsable de que su presente y su futuro no deslumbres al mundo entero, como pretenden los nacionalistas españoles. Sabemos que esto último es una mera baza propagandística porque la práctica internacional del bloque de clases dominante en el Estado es la de aceptar la supremacía del imperialismo norteamericano a escala planetaria, y del alemán a escala europea, plegándose fielmente a sus dictados. Pero, de puertas adentro, han construido una tramoya propagandística en la que Euskal Herria está atada en la picota inquisitorial esperando el castigo del Santo Oficio. Pues bien, para entender cómo se ha llegado a esta situación hay que recurrir además de a un análisis riguroso de los avances y progresos de la izquierda abertzale y en general del conjunto del pueblo trabajador vasco, también hay que emplear una teoría de la represión como la que aquí se ha intentado exponer.

EUSKAL HERRIA (29-1-2001). 14/IX/05