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Poesía y liberación

Fuentes: Rebelión

¿Qué nos quiso decir el viejo Marx cuando escribió: «Los poetas son tipos raros con los que hay que ser tolerantes»? Mi reciente investigación en torno a la poesía latinoamericana y venezolana, y su relación con la construcción de la revolución, de la lucha colectiva, me sugiere una primera posible respuesta a esta incógnita. Es […]

¿Qué nos quiso decir el viejo Marx cuando escribió: «Los poetas son tipos raros con los que hay que ser tolerantes»? Mi reciente investigación en torno a la poesía latinoamericana y venezolana, y su relación con la construcción de la revolución, de la lucha colectiva, me sugiere una primera posible respuesta a esta incógnita.

Es verdad, los poetas son gente rara, muchas veces excéntrica y hasta nebulosa. Pero, en tanto que socialistas, en el trato con los poetas, al menos según Marx «hay que ser tolerantes».

Pero, ¿qué significa ser tolerantes con los poetas? Más aun: ¿por qué debemos ser tolerantes con ellos?

Según el diccionario ser tolerante es ser indulgente, ser paciente, ser considerado. Pero esta es la primera acepción del término. La segunda acepción nos indica que ser tolerante es ser abierto, ser flexible, ser comprensivo.

Se sabe que Marx hablaba muchas veces en clave para uso futuro. Creo que Marx aludía a ambos sentidos de la expresión. Marx nos quería decir, me parece, que los poetas desarrollan un exceso de comprensión y también una capacidad de metamorfosis de lo real que «hay que» tolerar, que «hay que desentrañar», que «hay que incorporar a la retorta marxista de comprensión y metamorfosis del mundo humano/ sensible a efectos de construir un socialismo democrático, radical, participativo, científico, un socialismo dialéctico, en humaneza.

De estar bien encaminada esta tesis, la poesía haría también parte de este gran «motor de la historia», de este grande motor impulsado por el proletariado, por los despojados de siempre.

Pero: ¿cómo es que la poesía puede dejar de ser solo discurso decorativo de lo real para tornarse una praxis socialista en el sentido fuerte, materialista, transformador, científico? ¿Cómo podría contribuir la imaginería poética con la edificación de un mundo efectivamente humano, no enajenado, no fetichista, no hiper-individualista, no racista, no sexista, no mercantilista, no pequeño-burgués; un mundo sin explotación de unas clases mayoritarias a manos de otras minoritarias pero expropiadoras y por ende incapaces de reconocerse nunca a su alteridad ni a sí mismos como sujetos?

Y en la respuesta a estas preguntas es donde creo que la poesía nos reserva ciertos obsequios. Veamos qué apuesta a la utopía de la lucha nos hace, por ejemplo, el poeta de Martinica, Aimé Césaire (1913-2008) en su libro: Lejos de los días extranjeros. El poeta sueña, y al soñarlo funda, un tiempo realmente propio, un tiempo no forastero, esto es no alienado, un tiempo colectivo en que resolutivamente retoñemos nuestra propia cabeza, nuestro propio pensamiento en historia y un producto sensible rehecha corazón.

    Pueblo mío

    cuando del otro lado de los días extranjeros

    retoñes tú una cabeza bien tuya sobre tus espaldas

Césaire nombra -y al hacerlo convoca- en su poema nada menos que la praxis liberadora a que conlleva una apuesta creativa, ruptural, una hechura individual y colectiva que nos retoñe una cabeza bien nuestra y firme sobre nuestras espaldas. Las espaldas de nuestro esfuerzo en tanto que militantes socialistas para merecer ser parte de una historia otra, de una gesta que vive siempre en estado potencial, siempre a la espera de cuajar en nuestro destino sensible de individuos y pueblos emancipándose.

Precisamente por eso en Latinoamérica siempre ha sido problemático y peligroso afirmar que la política pueda ser enunciada como poética. Particularmente en América Latina y en el «Tercer Mundo» a la poesía siempre se la quiso conducir y ordenar (disciplinar diría Foucault) por los pulcros y zanjados territorios del orden y el recato. Se nos vendió una poesía (y una comprensión de la poesía) sospechosamente escrita desde cánones de aceptación y comprensión extranjeros. Y se cuidó de encargar a unos señores apelados «profesores» o «críticos literarios» la tarea de amparar bajo cánones y preceptos muy precisos qué debía -y qué no debía ser- la poesía.

Ellos, los colonialistas, los colonizadores del poder/ saber apostaron a instituir así la poesía en tanto que un orden muy preciso, de clase. Un orden para negarnos, para extrañarnos, para enajenarnos. Pero preguntémonos ¿para qué? Para invertir la de la materialidad de un discurso simbólico-metafórico connatural a la poesía, de suyo inapropiable, anti-capitalista e irreductible a significados fijos, consolidados y por consiguiente administrables y mansos frente al poder. Es decir, como mecanismos de y para reproducir la opresión, la desvalorización y como dispositivos de y para el disciplinamiento de individuos y colectivos.

Y así, al definir y delimitar la escritura por antonomasia de la belleza escrita puesta en verdad y de la verdad puesta en belleza como mímesis o simple remedo de una producción previamente originada en Europa, la originalidad, validez y apropiación estética nuestra, es decir, la posibilidad de imaginar un movimiento de vanguardia latinoamericano o tercermundista al margen de los cánones de validación, celebración y consumo euro-centrista quedaban así a priori interceptados. Digámoslo en dos platos: O se estaba muy actualizado -pero perpetuamente a la zaga estética de Europa-, o se estaba «out», fuera de moda, retozando en los lodazales del galimatías artístico.

Y así como la escritura de la Historia en América Latina y el caribe deliberadamente se planificó y difundió para presentarnos nuestro pasado precolombino, colonial y hasta republicano como un dechado de barbaries, revueltas irracionales y sucesión de rufianes al frente de países, algo parecido se estiló (y se sigue estilando) para obstruir cualquier posible ejercicio de «comprensión otra» de nuestra elaboración simbólico-intelectual. Para algo están los motes de «folclórico» y «demodé»: para hacer la recepción de nuestra exuberancia imaginativa popular, una industria de y para el extrañamiento, esto es, una operación puramente administrativa, antropológica, de disección de lo extravagante, aberrante que nos caracteriza, en ningún modo una belleza problematizadora/ liberadora.

Las prácticas de la negación de nuestra especificidad, nuestra originalidad, y promotores de nuestra auto-culpabilización no se limitaron así a los pelados terrenos de la economía o el orden social y económico racializado. Pervivieron y siguen persistiendo en América Latina como espacios simbólicos, vigilados, cercados, adrede ordenados. Espacios de y para perpetuar un orden y una topografía cultural estipulada, dependiente, subordinada al Centro.

Marx y Engels lo advirtieron con todas sus letras: «Las ideas dominantes en toda época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante». Cabría derivar de igual forma que las poéticas dominantes en las periferias han sido (y en buena medida siguen siendo) en toda época las poéticas funcionales a la clase dominante. Léase, las poéticas utilizables y favorecedoras de los intereses agiotistas de esta clase.

Pero si convenimos con Michel Foucault con que el poder no anida en un espacio determinado cuanto en la dialéctica misma de la relación y transacciones que se establecen entre un poder que busca imponerse y un contra-poder que se le resiste y trabaja por su liberación, cabría esperar entonces que a unas «poéticas de la opresión» se le opongan otras: «poéticas de la resistencia o la liberación».

Esto es precisamente lo que encuentro como investigador al revisar un conjunto de apuestas escriturales equívocamente rotuladas de «solitarias» y en mucho del experimentalismo de generaciones poéticas venezolanas, latinoamericanas y caribeñas moduladas durante las últimas décadas.

Del avasallamiento indígena en tiempos de la Conquista y la Colonia a la «derrota» de la izquierda en los años 60 y la eclosión de nuevos caminos del siglo XXI

A mi juicio, la poética de la opresión en Venezuela arranca con la tentativa de borramiento sistemático (política de tierra arrasada) de buena parte del sustrato simbólico-religioso, socio-política y económico que florecía en estas tierras previa irrupción de Colón y la cristiandad impuesta a sangre y fuego, mecanismo desarrollado y perfeccionado desde la época de Las Cruzadas.

Análoga operación se cumple en lo sucesivo durante los periodos de la Colonia, la Independencia y el rosario de guerras civiles que ensangrentaron a Venezuela, incluso hasta inicios del siglo XX. Durante este dilatado periodo, sin embargo, la resistencia simbólico-poética de culturas indo-americanas, afro-descendientes y sus múltiples hibridaciones con sustratos de culturas populares europeas y asiáticas se mantiene siempre, aunque desde formas por lo general veladas, desde las festividades y actualización de costumbres y territorios de la religiosidad popular, sobrepuestas sobre la cartografía de la cultura y la religión oficiales del conquistador.

No obstante, contamos hoy con evidencia empírica de que, ora mediante literatura oral, ora mediante prácticas religiosas secretas o por razón del enmascaramiento de elementos «paganos» en el tronco de la cultura cristiano-occidental, el sustrato de lo que llamamos aquí una poética de la resistencia pervivió a la espera de mejores contextos para prorrumpir, madurar y re-articularse más eficazmente a la economía simbólica estatuida.

Producto de la revolución educativa que se insinúa en Venezuela a partir 1936 y se consolida a partir de 1958 en adelante, especial prominencia de producción poética letrada (distinta pero en ningún caso superior a la poética oral), a mi juicio, se cumple en el país durante estos últimos tres periodos: A) durante mediados de siglo XX, lapso de establecimiento de un modelo de democracia restringida/ populista y tutelada desde los centros imperialistas aunque con importantes bolsones de ascenso social. Una «democracia» cuyas elites no pocas veces se ufanaron de ser subsidiarias de la vanguardia esteticista europea; B) durante las décadas del 70, 80 y 90 del siglo XX, lapso de emergencia de lo que ha venido a acuñarse como la post-política, básicamente a cargo de una mediocracia pequeño-burguesa cortejada por los neo-conversos de la izquierda y los Chicago Boys criollos.

Justo en esta coyuntura se planifica y lleva a efecto la aplicación compulsiva y criminal del paquete económico de musa neoliberal que resultó en la réplica popular rebelde del 27 de febrero de 1989, bautizada como Caracazo); y C) durante la primera década de este siglo XXI, contexto en que germina y toma personalidad propia una utopía épica proto-socialista nacional/ continental/ bolivariana pero por lo demás, de aspiración internacional que abarca los países del Sur. Es a partir de este último momento cuando a mi parecer se reconfiguran y aclimatan nuevas poéticas de y para la resistencia, particularmente en Venezuela.

Advirtamos a modo de ejemplo este revelador poema alusivo a esta revuelta articulado por el ensayista y activista cultural y social Efraín Valenzuela.

EL RECUERDO QUE EN MÍ VIVIRÁ

 

 

AQUEL 27

 

Todos éramos pardos

Todos éramos negros

Todos éramos pueblo

 

AQUEL 27

 

Se nos acabó la historia

Las vidrieras no soportaron la nostalgia

 

AQUEL 27

 

Compartimos la carga porque hasta para saquear montamos la fiesta

 

AQUEL 27

 

«Será el recuerdo que en mi vivirá»

 

AQUEL 27

 

La memoria se desbordó cotidiana

 

AQUEL 27

 

La rabia arrebató por asalto todo lo que estaba escondido

 

AQUEL 27

 

Se encendió la pradera

El asfalto sintió la fuerza de los pasos de todos.

Compartimos en esa gran fiesta colectiva, histórica, justiciera

 

EL 28

 

Comenzó la muerte

Los caídos sueltan sus recuerdos como ecos de un siempre futuro

El neoliberalismo sacó las armas.

El ejército perdió todas las batallas

Los 4 de Febrero comenzaron en todos los barrios

En mi rastreo/ exploración, más que un ejercicio crítico de los distintos campos aglutinadores de cada uno de estos momentos que veo como fermentos de una emancipación ético-estética, intento dar la palabra de hombres y mujeres, autores y autoras, quienes, de cara a diversas situaciones concretas de la historia que atravesaron como sujetos individuales y colectivos. Sujetos que atinaron a articular una respuesta desde distintas coloraturas de militancia en la poesía desde la construcción simbólico/ política. Unas y otras operan como enzimas de una estructura socio-política que precisaba ser remozada.

Un ejemplo de tesitura formal petrificada en bizarría liberadora nos entrega Dionisio Aymará en su libro: Aprendizaje de la muerte (1978), publicado por el propio autor a fines del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, Aymara registra una suerte de ética estético-existencial que llama a asumir, a templarse verticalmente en y desde una praxis que deviene poética de una ética inclaudicable en resistencia.

    23

    No

    te conformes con ser lo que eres,

    con lo que has sido a través de los años,

    los siglos que has vivido en tan poco tiempo…

    No

    no te conformes con la mínima ración de esperanza

    que te dejan para tenerte adormecido.

    Nada de sumisión:

    sólo tu único designio,

    tu obstinada manera de atravesar el la estación calurosa,

    el invierno, tu propia desolación frente al destino,

    tú mismo.

    No,

    no te conformes con lo que tenías

    que haber sido,

    no aceptes otra luz que la tuya.

    Hacia atrás, nada: ni un solo paso

    y si no tienes luz,

    preferible tu propia tiniebla,

    preferible tu cólera, tu sola desgarradura,

    tu alarido final a dos pasos más allá del abismo,

    todo

    antes que pasar como ciertas alburas

    semejantes al algodón de los corderos,

    todo

    antes que vivir sin dignidad,

    todo,

    inclusive la muerte

Y no nos parece entonces casual que, apelando a una entonación entre ética y épica, y una fraseología muy parecida a la de Aymará iniciara su discurso el sub-comandante Marcos cuando tomó El Zócalo en 2005: «Nos dijeron que nunca llegaríamos hasta aquí. Pero, aunque nos cueste la vida, si es preciso, haremos la revolución».

    «No venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes. Que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros, los que somos el color de la tierra».

La poesía en Venezuela y en América Latina así siempre ha sido (y cada vez es más) una reacusación tenaz, cotidiana, eficaz, de aquella frase infeliz de Margareth Thatcher según la cual, para nosotros, los proletarios, los relegados, los indígenas, los que somos el color de la tierra: «There is not alternative».

Nuestra poesía de ayer y de hoy nos da evidencia en detalle de qué manera escandalosa tal premisa es del todo falsa.

Citaremos unos contados ejemplos para ilustrar:

El inquebrantable poeta y criminólogo Elmer Szabó en su libro Tema afín a la transparencia, escrito durante la década (perdida) del 90 nos retrata -más bien desnuda- el resultado del desmontaje del Estado de bienestar por el catecismo neoliberal devenido en un sistema burocrático y feroz, auto-despojado de capacidad para servir incluso a las faenas públicas más elementales e insignificantes:

    Mientras se licita el contrato para recoger al perro muerto

    ese mismo perro se pudre en la plaza

    y las moscas disfrutan

Y más recientemente el poeta venezolano Oscar Fernández nos recuerda a modo de epistemología de nuestra apuesta colectiva, la necesidad ineludible de construir en colectivo patria y futuro también desde un activismo transfigurado derecho de palabra:

    Desde el virus hasta la ballena,

    desde el micro-hongo hasta el árbol, todos tenemos

    algo que decir.

Creo válido incluir también el poema del poeta Antonio Trujillo en la continuidad de una obra que toma como pretexto la lectura de la naturaleza para fraguar una suerte de haikus venezolanos que levantan epigramas/ homenajes a la vida como práctica de diálogo, la naturaleza como lugar desde donde enunciar y una convivencia que «nunca humilla» como cruce productivo/ luminoso del cuerpo humano y el de la naturaleza.

    Habla en los cedros

    Habla

    en los cedros

    y nunca humilla

    cruza

    las hojas

    y la sombra

    no sabe

    la cierne Dios

    no hay cal

    en la luz1

Quisiera cerrar este rapidísimo paneo de la revuelta de signos poéticos y políticos en Venezuela con el certero ejercicio de lectura mediático-antropológica que en Abu reina (2008) compone Alejandro Bruzual (Caracas, 1958). Bruzual visibiliza el territorio enemigo de los extravíos del Imperio en instituciones penitenciarias al margen de los acuerdos de Ginebra como es el caso de Abu Graib mediante una aproximación que recupera la oración a Marilyn Monroe de Ernesto Cardenal, ahora en una seca pero a la vez rompiente clave entre testimonial y notarial.

    Oración

    Recordémoslos, Señor:

    Armin Cruz

    Javal Davis

    Lynndie England

    Ivan Frederick

    Charles Graner

    Sabrina Harman

    Roman Krol

    Jermy Sivits

    Para Alberto González hay tortura si hay daño o trauma emocional permanente.

     

    Para Lynndie era una distracción más de los guardias.

El contra-panóptico que levanta Bruzual para mirar al centinela global desde la invectiva poética devuelve la espectacularidad lírica al vaciamiento que suele caracterizar a entrevistas, fotogramas y emisiones televisuales forzándolos a devenir territorios de y para el intimismo y la comunión problemática entre víctima y victimario. Mirada ácida. Desnudamiento una de la más recientes paranoias imperialistas en garantía del régimen capitalista de acumulación.

Ese extraño poeta/ activista apellidado Bolívar

La presente constituye pues una resumida e incompletísima pauta de la alta poesía en clave de Patria, de Caribe, de lucha y sagacidad que profetizaba Bolívar cuando le advirtió al General Santander un 08 de noviembre de 1819: «…Esta patria es Caribe y no boba…»

Una advertencia cuya carga de poesía no puede ser entendida sino desde la intersección entre escritura y épica, entre metáfora y proeza colectiva, entre belleza y humanidad.

Acaso por ello Bolívar recomienda en una suerte de «ars poética» al General Tomás de Heres el 06 de agosto de 1825: «… No se detenga Ud. en pelillos, dígales cosas muy fuertes y siempre la verdad, que es la que amarga, y no falsas imposturas que son las armas con que nos quieren herir…»

Como lo vaticinó Bolívar, la nuestra estaba llamada a ser una praxis libertaria y una poesía «sin pelillos en la lengua», llena de «cosas fuertes» y «siempre en la verdad que es la que amarga» a los farsantes de siempre. Poesía y política despojadas de falsas imposturas pues estas «son las armas con que nos quieren herir».

Por ello Bolívar escribe a su artero enemigo Francisco de Paula Santander aquel 05 de julio de 1823 una declaración de orgullo y alto sentido de la Patria Grande en clave de metáforas que resume – y rezuma- la luz con que han de regarse todas las más grandiosas empresas liberadoras de nuestros pueblos. El padre Bolívar literalmente las condensa en este apretado símil:

«Estoy como el sol, brotando rayos por todas partes…»

Desde este sustrato de poesía libertaria y anticolonial, anti-neo-colonial y anti-neoliberal, antiimperialista y antisistémica Venezuela escribe y anuda con Bolívar en ayer, en hoy y en mañana su palabra libertaria e iluminada.

Por eso la poesía es importante.

Por eso es peligrosa.

Por eso es temida.

Por eso es necesaria, imprescindible.

Por eso hoy aquí, en colectivo y de la mano de Bolívar y de todos los gestos poéticos de los inconformes, libertadores y libertadoras de ayer, de hoy y de siempre, la convocamos y practicamos.

Recordemos pues hoy lo que -sin duda poéticamente- revelaba Bolívar a Don Robert Wilson aquel 13 de noviembre de 1827, dos años y medio antes de su desaparición física:

«Yo siento por el presente y por los siglos futuros. ¿Dígame Ud. si tengo razón o no por tanta tristeza?»

La poesía revolucionaria nuestra, de lo nuestro y para lo nuestro, la poesía colectiva hecha luz y esperanza y orgullo «brotando rayos por todas partes» como se autodefine Bolívar hace el más eficaz conjuro y antídoto contra esta ya justificada -por histórica- razón para albergar tanta inmerecida tristeza.

Pero además es substancia desde dónde trabajar cada día para entender y sobre todo transformar las raíces mismas que reprodujeron -y reproducen aún toda ralea de sujeción y servidumbre.

Es precisamente para refrenar las instituciones e intereses de fondo de todo este proyecto de avasallamiento ayer colonial, hoy neo-colonial fabricante de esta congoja colectiva para lo que Bolívar toma las armas y asume para sí todos los sacrificios, peligros y miserias que el proyecto independentista efectivamente supuso.

Escribe así al doctor Miguel Peña un 16 de febrero de 1828: «…el peligro es mi trono, y vencerlo, mi gloria».

Tal es la poética hecha acción política y figura discursiva en clave de ética y de épica para lectura futura que nos lega el Padre Libertador.

Parafraseándolo, en el plano poético/ político, nuestro único trono hoy intima encarar -con garbo y altura- los nuevos y complejos desafíos y peligros de nuestro ineludible segundo gran proceso emancipador.

Nuestra gloria será vencerlos.

O para decirlo con palabras del gran poeta ruso Vladimir Maicovsky:

«Alumbrar, alumbrar, siempre/ alumbrar hasta el fondo del último día/ Alumbrar, alumbrar, alumbrar/ esa es mi consigna/ y la del sol».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.