Traducción de Lucas Antón
El pasado sábado, 17 de septiembre, muchos de nosotros vimos sobrecogidos cómo cinco mil norteamericanos descendían sobre el distrito financiero del bajo Manhattan, hacían ondear sus enseñas, desplegaban sus pancartas, coreaban lemas y se dirigían caminando hacia la «Gomorra financiera» del país. Se proponían «ocupar Wall Street» y «hacer justicia a los banqueros», pero la policía de Nueva York frustró sus esfuerzos temporalmente, cerrando tan simbólica calle con barreras y puestos de control.
Sin inmutarse, los manifestantes siguieron dando vueltas por la zona antes de celebrar una asamblea popular y establecer un campamento de protesta semipermanente en un parque de Liberty Street, a un tiro de piedra de Wall Street y a una manzana de distancia del Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
Tres mil personas pasaron allí la noche, al día siguiente llegaron cientos de refuerzos y mientras redactamos este artículo, el campamento extiende de nuevo los sacos de dormir. Cuando tuitearon al mundo que tenían hambre, una pizzería cercana recibió en una sola hora encargos para su entrega por valor de 2.800 dólares. Embravecidos por la lluvia de solidaridad internacional, estos «indignados» norteamericanos declararon que se quedarían allí a recibir a los banqueros cuando abriera el mercado de valores el lunes por la mañana. Por el momento parece que la policía no cree que puedan pararlos. ABC News informa que «aunque los manifestantes no dispongan de permiso para la protesta, [el departamento de policía de Nueva York afirma que] no tiene previsto sacar a los manifestantes que parecen determinados a quedarse en las calles». Los organizadores in situ afirman: «vamos a atrincherarnos para una ocupación a largo plazo».
#OCCUPYWALLSTREET se inspiró en las asambleas populares de España y se divulgó como concepto gracias a un cartel a doble página del número 97 de la revista Adbusters, pero lo encabezaron, orquestaron y realizaron activistas independientes. Todo empezó cuando Adbusters pidió a su red de bloqueadores culturales que desbordaran el sur de Manhattan, levantaran tiendas, cocinas y barricadas pacíficas, y ocuparan Wall Street durante unos meses. La idea prendió rápidamente en las redes sociales y los activistas independientes recogieron el meme y crearon un sitio organizativo abierto. Pocos días más tarde, se celebró una asamblea general en la ciudad de Nueva York a la que se presentaron 150 personas. Estos activistas se convirtieron el núcleo organizativo de la ocupación. El halo de Anonymous llevó el meme a los medios convencionales principales. Su comunicado por video respaldando la acción recogió cien mil visitas y un aviso del Departamento de Seguridad Interior dirigido a los banqueros del país. Cuando en agosto los «indignados» españoles difundieron la idea de que celebrarían un acto de solidaridad en el distrito financiero de Madrid, activistas de Milán, Valencia, Londres, Lisboa, Atenas, San Francisco, Madison, Amsterdam, Los Angeles, Israel y otros lugares se propusieron hacer otro tanto.
Hay un sentimiento compartido en las calles de todo el mundo de que la economía global es un esquema de Ponzi regido por y para las Grandes Finanzas. Por doquier la gente despierta dándose cuenta del hecho de que hay algo fundamentalmente erróneo en un sistema en que las transacciones financieras suman cada día 1,3 billones de dólares (50 veces más que la suma de todas las transacciones comerciales). Mientras tanto, de acuerdo con un informe de las Naciones Unidas, «en los 35 países en los que se dispone de datos, casi el 40% de quienes buscan empleo llevan sin trabajo más de un año».
«Los ejecutivos, las mayores corporaciones y los poderosos le están sacando demasiado a este país y ya es hora de que lo recuperemos», afirmaba un activista que se sumó a las protestas el sábado pasado. Jason Ahmadi, que viajó desde Oakland, en el estado de California, explicaba que «muchos de nosotros tenemos la impresión de que hay una enorme crisis en nuestra economía y en buena medida la han causado los tipos que hacen negocios aquí». Bill Steyerd, veterano de Vietnam del barrio neoyorquino de Queens, declaraba que «se trata de una causa que vale la pena, porque la gente de Wall Street son chupasangres que atizan la guerra».
No es solo cuestión de ira. También está la sensación de que las soluciones convencionales a la crisis económica propuestas por nuestros políticos y los economistas ortodoxos – estímulos, recortes, deuda, bajas tasas de interés – son falsas opciones que no van a funcionar. Hacen falta cambios más profundos, como una tasa «Robin Hood» sobre las transacciones financieras, recuperar la Ley Glass-Steagall en los EE.UU., aplicar la prohibición del «flash trading» de alta frecuencia.[1] Hay que disgregar los bancos «demasiado grandes para derrumbarse», reducir su tamaño y hacer que vuelvan a ser nuevamente de utilidad para la gente, la economía y la sociedad. Hay que llevar ante la justicia a los estafadores financieros responsables del desplome de 2008. Y luego está la madre de todas las soluciones a largo plazo: repensar por completo el consumismo occidental poniendo en cuestión nuestra forma de medir el progreso.
Si las actuales penurias económicas de Europa y los Estados Unidos desembocan en una prolongada recesión global, los campamentos populares se convertirán en parte integrante y permanente de los distritos financieros y los alrededores de los mercados de valores del mundo entero. Mientras no se satisfagan nuestras exigencias y no se reforme de modo fundamental el régimen económico global, seguirán brotando nuestras villas de tiendas de campaña.
Bravo por esas animosas almas del campamento de la calle de la Libertad de Nueva York. Cada noche más que continúe #OCCUPYWALLSTREET aumentará la posibilidad de un alzamiento global en toda regla en contra de que los negocios sigan como siempre.
Nota:
[1] «La Securities & Exchange Commission (SEC) [entidad norteamericana reguladora de las actividades de las bolsas], preocupada por el crecimiento de las transacciones de hiperfrecuencia, anunció el martes, 4 de agosto, que está considerando la prohibición de una modalidad de esta actividad conocida como «flash trading». Pero no ha dicho nada de un elemento aún mayor de las transacciones de alta frecuencia, conocido como «co-locación», aun cuando la Bolsa neoyorquina, la New York Stock Exchange (NYSE) esté construyendo dos centros para albergar a estos operadores».
«Las transacciones de alta frecuencia («high-frequency trading») son un término cajón de sastre que describe distintos enfoques de las transacciones de bolsa que sacan partido de la deslumbrante velocidad de los supercomputadores para analizar y responder a los datos del mercado. Los propietarios de dichos supercomputadores, empresas inversoras como Goldman Sachs y Citadel Investment en Chicago, emplean algoritmos especiales registrados para interpretar los datos y ejecutar transacciones, todo ello en menos tiempo de lo que tarda un ser humano en formular un pensamiento. Distintas formas de las transacciones de alta frecuencia suponen ya más de la mitad de todas las transacciones que tienen lugar en los EE. UU. Sus críticos afirman que esta práctica puede elevar el coste de las transacciones para los inversores habituales y contribuye a la volatilidad del mercado». (Kristi Olofsson y Stephen Gandel, «High Frequency Trading Grows, Shrouded in Secrecy», Time, 5 de agosto de 2009). Más información en http://www.time.com/time/business/article/0,8599,1914724,00.html#ixzz1YUHZM8WH
Micah White es director de la revista contracultural Adbusters y reconocida figura del activismo norteamericano, sobre cuyo futuro está escribiendo un libro. Vive en Berkeley, estado de California y su página es www.micahmwhite.com . Kalle Lasn es cofundador y redactor jefe de Adbusters.