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Testimonio de una inmigrante indocumentada

Post frontera (XXXV)

Fuentes: Rebelión

Transición: idioma inglés (IV)  Cinco años pasaron desde mi llegada a Estados Unidos para que yo decidiera aprender inglés, patente recuerdo la tarde en que saliendo del trabajo tomé mi teléfono celular y borré mi mensaje de voz en español y lo volví a grabar en inglés. Ése fue le primer paso. Debido a los […]

Transición: idioma inglés (IV)

 Cinco años pasaron desde mi llegada a Estados Unidos para que yo decidiera aprender inglés, patente recuerdo la tarde en que saliendo del trabajo tomé mi teléfono celular y borré mi mensaje de voz en español y lo volví a grabar en inglés. Ése fue le primer paso. Debido a los trabajos inestables de horas aquí y horas allá para lograr completar la semana, me tocaba ir a entrevistas, mi hermana siempre me acompañaba para servir de traductora pero un día me cansé; de tomar su tiempo, su energía y su paciencia.

Aquella tarde cuando cambié mi mensaje de voz, mientras conducía de regreso a mi casa pensaba en cuál sería la herramienta letal para atacarlo, ¿qué me gustaba tanto? ¿qué me hacía feliz? Como mi estado anímico en esos años no daba ni para el tercer día de goma, busqué entre los recuerdos porque el presente para mí simplemente no existía, y encontré mi lugar favorito en el mundo: el tapial del patio de la casa en Ciudad Peronia.

Entre el oficio, la venta de helados, la escuela y cuidar a mis hermanos poco tiempo quedaba para la distracción, pero siempre busqué por lo menos diez minutos diariamente para treparme en el tapial, sentarme a horcajadas y escribir, leer, llorar o enamorarme cada día más de las montañas. Todo dependía de mi estado de ánimo y de las actividades del día. Por lo regular siempre lo hacía después de limpiar el chiquero de los marranos, cuando ya había terminado de barrer el patio, limpiar el gallinero, ordeñar las cabritas y regar el jardín dejaba para último el chiquero, en dos saltos desde una de sus paredes lograba treparme al tapial.

Es mi lugar en el mundo, el único donde cualquier tormento encuentra sosiego, donde he tomado las decisiones más importantes de mi vida, a donde la nostalgia me lleva, donde las alegrías festejan, donde el sortilegio de mi infancia y adolescencia siempre está en flor. Existe solamente en mi memoria y hacia voy cuando necesito refugio.

¿Qué es lo que no te han podido quitar? Me pregunté una y otra vez mientras conducía: la necedad. Necia, me decía mi mamá cuando me miraba sentada en el tapial, te vas a quebrar la cara si caés de ahí. El tapial tenía seis metros de altura del lado donde colindaba con el patio trasero de otra casa que quedaba abajo como en grada. Del lado de nosotros tenía tres. La forma en que hicieron la lotificación de Ciudad Peronia es como en gradas, por lo empinado del terreno, la calle en donde yo vivía quedaba en la parte más alta, desde el techo de mi casa podía observar cuando los aviones aterrizaban en el aeropuerto La Aurora. Eso del lado de enfrente, y si me subía al tapial trasero podía ver los volcanes y las montañas. Siempre mi nariz apuntó hacia lo verde, en busca de la arboleda y de la parvada de loros que pasaba a media mañana alegrando nuestros días. Ya no hay montañas ni loros, solo existen en mi imaginación. Aquel tapial mítico en mi vida es propiedad de personas ajenas a todo lo que ahí anida mi añoranza.

Pocos libros leí en mi infancia y adolescencia, contados con los dedos de mis manos, pero fui tan feliz en aquel tapial mientras mi mente viajaba a través de sus historias. Por medio de las letras de don José Milla y Vidaurre. Sus libros llegaron a mis manos gracias a que mi padre fue a trabajar de cargador a una editorial, tenía que subir cajas con libros a un camión y al final del día le preguntaron si quería el pago en dinero o en especies, la segunda opción incluía una colección los libros de don Pepe Milla, sin dudarlo mi viejo optó por los estos aunque no teníamos ni para la libra de azúcar en aquel tiempo. Ése ha sido uno de los obsequios más importantes que mi papá nos dio y que abrió un mundo desconocido ante mis ojos. Me los leí todos sentada en aquel tapial.

¡Libros! Pensé, ¡voy a atacar el inglés con la lectura! Voy a leer en inglés.

Aunque los libros fueros escasos mi fascinación por la lectura perduró y busqué otros medios para seguir leyendo que no incluyera invertir en comprarlos porque dinero no había para semejantes lujos, y bibliotecas en mi arrabal ni soñarlo siquiera. Cuando vendía helados en el mercado miraba que el repartidor de periódicos pasaba dejando un ejemplar en los puestos de los que vendían granos y donde el muchacho de la miscelánea, esperaba que ellos terminaran de leerlo para ir a preguntar si me lo prestaban y sí lo hacían, estaba entonces en mi puesto vendiendo los helados y leyendo el periódico, así fue como me enamoré perdidamente de Revista Domingo que se publicaba en el periódico Prensa Libre, el repartidor me lo dejaba fiado y días se los pagaba con helados y otros ajustando con monedas pero siempre estuvo en mis manos todos los domingos mi Revista Domingo. Es mi favorita, no la cambio por nada, la leo todos los domingos como cuando vendía helados en el mercado de mis amores. Gracias a esa revista mi imaginación despertó, mis penas me dejaban sola por lo menos en el momento de la lectura y me permitía viajar a otros lugares, mi mente salía de aquel mercado y se largaba a donde las letras la llevaban. 

La lectura también era para los exámenes de unidad, como no había tiempo para sentarme a repasar y tampoco escritorio o mesa más que la de la cocina y mi mamá no me autorizaba utilizarla para mis deberes, me tocaba andar con el cuaderno en la mano o sentarme en el tapial cuando tenía que escribir. Con mi hermana sucedía lo contrario, la mesa era toda suya y se apagaban radio y televisión para que no se desconcentrara. Conmigo no, mi mamá no autorizaba a que se apagara ni el radio ni el televisor, ante tales circunstancias me acostumbré a estudiar, a leer y a escribir en medio del ruido y el trajín de la casa. Mi mente aprendió a concentrarse aun en medio del bullicio y mi cerebro formó una especie de impermeable. Haber tenido este tipo de restricción por parte de mi madre cuando crecí, me ayudó muchísimo para cuando comencé a escribir aquí en mi caminar migrante. No tengo rituales, puedo escribir en cualquier lugar con y sin bullicio, no hay nada que logre desconcentrarme cuando lo hago.

Con mi decisión de aprender inglés a través de la lectura también lo hice con la música y también aunque soy muy poca para las películas me ayudaron mucho. Cambié completamente el esquema. Cuando se me mete algo entre ceja y ceja no hay poder humano que me haga desistir, mi necedad es tremenda, me ha llevado a tragar polvo y a instantes fugaces de felicidad.

No entendía ni una sola palabra en los libros pero me aferré a estos, buscaba novelas que no fueran de tramas complejas para amistarme con el idioma, me leí varios de Danielle Stell, cada uno dos o tres veces, atenta a las palabras, las oraciones, a los párrafos, son buenos para familiarizarse con el inglés, la escritura es simple. Aunque el primer libro que leí en ese idioma fue: Disappeared, a journalist silenced. El caso de la desaparición forzada de la periodista guatemalteca Irma Flaquer en el año 1980, cuando el país se desangraba en la época más oscura bajo la opresión de un Gobierno Militar y genocida. No lo entendí en la primera leída, tampoco en la segunda, fue hasta en la tercera con intervalo de dos años entre la primera vez que lo leí y ésta última, y ese libro fue el que me impulsó a buscar más información acerca de lo que se vivió en Guatemala cuando yo recién había nacido. Poco sabía, por no decir que nada.

Después llegaron a mis manos los libros de Margaret Atwood pero su narrativa era muy complicada para mi nivel de inglés, aun así insistí releyendo hasta diez veces cada página hasta haberla comprendido por lo menos en un 80%.

 Recuerdo que en una ocasión trabajando cuidando un niño que tomaba clases de tenis en uno de los clubes deportivos más exclusivos del Estado, mientras lo esperaba a que terminara me senté en el área de la cafetería y comencé a leer el libro de turno que era: The Blind Assassin de Margaret Atwood. Se me antojó comprar algo y me llevé el libro, mientras hacía fila para ordenar pasó una gringa con su raqueta y se topó con mi mano y el libro, se pegó el regresón y se me quedó mirando, y me preguntó si era la niñera del niño fulanito y le dije que sí, se emocionó mucho y me preguntó de qué país era, le contesté que de Guatemala, me dijo que era la primera niñera que ella miraba en su vida leyendo un libro y en inglés, me abrazó con aquella felicidad y me sugirió que leyera el libro de la misma autora: The Handmaid´s Tale. Hasta pidió un lapicero prestado para anotar el nombre en la última página de mi libro. Me dijo que continuara leyendo y que se sentía tan orgullosa de que hiciera algo distinto a la mayoría de niñeras . Me volvió a abrazar y siguió su camino. Todo lo que me dijo entendí y me atreví a conversar con ella en mi parco inglés. Esa noche no dormí de la emoción porque me había animado a conversar con alguien en inglés, ¡y me gustó!

(Continúa.)

 Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.