Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
El lunes 26 de noviembre Ramzi Abu Yabis, de 32 años, iba en coche al trabajo en Hebrón a través de la Zona C de Cisjordanía, que está bajo control militar israelí. En un incidente que las autoridades israelíes calificaron de ataque pero su familia afirma que fue un accidente, su coche chocó e hirió a tres soldados israelíes. Abu Yabis recibió un disparo mortal. Según se ha informado, cuando recibió el disparo se le negó la asistencia médica a este enfermero y padre de dos hijos. Las autoridades todavía no han entregado el cuerpo a la familia para enterrarlo.
Abu Yabis era el director del departamento de enfermería de la Sociedad Árabe de Rehabilitación en Belén, además de amigo y colega del dr. Ibrahim Khmayes, director del Hospital Psiquiátrico de Belén. Hoy es el día después de la muerte de Abu Yabis y el dr. Khmayes parece estresado. La gente entra y sale de su despacho haciendo preguntas, esperando verlo. Está claramente ocupado pero también un poco trastornado. El dr. Khmayes admite que hoy le está afectando el asesinato de su colega. Estamos hablando de salud mental en Palestina, específicamente lo referente a la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático, y parece que el que propio dr. Khmayes los padeciera. «Las condiciones generales, como el asesinato de familiares o amigos, afectan a cualquiera», afirmó el dr. Khmayes tranquilizadoramente.
El Hospital Psiquiátrico de Belén es el único de este tipo que hay en toda Cisjordania y atiende a entre 20 y 30 pacientes a la vez. El hospital se dedica a casos graves, como esquizofrenia y trastorno bipolar, y deja los casos menos graves, como la ansiedad extrema, la depresión de leve a moderada y el estrés postraumático, en manos de consultorios privados.
En toda Cisjordania solo hay 22 psiquiatras que atienden a una población de aproximadamente 2.5 millones de personas. Sin embargo, según se ha informado, Palestina tiene uno de los índices más altos de comportamiento depresivo de Oriente Próximo y el norte de África, una región que también tiene los índices de depresión más altos del mundo. Los factores que más contribuyen a estos índices extremos de comportamiento depresivo son la guerra y los conflictos geopolíticos en muchos países de la región de Oriente Próximo y el norte de África.
Pero el conflicto en Palestina es muy diferente de los que tienen lugar en otros países de la región. «No se trata de un gran estallido de acontecimientos», señaló la dra. Samah Jabr, directora de la unidad de salud mental del Ministerio de Sanidad. «Hay algo insidioso que daña a la gente todo el tiempo sin que se le preste mucha atención, de modo que su resistencia mental a la ocupación puede verse dañada a veces».
En un artículo inédito que la dra. Jabr escribió para la unidad de salud mental del Ministerio de Sanidad cita un informe de YMCA de 2014 que censaba 148 organizaciones que «ofrecen tratamiento psiquiátrico y apoyo psicosocial» en Cisjordania. La prestación de estos servicios se reparte entre 109 ONG, varios ministerios, la UNRWA y la Sociedad de la Media Luna Roja, consultorios privados y organizaciones internacionales.
La primera clínica comunitaria de salud mental se estableció hace 14 años con ayuda de la Unión Europea a través del Ministerio de Sanidad. Actualmente hay una clínica en cada ciudad y tres en Hebron.
Para la dra. Jabr y el dr. Khmayes los altos índices de comportamiento depresivo o ansioso entre los palestinos es una reacción completamente normal a los traumas diarios de vivir bajo la ocupación. Dicho esto, ¿por qué faltan servicios de salud mental en Cisjordania? Y, si es tan «normal», ¿por qué nadie habla de ello?
Por lo que se refiere a la salud mental en general en Palestina, el dr. Khmayes admitió que el mayor reto al que se enfrentan los profesionales de salud mental es superar el retraso a la hora de aplicar un tratamiento o la falta de este debido al estigma social.
Desafiar el modo de pensar de la sociedad
«A falta de profesionales, te las tienes que arreglar» exclamó Faris*, de 30 años. «Pero primero tienes que entender que tienes un problema». Recostado en una silla en su casa del pueblo de Beit Sahour, cerca de Belén, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, Faris reflexiona acerca de su larga trayectoria luchando durante décadas contra la depresión. Desde que tenía 14 años Faris ha luchado contra los ataques de pánico e importantes episodios depresivos. Si echa la vista atrás puede encontrar muchos desencadenantes: la muerte de su abuelo, la destrucción de la segunda Intifada, las restricciones para viajar con un pasaporte palestino e incluso su genética. Pero le costó muchos años, cientos de libros y varios foros en internet antes de poder adquirir este razonamiento deductivo. «En realidad, yo era cristiano» admitió Faris. Aunque es del pueblo de Beit Sahour, un pueblo cristiano, ahora es un ateo convencido. Cuando empezó a tener ataques de pánico, recuerda que los asociaba con la idea de que «puede que el demonio haya entrado en mi mente» y de que «como tengo el demonio dentro de mí ahora Dios nunca me perdonará».
Para Faris, el alejarse de la mentalidad conservadora y religiosa de su comunidad unido a la autoeducación fue clave para su bienestar mental. «Si me hubiera quedado encasillado en lo que se suponía que me iba a quedar nunca habría entendido este tipo de cosas», afirmó.
Un estigma en todos los frentes
Ahmad Faisal Abu Yabes, enfermero del Hospital Psiquiátrico de Belén, explicó que cuando se admite a un paciente nuevo el miembro más importante de la familia del paciente hace todo lo posible para asegurarse de que la enfermedad de su familiar se mantiene en secreto. «Simplemente tiene miedo de los vecinos» concluye Yabes. «Miedo al estigma, a ser juzgado por su sociedad, su comunidad».
Faris, cuyo padre pasó mucho tiempo entrando y saliendo del Hospital Psiquiátrico de Belén, comparte este sentimiento. En base a su experiencia Faris tiene la impresión de que más que ser un lugar para ayudar a los pacientes el hospital es un lugar en el que las familias pueden «ocultar» a sus seres queridos. Faris cree que este estigma está «profundamente arraigado» en el mundo árabe en general, cuya sociedad es colectiva y está orientada a la familia. Cada individuo es considerado parte de una familia, cada persona es considerada dentro del ámbito colectivo de la sociedad. «De modo que si tienes un problema, entonces es un fallo de la familia», explicó Faris. Puso el ejemplo de un primo que estaba enamorado de una chica de Beit Sahour. La familia de la chica los obligó a romper porque sabían que el padre de Faris tenía problemas con su salud mental.
«Actualmente no hay la menor duda de que hay algún tipo de estigma asociado a la enfermedad mental grave», declaró a Middle East Eye la profesora Rita Giacaman, directora del Instituto Birzeit para la Comunidad y la Salud Pública. De hecho, Giacaman afirmó que se trata de una preocupación bastante práctica ya que «la gente tiene miedo a estas enfermedades que tienen un componente genética». «Pero eso afecta a la minoría de la población», siguió Giacaman. «No hay que estigmatizar a la mayoría de la población» porque no tienen enfermedades mentales graves. La mayoría de los casos de depresión y ansiedad en Palestina ni son ni deben ser tratados como enfermedades mentales, afirmó.
Entender la situación palestina
«La enfermedad mental asume que el problema está dentro de una persona», explica la dra. Jabr. «El sufrimiento psicosocial tiene mucho que ver con el contexto». En otras palabras, la enfermedad mental es intrapersonal, mientras que el sufrimiento psicosocial es interpersonal, lo que hace que esta forma de sufrimiento dependa de las relaciones del individuo con otras personas y el entorno. «Si tratamos como enfermas a las personas que tienen un padecimiento psicosocial estamos matando sus capacidades», concluye rotundamente la dra. Jabr.
En opinión de Giacaman, como la sociedad confunde la enfermedad mental con el padecimiento psicosocial, el resultado es la estigmatización en todos los frentes. A consecuencia de este estigma los palestinos que padecen el trauma de la guerra evitan por lo general el tratamiento y la terapia. «Y generalmente el tratamiento y la terapia no tienen por qué consistir en medicación», señaló.
Una practica común de los psiquiatras en Palestina, que tienen poca experiencia de psicoterapia, es prescribir una medicación y limitarse a enviar al paciente a un terapeuta, que son pocos y están muy distanciados entre sí en Cisjordania.
El padre de Faris iba al psiquiatra, «pero no era más que un traficante de drogas», afirmó Faris fríamente. Resulta significativo que atribuya la adicción a las drogas de su padre (y la muerte provocada por esta adicción) al problema de la práctica actual de los psiquiatras en Palestina.
Giacaman cree que esta práctica de utilizar demasiados medicamentos tiene mucho que ver con los efectos de la ayuda internacional y la influencia de las empresas farmacéuticas occidentales. Afirma vehementemente que «en muchas sociedades en vías de desarrollo la gente no identifica la depresión de la misma manera que lo hace el mundo occidental». El sistema de salud mental palestino debe desarrollar servicios que sean específicos para los palestinos, en vez de digerir la totalidad de los conceptos occidentales, afirma Giacaman. Cree que es necesario desarrollar «métodos que puedan ayudar a las personas a dar sentido a las experiencias traumáticas».
Encontrar soluciones colectivas
Giacaman cree que los palestinos que padecen las condiciones psicosociales de la guerra no necesitan ver a un psiquiatra o a un profesional de salud mental, porque no están mentalmente enfermos. «La gente rechaza un tratamiento individualizado [porque] es estigmatizador». Según Giacaman, el mejor método para aliviar el sufrimiento de la gente es las discusiones en grupo, compartir experiencias con otras personas que haya pasado por situaciones similares. Según la experiencia de esta profesora, los palestinos prefieren abrirse a amigos y familiares, y hablar con ellos mejor que hacerlo con profesionales.
Giacaman habla muy bien del Centro Palestino de Asesoramiento, que tiene cinco sedes por toda Cisjordania y que, según ella, hace un gran trabajo con grupos específicos, como los hijos de los presos políticos.
La dra. Jabr señala además que en las próximas semanas el Ministerio de Salud, en coordinación con la Organización Mundial de la Salud, prepara un trabajo conjunto con las escuelas locales para evaluar el nivel de comprensión de problemas psicológicos básicos. Representantes de los estudiantes y consejeros escolares se reunirán con profesionales de salud mental para obtener una formación básica sobre intervenciones de salud mental (como observar el comportamiento, los factores desencadenantes y cómo actuar respecto a ellos). Sin embargo, el reto es que muchos palestinos reprimen su sufrimiento debido al estigma social y al temor a ser juzgados.
Faris cree que en gran parte la depresión «es la sensación de desconexión, de soledad y de no ser comprendido», de modo que solo con que un individuo tuviera alguna persona a la que pudiera abrirse, gran parte del sufrimiento se aliviaría.
Faris, or su parte, es afortunado. Dado que su familia nuclear tiene experiencia de problemas mentales, está bastante abierta a discutir acerca del bienestar mental. De hecho, su casa se ha convertido en una especie de refugio para la familia más amplia y los amigos en el que pueden aliviar sus problemas mentales.
«Creo que parte de la solución del problema aquí, en Palestina, es que quienes conocen este tipo de problemas los discutan libremente de manera que animen a otras personas a abrirse», afirma Faris.
* Se ha cambiado este nombre para proteger la intimidad.
Megan Giovannetti es una periodista freelance que trabaja en Jerusalén.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.