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Putin, fútbol y terrorismo

Fuentes: Rebelión

El presidente ruso, Vladimir Putin, que se ha convertido en una pieza clave en la lucha contra el terrorismo en Siria, sabe muy bien que la caridad bien entendida comienza por casa, y que los ingentes esfuerzos materiales, humanos y, en mucho, políticos invertidos en la guerra contra el Daesh en Siria, redundarán también en […]

El presidente ruso, Vladimir Putin, que se ha convertido en una pieza clave en la lucha contra el terrorismo en Siria, sabe muy bien que la caridad bien entendida comienza por casa, y que los ingentes esfuerzos materiales, humanos y, en mucho, políticos invertidos en la guerra contra el Daesh en Siria, redundarán también en beneficio de la seguridad de Rusia.

Putin no ha tenido complejos a la hora de responder al pedido del presidente Bashar al-Assad e involucrase en la guerra, dando oportunidad a la prensa «democrática» del mundo a ser tratado una vez más de asesino, déspota y toda la batería de improperios que tan duchos son para utilizar los periodistas del establishment.

La entente, alentada por el Departamento de Estado norteamericano, Europa, y sus socios regionales: Turquía, Israel, Arabia Saudita, Qatar, entre otros, contra la democracia siria, y el gobierno del Coronel Mohammed Gadaffi en Libia, en el marco de la Primavera Árabe, se articuló más que nunca con la artillería pesada de la «prensa libre», para morigerar las acciones occidentales contra los pueblos árabes, que desde principio de los noventa, con la primera invasión a Irak, y fundamentalmente desde el 2011 están siendo sometidos a un espeluznante genocidio, que poco tiene para envidiar de la barbarie nazi.

La prensa mundial ha concentrado su atención en la muerte de civiles, producidos por los bombardeos rusos en Alepo, mientras que los ataques contra civiles en Yemen, Somalia, Irak, Pakistán o Afganistán, por los propios Estados Unidos o sus aliados, como es el caso de Arabia Saudita en Yemen, parecieran no interesar a nadie, o siempre tener una justificación apropiada debajo de la manga.

La historia sabe ser injusta, por lo que no cabe duda que el presidente Putin, en vez de ser recordado como el hombre clave para el comienzo del fin de la guerra en Siria, sea recordado como su gran martirizador.

Decimos más arriba que el presidente ruso, más allá de la solidaridad con el pueblo sirio y su presidente, acciona también en defensa propia.

La propia historia política de Vladimir Putin comienza a tomar relevancia en la lucha contra las bandas terroristas, que amparadas en el discurso «independentista», alentado por el Departamento de Estado, en el Cáucaso Norte, iniciaron una guerra que terminó enfrascando a Rusia en un estadio de guerras de mayor o menor intensidad, conocida como la Guerra de Chechenia, que ha degradado todavía mucho más a Moscú frente al mundo, en los mismos tiempos que los Estados Unidos, junto a Europa, alentaban y participaban las guerras de la ex Yugoslavia, siempre obviamente en nombre de la benemérita «Democracia».

Muchos de los musulmanes del sur de Rusia comenzaron a radicalizarse durante la Primera Guerra de Chechenia, con la llegada de contingentes armados por Arabia Saudita y entrenados por la CIA, liderados por el agente saudí Omar ibn al-Jattab, y compuesta por muchos veteranos de la guerra afgana.

Estas operaciones construidas por Washington apuntaban fundamentalmente a dos cuestiones: la primera, desmembrar en todo lo posible el «cadáver» de la Unión Soviética, para evitar que alguna vez pudiera resurgir y, en segundo lugar, alejar definitivamente a Moscú de las costas de Azerbaiyán, Kazajstán, y toda la cuenca del Mar Caspio, de extraordinarios recursos gasíferos y petroleros, que el consorcio Halliburton, de Dick Cheney, quien iba a ser «casualmente» vicepresidente de George W. Bush, le había echado en ojo.

Para estos fines, el Departamento de Estado aplicó las ideas de Graham E. Fuller, ex Director Adjunto del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA: «Guiar la evolución del Islam y ayudarlos contra nuestros adversarios funcionó maravillosamente bien en Afganistán contra el Ejército Rojo. Las mismas doctrinas todavía se pueden utilizar para desestabilizar lo que queda del poder ruso».

A cargo de la operación estuvo entonces el general Richard Secord, un experto en ensuciar el juego, quien entre sus «méritos» tiene el armado de la operación que terminó conociéndose como «el escándalo Irán-Contras» y el manejo de las operaciones encubiertas de la CIA en el trasporte de opio desde Laos durante la guerra de Vietnam, experiencia que le sirvió de mucho para financiar las guerras contra Rusia, en Daguestán y Chechenia, con el opio y la heroína afgana.

Estos contingentes de combatientes sauditas fueron los que tuvieron a cargo de articular el factor religioso a la insurgencia chechena, hasta entonces prácticamente laica, o como mucho de la escuela filosófica sufí, la más pacifista del sunismo, y absolutamente opuesta al wahabismo.

La presencia del batallón de al-Jattab, a lo que muchos de los chechenos interpretaron como una amenaza para ellos mismos, incluso se registraron ataques de wahabistas extranjeros a comunidades sufis locales, por ser considerados por los sauditas como sectas herejes.

A las filas de al-Jattab se incorporaron elementos locales como Shamil Basáyev o Arbi Baráyev, conformando lo que se conoció como la Brigada Internacional Islámica (IIB) con financiación saudita y de la CIA, coordinado por el entonces Embajador Saudí en Washington, el príncipe Bandar bin Sultan.

Los hombres Shamil Basáyev, ya absolutamente radicalizados, fueron responsables acciones terroristas como la toma al teatro moscovita de Dubrovka, de Moscú en octubre de 2002 o el asalto en Osetia del Norte, a la escuela de Beslán, en septiembre de 2004, que dejaron ambos ataques más de quinientos muertos, en Beslán fueron asesinados cerca de 200 niños.  

Acorralar a los bandidos en la letrina y eliminarlos a todos

La orden del presidente Putin fue clara: «Acorralar a los bandidos en la letrina y eliminarlos a todos». Y para ello creó el Comité Nacional Antiterrorista (NAK), dirigido por el director del Servicio Federal de Seguridad, (SFB), pero más allá de la persecución del fundamentalismo musulmán, pudo esquivar en buena parte la represión y en 2007 se proclama el Imarat Kavkaz (Emirato del Cáucaso) que procura la creación de Estado basado en la ley de la sharia que ocuparía varias repúblicas del Cáucaso Norte, incorporando a chechenos, ingushetios, daguestaníes, kabardos, cherkeses, karachais, azeríes y rusos conversos Islam. 

Desde su creación, el Imarat Kavkaz ha producido ataques contra las fuerzas de seguridad rusas, atentados contra objetivos civiles, aeropuertos, metros, estaciones de tren y ómnibus del trasporte público provocando centenares de civiles muertos.

Si bien el Emirato del Cáucaso, desde finales de 2015, ha desminuido sus acciones, fundamentalmente por la partida de muchos de sus hombres a la guerra en Siria.

Se estima que casi 3 mil milicianos norcaucásicos se desplazaron hacia los conflictos de Irak y Siria desde 2012 para integrarse al grupo Jaish al-Muhajireen wal-Ansar, vinculado frente al-Nusra, la rama siria de al-Qaeda, pero ahora muchos de ellos se reconvirtieron al Daesh, dirigidos por Umar Al-Shishani, líder militar del Jaish Mujahireen Ansar (JMA), y el Junud al-Sham. Otro golpe significativo para los terroristas ha sido la eliminación, durante el año pasado, de los Emires Aliaskhab Kebékov y Magomed Suleimánov, y otros comandantes de la cúpula del Imarat Kavkaz. Sumados a esto, las acciones de la inteligencia rusa, en alerta máxima desde los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, que se celebraron en febrero 2014.

Moscú sabe que de concretarse la derrota del Daesh en Siria, los combatientes provienentes de Daguestán, Chechenia, Karachevo-Cherkesia y Kabardino-Balkaria, sin duda regresarán a sus lugares de orígenes a seguir su «guerra santa» e incorporarse a alguno de los dos grupos que hoy, más allá de enfrentamientos, comparte el mismo territorio en las montañas del Cáucaso Norte, Estado Islámico en el Cáucaso (Vilayat Kavkaz) y el Emirato del Cáucaso (Imarat Kavkaz).

A principio del mes de diciembre, la FSB anunció que el Emir del Estado Islámico en el Cáucaso del Norte, Rustam Aselderov, fue muerto junto a cuatro de sus hombres más cercanos, cuando los hombres del FSB lo ubicaron en una vivienda de la ciudad de Majachkalám donde se hallaron armas automáticas, municiones y explosivos

Aslderov, quien juró lealtad a el Califa Ibrahim en 2014, fue responsable en 2013 del ataque explosivos en la ciudad de Vologrado, en el que murieron 34 personas, además de ser sospechoso de los atentados en Daguestán de 2012, donde murieron otras 15 personas.

Sin duda el presidente ruso, junto a sus cuerpos de seguridad, ya tiene la atención máxima en el próximo Mundial de Futbol de 2018, cuyos múltiples enemigos, y no son solo los terroristas islámicos, harán todo los posible para que pierda el campeonato y no me refiero justamente al de fútbol.

 

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.