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¡Qué viva el teatro!

Fuentes: Rebelión

El escenario del suceso no está demarcado por la existencia de las murallas que una vez nombraron las dos grandes zonas de la ciudad, ni es esta la época de carruajes y volantas, ni afuera están apostados hombres con armas dispuestos a cargar contra los asistentes al teatro circular de madera. Esta vez se trata […]

El escenario del suceso no está demarcado por la existencia de las murallas que una vez nombraron las dos grandes zonas de la ciudad, ni es esta la época de carruajes y volantas, ni afuera están apostados hombres con armas dispuestos a cargar contra los asistentes al teatro circular de madera. Esta vez se trata de una de las representaciones fijadas para una breve temporada, en el Centro Cultural Brecht, en El Vedado, de la versión que ha hecho Espacio Teatral Aldaba, liderado por Irene Borges, de El último fuego, obra de la dramaturga alemana Lea Loher, de quien la escena cubana ha presentado ya varios títulos; sin embargo, viernes en la noche la sala teatral está repleta. Cuando la función culmina, el equipo de Aldaba recibe una ovación cerrada y gritos de ¡Bravo! Como es costumbre, Amada Morado, la actriz y codirectora, junto a Irene, de esta puesta, expresa al público, en nombre de todos, su gratitud por haberles acompañado. De inmediato, una espectadora responde, emocionada: «Gracias a ustedes por el buen teatro cubano». Amada, conmovida, da un viva al teatro y, ahora, el público se une en un gran coro y replica, con voz firme y potente: ¡Viva el teatro!

La historia me la hace la colega Irene Borges, quien con su gracia y sensibilidad peculiar me confiesa su emoción de esta noche y cuánto recordó, de pronto, los sucesos del Villanueva, acaecidos el 22 de enero de 1869 en el teatro de tal nombre, en los momentos finales de la función de Perro huevero aunque le quemen el hocico por una compañía bufa en medio del clima de insurgencia que también reinaba en la capital de la Isla, cuando el público dio vivas «a la tierra que produce la caña», como reza en uno de los parlamentos de la pieza, y hay quienes afirman que también a Céspedes y a Cuba Libre, lo que dio el pie a la tropa de los llamados Voluntarios, apostados alrededor del teatro, para disparar contra él, irrumpir en su interior y tirar a quemarropa sobre los allí congregados, sumando tal hecho a la lista de tropelías y crímenes cometidos por dicho cuerpo durante su triste existencia. Cuentan los historiadores que por tres días las tropas soberbias asolaron la capital, atreviéndose a entrar, incluso, en el palacete del poderoso hacendado Miguel Aldama, sede actual del Instituto de Historia. En recuerdo y homenaje, desde los años ochenta celebramos nosotros, los de hoy, el 22 de enero como el Día del Teatro Cubano.

Lo interesante es que, por estos días, otras salas se muestran igualmente llenas de público, un público entusiasta que da fe de un interés por el teatro, en tanto el teatro vive una de sus más difíciles etapas.

Desde el punto de vista material, en lo tocante a los aspectos objetivos que sustentan la actividad teatral, en la capital contamos con muchas más agrupaciones productoras que instalaciones que permitan el desarrollo de sus procesos de preparación y ensayos, la conservación de su patrimonio material (vestuarios, escenografías, elementos de atrezo), así como la presentación al público de sus resultados, razón de ser de la propia existencia de dichas agrupaciones como del aparato administrativo que las acompaña.

Las condiciones de trabajo de las agrupaciones y de los actores, directores y el resto de las especialidades y oficios que se relacionan con el trabajo de creación de los espectáculos dejan que desear; por descontado que los actores, sin importar la distancia que medie entre su lugar de residencia y su espacio de trabajo, a diferencia de la industria del audiovisual, nunca han contado con ningún paliativo que atempere las siempre difíciles circunstancias del transporte público; tampoco disponen de merienda o almuerzo, tampoco de gimnasios, saunas ni salones de masaje. Pero, esta situación les ha acompañado por muchas décadas hasta volverse algo «natural»; lo inédito hoy por hoy se encuentra en el apartado de organización y economía de los recursos humanos y tiene que ver con los bajos salarios que ganan quienes sostienen buena parte de la producción que el público puede ver en escena.

Doscientos veinticinco pesos es lo que devenga mensualmente un actor que aún no se ha evaluado y no proviene de escuelas de arte, doscientos cincuenta gana el recién egresado del nivel medio y doscientos setenta y cinco el actor egresado del nivel superior. Cualquiera de estos actores aún no evaluados, en virtud de las necesidades de la compañía que integra y de su talento y habilidades técnicas puede estar desempeñando papeles de primer orden en una o en varias obras a la vez y puede ser alguien de extraordinario valor para su compañía, pero los procesos de evaluación están detenidos desde el 2014 y, en general, todo el sistema organizativo salarial se halla en suspenso, en espera de una modificación trascendente, una nueva propuesta que desde hace varios años está en estudio.

Entre tanto las compañías y, en especial, sus directores se hallan en vilo. Quienes se gradúan en el sistema de la enseñanza artística por artes escénicas tienen sus metas fijadas en las industrias audiovisuales, desean hacer televisión o cine, donde, además de tener mejores condiciones objetivas de trabajo, ganan mucho más y cuentan con el añadido de poder convertirse en «un rostro conocido» y disponer de ese estatus otro que brinda a nivel social el mero hecho de ser captado por una lente. Las escuelas parten del teatro en sus planes de estudio mientras seguimos diciendo, y no sin razón, que la matriz para la formación del intérprete escénico se halla en el arte teatral, pero al parecer varias cosas fallan en el proceso de preparación que transcurre hasta el definitivo egreso.

¿Con quién trabaja, entonces, hoy el teatro? ¿A quién le encarga sus personajes? Una zona significativa de sus actores no procede exactamente del sistema de enseñanza especializada; quienes pueblan este decisivo segmento han adquirido los conocimientos que tengan y desarrollado las capacidades que muestren mediante vías alternativas, bien se trate de talleres en los propios grupos o en otras instituciones, autodidactismo, etc. Pero, precisamente a estos las directivas al uso en el plano del empleo de los recursos humanos (tipos de plazas a ocupar y posibilidades de las mismas) así como de la política salarial les han hecho las vidas particularmente difíciles.

Como resultado, la emigración del sector es alarmante, solo que por sostenida ya no es noticia. Ninguna agrupación se salva de esta situación, aunque la peor parte la llevan las agrupaciones de provincia y aquellas que trabajan en los municipios que, aunque superpoblados, como Diez de Octubre, no se hallan en el centro del mapa de la oferta artística de la capital. El problema más serio lo enfrentan, por supuesto, las compañías que pretenden salvar y mantener su repertorio (hacia las cuales nunca hemos tenido una política de premios, como correspondería) junto a aquellas que pretenden – y, a pesar de todos los obstáculos lo consiguen-mantenerse activas, trabajando, durante once meses al año (disponen de un mes de vacaciones).

Desde 1959, cuando los trabajadores del teatro en Cuba contaron con sus primeros salarios fijos y las instituciones estatales comenzaron a correr con los gastos de la producción teatral así como de las instalaciones teatrales, hasta la fecha el sector teatral se ha precarizado. Como ya he referido en artículos anteriores, a partir de 1990 los propios artistas, con sus magros recursos, comenzaron a intervenir en el financiamiento de las producciones en proporciones que exceden la participación estatal y, en ocasiones, algunos grupos han gestionado hábilmente los recursos de dicha producción mediante el apoyo de embajadas e instituciones extranjeras o internacionales, de colegas y amigos residentes en el exterior, de las giras al exterior (que son la excepción y no la norma).

No se trata de que el arte teatral resulte caro o de que pueda realizarse bajo determinadas modalidades de producción, circulación y consumo cuyos costos puedan regularse hacia la baja, sino de que toda producción espiritual está vinculada con su preciso contexto histórico, estético, económico y tecnológico.

El axioma de que el teatro ha de responder a su tiempo no solo vale para el plano ideológico, sino también para el resto de los planos entre los que figura el tecnológico y el estético. Las características de la economía cubana gravitan también sobre la producción de las artes; la escasa presencia de la industria, la obsolescencia tecnológica son realidades actuantes. Sin embargo, sin que sea posible hablar de una real política de programación (contra tal se levantan muchos obstáculos) ni de una promoción como propone y requiere el mundo del espectáculo, al cual también pertenece el teatro, el público responde ante el llamado de los artistas y nuestras instalaciones teatrales así lo demuestran por estos días.

Pero, no hay que llamarse a engaño ni pensar en políticas privadas, la nación que desee disponer de un teatro entre sus artes nacionales necesitará protegerlo. En realidad, la nuestra dispone de muchos recursos para ello, es solo asunto de cultura y de política. Nada más y, a la vez, nada menos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.