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Crónica desde Siria (3/5)

Quedaos en el infierno

Fuentes: Fortress Europe

Traducción de Ana Martínez Huerta

ATMA (IDLIB) – Suspendidos de las ramas del olivo, en otro tiempo símbolo de paz, cuelgan los columpios de los niños. Vacíos. Y entre las raíces de los viejos árboles se sientan círculos de padres de familia derrotados. Vierten el té en los vasos y entre un cigarrillo y otro y se preguntan por el mañana. «Siria no nos quiere, Turquía tampoco. ¿A dónde tenemos que ir? ¡Dicen que somos terroristas! Pero yo veo sólo mujeres y niños por aquí! ¿Son ellos los terroristas? » Aala llegó a Atma hace tres días, de Daira Azza. Está herido en la espalda. Un fragmento de la bomba que le destruyó la casa. Desde su tienda se ve bien la frontera. Está allí delante, a 400 metros de distancia. Tiene la forma de una red de hierro que recorre la cresta de la colina como la cicatriz de una antigua herida. Sin embargo, visto desde los olivares de Atma, se parece más a una jaula. Sí, porque en el último pueblo sirio antes de la frontera turca de Rihanli miles de civiles en fuga están atrapados en medio de los campos.

Vienen de Rastan, Akrad Jebal, Homs, Hama, Alepo e incluso de Damasco. Son en su mayoría mujeres y niños. Supervivientes de los bombardeos aéreos contra civiles y de las masacres cometidas por el régimen en el las zonas rurales   insurgentes . En sus ojos se ve el miedo de los que han visto, demasiadas veces, correr la sangre y decidieron largarse antes de que fuera demasiado tarde. Pero en el camino se encontraron con una puerta cerrada a cal y canto.

Desde finales de agosto Turquía – que ya acoge a 98.000 refugiados sirios – ha cerrado la frontera a todos los sirios sin un pasaporte en regla. A la espera de preparar nuevos campos y tratando de calmar el descontento de la izquierda turca y de la minoría alauita de Antakya que pide la expulsión de todos los refugiados sirios acusandolos ​​de encubrir una conspiración islamista contra Assad. Las entradas son limitada: unos pocos centenares de personas por semana.

Y así, solo en Atma, en un mes se han acumulado más de 25 mil refugiados frente a los 7 mil habitantes del pueblo. Alrededor de 15 000 se alojan en las casas de la gente; no hay una sola familia que no se haya hecho cargo de dos o tres familias de desplazados. Cinco mil personas se alojan en las escuelas del pueblo. Y otras cinco mil han acampado, literalmente, en medio de un olivar, a lo largo de la frontera. Los más afortunados duermen en tiendas de campaña enviadas por la Asociación Turca. Los recién llegados, por el contrario, tienen solo telas extendidas entre un olivo y otro para crear un mínimo de intimidad.

Para estos cinco mil refugiados hay sólo dos baños químicos y un tanque de agua tan calcárea que es blanca como la leche. Pero no hay alternativas. Y los niños la beben todos modos, antes de ir a jugar en torno a las hogueras de la basura. Los habitantes de Atma se esfuerzan por hacer todo lo pueden, cada noche que pasa un camión de voluntarios para distribuir alimentos y mantas, pero el problema va mucho más allá de sus posibilidades.

Mientras tanto, las masacres en Siria no tienen fin. La última masacre de civiles sucedió en Kafr Awid, un pueblecito en las montañas de Jebal Akrad, tres días antes de mi llegada a Alma. En solo media hora, los aviones de Assad descargaron 12 barriles-bombas rellenos de TNT sobre las casas del pueblo. En el bombardeo, que destruyó decenas de viviendas y causó decenas de heridos​​, veinte personas murieron, todos civiles.

Osama ese día no pegó ojo. Es un enfermero de 35 años, casado, tres hijos. En Kafr Awid había instalado un hospital de campaña en su casa para cuidar de manera clandestina a los heridos en los combates. Después de los últimos muertos, sin embargo, decidió   renunciar . Y poner a salvo a su familia. Sobre su cabeza pende una orden de detención, que en momentos como estos significa una condena a muerte. Porque en esta guerra no hacen prisioneros. Y nadie lo sabe mejor que la gente de Kafr Awid.

Osama recuerda bien la fecha. Era el 20 de diciembre de 2011. Aquel día las tropas de Assad bombardearon sin descanso el pueblo obligando a las brigadas del Ejército Libre a retirarse. Los rastreos y redadas comenzaron inmediatamente después. Los militares del régimen peinaron casa por casa, en busca de todos los sospechosos. Es decir , todos los hombres en edad de combatir. Los jóvenes, sin embargo – dice Osama -se habían escondidos en la rivera del río detrás de la colina. Ciento diez hombres de entre veinte y treinta años. Cuando el ejército los encontró, ordenó a los tanques disparar desde arriba. Luego bajaron con cuchillos para rematar a los supervivientes.

Un video en YouTube confirma la dramática historia de Osama. De ese día, él recuerda los gritos de las madres y de las esposas. Y la imagen de cadáveres apilados uno encima otro sobre el remolque del tractor con en el que los llevaron hasta el cementerio para enterrarlos en una gran fosa común. Mientras habla, no deja de observar la frontera turca. La verdad es que, a pesar de que el Ejército Sirio Libre controla una franja de treinta kilómetros de tierra desde aquí hasta Alepo, Osama no se siente en absoluto seguro. Y no es el único que tiene miedo.
Al final, son los civiles, las primeras víctimas de esta guerra. Como en todas las guerras. Porque es cierto que entre los refugiados de Atma hay activistas de la revolución y desertores de las fuerzas del régimen. La mayoría de los fugitivos, sin embargo, nunca tomó posición. Ni a favor de la revolución ni contra el régimen. Huyen solamente porque pertenecen una ciudad equivocada. Escapan porque saben que en la Siria de hoy para decidir la vida o la muerte de una persona puede bastar un carné de identidad.

Huyen de todo esto los sirios. Y no sólo los de Atma. De junio a septiembre, el número de refugiados se ha triplicado pasando de 100.000 a 300.000. Además de los 98000 refugiados registrados en Turquía, en efecto, otros 200.000 sirios se encuentran en los campos de refugiados de Jordania, Irak y Líbano. Por no referirnos a ese millón de sirios que, según estimaciones, dejaron el país sin registrarse nunca en los campamentos de refugiados. Y sin contar con que por lo menos un número similar se ha desplazados dentro del país.

La última vez en Alepo ocurrió el 13 de septiembre de 2012. Durante una redada, los militares del régimen detuvieron a 17 personas, entre ellas dos mujeres jóvenes, una de ellas embarazada. Vivían en un barrio controlado por el régimen, pero en los documentos figuraban como residentes en los pueblos insurgentes de la provincia de Alepo, ahora controlada por el Ejército Libre. Eso fue suficiente para acusarlos de ser espías. El resto pasó en pocos minutos. Los pusieron en fila delante de un muro, las manos atadas a la espalda, y abrieron fuego.

Sin embargo, dejar Siria es cada vez más difícil. Especialmente para aquellos que no tienen un pasaporte. Así que no queda más remedio que fiarse de los contrabandistas. Primero para entrar en Turquía, y luego para continuar el viaje. Tal vez hacia la fortaleza Europa. Donde te dan asilo político pero antes tienes que jugarte la vida en el mar, ya que viajar con visado es el privilegio de unos pocos ricos.

Las rutas son las mismas de siempre. Van de Turquía a Grecia y de allí a Italia, donde sólo entre agosto y septiembre desembarcaron cientos de sirios entre Apulia y Calabria. Otros seguirán llegando en los próximos meses. Y cómo terminan estas historias lo aprendimos ya hace mucho tiempo: con más muertes y más dolor.

El último dramático naufragio ocurrió el 6 de septiembre de 2012 en la costa de Izmir, Turquía. El barco estaba tratando de llegar a Grecia. Se ahogaron 58 de los 100 pasajeros. Todos sirios, en su mayor parte mujeres y niños. También ellos mártires de una guerra que ya ha dejado al menos 30 mil muertos y cientos de miles de heridos.

Muertes que parecen no valer mucho a los ojos de la comunidad internacional. La misma que no movió un dedo para detener la masacre del pueblo sirio y que ahora parece obligar a los sirios a permanecer en el infierno sin molestar demasiado a nuestros guardias fronterizos.

3/5. Continúa

Fotografías de Alessio Genovese.

Un resumen de este artículo fue publicado en Alemania en el diario Taz.
En Italia fue rechazado expresamente – entre otros – por Repubblica, Corriere della Sera, La Stampa, L’Espresso y Vanity Fair . A otros medios más pequeños nunca les fue propuesto, dadas las vergonzosas condiciones de explotación laboral que practican.

Otras crónicas desde Siria:
1/5: La guerra de Alepo.
2/5: ¿Internacionalistas o terroristas?

Fuente:

http://fortresseurope.blogspot.com/2012/10/speciale-siria-restate-allinferno.html