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Diagnóstico general

Radiografía de la izquierda: el caso de Madrid (I)

Fuentes: Rebelión

Voy a intentar realizar un análisis sintético de la situación en que se encuentra el panorama de las fuerzas llamadas de izquierda, las que pretenden, o eso proclaman, transformar la sociedad para poner al ser humano en el centro de las preocupaciones y políticas desarrolladas, con respeto, por supuesto, al planeta que nos cobija y los seres vivos que nos acompañan.

Se trata de una modesta aportación a los debates y análisis que suelen hacerse entre las personas y grupos que se desesperan porque en lugar de avanzar parece que se retrocede en los derechos sociales y políticos.

Empiezo aclarando que voy a usar el término “izquierda” en su concepción coloquial, sin entrar en matices que serían pertinentes en otros análisis, pero que en este no lo considero necesario. Me voy a referir a todas aquellas organizaciones y personas que aspiran a transformar la sociedad en un sentido progresista (otro término que uso de manera convencional), hacia una sociedad más igualitaria y justa. No pretendo repartir credenciales de auténtica izquierda o progresismo, sino aportar algunos elementos (por supuesto no únicos) que considero están condicionando negativamente el avance que supuestamente se pretende.

La situación de la izquierda supuestamente transformadora en Madrid no es precisamente boyante, por razones muy diversas. Unas son de carácter general, de planteamiento, de actitud ante la actividad política, de perspectivas reales o no de cambio, de voluntad o no de transformación. Otras son más específicas de los tres tipos básicos de las organizaciones que encarnan, o podrían encarnar, esas aspiraciones de transformación: los partidos políticos, las organizaciones sindicales y las de carácter social. Estructuro por lo tanto este pequeño ensayo en cuatro partes, una de carácter general, y otras tres referidas a cada uno de estos tipos organizativos.

Si me voy a referir al caso de Madrid, es por dos razones: Es el ámbito que mejor conozco, y por lo tanto me atrevo a expresar opiniones al respecto; y por otro lado porque se trata de un ámbito concreto con una serie de condicionantes históricos y geopolíticos que afectan a la actual situación de la izquierda, sin descartar que existan rasgos comunes con otros ámbitos o territorios, tanto en el Estado Español como en otras latitudes.

Es posible que al señalar algunos obstáculos a la actividad transformadora, no sea del gusto de algunos grupos que puedan sentirse señalados; no es el afán de crítica lo que me ha movido a escribir estas líneas, sino el intento de objetividad, tratando de aportar elementos que nos ayuden a tener más éxito en el trabajo de transformación social.

1.- DIAGNÓSTICO GENERAL

Paso a señalar algunos de los rasgos que suelen atravesar el trabajo de las organizaciones transformadoras, constatando que unos aspectos y otros suelen ir generalmente de la mano, o se complementan mutuamente. Unos pueden tener relación con aspectos ideológicos, estratégicos o tácticos; otros son mucho más de andar por casa, y no por ello tienen menos influencia.

* Reforma o Revolución. Se trata de uno de los viejos y falsos dilemas de la izquierda, pero que no desaparecen del debate cotidiano de estrategias. Digo que es un dilema falso porque sin avances o reformas, es una quimera hacer la revolución. Es más, la gran revolución rusa se hizo con consignas de lo más reformistas: Pan, trabajo y paz. La lucha por las reformas concretas es un ejercicio de lucha y organización necesario para acometer objetivos más ambiciosos (como la propia revolución), y precisamente el avance en las primeras, favorece y propicia conseguir algún día lo segundo. Pero avanzar de la primera “R” a la segunda, implica no perder de vista el objetivo de la transformación profunda, no instalarse en la comodidad de la gestión de un sistema impuesto. Consiguiendo mejoras concretas debilitamos al sistema, y si no se consiguen, difícilmente avanzaremos hacia la revolución, que se convierte para algunas organizaciones en un mero objetivo retórico y nostálgico.

En sentido inverso, sin una perspectiva revolucionaria (cambiar de raíz las bases de las relaciones de producción y el reparto de la riqueza), coloquialmente hablando, sin unas dosis de utopía, no suelen darse avances en la lucha por reivindicaciones concretas. Si luchas por algo ambicioso, podrás alcanzar logros interesantes; si el objetivo es raquítico y meramente posibilista, seguramente se llegará poco lejos, sencillamente porque en una movilización influye mucho la ilusión que se ponga por lo que se quiere conseguir, y por unas migajas no se concita mucho ánimo.

La historia es muy rica en casos que muestran la inutilidad de las organizaciones cuando se colocan en alguno de los dos extremos de esta dicotomía dialéctica, ignorando por completo el polo opuesto, convirtiendo su lucha en algo estéril.

  • Quienes, por intentar lo posible terminan gestionando lo establecido,
  • Y de otros que, por despreciar la lucha por las reformas, viven al margen de la vida real del pueblo, del que construyen imágenes contradictorias, una idealista (“preparada para hacer la revolución”) y otra pesimista (la “baja conciencia de clase”), incapaces de establecer un nexo entre ambas visiones.

La clave está en saber combinar con inteligencia ambos polos de la lucha.

* El marxismo reducido a un catecismo. Proclamar que “la Revolución” (u otra consigna) “es la solución” es reducir un método de análisis en un catecismo. ¿La solución de qué? Algunos mal considerados teóricos se empeñan en predicar que con la revolución llegaremos al paraíso terrenal, ese que nos arrebató un supuesto dios. Pero la vida no va de eso. La evolución social genera continuos conflictos que, según la correlación de fuerzas, pueden superarse con unas condiciones más o menos favorables e los intereses populares. La revolución NO SOLUCIONA nada, tan sólo crea nuevas condiciones para que la correlación de fuerzas sea más favorable a la clase trabajadora. Y no seamos ingenuos, que la revolución creará nuevos problemas, algunos agudos, en forma de sabotajes, bloqueos, etc., para los que conviene estar preparados, sin queremos que los avances perduren en el tiempo hacia nuevas conquistas. La historia es tan rica en experiencias, que no merece la pena ni mencionarlas; lo que hace falta es conocerlas, reflexionarlas y tenerlas en cuenta.

* Pesimismo estructural / Falta de Orgullo de clase. La izquierda en el fondo está instalada en la derrota, con ausencia casi total de ambición y esperanza por conseguir algo. Generalmente este pesimismo no se reconoce en uno mismo, sino fruto de la “situación”, que no permite objetivos más ambiciosos, o echando la culpa a la desmovilización del pueblo, del que se tiene un conocimiento más tópico que real. La culpa siempre es de otros, “de la gente”. Esto tiene que ver con la falta de orgullo de la clase trabajadora, históricamente subordinada a los diferentes tipos de patrones que la han ido explotando a lo largo de los siglos. Basta con observar el comportamiento de las élites, que no reparan en medios para restablecer el orden cuando sus intereses se ven en peligro, siendo bien conscientes de que la lucha de clases está más vigente que nunca, con un saldo bien favorable para ellos.

* Desfase insalvable entre los objetivos y la situación actual. Entre muchas personas y organizaciones teóricamente más radicales, suele darse un desfase infinito entre unos objetivos que se plantean como inmediatos, no sólo por su necesidad sino incluso por su “probabilidad”, y una realidad que dista muchísimo de acercarse a esas expectativas. Este error “de cálculo” lleva a dos tipos de equivocaciones muy frecuentes:

  • Consignas estériles e imposibles de entender para la población a la que va dirigida.
  • Ausencia total de un plan de trabajo, principalmente organizativo, que posibilite plantear las luchas por los ambiciosos objetivos planteados (casi ninguna de estas organizaciones más radicales realiza un trabajo de base entre la población trabajadora, limitándose a intentar llevarse “el gato al agua” en las reuniones con dirigentes de otras organizaciones)

* Perfil sociológico de los activistas más estables. La creciente precariedad laboral, con su consecuencia de inestabilidad personal o familiar, ejerce de filtro social a la hora de seleccionar a las personas que tendrán más posibilidades de ocuparse del impulso de las movilizaciones o la dirección de las diferentes organizaciones. Es notable el aumento de personas trabajadoras de la administración pública en este tipo de puestos, dado que la estabilidad personal permite una mayor dedicación a actividades no ligadas con la subsistencia. Este cambio de perfil sin duda que condiciona las aspiraciones o la manera de enfocar alguno de los conflictos sociales.

Además, en el caso de los Partidos Políticos, la cantera de la que se nutren los órganos de dirección no es tanto la lucha social, como pasaba en los primeros años tras la larga noche del franquismo, sino sus propios órganos internos, cuya experiencia política se basa más en las reuniones internas que de la lucha social.

* Vagancia o bajo activismo. Sí, has leído bien. Este rasgo es muy común a todo tipo de organizaciones de izquierda, más o menos radicales o reformistas.

Much@s de l@s activistas de organizaciones mayoritarias institucionalizadas, gozan de un cierto nivel de vida (bien por su relación con las instituciones, bien por pertenecer al estrato elevado de la clase obrera) y suelen tener una segunda residencia, lo que condiciona y reduce el activismo en los fines de semana. Otras personas cambiaron su vivienda en un barrio popular por otra en una zona residencial, con menor problemática social y posibilidades de actuación social y política de clase.

Son frecuentes también los casos de sindicalistas que no son conocidos en sus barrios, o viceversa, activistas vecinales que no quieren saber nada de los conflictos de sus trabajos. Llegué a conocer a una persona que pretendía ser dirigente republicano, pero cuando alguna caravana de coches con banderas pasaba junto a su vivienda daba un rodeo para que sus vecinos no le reconocieran.

Otro rasgo de esa baja militancia actual se observa en la casi nula actividad divulgadora (o propagandística) que se observa en las últimas décadas, y más con la llegada de internet y los teléfonos móviles. En la dictadura luchábamos por poder repartir propaganda y pegar carteles sin ser detenidos, y ahora que podemos no lo hacemos. Con reenviar decenas de convocatorias por whatsapp o twitter a unos amigos que tenemos abrasados, o con dar a “me gusta”, o firmar on line desde el sofá, ya tenemos cubierto nuestro nivel de autocomplacencia reivindicativa, sin darnos cuenta de la limitación de estas RRSS: Son endogámicas (formamos unos círculos cerrados retroalimentados por mensajes recibidos y enviados hasta la saciedad), y no llegan a amplias capas de población que lo que sí reciben son los mensajes de los medios más convencionales del sistema. Parece que hemos dejado definitivamente la comunicación con nuestra gente en manos de las corporaciones comunicativas.

* Acratismo organizativo. El uso del término “acratismo” en absoluto es menospreciativo hacia las ideas anarquistas; la CNT era uno de los mejores sindicatos en nuestro país, y su grado de organización y compromiso era muy elevado. Con este término lo que pretendo criticar es el individualismo egoísta; la existencia de mucho “turista social” que va a las convocatorias atractivas o mediáticas, pero que no suele comprometerse en el trabajo de creación y construcción de organización. Los acontecimientos sociales y políticos, así como la actividad social, imponen una agenda que implica un compromiso necesario para intervenir en ella. Construir algo requiere de un trabajo continuo, con sus altibajos, cubriendo etapas de un plan establecido. Ir a salto de mata, o mariposear, generalmente no lleva muy lejos, y aunque esto se sabe, no se corrige, porque el compromiso es una carga que es más cómodo abandonar. Construir organización es complejo, y a veces supone discusiones o desencuentros, que aunque suelen superarse, a veces no resultan agradables. Preferimos optar por la “zona de confort” de estar a gusto uno consigo mismo, aunque por ese camino nunca podamos emprender tareas ambiciosas.

Pedro Casas. Activista vecinal.