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A 109 años de la invasión de Puerto Rico por EE.UU.

Reflexiones sobre la lucha continua por los derechos humanos

Fuentes: Democracy Now!

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En el 109 aniversario de la invasión de Puerto Rico por EE.UU., continúa el debate sobre la independencia política de Puerto Rico y la presencia militar y corporativa de EE.UU. en la isla. Los puertorriqueños han tenido la ciudadanía de EE.UU. desde 1917, pero los residentes de la isla no pueden votar para elegir al presidente y carecen de representación con derecho a voto en el Congreso de EE.UU.

Hoy se marca el 109 aniversario de la invasión de Puerto Rico por EE.UU. El 25 de julio de 1898, después de 400 años de gobierno español, tropas de EE.UU. invadieron la isla. Al terminar la Guerra Española-Estadounidense, España cedió Puerto Rico y otros territorios a EE.UU. Más de un siglo después, Puerto Rico sigue siendo territorio de EE.UU.

Los puertorriqueños componen actualmente cerca de un 2,5% de la población de EE.UU., y después de múltiples olas de migración durante los últimos dos siglos, la población continental es ahora mayor que la población de la propia isla.

Hablamos con dos destacadas voces de Puerto Rico: el periodista gráfico y activista Frank Espada ha trabajado durante décadas documentando la diáspora puertorriqueña, así como el movimiento de los derechos civiles en EE.UU. Nació en Utuado, Puerto Rico, en 1930. Creció en la Ciudad de Nueva York y ahora vive en San Francisco donde enseña fotografía. El año pasado publicó un libro con sus fotografías de 1970 a 1985 que documentan las vidas e historias de comunidades puertorriqueñas en todo EE.UU. El libro se llama: «The Puerto Rican Diaspora: Themes in the Survival of a People.» Más información en FrankEspada.com

Martín Espada es hijo de Frank y un aclamado poeta y profesor en la Universidad de Massachussets-Amherst donde enseña escritura creativa y la obra de Pablo Neruda. Lo llaman «el poeta latino de su generación» y ha publicado trece libros como poeta, editor y traductor. Su octavo libro de poemas «»The Republic of Poetry,» publicado el año pasado fue finalista del Premio Pulitzer. Más información en MartínEspada.net

TRANSCRIPCIÓN NO EDITADA

JUAN GONZÁLEZ: Hoy se marca el 109 aniversario de la invasión de Puerto Rico por EE.UU. El 25 de julio de 1898, después de 400 años de gobierno español, tropas de EE.UU. invadieron la isla. Al terminar la Guerra Española-Estadounidense, España cedió Puerto Rico y otros territorios a EE.UU.

Más de un siglo después, Puerto Rico sigue siendo territorio de EE.UU. Los puertorriqueños han tenido la ciudadanía de EE.UU. desde 1917, pero los residentes de la isla no pueden votar para elegir al presidente y carecen de representación con derecho a voto en el Congreso de EE.UU. El debate sobre la independencia política de Puerto Rico y la presencia militar y corporativa de EE.UU. en la isla sigue vigente.

AMY GOODMAN: Hoy hablaremos con dos destacadas voces de Puerto Rico: el periodista gráfico y activista Frank Espada ha trabajado durante décadas documentando la diáspora puertorriqueña, así como el movimiento de los derechos civiles en EE.UU. Nació en Utuado, Puerto Rico, en 1930. Ha vivido en EE.UU. desde los nueve años. Habla con nosotros por teléfono desde California.

Martín Espada es hijo de Frank y un aclamado poeta y profesor en la Universidad de Massachussets-Amherst. Martín ha sido comparado con Pablo Neruda. Lo llaman «el poeta latino de su generación.» Obtuvo el American Book Award, entre otros galardones. Habla con nosotros desde Chicopee, Massachussets. Damos la bienvenida a los dos en Democracy Now!

MARTÍN ESPADA: Gracias.

FRANK ESPADA: Gracias, Amy. Estoy muy contento de estar con usted y con Juan. Soy Frank.

JUAN GONZÁLEZ: Frank, bienvenido, y quisiéramos comenzar con usted. Usted es uno de los primeros inmigrantes, aunque obviamente hubo puertorriqueños en EE.UU. desde fines del Siglo XIX. Pero su familia no llegó con la gran ola después de la Segunda Guerra Mundial. Háblenos un poco sobre su experiencia en la Ciudad de Nueva York y la llegada de su familia.

FRANK ESPADA: Bueno, para comenzar, fue un tremendo cambio para nosotros. Llegamos en medio de un vecindario de clase trabajadora irlandés, y comencé de inmediato el proceso de tratar de asimilarme a esa sociedad en particular. Por decir lo menos, fue muy difícil, y aprendí rápidamente lo que es el racismo, aunque tengo que decir que de esa experiencia salieron amigos para toda la vida.

Lo que más recuerdo son los problemas que mi padre tuvo para encontrar un trabajo en esos días. Todavía había letreros que decían «No se aceptan puertorriqueños,» etc. Así que finalmente tuvo que volver a la isla. Nosotros nos quedamos.

Y luego vino una larga historia, que tuvo que ver con aprenderlo todo sobre la cultura y aprender que no debía hablar español afuera y esencialmente con tratar de – todo apuntaba a la asimilación y a hacerse estadounidense. Por suerte, eso nunca me pasó, no creo.

De modo que, esencialmente, esos son los primeros recuerdos que tengo. Muchos de ellos son muy dolorosos. Otros son bastante interesantes y cosas que valoraré toda mi vida. Por ejemplo, – estoy casado desde hace cincuenta y cinco años – nuestro padrino fue un irlandés, etc. Así que tenemos una mezcla de cosas, pero a pesar de todo, nunca olvidé quien era, y nunca esperé convertirme en un estadounidense puertorriqueño. Y de alguna manera logré evitar el camino que emprende mucha gente, muchos puertorriqueños y otros. Es decir que tiran a la basura su bagaje cultural a fin de convertirse en parte de la corriente dominante.

JUAN GONZÁLEZ: Ahora bien, recuerdo que usted comenzó temprano a interesarse por la fotografía. Tengo una foto de Malcolm X que me dio hace muchos años, que tomó en 1965, creo que fue, durante los boicots de las escuelas de esos días.

FRANK ESPADA: Fue el 64.

JUAN GONZÁLEZ: 64, así es. Puede hablarnos…

FRANK ESPADA: Sólo lo menciono porque fue asesinado el año siguiente.

JUAN GONZÁLEZ: Correcto.

FRANK ESPADA: No mucho después. Sí, formó parte de las manifestaciones del boicot a las escuelas.

JUAN GONZÁLEZ: Y usted se involucró con los Pioneros Puertorriqueños que participaron en el Movimiento por los Derechos Civiles. ¿Podría hablarnos de esa gente a la que se unió en esos días?

FRANK ESPADA: Bueno, generalmente era más o menos un lobo solitario, sólo porque encaraba cosas de todos los días. Y la mayor parte de los primeros días de mi participación tuvo que ver con, como dije, la educación y otras cosas en Nueva York Este, la sección del este de Nueva York de Brooklyn, que era uno de los peores barrios bajos y guetos de la ciudad. Encontré a, y trabajé con, varias personas que pueden ser consideradas como Pioneros, pero en su mayor parte gente era decente que nunca recibió reconocimiento, que nunca logró algún tipo de factor de reconocimiento, como lo llamo, así que, esencialmente – por ese motivo siempre sentí en realidad que mientras más cerca se está de la comunidad, tanto mejor – siempre operé basándome en esa suposición – y que las altas esferas de nuestra dirigencia, pensaba en esa época, realmente no hacían lo suficiente. Así que fue realmente una situación en la base, y fuimos de los primeros en desarrollar el movimiento de derechos de asistencia social. Y en los hechos, comenzó realmente en esa comunidad con esa pequeña organización que teníamos. Fue a los comienzos mismos de los años sesenta. Pero en todo caso, casi todo el tiempo, me quedé con la gente que lo hacía en el ámbito comunitario y traté de mantenerme alejado de los grupos más organizados.

AMY GOODMAN: Quisiera introducir a Martín Espada, Frank, tu hijo, activista puertorriqueño, poeta, ahora profesor en la Universidad de Massachussets-Amherst, ha publicado trece libros como poeta, editor y traductor. Su octavo libro, «The Republic of Poetry,» finalista en el Premio Pulitzer Prize, obtuvo el American Book Award. Martín, ¿puede retroceder en el tiempo y hablarnos de lo que le pasó a Puerto Rico? Hable de este día, 25 de julio de 1898.

MARTÍN ESPADA: Bueno, la mejor manera de hablar sobre lo que sucedió en este día, el 25 de julio de 1898, es comenzar con dos estrofas de un poema que escribí llamado «Inheritance of Waterfalls and Sharks» [Herencia de cascadas y tiburones]. Y voy a leer este poema, porque presenta a dos personajes que, a mi juicio, son cruciales para comprender lo que pasó ese día: dos personas que formaron parte de la fuerza invasora. Me refiero al general Nelson A. Miles, que dirigió la invasión, y me refiero a un poeta llamado Carl Sandburg, quien realmente tomó parte en ella a la edad de veinte años. Así que sólo leeré esas dos estrofas, y luego trataré de dar un sentido de lo que dicen desde el punto de vista histórico. El poema, de nuevo, se llama «Inheritance of Waterfalls and Sharks.»

En 1898, con la infantería de Illinois,

el muchacho que llegó a ser el poeta Sandburg

remó a tierra al San Bernardo de su capitán

en Guánica, y vio al capitán arrojando

cubos de bife al hocico canino.

Los soldados atravesaban mangos con bayonetas

como soles abatidos en un desgarre de carne amarilla.

El general Miles, que encadenó a Gerónimo

para la fotografía en sepia del último renegado,

prometió a Puerto Rico la bendición de la civilización ilustrada.

El soldado Sandburg marchó, ojeando un libro

anidado en su palma a la busca de palabras de Shakespeare.

Deslumbrados en lana azul y sol ardiente, treparon por la montaña

a Utuado, les dijeron que la guerra había terminado, y partieron trastabillando.

Sandburg que nunca conoció al tatarabuelo Don Luis,

vestido de un traje de hilo inarrugable,

leía con voz clara de barítono escenas de Hamlet

de casa en casa por arroz y frijoles,

el príncipe danés y su soliloquio-ser o no ser-

saludado con ron, el fantasma del padre de Hamlet vagando

por los campos de pelota ceremoniales de los taínos.

Ahora bien, lo que sucede es que el general Miles, que dirigió la invasión de Guánica en julio de 1898, se presentó e hizo la misma promesa que fue hecha esencialmente a la gente conquistada durante las así llamadas Guerras Indias, en las que también estuvo profundamente implicado el general Miles. Y es la misma promesa que se hizo al pueblo de Puerto Rico desde el día mismo de la invasión: las bendiciones de una civilización ilustrada, y se referían a la política, a la economía, a la cultura, a lo que se quiera. Es una promesa que no ha sido cumplida.

El poema también se refiere a Carl Sandburg, que aparece – y esto es, de hecho, un antecedente histórico – un hombre muy joven, que lleva consigo un volumen de Shakespeare para reconfortarse, pero también lleva la «civilización,» entre comillas, a Puerto Rico, donde, como deja en claro el poema, la civilización ya estaba bien establecida en la isla de Puerto Rico. Y esto se refleja en las referencias a un antepasado nuestro, Don Luis, pero también podría reflejarse de muchas otras maneras, hasta nuestros días.

AMY GOODMAN: Martín, usted nos habló de la invasión de Puerto Rico por EE.UU. en este día: 25 de julio en 1898. Ahora avancemos. Es también el cincuenta y cinco aniversario de la Mancomunidad. Pero háblenos de lo que le pasó a Puerto Rico.

MARTÍN ESPADA: Fundamentalmente, el estatus de Puerto Rico no ha cambiado. Sigue siendo una colonia de EE.UU., es decir, una nación controlada, incluso se podría decir poseída. por otra. «Mancomunidad,» para mí, es una contradicción en sí. Esto no es una mancomunidad en el sentido de la Mancomunidad Británica. Es un concepto diferente. Aunque Puerto Rico tiene un cierto control local, a fin de cuentas todas las decisiones fundamentalmente importantes sobre la isla, políticas y económicas, son tomadas aquí en EE.UU. Los que viven en la isla de Puerto Rico no pueden votar para presidente. No tienen ninguna representación con derecho a voto en el Congreso. Y sin embargo, pueden ser reclutados y enviados a combatir en cualquier guerra que este país decida librar. Y por lo tanto, tenemos un dilema colonial. Y es, de muchas maneras para mí, un retroceso a los días de la diplomacia de la cañonera y del bigote manubrio – un retroceso, si se quiere, a 1898.

JUAN GONZÁLEZ: Y sin embargo, 109 años después, la situación del estatus todavía no ha sido resuelta. Y ahora tenemos a cerca de la mitad de la población puertorriqueña viviendo en EE.UU.

Frank Espada, usted ha pasado décadas fotografiando y haciendo la crónica de la diáspora puertorriqueña en EE.UU., y en su colección de fotografías que publicó el año pasado, hay algunas que son asombrosas. Particularmente sentí gran curiosidad – sé que lo hemos discutido durante muchos años – por las fotografías de la comunidad puertorriqueña en Hawai. Me pregunto si quisiera hablar un poco al respecto, sobre Blase Souza y esa comunidad de la que nadie sabe, que en realidad fue la primera comunidad puertorriqueña fuera de la isla propiamente tal.

FRANK ESPADA: Bueno, en realidad me recordó a las Tribus Perdidas. Lo que sucedió fue simplemente que después de la guerra, de la Guerra Española-Estadounidense, Puerto Rico sufrió uno de los peores huracanes de su historia, San Ciriaco, en 1899, que destruyó gran parte de la isla. Sobrevinieron el hambre y la enfermedad. Al mismo tiempo hubo una huelga en Hawai: de los trabajadores japoneses en las plantaciones de caña de azúcar. La Asociación [hawaiana] de [dueños de plantaciones de] Azúcar envió a reclutadores a Puerto Rico, y lograron reclutar a más de 5.000 personas para que fueran a trabajar en los campos de caña de azúcar. Los embarcaron en lo que llamaron «extradiciones.» 5.000, en total, fueron a Hawai. Y esencialmente fue como ir a la luna, porque, obviamente, la comunicación era deficiente. Muchos de ellos no sabían leer y escribir y no podían comunicarse por carta. Y aunque se les prometió un viaje de vuelta a la isla si no les gustaba, todas esas promesas se quedaron a mitad de camino. Así llegamos a desembarcar en Hawai. Y como dije, se convirtió – perdieron contacto, etc.

Y gracias a Blase Souza, que nació en Hawai de padres puertorriqueños de la primera ola, bueno, ella se convirtió en la cronista de la experiencia puertorriqueña en Hawai, que consideré la más exótica e interesante de todas, porque era gente que apenas podía hablar español, pero que seguía adherida a lo que llamo «vestigios culturales,» como ser algunas comidas y parte de la música, etc. Por lo tanto están muy orgullosos de ser puertorriqueños. Sin embargo, lo único, lo que llamo «puertorriqueños con guión,» es que se llaman «hawaianos-puertorriqueños,» en circunstancias de que no hay nadie que nos llame «estadounidenses-puertorriqueños» o algo parecido. Así que, esencialmente, esa es la historia.

Y fui allá en una época muy favorable e hice las conexiones como el organizador que era, y a través de ellas, a través de esas conexiones, logramos conectar a esa comunidad con Puerto Rico, y después de eso hubo muchos contactos y mucha excitación, etc. Y hay todavía grupos que van a Puerto Rico desde Hawai por primera vez. Cada año hay grandes grupos que van. Y han establecido algunos medios de comunicación, etc. En relación con eso hay numerosas historias tristes, que son demasiado largas para mencionarlas aquí, pero esencialmente los puertorriqueños en Hawai fueron nuevamente marginados. Y recién varias generaciones más tarde lograron un cierto progreso, y ahora esencialmente son una comunidad muy bien establecida.

AMY GOODMAN: Frank Espada, ¿sirvió en las fuerzas armadas?

FRANK ESPADA: ¿Cómo dice?

AMY GOODMAN: ¿Sirvió en las fuerzas armadas?

FRANK ESPADA: Sí, estuve en la Fuerza Aérea.

AMY GOODMAN: ¿Cuando estuvo y por qué se alistó?

FRANK ESPADA: Por una serie de motivos. Mucha presión. Estaba en la escuela, y mis padres se estaban divorciando. Siempre nos peleábamos. Simplemente me aburrí de todo el asunto y entré a la Fuerza Aérea, una de las peores cosas que hice en mi vida. Así que –

AMY GOODMAN: ¿Por qué?

FRANK ESPADA: Sobre todo fue una decisión que tomé como muchacho simplemente para alejarme de lo que para mí era una mala situación.

JUAN GONZÁLEZ: Y Martín, usted es un poeta renombrado. Pero mucha gente que conoce su obra no sabe mucho sobre su familia o sobre el trabajo fascinante de su padre. ¿Puede hablar un poco sobre su influencia en su vida?

MARTÍN ESPADA: Ciertamente. Y de nuevo, creo que la mejor manera de hacerlo es si leo un poema. De cierto modo, la influencia es obvia si se conoce la obra de mi padre como fotógrafo. Su trabajo, desde luego, se basa en la imagen visual. Esas imágenes estaban colgadas en las paredes de nuestro apartamento en Brooklyn y luego en las paredes de mi imaginación dondequiera iba. Y así, eso me afectó como poeta, ciertamente, porque mi trabajo se basa en la imagen. Y, por cierto, en la poesía, cuando decimos «imagen,» nos referimos a todos los cinco sentidos. Pero mi trabajo es particularmente visual, y no creo que sea en absoluto por coincidencia.

También me influenció la juventud de la fotografía de mi padre. Es un defensor. En efecto, habla en nombre de los que no tienen la oportunidad de ser escuchados, o vistos, cuando hablamos de fotografía. Y, sobre todo, crecí en un hogar con la cultura de la resistencia. La vi reflejada por doquier a mi alrededor.

Y quiero leer un poema sobre un incidente que sucedió cuando tenía siete años, que fue una especie de epifanía para mí, cuando comprendí por primera vez lo que sucedía con el activismo de mi padre y tomé algunas decisiones yo mismo sobre lo que quería hacer. Es un poema llamado «The Sign in my Father’s Hands.» Para Frank Espada.

La cervecería no contrataba negros o puertorriqueños,

y mi padre se unió al piquete ante el Pabellón de Cerveza Schaefer,

en la Feria Mundial de Nueva York, frente a la hostilidad canina de los curiosos.

Los polis blandieron sus garrotes y sus esposas para proteger a la cerveza.

Y mi padre desapareció.

En 1964, no había probado cerveza,

y nadie me habló de los carteles de los piquetes

desgarrados por los polis de la cervecería.

Sabía lo que era la muerte.

La muerte era un gato infestado de parásitos

tirado en el incinerador del zaguán.

Sabía que mi padre estaba muerto.

Enmudecí y se me nublaron los ojos,

niño lento que no oía la pregunta en la escuela,

me senté y estudie la foto en su marco como un espejo, mi cara oscura.

Días después, apareció en el umbral,

sonriente con su diente de oro.

No muerto.

Aprendí que a veces los puertorriqueños mueren en la cárcel

con moretones que nadie explica, con ojos hinchados, cerrados.

También aprendí que un boicot no es un corte de pelo,

que podría dibujar un piquete en el reverso de un panfleto.

Pero ese día mi padre volvió del infierno

como si tomara el ascensor al apartamento 14-F,

y los polis de la cervecera sólo pudieron contemplar en ebria desilusión.

Busqué en las manos de mi padre una señal del milagro.

JUAN GONZÁLEZ: Frank, permítame que introduzca un lado más ligero en esta discusión. Otro poema escrito por Martín, sobre el que quisiera obtener su reacción, que, ahora que es profesor y un poeta consumado – en uno de sus anteriores libros escribió: «Por qué fui a la universidad»: «Si no lo haces, dijo mi padre, más vale que aprendas a comer sopa con una pajita, porque te voy a quebrar la mandíbula.» ¿Alguna reacción, Frank? Y también, sus pensamientos sobre la carrera de su hijo.

FRANK ESPADA: Bueno, nunca hubo duda alguna – y francamente, para mí, sobre el hecho de que este chico iba a hacer algo. Iba a hacer algo muy especial. Y recuerdo a uno de sus maestros, cuando era muy joven, que vino a la casa en una motocicleta a advertirnos que este muchacho iba a ser algo diferente. Estaba tan excitado por su persona. Siempre nos sentimos muy orgullosos por él. No cabe duda de eso. Sabe, su talento era tan obvio y tan temprano que nunca hubo ninguna duda sobre – la única duda era, desde luego, que no había dinero para enviarlo a la universidad. Pero, sabe, él se ocupó de eso, porque él – no creo que haya pagado algo por toda la educación que obtuvo. Siempre fueron becas, etc., durante todos los estudios en la escuela de derecho, en realidad. De modo que, sí.

Pero eso fue algo sobre lo que solíamos bromear, que había que obtener una educación. Sabe, eso era algo, esencialmente, que me martilló en la cabeza mi padre. Por cierto, también me rebelé contra eso, aunque tuve la suerte de ser aceptado en el City College de Nueva York. Y ahí lo dejé.

Pero en todo caso, para volver al tema, así es como marchaban las cosas, esencialmente, logró superar la falta de comprensión de sus profesores y el sistema educacional – superó todo eso – y sobrevivió y prosperó e hizo lo que le gustaba. Es lo importante en el asunto.

AMY GOODMAN: Martín Espada, ¿puede hablar de todo el debate actual sobre la inmigración? Quiero decir, mucha gente en EE.UU. probablemente no comprende que los puertorriqueños son estadounidenses, son ciudadanos de EE.UU. Pero, a pesar de eso, ¿puede hablar desde su perspectiva, como puertorriqueño, como estadounidense, sobre cómo ve todo el debate y lo que piensa que haya que hacer?

MARTÍN ESPADA: Bueno, ante todo, yo diría que incluso los puertorriqueños son afectados por el debate sobre la inmigración. Somos ciudadanos de EE.UU., si vivimos aquí en EE.UU. o en la isla de Puerto Rico. Y por lo tanto, en lo que respecta a eso, no nos afecta de la misma manera como, digamos, a alguien que cruza la frontera desde México.

Y sin embargo, de lo que trata el debate de la inmigración, en lo que a mí me concierne, es esencialmente la busca de chivos expiatorios. No creo que la oportunidad de este debate de la inmigración sea una coincidencia. A medida que la guerra se hace cada vez más impopular en general, el Partido Republicano, en particular, se ha agarrado del tema de la inmigración. Esto no significa solamente que tomen a los inmigrantes como chivos expiatorios, sino que convierten en chivo expiatorio a la comunidad latina, lo que incluye a los puertorriqueños. Y por lo tanto, me siendo profundamente como parte de ese debate y de las consecuencias de ese debate.

También trabajé durante una cantidad de años en Boston con una comunidad inmigrante como abogado de inquilinos, y por lo tanto he podido ver exactamente lo que los medios dominantes tienden a excluir: la humanidad del inmigrante.

Y, una vez más, he estado respondiendo a preguntas mediante la lectura de poemas. Pienso que me es muy importante responder a esta pregunta con un poema. En los hechos, hemos estado discutiendo, en varios lugares, mi padre y yo, este concepto de invisibilidad, la invisibilidad de la comunidad latina, de cuarenta millones, y a pesar de ello invisible al mismo tiempo.

Es muy importante que se comprenda lo que quiero decir con la palabra «invisibilidad.» Hay quienes se sienten confundidos por eso, que dicen: «¿Qué quiere decir? Hay un Taco Bell en la esquina,» o «Yo crecí con un tipo llamado Julio,» o «Hay un tipo llamado José que trabaja en mi oficina. Ustedes no son invisibles.» Y a pesar de eso, lo somos, en cuanto a no tener una representación suficiente y seria en el gobierno, en los medios, en los negocios, en las artes. Y nadie es más invisible que el inmigrante.

Es un poema que escribí con la voz de un conserje. Tiene un problema. Lo llamo «el dilema del conserje que piensa.» ¿Qué pasa si tienes manos, y sólo se te ve por tus manos? ¿Qué pasa si tienes una mente, pero nadie nunca se da por enterado o reconoce esa mente? Y todo lo que les interesa es lo que pueden hacer tus manos. Jorge el conserje de la iglesia termina por abandonar.

[Por fin renuncia Jorge, el conserje de la iglesia]

Nadie me pregunta

de dónde soy,

tendré que ser

de la patria de los conserjes,

siempre he trapeado este piso.

Honduras, eres un campamento de desamparados

afuera de la ciudad

de su comprensión.

Nadie puede decir

mi nombre,

yo soy el amenizador

de la fiesta en el baño,

meneando el agua en el inodoro

como si fuera una ponchera.

La música española de mi nombre

se pierde

cuando los invitados se quejan

del papel higiénico.

Será verdad

lo que dicen:

soy listo,

pero tengo una mala actitud.

Nadie sabe

que esta noche renuncié al puesto,

quizá el trapero

seguirá adelante sin mí,

husmeando el piso

como un calamar enloquecido

con fibrosos tentáculos grises.

Lo llamarán Jorge.

JUAN GONZÁLEZ: Frank. Quisiera preguntarle, de nuevo, por la diáspora. Usted ha estado prácticamente en cada comunidad puertorriqueña importante en EE.UU., y ha historiado los eventos en esas comunidades en sus fotografías. ¿Qué ha encontrado o concluido en cuanto a cómo los puertorriqueños se las arreglan para conservar su identidad, su sentido de la comunidad, repartidos, sea en Massachussets, en Florida, en Hawai, en Alaska, en San Francisco? Donde está usted, en Haywood, California, siempre hubo una gran comunidad puertorriqueña, en el norte de California. ¿Qué ha mantenido la unidad de esas comunidades?

FRANK ESPADA: Bueno, es un problema de supervivencia. Hay un chiste recurrente que dice que si juntas a dos puertorriqueños en una cabina telefónica, saldrán con tres organizaciones. Organizar, pienso, forma parte de nuestro equipo de supervivencia. Y es lo que contribuye – lo que mantiene unida a la gente, en cierta medida, junta, porque pueden por lo menos hacer un cierto esfuerzo en cuanto a su representación que, como mencionó Martín, es muy pobre en todas partes. He visto una mejora en esta dirección, pero es lenta y breve.

Comencé este proyecto en 1979. Así que he podido – pude estudiar de cerca una serie de treinta y cuatro comunidades en esa época. Y la mayoría de ellas estaba en las etapas iniciales del desarrollo político. No creo que haya habido demasiadas que realmente tuvieran alguna representación. Bueno, eso ha cambiado en cierta medida.

Pero en general, el problema es que tenemos un continuo problema de inmigración, si lo puedo describir de esa manera. Es un flujo permanente, constante, de gente que viene a EE.UU., al continente, simplemente porque no puede llegar a ninguna parte en Puerto Rico. Puerto Rico tiene una economía deshecha, como sabe.

Así que solo hace poco tuve el caso en mi propia familia: una de mis sobrinas con su familia [inaudible], que simplemente se fue y desembarcó en Florida. Dentro de dos semanas, todos tenían trabajo. Así que esa es la razón principal, es la fuerza de la necesidad de sobrevivir.

Ahora, volviendo al tema de las comunidades locales, lo que he descubierto, lo que descubrí y sigo descubriendo cada vez que tengo contacto con ellas es que en realidad muy poco ha cambiado, aparte de que, esencialmente seguimos siendo, como lo dijo un famoso historiador, una minoría despreciada. Tenemos otro amigo que sostiene que la corriente principal tiene un filtro que excluye a cierto tipo de gente, gente que usualmente tiene un color más oscuro de piel, etc.

Pero en su mayor parte, ha habido mucha gente que ha penetrado, si puedo decirlo de ese modo, y que francamente olvida su origen o quienes son en realidad. Hubo un peligro en un momento de que casi me sucediera a mí. Y tuve la suerte de reconocerlo y me alejé lo más rápido posible de todo eso, y pude reanudar lo que estaba haciendo.

Y, a propósito, también quería mencionar a los Young Lords y el increíble efecto que ese grupo de jóvenes tuvo en nuestra comunidad en la Ciudad de Nueva York. Pero, pienso que parte del efecto de eso o que la causa de eso fue el hecho de que la joven generación se dio cuenta que no pasaba gran cosa y que la dirigencia estaba fracasando. Y pienso que lo sigue haciendo, en general. Y tomaron las cosas en sus propias manos, y elogié esa acción y a gente como Juan González y muchos otros que han logrado llegar a posiciones en las que se pueden convertir en defensores, también. Así que realmente tengo que felicitarle, Juan, por todos sus esfuerzos y toda la gente que ha puesto sus vidas en la línea en cuanto a la igualdad.

Y, la realidad es que esto ha sido una lucha continua, y no estoy seguro de que vaya a terminar pronto. Y mi conclusión, como sabe por mi libro, fue esencialmente que lo peor que nos ha sucedido fue la Guerra Española-Estadounidense; lo peor que nos ha pasado, esencialmente. Y sigo sosteniendo eso. Sólo no veo cómo vamos a llegar a un punto en el que toda la marginación y el racismo institucionalizado que siempre tenemos que combatir vayan a terminar. Así que soy bastante pesimista al respecto.

AMY GOODMAN: Frank Espada, quiero agradecerle sinceramente por haber estado con nosotros y terminaré con Juan en este 109 aniversario de la invasión de Puerto Rico por EE.UU. Supongo que entre los que escuchan, que nos ven ahora mismo, hay muchos que ni siquiera saben a qué se refería Frank cuando dijo Young Lords. Juan, usted, fue uno de los fundadores de los Young Lords. ¿Podría decirnos brevemente lo que eran, y sus reflexiones en este día?

JUAN GONZÁLEZ: Bueno, tal vez sea algo para otro show. Pero los Young Lords fueron, a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, una organización nacionalista revolucionaria, que en realidad provino de una pandilla callejera en Chicago y se convirtió en una fuerza política importante a comienzos de los años setenta en todas las comunidades puertorriqueñas en EE.UU. Y fue un honor haber formado parte del grupo que la reunió y que ayudó a organizarla. Y pienso que fue entonces cuando encontré por primera vez a Frank, hace cuarenta años, prácticamente, Frank. Y muchos de ellos han llegado, obviamente, a posiciones de liderazgo en todo el país.

Frank, creo que uno de ellos, de hecho, en Westchester, Pensilvania, donde usted estaba describiendo a los trabajadores de las callampas, un joven abogado llamado Juan Sánchez en aquel entonces, es ahora un juez federal, creo en el Distrito Este de Pensilvania. Así que los tiempos han cambiado.

FRANK ESPADA: Me acuerdo de él. Seguro, por cierto.

AMY GOODMAN: Bueno, vamos a dejarlo aquí. Quiero agradecer a todos por estar con nosotros. Martín y su padre Frank Espada que nos hablaron de Massachussets y de San Francisco. El libro de fotografías de Frank Espada: «The Puerto Rican Diaspora: Themes in the Survival of a People,» y el libro de Juan sobre ese tema «Harvest of Empire: The History of Latinos in America.»

http://www.democracynow.org/article.pl?sid=07/07/25/145218