Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Un panel de expertos en temas yemeníes presentó a principios de 2018 un informe de 329 páginas ante el Consejo de Seguridad de la ONU. El informe anunciaba que «después de tres años de conflicto el Yemen, como Estado, ha dejado prácticamente de existir». «La autoridad del legítimo gobierno del Yemen está ya erosionada hasta el punto», continuaba el informe, «que se duda de que en algún momento pueda reunificarse como país único».
«Las amenazas existentes para la paz, seguridad y estabilidad del Yemen» enumeradas en el informe aluden claramente a una situación de inexistencia estatal. La frágil autoridad del gobierno legítimo se desafía no sólo en el Norte sino también en el Sur, donde recientemente se ha formado el Consejo de Transición del Sur (CTS). El CTS persigue un Yemen del Sur independiente. Y los hutíes en el Norte «han tomado ya el control unilateral de todas las instituciones estatales dentro de su territorio«. El informe seguía mencionando los grupos interpuestos que cuentan con el apoyo del reino de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, así como de organizaciones terroristas como al-Qaida y el Estado Islámico en el Levante.
En la actualidad el Yemen parece inmerso en un estado de caos, con múltiples enemigos que luchan contra un gobierno desplazado y entre sí, lo que hace que la reactivación del Estado yemení sea casi imposible. Puede que esto no sea una sorpresa. El cuerpo político del Yemen lleva demasiado tiempo en estado de debilidad y ahora se ha declarado finalmente su muerte. La erosión del Estado yemení y su autoridad se ejemplifica en la proliferación de diferentes fuerzas, que a su vez han estado infligiendo muerte, dolor y sufrimiento a los yemeníes inocentes. Pero, ¿es la desaparición del Estado lo que ha provocado el sufrimiento de los yemeníes? Dicho de otra manera y para empezar, ¿ha dejado de existir el Estado yemení?
El propósito de este ensayo es triple. Ofrecer una lectura schmittiana del extendido estado de violencia en nombre de mantener un Estado en situación menguante. Recorrer brevemente la historia que engendró el lenguaje adoptado tanto por los hutíes (conocidos como los partisanos de Dios, en sus orígenes un movimiento revivalista del zaidismo y ahora como una milicia armada que tiene control sobre la parte norte de Yemen) como por Hadi (el actual presidente del Yemen) en su descripción del Estado yemení. Aquí me refiero particularmente al lenguaje de Estado débil o frágil. Finalmente, trazar el surgimiento del discurso del Estado débil en la política internacional después de la caída del Imperio europeo para explorar cómo una forma particular de política ha venido a impregnar el discurso sobre los Estados débiles/fallidos.
Mi objetivo principal persigue desentrañar algunas ideas respecto a si el Yemen, como Estado débil, se ha convertido en un espacio de doble excepción: la zona de excepción moderna del Nomos, así como su propia excepción. En contra de la sabiduría convencional sobre el debilitamiento del Estado yemení, sugiero que es teóricamente productivo acercarse al Estado yemení como Estado perseguido por un espectro de pasado colonial soberano que continúa dependiendo de espacios «sin Estado» fuera de su frontera para mantener su propia paz y orden.
El Nomos
Antes de continuar, es conveniente decir algunas palabras sobre el significado de Nomos. «[N]omos proviene de nemein, una palabra [griega] que significa tanto «dividir» como «repartir»… [Es] la medida por la cual la tierra, en un orden particular, está dividida y ubicada… situándose históricamente y convirtiendo una parte de la superficie de la tierra en el campo de fuerza de un orden específico» [1]. Schmitt se refiere al ordenamiento espacial, que se fundamenta en una compleja matriz de discursos y prácticas aplicadas tanto dentro como fuera, en las colonias, más allá de las fronteras europeas. Su concepción de Nomos parece estar de acuerdo con la noción de campo de poder de Bourdieu. Si consideramos la seguridad internacional como un campo de poder, entonces, según expresa Epstein: «El Nomos es lo que pone en evidencia las posibilidades de actuar dentro de un campo de prácticas» [2] donde los actores hablan y actúan según determinan las normas. Me interesa aquí el discurso de los Estados débiles/fallidos como un acuerdo que preserva la antigua autoridad colonial en el mundo postcolonial vinculada a la seguridad internacional como un campo de ordenamiento. Pero ¿cómo consigue este discurso autoritario tener una presencia emocional (efectiva) en el contexto de los Estados débiles?
¡Un teatralizado Estado débil!
Bourdieu propuso que los efectos del Estado se sienten cuando el «Estado se piensa a sí mismo a través de aquellos que intentan pensarlo» [3]. Desde este punto de vista, el efecto del Estado reside en el lenguaje repetidamente expresado y encarnado tanto por quienes representan un determinado Estado como por los que hablan en su nombre. Aquellos que siguieron de cerca los discursos del expresidente del Yemen, el difunto Ali Abdullah Saleh, durante más de tres décadas, pueden identificar fácilmente la incesante reiteración de significantes como «lograr/proteger la seguridad y la estabilidad del Yemen». Estos significantes funcionaron como un recordatorio nacional de que el Estado yemení aún no estaba ahí, pero seguía aspirando a afirmar plenamente su autoridad. Tal reiteración fue incesante en la medida en que la ansiedad y el deseo de seguridad y estabilidad (amn wa esteqrār) se convirtieron en un emblema de la vida cotidiana en Yemen.
La movilización democrática de 2011 permitió al régimen poner en pleno movimiento un Estado teatralizado débil. Desde el principio, Saleh enfatizó que «muchos yemeníes están preocupados por la seguridad y la estabilidad nacional, y tienen buenas razones para ello». La oposición (Reunión Conjunta de Partidos, JMP por sus siglas en inglés, liderados por Islah) y los manifestantes aparecieron representados como instigadores del caos (fauda) y como enemigos terroristas que desestabilizaban al Yemen, debilitaban las instituciones estatales y otorgaban a al-Qāida un pasaje seguro a algunas partes del territorio yemení.
Durante las protestas de todo el año de 2011, muchos yemeníes experimentaron una mayor sensación de ansiedad e inseguridad debido a la dramática ausencia de Estado. Sin embargo, fue a través de esta misma ausencia que la presencia del Estado se sintió profundamente. Tal ausencia orquestada generó una imagen de caos en la vida cotidiana de los yemeníes asociada al colapso del Estado, lo que hizo que sus sujetos volvieran al orden. El Estado se articuló a través de su repentina ausencia, que se puso de manifiesto en la escalada de los precios de los alimentos, la desaparición del combustible y el gas del mercado, así como de los guardias de tráfico en las calles, los montones de basura exhibidos en las calles y la desaparición de las fuerzas de seguridad. Esta ausencia coincidió con las noticias sobre la caída de algunas partes del Yemen en manos de al-Qaida. El régimen pudo movilizar a un número considerable de la población contra los manifestantes y los JMP, permitiendo que se formara una agrupación política contra el enemigo de la seguridad y la estabilidad y tomara decisiones sobre la «crítica situación» [4].
Para Carl Schmitt, el Estado, como entidad política, ejerce el derecho a decidir sobre el enemigo interno. Cuando constituye la distinción entre amigo y enemigo, afecta también al «grado máximo de intensidad de una unión y separación, de una asociación y disociación» [5]. Esto incluye decidir sobre la excepción y pedir a sus ciudadanos que estén preparados para asesinar o ser asesinados en nombre de la protección al Estado. Es en el ámbito de la clasificación amigo-enemigo, argumenta Schmitt, donde el Estado ejerce su autoridad. Siguiendo esta lógica, el Estado yemení anunció un estado de emergencia a fin de montar una ofensiva contra los manifestantes pacíficos necesaria para imponer la seguridad y el orden.
¿Puede retenerse la soberanía arrancada/eliminada?
El levantamiento yemení de 2011 galvanizó también la ansiedad de las potencias internacionales y regionales. Lo tomaron como una señal de que el Estado yemení se debilitaba y permitía que al-Qaida, el enemigo, se afianzara. Yemen se había convertido no sólo en una amenaza para sí mismo, sino también para la paz mundial. Por tanto, había que limitar el levantamiento democrático, para lo cual se orquestó (a través de la Iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo -ICCG-) un gobierno de transición de poder compartido entre el antiguo régimen y la oposición, con el entonces vicepresidente como único candidato presidencial, que salió elegido en un referéndum nacional celebrado en febrero de 2012.
En el discurso que condujo al referéndum, Hadi volvió a pintar el paisaje de la política yemení con los mismos colores: «El caos que invadió todo el Yemen ha sido explotado por al-Qaida, los takfirī, que intentaban tomar el control de muchas partes de Yemen y aprovecharon la ausencia de Estado». Ese fue el momento en el que la nueva coalición liderada por Hadi acordó que la ICCG y su mecanismo de implementación reemplazarían a la constitución yemení durante el período de transición. Reconocido como tal por las potencias internacionales, el Estado yemení tuvo que confesar su debilidad y renunciar a su soberanía y su capacidad política por su propia supervivencia contra la agitación democrática. El levantamiento fue desdemocratizado.
Casi dos años después, en septiembre de 2014, los hutíes se aliaron con Saleh contra el gobierno de Hadi y se apoderaron de la capital, Sanaa. Declararon que la ICCG recortaba las aspiraciones democráticas de los yemeníes, por lo tanto, su acto era una continuación de la «revolución» de 2011. La alianza hutí-Saleh capturó las instituciones estatales en Sanaa. Afirmaron que estaban protegiendo la integridad del Estado yemení del gobierno de Hadi, que se había convertido en un instrumento en manos de las potencias internacionales y regionales.
Si el avance de los hutíes se hacía eco del partisano telúrico [6] de Schmitt, que denunciaba a un «verdadero enemigo territorial e igual» (gobierno de Hadi) y reclamaba la soberanía territorial y política, entonces se podría argumentar que este intento duró poco. Si bien muchos analistas se dieron prisa en afiliar a los hutíes con Irán, los hutíes buscaron inicialmente el reconocimiento político de EE. UU. Esto se hizo evidente en su vocabulario apelando a la «Guerra contra el Terrorismo».
Cuando los hutíes y Saleh comenzaron a expandir su importancia en el gobierno, se empezó a atacar a los líderes políticos y las reuniones populares de los hutíes. Y se abrieron nuevos frentes en Amran y otros lugares contra las fuerzas de Hadi y al-Islāh, o lo que los hutíes llamaban «takfirī, dawā’ish (ISIS)» y todas las fuerzas que atacaban la revolución. A principios de marzo de 2015, Mohammad Abdul Salam, portavoz del movimiento hutí, declaró: «Esas figuras son las que se unieron al takfirī y les facilitaron un paso seguro hacia Sanaa para cometer delitos e incitar a una guerra civil. . . El Estado estuvo a punto de colapsar, pero lo salvamos».
Cuando los hutíes explicaron su avance hacia el sur como parte de su lucha contra grupos terroristas como ISIS y al-Qāida, Hadi envió una carta a la potencia regional, haciendo un llamamiento a la potencia regional y a la internacional a que intervinieran militarmente. Lamentó que el avance de los hutíes en el sur reflejara un colapso inminente del débil Estado yemení, así como una rápida expansión de la influencia iraní en Arabia. Según Hadi, esto significaba el control iraní sobre la vía estratégica de Bab al-Manadab, que afectaría al envío de petróleo desde el Golfo Pérsico. La coalición liderada por Arabia Saudí (respaldada por EE. UU. y otros países europeos) anunció su apoyo al gobierno de Hadi e inmediatamente lanzó la Operación-Tormenta Decisiva [7]. Los hutíes acusaron al gobierno de Hadi de traición y abrieron nuevos frentes de excepciones contra sus elementos en Taiz, Aden, al-Mukala o lo que llamaban takfirī. Creen que heredaron un «Estado débil» pero que podrían mantenerlo unido aun cuando fueran atacados por las naciones más ricas del mundo. Hadi afirma hoy que los hutíes han ayudado a actualizar uno de los programas iraníes más peligrosos en Arabia. De ahí su llamamiento a eliminar a las «milicias» como única vía de retener el Estado.
El escenario político en el Yemen desde el levantamiento de 2011 se caracteriza por la agrupación de amigos y enemigos, ya que ambas facciones se declararon mutuamente como el enemigo final que hay que liquidar. Ambos han movilizado a sus aliados a nivel internacional, regional y nacional, y están preparados para matar y morir en nombre de proteger o conservar el débil Estado yemení.
Con el apoyo de EE. UU., la coalición liderada por Arabia Saudí es la tercera parte poderosa para la que la fuerza política a apoyar en Yemen no son los hutíes, sino el gobierno de Hadi. ¿Cómo afectó esto a la posición política de los hutíes como partisanos? Para Schmitt, el partisano necesita un reconocimiento político «para evitar caer como el ladrón y el pirata en una esfera criminal y apolítica [8]. Sin embargo, los hutíes no lograron tal reconocimiento y finalmente se asociaron con Irán (un Estado canalla), un enemigo al que liquidar.
Aquí es necesario discutir la formación discursiva de la ansiedad sobre la seguridad y la estabilidad asociada con el débil Estado yemení, captada tanto por los hutíes como por Hadi y Saleh antes. Esto nos permitirá comprender mejor la forma de la distinción entre amigo y enemigo y la forma en la que el Estado yemení enfermo encarnan lo político en el campo de la seguridad internacional.
El nacimiento de un Estado republicano
Las preocupaciones sobre el Estado yemení, su seguridad y estabilidad están incrustadas en la historia de la Guerra Fría. La Guerra Fría fue testigo del momento poscolonial, asociado con el aumento de las preocupaciones de seguridad de EE. UU. ante el surgimiento de nuevos Estados «comunistas» hostiles controlados por la URSS. Esta inquietud se hizo evidente en la doctrina Eisenhower de 1957, cuando oficialmente se exportó la Guerra Fría a Oriente Medio tras la nacionalización por parte de Naser del Canal de Suez.
La doctrina Eisenhower abordaba la amenaza de la URSS y el papel de EE. UU. en la protección de la independencia de los países de Oriente Medio [9]. «Prometía un aumento de la ayuda económica y militar, e incluso la protección directa de EE. UU. a cualquier nación de Oriente Medio dispuesta a reconocer la amenaza que representa el comunismo internacional» para la libertad de los pueblos de Oriente Medio [10].
No hace falta decir que la ayuda para el desarrollo ofrecida por EE. UU. y los países del Golfo, que los nuevos Estados emergentes estaban desesperados por conseguir, creó políticas dependientes y economías débiles en muchos de esos Estados, incluido el Yemen.
Las noticias sobre la caída del Imanato Mutawakeli en el norte del Yemen y el nacimiento de la primera república en la Península Arábiga en 1962 asustaron a la Casa de Saud. La cadena de eventos que siguió podría explicar su miedo. Los monarcas del Golfo tuvieron que vigilar a las tropas de Naser en el Yemen para apoyar al gobierno de Al-Salal sólo unas semanas después de que se proclamara el gobierno republicano. La principal inquietud era que los sentimientos suscitados por los nacionalistas árabes liderados por Naser de Egipto pudieran extenderse a Arabia Saudí y a otras monarquías del Golfo. Debido a su proximidad con el Golfo y para asegurar su reconocimiento, los republicanos yemeníes tradicionales se vieron obligados a abrazar el discurso de protección de la república «neófita y vulnerable»; una república «liberal» que no representara ninguna amenaza para la seguridad del petróleo estadounidense y sus intereses militares en el Golfo. Sin embargo, las aspiraciones democráticas y la ubicación geográfica no concordaban bien.
Así pues, la lógica de la Guerra Fría convirtió al Yemen en parte del campo de batalla entre las dos potencias mundiales. El auge del comunismo en el sur, que colaboraba con elementos marginales de los nacionalistas árabes en el norte, hizo que la seguridad de la nueva república fuera aún más apremiante. Porque los elementos proscritos intentaban derribar lo que llamaban el gobierno «atrasado» en el norte y exportar la revolución al Golfo.
La Guerra del Golfo y la Guerra contra el Terror no lograron sino aumentar la ansiedad sobre el Yemen, que para entonces había pasado de ser una amenaza regional a una global a medida que el enemigo cambiaba de «comunista» a «islamista». Fue a través de esta historia que la distinción amigo-enemigo se significó para indicar la amenaza comunista para el frágil Estado yemení recién formado, cuya seguridad era, por aquel entonces, parte integrante de la seguridad de los Estados del Golfo (fundamental para los intereses de seguridad de EE. UU. y Europa en región).
La política de la Guerra Fría y la ubicación del Yemen en ella no explican completamente todavía el origen del «Estado débil» como requisito previo para comprender su importancia para el carácter singular de lo político que está acosando a este Estado tan débil. Sugiero que el origen del Estado débil se puede encontrar en la transformación de la naturaleza de lo político que siguió al colapso de Jus Publicum Europaeum, tal como lo describe Schmitt, cuando la idea del Estado como una construcción estrictamente europea se vino abajo.
El viejo Nomos en el nuevo Nomos, el discurso de los Estados débiles y el colonialismo por otros medios
En Nomos of the Earth, Schmitt habla del Jus Publicum Europaeum, o sistema estatal westafaliano, cuando se regulaba la enemistad entre los iguales europeos para que fuera la articulación perfecta de lo político. Durante los siglos XVI y XVII, el derecho internacional eurocéntrico westfaliano sirvió de mecanismo intervencionista que justificaba la conquista colonial europea en «misión civilizadora» para domesticar las tierras en las que prevalecía el llamado estado de naturaleza. La «línea de la amistad» calificaba las «tierras libres [sin Estado] y vacías» más allá de la frontera europea como «una zona de conflicto fuera de Europa», que contribuye a encuadrar las guerras europeas [11]. La noción de zona de excepción, sin Estado o «espacio libre y vacío» más allá de las fronteras europeas fue «designada para pruebas de fuerza agonales… un caos desolado de destrucción mutua» [12] entre los Estados europeos. Fue a través del «encuadramiento» de los conflictos civiles y religiosos europeos, al desplazarlos al espacio sin Estado de las «colonias» de conquista más allá de las fronteras europeas, que la paz en Europa era posible.
La desaparición del antiguo Nomos, el Jus Publicum Europaeum, el auge de la descolonización y el universalismo estadounidense (el nuevo Nomos), según Schmitt, desplazó lo político. Lo que siguió fue un cambio de la apropiación de tierras no europeas por parte de enemigos europeos iguales, al ascenso del universalismo estadounidense como noción abstracta. Schmitt también se refiere aquí a la universalización y extensión de la soberanía del Estado a los Estados no europeos recientemente independizados. Su explicación eurocéntrica resulta ciertamente válida entre los círculos de la política exterior occidental. Schmitt consideraba que a estos nuevos Estados les faltaba «una conciencia espacial o espiritual de lo que una vez tuvieron en común, un caos de Estados supuestamente iguales y soberanos y sus dispersas posesiones, en los que ya no era posible un encuadramiento común de la guerra, y a los que ni siquiera el concepto de ‘civilización’ podía proporcionar una homogeneidad concreta [13]».
Para Schmitt, la idea del Estado soberano moderno surgió de una historia cristiana secularizada de la guerra y la paz en Europa. Extender el espíritu del Estado moderno a lo no occidental tendría dos consecuencias: Primera, la historia que da lugar al surgimiento del Estado soberano europeo no se da en lo que no es Europa. La consecuencia es que el Estado soberano no será más que un significante vacío carente de contenido «civilizador». Los no europeos son hasta hoy «incivilizados» (también conocidos como antidemocráticos, no secularizados, no modernos, subdesarrollados, débiles, etc.), no pueden ser iguales al Estado occidental (democrático, secularizado, moderno, fuerte); por lo tanto, no pueden encarnar una soberanía que es europea en contenido, espíritu y conciencia. Para él, la parte más problemática de todo esto es que si se otorga la soberanía a las tierras no europeas, entonces el espacio de excepción en el que se fundaron Europa y la soberanía europea y lo político dejará de existir. Dejarán de existir las mismas zonas de excepción que hicieron posible el encuadramiento de los conflictos europeos; por lo tanto, Europa ya no será inmune a la guerra y la violencia.
Sin embargo, y como argumenta Annmaria Shimabuku, el nuevo Nomos no compromete la soberanía del antiguo. Más bien, el antiguo Nomos se ha convertido en parte integral de una nueva «forma existencial» en la cual la soberanía se fabrica en un nuevo orden político gobernado por una racionalidad de mercado (por ejemplo, el Plan Marshall) [14]. Y los nuevos Estados no europeos siguen siendo incompetentes y no pueden percibirse como soberanos iguales a los europeos occidentales y norteamericanos.
La ansiedad de que la violencia regresara para atormentar las fronteras del moderno Nomos reemplazó las «tierras vacías sin Estado», designadas como zonas de excepción durante el colonialismo europeo con nuevos vocabularios de excepción: «Estados canallas, débiles, colapsados, sin ley, tribales, fallidos». Estos se han convertido en las zonas modernas de excepción, donde se autorizan perpetuamente las intervenciones para garantizar la paz mundial (de los territorios de Estados Unidos y Europa y su interés político y económico en los individuos no europeos) amenazada por dictadores y terroristas. Como resultado, los Estados no europeos están rutinariamente sometidos a la disciplina de las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos. En la mayoría de los países de Oriente Medio se les otorga soberanía parcial y capacidad política siempre que abran sus tierras a la economía de libre mercado, así como a las bases militares de los Estados Unidos. Es una soberanía parcial que se puede conservar cada vez que EE. UU. decide intervenir.
En el conflicto en curso en Yemen, Hadi, del partido nacional al que EE. UU. ha decidido rescatar y ofrecer reconocimiento político, ya no lucha contra un enemigo interno real. Está luchando contra una milicia hutí a la que se ha criminalizado; una extensión del Estado canalla de Irán en la Península Arábiga. Según Schmitt, cuando la noción de enemistad cambia de real a absoluta, la naturaleza de la violencia en el centro de lo político cambia. La violencia deja de tener intereses políticos en el territorio nacional; para el partido nacional, el objetivo es la aniquilación del enemigo absoluto dentro del territorio «débil» para mantener lo político en el epicentro internacional. Es decir, las fuerzas nacionales «están todas bajo el control central internacional y transnacional que brinda asistencia y apoyo, pero sólo en interés de sus propios objetivos agresivos mundiales que son bien distintos [15]». La parte interna apoyada por el tercero «se convierte en un engranaje manipulado… enviado sencillamente a la masacre y traicionado en todo aquello por lo que estaba luchando [16]». Al parecer, el Estado débil ha dejado de tener intereses políticos asociados a su violencia, ya que los intereses políticos en esta lucha están monopolizados por el moderno Nomos, haciendo de la aniquilación del Estado débil y sus ciudadanos una condición necesaria para un mundo seguro según lo imagina el Nomos moderno.
Si el «territorio vacío y libre» ayudó a Europa a descubrirse y asegurarse, entonces los Estados fallidos han venido a asumir casi la misma función en el Nomos moderno liderado por la democracia universal estadounidense. Timothy Mitchel argumenta acertadamente que la democracia occidental, fundamentada en el nuevo orden de economía política presidido por Estados Unidos, requería la designación de Oriente Medio como conjunto de zonas inapropiadas para la democracia [17]. Parece que los Estados débiles y fallidos de Oriente Medio sirven para el mismo propósito que los «territorios vacíos» de la época colonial. En el mundo posterior a 1947, asegurar la democracia en las tierras occidentales implica y se manifiesta lógicamente en lo que Ahmad [18] describe como desdemocratización en Oriente Medio y otros lugares.
En cuanto a un Estado fallido como el Yemen, me pregunto en qué se ha convertido. ¿Se ha convertido en un espacio de doble excepción, la zona de excepción del Nomos moderno, así como su propia excepción? ¿Está acosado su enfermo cuerpo político por el espectro de un pasado soberano colonial cuya lógica ha dependido durante mucho tiempo de los espacios débiles como zonas externas donde desplazar su violencia?
Notas:
[1] Schmitt, Carl. The Nomos of the Earth, translated by G.L. Ulmen. New York: Telos. 2007, p. 70.
[2] Epstein, Charlotte. «Bourdieu’s nomos, or the structural power of norms.» In Bourdieu in International Relations. Ed. Rebecca Adler-Nissen. New York: Routledge. 2013, p. 171.
[3] Bourdieu, Pierre. «Rethinking the State: Genesis and Structures of the Bureaucratic Field.» Sociological Theory. 12:1(1994):1-18, p.2. También sigo a Bourdieu y otros pensadores que teorizan el Estado basándose en su función última (mantener el orden público).
[4] Schmitt, Carl. The Concept of the Political. Chicago: The University of Chicago Press. 1996, p. 38.
[5] Ibid., p.26.
[6] Según Schmitt, un personaje telúrico es aquel que lucha contra un enemigo nacional en un territorio nacional y por intereses nacionales.
[7] Argumentar que los saudíes tenían todo el poder para decidir sobre la excepción en Yemen en contra de la voluntad de Estados Unidos y la llamada comunidad internacional es una afirmación falsa. Esta guerra no habría ocurrido sin el apoyo y el consentimiento de EE. UU. y algunas potencias europeas. Adel Jubair anuncia el lanzamiento de la operación militar desde Washington, y la mayoría de los objetivos, hasta hoy, están decididos por EE. UU. Además, un informe reciente ha demostrado el interés de Estados Unidos en continuar participando en la guerra contra el Yemen.
Véase: https://theintercept.com/2018/09/12/yemen-pompeo-uae-saudi-certification-human-rights/
[8] Schmitt, Carl. Theory of the Partisan. New York: Telos. [1963] 2007, p.53.
[9] Yaqub, Salim. Containing Arab Nationalism. Chapel Hill: University of North Carolina Press. 2004, p.1.
[10] Ibid.
[11] Schmitt, The Nomos, pp. 97-198.
[12] Ibid., p. 99.
[13] Ibid., p.234.
[14] Shimabuku, Annmaria. «Schmitt and Foucault on the Question of Sovereignty under Military Occupation», Política Común 5 (2014). Shimabuku demuestra de manera pertinente que la soberanía tradicional y su «forma existencial» constituían «una red estrechamente unida de soberanías que fabricaron juntas el ‘jus publicum Europaeum‘». Si alguna de estas soberanías ejercía su propio poder o el poder de otros Estados, solo podía hacerlo reproduciendo y manteniendo el campo en el que se originó (Westfalia).
[15] Schmitt, Theory of the Partisan, p. 52.
[16] Ibid.
[17] Mitchell, Timothy. Carbon Democracy. London: Verso. 2011, p. 10.
[18] Ahmad, Irfan. «Democracy and Islam.» Philosophy & Social Criticism 37:4 (2011), p. 459-470.
Kamilia Al-Eriani es doctora por la Universidad de Melbourne, Austria. Sus trabajos de investigación se centran en temas de políticas estatales, procesos de desdemocratización y formas de políticas éticas.
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