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La farsa de Annapolis

Regresando a Madrid

Fuentes: Al Ahran Weekly

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

 

 

 

 

La genial idea de Bush de celebrar una conferencia de paz sin sentido y sin lustre alguno es como esos relámpagos secos que no traen la lluvia por mucho que reces. La administración estadounidense necesitaba algo para demostrar que su política respecto a la región árabe no era un fracaso absoluto. Y no se le ocurrió nada mejor que volver a poner en escena la conferencia de paz de Madrid (*) que en su día organizó James Baker, secretario de estado con Bush padre. No se sabe por qué razón los republicanos consideran la política de Bush Sr / Baker tras la guerra en Kuwait como una historia de éxitos que merece la pena conmemorar y emular. Por eso, nos hemos encontrado hoy con una conferencia que ha llevado a los árabes a Washington encendidos de gratitud ante la gracia imperial que de nuevo dirige su atención hacia la causa palestina.

Con el correr de los años, los círculos oficiales árabes y todos sus séquitos han ido adoptando términos y conceptos tales como «el proceso de paz», «el proceso». «la prioridad [alta o baja] de que la administración estadounidense tome decisiones sobre la causa palestina», «impulsar los esfuerzos diplomáticos», e incluso «la visión de Bush». Lo que tienen en común todos estos términos y conceptos es que se han difundido como valores positivos en sí mismos, por su aparente capacidad de inspirar esperanza y remover aguas estancadas. Otra virtud común es su capacidad de sustituir contenidos promoviendo la veneración por las formas (el «proceso» y la «prioridad en la agenda»). También suponen un recurrente para la gente y una amnesia total respecto a la historia misma de esos términos, que sus partidarios no dejan nunca de repetir. Así, si la gente se aventura a preguntar «¿Por qué?» o «¿Con qué fin?», son tildados de niños inocentes y balbucientes.

Es verdad, las conferencias internacionales son eventos históricos. Pero como Karl Marx observó con respecto a Napoleón III, algunos hechos históricos se repiten dos veces, una vez como tragedia y la segunda como farsa. Madrid dispuso el escenario para la formulación de bandas de negociación y de la tragedia de Oslo, de la cual sigue siendo rehén la causa palestina. Con Annapolis, el telón se ha abierto a la farsa. Al principio, la gente pensó que iba a ser una conferencia y luego que una asamblea. Después se facturó como «reunión» y, finalmente, como inauguración de un proceso de paz, que es como decir un proceso de negociación. Pero Madrid resultó ser también la inauguración de un proceso de negociación. ¿Cuántas inauguraciones de procesos de negociación puede haber? ¿Cuántas veces deben pronunciarse pomposos discursos, embellecidos con citas del Torah, intercalados de versos coránicos, tachonados de referencias a «nuestro común padre Abraham» y a los hermanastros Isaac e Ismael, en salones especialmente dispuestos, con aire acondicionado, atestados de delegaciones y periodistas, todos anticipando la nada, muriendo de aburrimiento y pasando el tiempo tratando de imaginar cómo van a reconvertir los desvaríos más aburridos e inocuos en discursos que sean «profundos», «cohesivos», «elocuentes» o cualquier otra cosa? ¿Qué han hecho los árabes desde Madrid hasta el momento actual? Han negociado. ¿Por qué necesitamos otra orgía de retórica para introducir más de lo mismo? Su conjetura es tan buena como la mía. Desde luego, algunos dicen, o mantienen (para aquellos que piensan que el asunto requiere un idioma solemne que no sea irónico), que estas negociaciones serán serias aunque no se cree un estado palestino, que estamos inaugurando una fase seria de las negociaciones, que lo que vamos a ver en los próximos ocho meses hará que todas las negociaciones celebradas hasta ahora parezcan un juego de niños. Al menos eso se prometieron a ellos mismos los negociadores palestinos, incluso aunque Olmert contrarrestara esta promesa con otra de que no se someterían a ningún calendario ni fecha límite de conclusión de las negociaciones para una solución permanente.

Los palestinos y los israelíes no han llegado a entendimiento alguno respecto al estatuto de Jerusalén, las fronteras o el desmantelamiento de los asentamientos israelíes. Por otra parte, acerca del derecho al retorno de los refugiados palestinos, no se ha hecho ningún progreso hacia la abnegación oficial árabe y palestina del ejercicio de ese derecho. Sin embargo, se convirtió un tema que en principio no lo era -la judeidad del estado de Israel- en una cuestión de negociación en paridad con todas las demás, como Jerusalén, los refugiados, las fronteras y los asentamientos.

Hay también un quasi consenso sobre la «visión» de Bush. El mismo, esencialmente, que sobre la anterior «visión de Sharon»: una fórmula para malvender todo lo que eran derechos palestinos «no negociables» a cambio de una entidad política palestina que será gobernada después de una época o dos por una elite palestina, una vez que cumpla su parte combatiendo al «terrorismo». Esa entidad política, que se denominará estado, no estará definida territorialmente por las fronteras anteriores a junio de 1967. Su creación no irá acompañada por el retorno de los refugiados palestinos a sus hogares ni por el desmantelamiento de los asentamientos israelíes importantes. No se ejercerá soberanía sobre la Jerusalén árabe aunque quizá pueda extender la ciudadanía a los árabes de Jerusalén, que quizá puedan mantener allí su residencia. También puede que sea posible que se estipule algo para facilitar el acceso a los lugares sagrados clave. Un sueño rosa para quienes sueñan con gobernar un estado, una pesadilla para cualquiera que todavía se aferre a la justicia de la causa palestina.

En todas las etapas, antes de que este sueño se produzca, los negociadores tendrán que reunirse y discutir largamente. Pero primero, aquí y ahora, EEUU necesita un poco de fanfarria: una fiesta del Partido Republicano-Bush-Rice-Blair para celebrar este sorprendente éxito, y finalmente, conseguir una conferencia de paz fuera del terreno, mientras los palestinos en Gaza, los libaneses y los iraquíes viven una atroz y auténtica pesadilla.

Pero la reunión de Annapolis no se ha producido sólo por el anhelo estadounidense de dar un golpe de relaciones públicas sino también de la necesidad de atender la posición de los moderados árabes. Esos que se atienen a la línea estadounidense respecto a todos los temas y en todas las ocasiones y que no han discutido ni una sola vez con Washington desde que los neocon dejaron de entrometerse en sus asuntos internos. Ahora es el momento para que EEUU les recompense ofreciéndoles alguna cosa en el «proceso de paz». Pero, una vez más, ellos van hacia Washington en vez de hacer que Washington vaya hacia ellos. Olmert ofreció una serie de iniciativas con ninguna buena fe y se vio apoyado en ellas por la opinión pública israelí, la mayoría de la cual rechaza discutir las cuestiones del estatuto final, aunque entre un 65 y un 75% apoyara la asistencia israelí a Annapolis y las negociaciones con Siria y los palestinos. Washington no hizo ningún intento de convocar a Olmert por su falta de cooperación y, finalmente, fue muy embarazoso para los árabes «moderados» considerar siquiera la asistencia a una conferencia que se suponía que, en parte, iba a celebrarse para ayudarles. Seguro, el presidente de la Autoridad Palestina (AP) pudo ser escuchado en El Cairo hablando acerca de la oportunidad histórica que no debería desperdiciarse. Pero todo el mundo sabe que es rehén del proceso de negociación y de las dádivas israelíes, y que es preferible que huyera hacia delante a las garras israelíes antes que considerar la idea de retornar a un gobierno de unidad nacional palestina.

Todo lo anteriormente mencionado conduce a que la conferencia se haya conseguido de antemano. Esta conferencia se articuló a partir de la discordia y enfrentamiento internos palestinos. Antes de la escisión entre Fatah y Hamas, el supuesto proceso de paz estaba congelado e Israel le dijo a la AP y a su presidente que tenían que acabar incluso de hablar con Hamas para que Israel estuviera dispuesto a dialogar con ellos. Israel tiene una fuente inagotable de condiciones no sólo para llegar a un acuerdo con la AP sino para dignarse, simplemente, a hablar con ellos. La última fue que la AP tenía que cesar cualquier forma de cooperación y contacto con Hamas, es decir, con los representantes de una inmensa parte del pueblo palestino.

Este fue el primer logro. Y la AP lo hizo tan bien que recibió cientos de palmaditas en la espalda por su decidida postura contra Hamas, convocándose al mundo entero a Annapolis para hacer de falsos testigos de negociaciones que ni han empezado ni ofrecen garantía alguna de éxito en caso de que se iniciaran. Toda esta exhibición sólo para reforzar (u «otorgar poderes» según la jerga de la ciencia política) la posición de los moderados palestinos que deben estar tan orgullosos de ellos mismos de haber alcanzado una «oportunidad histórica» que hasta puede que oigan ya las alas de la historia revoloteando sobre Annapolis. ¡Qué importante puede llegar a sentirse una persona cuando acepta las condiciones de Israel! ¡Qué buenos son los EEUU e Israel (y Europa, que sólo quiere que todo acabe cuanto antes) que hacen que la gente que ellos quieren se sienta importante!

El segundo logro está en la punta de la lengua de cualquiera. Israel había anunciado en varias ocasiones y a través de varios portavoces que la condición para hablar con los palestinos se había cumplido. Ahora, para que las negociaciones progresen, los palestinos tenían que hacer honor a sus compromisos con la Hoja de Ruta, que eran combatir al «terrorismo» y desmantelar la «estructura terrorista». Con esto, Israel quiere decir aplastar a la resistencia palestina, empezando por Cisjordania. Este compromiso con la Hoja de Ruta había sido siempre la manzana de la discordia entre Israel y Arafat, en gran parte porque el estilo israelí es forzar a los palestinos para probarles y entonces decirles: «Esperemos y veamos». Pero Israel consiguió triunfar convenciendo a la AP post-Arafat para que aceptara esa condición.

Con esos logros cosechados por Israel antes de que las negociaciones empezaran, el negociador palestino era más débil que nunca. Es incluso débil a los ojos de la opinión pública israelí como consecuencia de la desunión palestina y como consecuencia de cuán dependiente se ha convertido el liderazgo de la AP de la buena fe de Israel y del éxito de las negociaciones. Cuando los palestinos estaban más o menos unidos, Israel impuso la división palestina para poder dialogar. Después de esa división proclamó que la AP era demasiado débil para controlar su propio terreno y no podría ser tomada lo suficientemente en serio como para merecer concesiones hechas de buena fe.

Pero hubo aún un tercer logro: el desenganche árabe de la causa palestina. Los árabes pueden ver cuán débil es la AP y quién tiene capacidad para tomar decisiones de la AP. Comparten su debilidad y por eso la entienden muy bien, por lo que se agarran a cualquier solución «pragmática» que su debilidad haga posible. No van a ser «más palestinos que los palestinos», es decir, que el negociador palestino. Es verdad, se aprovechan de cada surco y bache en el proceso negociador para proclamar cuán firme es la parte palestina y que no va ceder fácilmente. Pero, en última instancia, aunque les resulte fácil o sientan remordimientos de conciencia, están de acuerdo en traicionar la causa.

Esos son los cimientos que se han colocado para la reunión de Annapolis, por no decir que, sencillamente, se trataba de sentarse alrededor de la mesa y, tácitamente, normalizar relaciones con Israel. Todas las delegaciones que fueron a Annapolis habían estado presentes en el pasado en la conferencia de Madrid. Su participación no llevó necesariamente a la normalización. Llevó a bandas separadas de negociación, algunas de las cuales quedaron paralizadas. La única parte que firmó un acuerdo con Israel desde Madrid fue Jordania. La única parte que ha normalizado sus relaciones con Israel sin un acuerdo de paz ha sido la Organización para la Liberación de Palestina.

Al parecer, Siria decidió tomar parte en Annapolis por temor a quedarse totalmente aislada en el mundo árabe si no lo hacía así. Que decidiera participar no ofrece garantías de que le sean devueltos los Altos del Golán, aunque esa cuestión estaba en la lista de la agenda de Annapolis, Tenía que figurar en la agenda, porque de otra manera Siria no podría aceptar ir. En un pasado no tan lejano, hubiera tan sólo bastado una rápida valoración de que esa ceremonia inaugural sería perjudicial para la causa palestina para que Damasco decidiera no asistir, estuviera o no el Golán en la agenda.

N. de la T.:

(*) La conferencia de Madrid se celebró en noviembre de 1991.

Enlace texto original en inglés:

http://weekly.ahram.org.eg/2007/873/op55.htm