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Resurgimiento y actualidad de lo nuclear

Fuentes: Rebelión

Introducción de Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. Libros de El Viejo Topo, Barcelona, 2008.

La situación parecía estabilizada. A principios de 2006 existían en el mundo 443 reactores nucleares en funcionamiento localizados en 31 países que proporcionaban, aproximadamente, el 16% de la electricidad mundial. Los seis principales países productores -Estados Unidos, Francia, Japón, Alemania, Rusia y Corea del Sur- generaban las tres cuartas partes del total. Francia seguía siendo el país más «nuclearizado». En torno al 80% de su electricidad tiene ese origen energético. En Lituania alcanzaba el 72%. Sin embargo, Austria, Noruega, Italia, Portugal, Grecia, Polonia, Chipre, Letonia, Irlanda o Dinamarca, por ejemplo, no utilizan centrales nucleares en la generación de la electricidad que consumen, y Alemania y Suecia tienen programas activos de abandono de la energía nuclear. En el conjunto de la Unión europea la energía atómica representa el 6% del consumo final, el 15% del consumo de energía comercial primaria y el 29% de la generación eléctrica1. En España este último dato se mueve en torno al 20%.

Según la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), dependencia con sede en Viena de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en ese mismo año 2006 había 23 reactores nucleares en construcción, además de varias decenas de nuevos proyectos y propuestas.

España poseía un total de 10 instalaciones nucleares, entre las que se encontraban la central de José Cabrera, en Zorita (Guadalajara), que cesó su actividad a finales de abril de 2006 a pesar de que sus propietarios habían solicitado prolongar su actividad más allá de su fecha inicial de cierre en 2009, y la central de Vandellós I, en Tarragona, en fase de desmantelamiento. España cuenta, además, con una fábrica de combustible nuclear en Juzbado (Salamanca) y un centro de almacenamiento de residuos radiactivos de baja y media actividad en El Cabril (Córdoba).

Pero sabido es que lo nuclear ha vuelto a primer plano y aparece frecuentemente, y con intereses no ocultados, en primera página de diarios y publicaciones. Incluso en el vigésimo aniversario de la (aún) inconmensurable tragedia de Chernóbil, se señalaron desde diversas tribunas las numerosas (y supuestas) ventajas de esta fuente energética. La Administración Bush II, por boca de su Presidente en Jefe, ha apostado abiertamente por ella, presentándola -vivir para (no)ver- como una energía limpia, alternativa a los combustibles fósiles, y ecológica, dado que, ha afirmado seguro y taxativo el presidente neocon, no incrementa la emisión de gases de efecto invernadero.

La energía nuclear parece, pues, que vuelve a renacer en Estados Unidos después de haber estado 30 años sin permisos para nuevas instalaciones2. De hecho, los poquísimos reactores que han entrado en funcionamiento durante estos años habían sido autorizados antes del accidente de 1979 en la central de la Isla de Tres Millas, cerca de Harrisburg (Pennsylvania). La industria nuclear norteamericana, que ya genera el 20% de la electricidad total del país, ha lanzado un ambicioso y enérgico plan de acción: cinco nuevos reactores funcionando en 2015, una docena en 2020 y ¡medio centenar en 2050!, unos setenta en total, lo que representaría un incremento del 68% respecto a sus 103 reactores actuales3.

Para redondear la situación, por si algún tenaz y sofisticado escéptico siguiera teniendo alguna duda, John Rowe, presidente ejecutivo de Exelon, el mayor productor de energía nuclear de USA, ha declarado, sin tapujo alguno, que siempre era gratificante tener al presidente del país de tu parte. No parece que, hasta ahora, los principales candidatos (y candidatas) demócratas a la designación para la presidencia norteamericana en las elecciones de 2008 tengan posiciones muy diferenciadas en este ámbito (y probablemente en otros).

La República Popular de China, por su parte, posee actualmente tres centrales en funcionamiento pero pretende poner en marcha en la próxima década 30 nuevos reactores, con los que pretende cubrir la demanda de electricidad que está generando su acelerado y depredador crecimiento económico, alejado años-luz de cualquier concepción razonable, por moderada que ésta sea, de socialismo. India sigue los pasos de su país vecino. Se calcula que entre todas las nuevas potencias asiáticas emergentes desean construir más de 100 reactores de aquí a 2030.

En nuestro país, Felipe González, ex presidente del gobierno de España según la nueva terminología acuñada, declaró recientemente que él mismo había tomado la decisión de la moratoria nuclear, hacía ya un cuarto de siglo, por problemas de seguridad y por el «agobio y sobrerresponsabilidad» que suponía la eliminación de los residuos radiactivos, pero -siempre hay peros en las declaraciones del activo ex presidente prootánico- que le parecía imprescindible reabrir el debate de la energía nuclear cuyo desarrollo, por lo demás, le parecía imparable. En opinión del asesor de Carlos Slim Helú, las circunstancias habían cambiado gracias al incremento de la seguridad, la mejora de las instalaciones y los avances sustanciales en la gestión de los residuos. González no vio necesario explicitar en esas declaraciones el concepto que manejaba de «avances sustanciales».

Item más, con sorpresa anexa. José María Fidalgo, secretario general de las CC.OO., declaró en 2007, en el mismísimo campus de la aznarista fundación FAES, que había que fijar un nuevo mix energético español en el que se integrara la energía nuclear, que, en su opinión, seguía siendo un tabú para el consenso progresista sobre el medio ambiente. No se podía prescindir de ella, sostuvo el secretario confederal en su intervención, ya que en España las energías alternativas no son suficientes en sí. «Ni moratorias ni nada; hay que dar a la nuclear su lugar en el mix energético», ésta pareció ser la tesis defendida por el máximo resposable de las Comisiones Obreras.

Son conocidos, y no han sido olvidados, los pronunciamos pro-nucleares del ex ministro británico Tony Blair, especialmente en los últimos años de su mandato4, e incluso ahora que ha tenido la inmensa generosidad de aceptar trabajar para JPMorgan, sin renunciar a otras asesorías financieras, por la módica cantidad de un millón declarado de dólares anuales. El ex mandatario laborista ha sido uno de los publicistas más destacados a favor de la opción nuclear. Marcel Coderch5 ha recordado que The Guardian había informado en julio de 2004 que el entonces primer ministro había comunicado a un grupo reducido de parlamentarios que Estados Unidos estaba presionando fuertemente a Gran Bretaña para que reconsiderara su opción nuclear y que el propio Blair había comentado en esa reunión que su país debía tomar urgentemente decisiones difíciles y que él mismo había luchado y lucharía, dentro y fuera de su partido, para que la opción nuclear no permaneciera bloqueada en el Reino Unido6.

Desde luego, no se limitó a hablar. El ex primer ministro ha dejado su herencia. Con la creación del Nuclear Decommissioning Authority, el gobierno británico liberó a la empresa privada British Nuclear de un gasto de 100.000 millones de euros, el importe que costará a las finanzas públicas el desmantelamiento de las viejas centrales nucleares. La misma música, pues, con idéntica letra, entonada por un representante destacado de «la tercera vía»: neoliberalismo ilimitado, con alguna casa de caridad anexa, para los sectores débiles y desfavorecidos, generoso Estado protector y de bienestar para las insaciables clases dominantes y dominadoras.

En la Unión Europea, la presidenta finlandesa de la Unión en 2006 decidió, según sus palabras, «romper el tabú» y proponer una discusión sobre el futuro de la energía nuclear en las próximas cumbres europeas. Existen actualmente diez centrales en construcción en Europa: una en Finlandia7, otra en Rumanía, cuatro en Rusia, dos en Bulgaria y ¡dos más en Ucrania!, en el mismo lugar donde se produjo el accidente de Chernobyl cuando aún formaba parte de la Unión Soviética.

Las presiones de las grandes multinacionales del sector empiezan a tener sus efectos, especialmente en países emergentes que en su momento coquetearon con lo nuclear aunque posteriormente aparcaran el desarrollo del sector. Así, el gobierno de Lula ha decidido resucitar su programa tras 20 años de parón y poner en marcha el reactor Angra 38 (inversión: 2.700 millones de euros, año estimado de funcionamiento: 2013, capacidad de producción: 3.000 megavatios), que se sumará a sus dos reactores de enriquecimiento de uranio en Angra 1 y Angra 2. Según el propio presidente, si fuera necesario se construirán en Brasil más centrales porque la nuclear es «una energía limpia y segura». Parece que no siempre el presidente Lula está informado con suficiente detalle.

Desde foros nucleares, desde las grandes corporaciones, desde la misma presidencia del Foro de la Industria Nuclear Española, el señor Eduardo González Gómez ha señalado la necesidad de apoyar el uso de la energía nuclear sin dogmatismos y con realismo. Hay que discutir pragmáticamente -la palabra es usada con insistencia- cómo vamos a utilizar la energía nuclear, más que «insistir en el abandono de una tecnología que permite y permitirá ayudar a resolver los retos energéticos futuros». Todas las fuentes serán necesarias, también la nuclear desde luego, que debe seguir siendo, en opinión del señor González, Gómez en este caso, una de las bases del sistema dado que su coste de 15 euros megavatiohora es cuatro veces inferior al precio marcado en el mercado diario, evitando la emisión de 45 millones de toneladas de CO2,, disminuyendo nuestra dependencia energética exterior y ahorrándonos en nuestra balanza comercial unos 3.000 millones de euros. En síntesis: energía BLN, barata, limpia y nacional. Por ello, el representante del Foro Nuclear reclamaba la instalación, durante el período 2008-2020, de 15.000 megavatios (MW) de potencia en centrales nucleares en España para garantizar el suministro energético español.

Pero no sólo desde la industria, y organizaciones políticas afines, se proclama la necesidad de lo nuclear. Patrick Moore, el presidente y dirigente de Greenspirit Strategies de Vancouver, fundador de Greenpeace y ex miembro de la organización, anunciaba muy recientemente su cambio de opinión en este asunto. Si hace treinta años creía que la energía nuclear era sinónimo de holocausto, Moore sostiene en cambio ahora que la nuclear es la única «fuente de energía no emisora de gases invernadero que puede reemplazar con efectividad a los combustibles fósiles, satisfaciendo al mismo tiempo la creciente demanda mundial de energía». James Lovelock9, por su parte, uno de los científicos partidarios de la idea de Gaia, cree también que la energía nuclear es la única manera de evitar un cambio climático que sería desastroso para nuestro planeta. Stewart Brand, un reconocido pensador ecologista holístico, ha afirmado igualmente que el movimiento verde debe aceptar la apuesta nuclear para reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles contaminantes.

Entre nosotros, Manuel Lozano Leyva, persona sin duda informada, catedrático de física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla, ha defendido la energía nuclear recientemente desde una posición política de izquierdas10. Su tesis central es que el rechazo a la energía nuclear no es progresista y se basa en tópicos no contrastados del movimiento antinuclear.

Bien mirado, las razones expuestas por personas y grupos pronucleares no son muy distintas de las que se esgrimían hace 30 años. Abundan, eso sí, los toques de (post)modernidad: lo nuclear es bueno porque reduce la dependencia del petróleo y del gas natural, porque no emite dióxido de carbono, porque permite cubrir las necesidades crecientes de electricidad, porque las centrales son seguras y baratas, obviando por supuesto el problema -que sigue siendo irresoluble- de los residuos radiactivos, la gravedad de los accidentes en centrales, como demostró Chernóbil para siempre, o que las reservas de plutonio «civil», producto generado por la industria nuclear, superan ya las 230 toneladas, una cantidad que dobla el contenido de 30.000 cabezas nucleares. A pesar de ello, se siguen incumpliendo, como es sabido, los compromisos que se asumieron con el Tratado de No Proliferación, firmado por vez primera en 1968, tratado que restringía a cinco países la posesión de armas nucleares, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Unión Soviética-Rusia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Estados todos ellos, que están desarrollando programas para modernizar sus arsenales nucleares, al mismo tiempo que, paradójicamente, presionan a países como Irán para que pongan fin a su programa de enriquecimiento de uranio.

Pero, por otra parte, veinte años después de Chernóbil, sólo el 12% de los ciudadanos europeos apoya el uso de la energía nuclear, cifra que en algunos países como España se reduce al 4%. Si la historia, la información contrastada y la ciudadanía cuentan realmente, estos datos, que reflejan reiteradamente el sentir de la opinión pública europea, deberían contar. En oposición a argumentos publicitarios y poco rigurosos, los partidarios de lo nuclear deberían admitir que esta energía sigue siendo cara, peligrosa e innecesaria. Además, en nuestro país, una de las instituciones más desprestigiadas sigue siendo el Consejo de Seguridad Nuclear. Muchos ciudadanos, e incluso técnicos y científicos que trabajan en sus instalaciones, han desconfiado de las resoluciones que tomaron sus máximos dirigentes en los últimos años.

Las energías favoritas de los ciudadanos europeos, que en su inmensa mayoría como decíamos rechazan la energía nuclear, son la solar y la eólica. En los grandes medios de comunicación, nuevamente, parece que sólo se pueden expresar el sector minoritario de los pronucleares, mientras que se silencian, o se sitúan en un plano secundario, las posiciones de los críticos, algunos de cuyos argumentos son tan convincentes como el apuntado por Marcel Coderch: un plan de construcciones nucleares que tuviera como finalidad eliminar los combustibles fósiles de la generación eléctrica es totalmente inviable puesto que requeriría la construcción de una central cada dos días durante los próximos 25 años sin que hubiera, además, uranio suficiente para su funcionamiento y sin saber dónde podría almacenarse los centenares de miles de toneladas de residuos que tal situación generaría. Sería viable duplicar la capacidad nuclear, pero con ello tan sólo evitaríamos, si se comparase con la generación equivalente de gas natural, un 8% de las emisiones de dióxido previstas para 2050.

Aparte de los debates económicos, energéticos, militares y políticos, una de las consecuencias destacadas de todo el ciclo nuclear es su enorme influencia, a menudo subestimada, en la salud humana y en el medio ambiente. Ésta es una de las perspectivas esenciales en la conversación que hemos mantenido, que esperamos podrá observarse a lo largo y ancho de estas páginas. Hemos intentado escribir un libro útil y (relativamente) breve, que informara de los aspectos esenciales de la cuestión. Ser claros, concisos, no presuponer conocimientos previos en los lectores y abarcar, sucintamente, los numerosos y diversos aspectos relacionados con la industria nuclear, en sus aspectos civil y militar, desde el funcionamiento de una central hasta el uso efectivo de armamento nuclear, pasando por los residuos radiactivos o la posibilidad de vivir sin nucleares. Aunque no en exclusiva, hemos puesto mayor énfasis en la situación española y hemos intentado acercarnos a temas poco tratados usualmente como el accidente militar, con armamento nuclear, de Palomares, o el uso de uranio empobrecido en las recientes guerras de Iraq y Yugoslavia.

El glosario y la bibliografía, sucintamente comentada, intentan facilitar la comprensión de algunos pasajes y guiar al lector/a hacia nuevas búsquedas y una mayor profundización. Es recomendable la consulta del glosario en pasos algo técnicos del diálogo, infrecuentes por lo demás.

Es convicción compartida que, una vez más, la ciencia, los saberes científico-tecnológicos, no sólo no son instrumentos del adversario sino que son, por el contrario, un aliado imprescindible para la búsqueda de nuevas formas económicas y energéticas, respetuosas con el medio ambiente y con los seres humanos, que posibiliten una vida mejor, más segura, más sosegada, menos desigual y más justa. Sin saber contrastado y revisable, sin ciencia asentada y públicamente transparente, se ignora más, y cuando más se ignora, los errores públicos, y privados, son mayores, y la posibilidad de manipulación de la opinión y de las creencias ciudadanas se incrementa geométricamente.

Desde luego, no basta con el conocimiento. Aquí, como en muchos ámbitos, la mejor forma de decir es hacer, actuar, intervenir, y, en el ámbito que estamos considerando, es cada vez más urgente la necesidad de un resurgimiento renovado de aquel añorado movimiento antinuclear de los años setenta y ochenta que puso entre las cuerdas a uno de los grandes poderes de la época, consiguiendo además una vieja aspiración del movimiento obrero y de movimientos populares de diversas tradiciones que, en nuestro país, Manuel Sacristán, entre otros, nunca dejó de vindicar tenazmente: la necesidad de una alianza sólida entre la ciencia crítica, no supeditada a las abultadas cuentas de resultados de corporaciones y poderosos, y los movimientos sociales transformadores, esos activos e imprescindibles grupos sociales que ahora llamamos fuerzas alterglobalizadoras.

Jorge Riechmann, Enric Tello, Joaquim Sempere y Joan Pallisé han tenido la gentileza de escribir informados textos para acompañar y arropar nuestra conversación. Santiago Alba Rico nos ha permitido reproducir los compases iniciales de un escrito suyo de 2004. Gracias por ello. Ni que decir tiene que nos sentimos muy honrados y agradecidos por su generosidad y que tenemos el firme convencimiento, no motivado sólo por nuestra sentida y profunda amistad, que el libro y los lectores ganan mucho con ello.

Probablemente tuvo razón el autor de «¿Por qué socialismo?» al sostener, en un momento de pesimismo comprensible, que el arma nuclear lo había cambiado todo, menos la mentalidad de muchas personas añadió. Confiemos que la afirmación einsteiniana pierda poco a poco su veracidad y que nuestras concepciones sobre el armamento y la energía nuclear nos hagan cambiar también a nosotros mismos. Nos va en ello una forma de vida razonable e incluso, sin exageración, nuestra propia vida y la de las generaciones futuras.

1 W. Openheimer, El País, 11 de enero de 2008, p. 6

2 El reactor más reciente de Estados Unidos está emplazado en Watts Bar, Tennessee. Empezó a operar en 1996 y se necesitaron 6.900 millones de dólares y 23 años para finalizar su construcción.

3 No es la primera vez. que irrumpen estos planes en la política energética usamericana. Ralph Nader («La industria nuclear vuelve a la carga». www.sinpermiso.info) recordaba que en los años setenta, antes de que la opinión pública norteamericana dijera NO a la energía nuclear, la Comisión de Energía Atómica planeó la construcción de 1.000 plantas de energía nuclear para el año 2000. Otras informaciones señalan que durante los próximos meses la Comisión Reguladora Nuclear norteamericana espera recibir 12 solicitudes de construcción de reactores en siete emplazamientos distintos y que se prepara para considerar otras 15 más, en once lugares, el próximo año. Si las solicitudes tienen éxito, el número de reactores aumentaría con estas autorizaciones en más de un 30%.

4 Los laboristas inglesas consideraron hasta 2003 que la nuclear no era un buena opción energética. Pero, en mayo de 2006, siento primer ministro, el señor Blair ya dio su apoyo público a la construcción de nuevas centrales. El actual gobierno británico, con datos discutibles, ha señalado que su apuesta nuclear reduciría la emisión de CO2 en un 4% en el año 2020.

5 Marcel Coderch, «Energía nuclear. ¿agonía o resurrección?». Epílogo de Anna Cirera, Joan Benach y Eduard Rodríguez Farré, ¿Átomos de fiar?. Impacto de la energía nuclear sobre la salud y el medio ambiente, ob cit, pp. 128-129.

6 El gobierno de Gordon Brown apoyó el 10 de enero de 2008 la construcción de nuevas centrales señalando que, en principio, deben ser financiadas exclusivamente por la iniciativa privada, incluyendo coste de desmantelamiento y manejo de residuos. Paradójicamente, la neoliberal oposición conservadora cuestionó las cifras y la opción privatista estricta. No existe, argumentaron, ni una sola nuclear que haya sido puesta en marcha sin ayudas públicas. El actual parque nuclear británico suministra el 18% de la electricidad que consume el país.

7 La Central de Olkiluoto-3 lleva dos años en construcción. Oficialmente se reconoce un retraso de dos años sobre el calendario previsto y un sobrecoste adicional de 1.500 millones de euros. No es seguro que las cifras oficiales sean exactas.

8 Además de invertir en armamento nuclear. El gobierno de Lula, con el apoyo del ejército brasileño, desea fabricar un submarino nuclear; se han destinado 400 millones de euros al proyecto.

9 Véase el texto de presentación de Jorge Riechmann.

10 Público, 7 de diciembre de 2007.