La editorial, fundada hace 60 años, consiguió formar parte del imaginario cultural antifranquista. Editados desde París, sus libros circularon de forma clandestina por el interior.
Ruedo Ibérico nació sobre ocho ruedas, concretamente las de los coches que tuvieron que vender dos de sus fundadores para sacar adelante el proyecto. Era 1961, y en un café parisino, se reunían José Martínez, Elena Romo, Nicolás Sánchez-Albornoz, Ramón Viladás y Vicente Girbau, los cinco artífices de la editorial que, durante dos décadas, consiguió que la historia más reciente de España fuera contada desde una perspectiva ajena a la censura de la dictadura. Hasta 150 libros componen un haber repleto de grandes firmas, como la de Hugh Thomas con La guerra civil española, la primera obra de la firma que se convertiría en el epicentro cultural del antifranquismo en el exilio.
Los cambios en la orientación económica de España en la década de 1960 (los cambios políticos serían mucho más tibios) propiciaron la emergencia de nuevas inquietudes sobre el destino que, poco más tarde, correría el país. «Se trataba de enlazar el exilio con lo que ocurría en el interior. Había que romper esa distancia, encontrar un lenguaje común», agrega Sánchez-Albornoz, una de las dos únicas personas que consiguieron escapar con éxito del Valle de Cuelgamuros, donde había sido destinado a realizar trabajos penitenciarios.
Cada vez con una mayor aceptación, la nueva editorial afincada en la capital francesa no cejaba en su empeño de dar a conocer novedosas visiones sobre el pasado y futuro inmediato de España, pero algo se les escapaba. La vida iba mucho más rápido que las palabras impresas en los libros, por lo que en un fructífero intento la firma ideó los Cuadernos de Ruedo Ibérico. Esta andadura complementaria se inició en 1965 y estuvo comandada por el propio Martínez, editor de la firma, y Jorge Semprún, tras su expulsión del Partido Comunista un año antes.
Explicar el interior
Marianne Brull, encargada de la administración y de las relaciones institucionales de la editorial, explica en qué se diferenciaban estos cuadernos de sus hermanos mayores, los libros: «Queríamos escribir la historia de España desde dentro para los de dentro. No a través de unos exiliados que lamentaran su vida, sino que los del interior explicaran su interior, y creo que lo conseguimos. Para eso teníamos que entrar en contacto con los protagonistas de forma clandestina, editar la revista en Francia, y pasarla por la frontera». No estaban solos. En este cometido de contrabando cultural la figura de Rufino Torres fue esencial. Afincado en Barcelona, se convirtió en uno de los principales distribuidores de Ruedo Ibérico en España.
No se trataba solo de textos históricos, sociológicos o económicos. Según Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), las memorias de Sánchez-Albornoz, «para exhortar a la movilización política y social, la poesía superaba a los fárragos del ensayo o del manifiesto». Y así lo pensó un audaz Martínez, quien propició la publicación de composiciones poéticas tanto en los libros como en los Cuadernos. En los primeros aparecieron textos de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Alfonso Sastre o Ángel González; en los segundos, los de León Felipe, Vicente Aleixandre, José Bergamín y José Agustín Goytisolo.
Dos años después del inicio de los Cuadernos, la editorial publicó uno de los primeros libros que salían a la luz sobre el Opus Dei. Daniel Artigues abordó dicha empresa, poniendo el foco sobre una organización religiosa apenas conocida pero con presencia en los círculos de toma de decisión en España. Ya en 1970, la editorial publicó La prodigiosa aventura del Opus Dei, de Jesús Ynfante, algo que suscitó gran interés en el interior debido a sus anexos, en los que se encontraba una lista de los miembros de la congregación y los estatutos traducidos del latín, secretos hasta ese momento.
Persecución, atentado y represión
Ese mismo año, la empresa de nombre valleinclanesco inauguró su librería en el Barrio Latino de París. Ya habían superado las trabas que la dictadura les había puesto. En un primer momento intentó que el Gobierno francés clausurara la firma, prohibiendo la distribución de los ejemplares en el país vecino. Ante la negativa de este, el régimen franquista empezó con otras artimañas. Así, pensaron que podrían comprar la empresa para luego cerrarla, pero tampoco les funcionó. Desconocían que Martínez era incorruptible.
La persecución gubernamental española no terminó ahí. Uno de los puntos más álgidos de la represión en torno a Ruedo Ibérico fue el enjuiciamiento y encarcelamiento de Luciano Rincón en 1971, acusado de ser Luis Ramírez. Éste era el pseudónimo con el que el escritor firmó Franco, historia de un mesianismo, una semblanza política y psicológica del dictador que le llevó a ser condenado por el Tribunal de Orden Público. El delito (que todavía resuena en las salas de lo penal de los más altos tribunales) fue el de injurias contra el jefe del Estado. Estuvo en prisión hasta 1974.
El año en que murió Franco tampoco fue baladí para la prominente editorial. Con más de una década de experiencia, su honestidad con el pensamiento antirrepresivo y por la liberación de España había calado de tal forma que el grupo de extrema derecha Antiterrorismo ETA (uno de los múltiples nombres del Batallón Vasco Español) puso una bomba en la librería de París. Tan solo causaron daños materiales.
Sea como fuere, el prestigio de Ruedo Ibérico ya había alcanzado cotas que jamás imaginaron los cinco fundadores, quienes compartían una característica: todos habían sido represaliados por el régimen. A Brull le divierte recordar lo que ocurrió en la Feria del Libro de Fráncfort de 1971: «Agruparon los stands según el idioma de las publicaciones y no la procedencia de las editoriales, de tal forma que conseguimos uno en esquina que daba a dos pasillos muy anchos. La editorial del Opus Dei estaba en frente, y la del Movimiento, o sea, la de Falange, al lado. Esos tíos estaban cagados porque veían que éramos gente normal, que hablaba varias lenguas y que sabíamos lo que hacíamos». En aquella cita presentaron dos de sus grandes obras: La CNT en la revolución española, de José Peirats, y La muerte de García Lorca y la represión nacionalista en Granada, de Ian Gibson.
El régimen reseña libros prohibidos
La dictadura, por su parte, se empecinaba en luchar contra la editorial al ver que cada vez aumentaba más su prestigio en el interior. En el catálogo de la exposición Ruedo Ibérico. Un desafío intelectual (Amigos de la Residencia de Estudiantes, 2004), se describe la estrategia oficial comandada por Manuel Fraga desde el Ministerio de Información y Turismo: «El Boletín de Orientación Bibliográfica reseñaba periódicamente obras de Éditions Ruedo Ibérico con un despliegue de razonamientos sesgados que buscaban el descrédito de las obras sin tener que responder a los problemas planteados en ellas: el Boletín sirvió de medida fiel de la irritación que cada obra provocaba en las esferas gubernamentales».
A lo largo de su historia, desde 1963 hasta 1976, el Boletín reseñó hasta 35 libros de Ruedo Ibérico. Aránzazu Sarría, estudiosa de la firma, agrega que «uno de los lectores más fieles de la editorial era el Ministerio de Información, pues sus libros no dejaban de ser una fuente de información clave para conocer el estado de la oposición antifranquista».
Como en toda buena sinfonía, detrás había un compositor. José Martínez, Pepe para los allegados, fue el faro de la editorial. Su batuta conseguía hacer bailar el expresionismo abstracto que aparecía en los volúmenes y portadas gracias a firmas como las de Antonio Saura, Antoni Tàpies y José Ortega, con el contenido de las propias obras. El mismo Martínez, del que se cumple este año el centenario de su nacimiento, definía a la editorial como una «especie de Frente Popular cultural». Así lo cuenta Alberto Hernando en Ruedo Ibérico y José Martínez: la imposibilidad feroz de lo posible (Pepitas de Calabaza, 2017). Hernando, fiel discípulo del editor, desgrana acertadamente el compromiso que siempre le guio para con la memoria histórica.
Martínez llega a España: el comienzo del fin
Este editor aterrizó en El Prat el 14 de mayo de 1977. Había superado 30 años de exilio. La firma cambió de nombre mínimamente y tardaron un año en conseguir un número de editor para poder publicar en España. En abril de 1978, Josep Tarradellas asistió a la presentación de la editorial en Barcelona, y ese mismo año publicaron El eco de los pasos, las memorias inéditas del cenetista Juan García Oliver, además del primer número de los Cuadernos en España. Pero los tiempos habían cambiado. «Una cosa era ser una editorial clandestina con la que las grandes editoriales no podían competir, y otra cosa competir con las que ya estaban asentadas en España. Estábamos en desventaja, además de que los autores ya no tenían por qué ofrecer sus escritos a Ruedo Ibérico porque podían ir a cualquier otra editorial», comenta Sánchez-Albornoz.
Por su parte, Sarría concretiza que «el viaje desde París a Barcelona fue un retorno fallido porque ni Ruedo Ibérico ni Martínez encontraron su lugar en España». Preguntada por las causas, la experta aduce que la línea editorial siempre fue crítica hacia el proceso de la Transición, lo que la llevó a una posición cada vez más marginal: «El proyecto político de Martínez encarnaba y suponía un giro libertario y un cuestionamiento realmente muy potente del proceso hacia la democracia realizado por la izquierda antifranquista del PSOE y el PCE».
Ella misma aborda el olfato cultural del editor y recalca que «conviene recordar que Martínez no solo concedía importancia al conocimiento de la historia sino al relato de aquellos que habían sido testigos y protagonistas de la misma». Y mujeres protagonistas hubo, pero no acabaron en el catálogo de Ruedo Ibérico ni entre las firmas de los Cuadernos. «Elena Romo, esencial en la fundación, y la posterior labor de Brull, que fue realmente la piedra angular en el día a día, supusieron las principales contribuciones femeninas a la editorial», explica Sarría.
La traumática liquidación
El ocaso comenzó en 1979, cuando dejaron de publicar los Cuadernos por los que pasaron autores como Joaquín Leguina (que firmaba como Ángel Villanueva), Manuel Castells (como Jordi Blanc) o Pasqual Maragall. En 1980, decidieron sacar a la venta ocho títulos de golpe, y en 1982, año de la victoria socialista que a tantos antiguos colaboradores de los Cuadernos llevaría a ocupar altos cargos en la Administración, publicaron sus tres últimas obras.
El 22 de octubre de ese año, Brull escribió a Martínez desde París. Le informaba de la imposibilidad de pagar a los acreedores, por lo que liquidaron la empresa. El resultado fue el envío de 30 toneladas de libros de primerísima calidad a papel viejo, pues las ventas no cubrían ni siquiera el alquiler del almacén. El final de Ruedo Ibérico se consumó: les pagaron 10 pesetas por cada kilo de papel.
Fuente: https://www.lamarea.com/2021/12/17/ruedo-iberico-vida-exilio-muerte-democracia/