Concretamente, 745 son samaritanos los que viven divididos en dos aldeas: una situada en el monte Gerizim, en Nablús (Cisjordania), y la otra en Holon, junto a Tel Aviv. Sus miembros son judíos. O por lo menos, familiares cercanos de los rabinos, con quienes rompieron hace más de 2.000 años. Pero se consideran parte del […]
Concretamente, 745 son samaritanos los que viven divididos en dos aldeas: una situada en el monte Gerizim, en Nablús (Cisjordania), y la otra en Holon, junto a Tel Aviv. Sus miembros son judíos. O por lo menos, familiares cercanos de los rabinos, con quienes rompieron hace más de 2.000 años. Pero se consideran parte del pueblo palestino, lo que les ha convertido en uno de los ejemplos de coexistencia entre árabes y descendientes de las tribus de Israel y un argumento para quienes defienden que éste no es un problema religioso sino colonial.
Son judíos, pero no como los tipos enlutados que pasean por Jerusalén. Aunque, en realidad, se definen como más judíos que los propios judíos. Según ellos, conservan todas las tradiciones abandonadas por los rabinos, lo que les convierte en más genuinos. Se separaron de la religión de Yaveh hace cientos de años, pero realizan buena parte de sus ritos como el Yom Kippur (día del perdón) o el Zukot (fiesta de las cabañas, que recuerda el éxodo por Egipto). Además, mantienen elementos como el hebreo antiguo (aunque su día a día transcurre en árabe) y se consideran herederos de cuatro de las doce tribus de Israel. Eso sí, nunca han aceptado las invitaciones que llegan desde Tel Aviv para que se sumen al estado judío. «Israelíes y palestinos deberían de aprender de nosotros y promover la paz», asegura Hosni Wasef, director del museo de la comunidad samaritana de Gerizim, en Nablús. Wasef es un hombre espigado y canoso, y que comparte la principal característica física de los miembros de la secta: unas enormes orejas que los asemejan a los hobbits de «El señor de los anillos».
Aunque, a diferencia de Frodo Bolson, «su tesoro» no es una joya, sino la copia más antigua del Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. Y, en lugar de Sauron, quien codicia esta antiquísima reliquia de más de 3.635 años son museos como el British Museum, que ha llegado a ofrecer millones de euros por custodiar el papiro en Londres. «Estamos asustados de que alguien nos lo robe», asegura Wasef, que explica que la copia original se custodia en la sinagoga y que sólo durante el Yom Kippur y el Año Nuevo judío se permite que los visitantes puedan verla.
La entrada de la comunidad está bloqueada por un checkpoint del Ejército israelí. «No es para nosotros», dice, «sino por los puestos de vigilancia que han colocado los soldados alrededor de las montañas».
Durante décadas, los miembros de esta secta residieron en la ciudad vieja de Hebrón, uno de los bastiones de la resistencia. Pero a principios de la década de los 90, uno por uno, se mudaron a Gerizim. No es casualidad. Y no tiene nada que ver con el hecho de que el centro de Nablús siempre haya sido considerado como una de las capitales de la lucha armada palestina. «Durante la primera intifada, teníamos comercios abiertos en la zona y nunca tuvimos problemas con nadie», dice Wasef. Y eso que residían en el lugar donde los grupos armados ejecutaban a los colaboracionistas.
La explicación de este traslado masivo es religiosa. Una de las razones por la que los samaritanos se separaron de los judíos fue porque consideran que el templo de Salomón no estuvo en Jerusalén, como aseguran los rabinos, sino en Gerizim. Por ese motivo, organizaron el asalto a su monte sagrado, donde se han establecido.
En esta comunidad, el año 2010 se quedó atrás hace tiempo. A partir de los bloques de hormigón militares, es el año 3649. Dos milenios antes que el calendario judío, que ya ha superado el 5900. «Los samaritanos siempre hemos sido buenos en astrología», asegura el director del museo, que está convencido que desde Adán -el de la Biblia- hasta el pastor actual del samaritanismo han pasado exactamente 136 generaciones. Y muestra un cuadro dividido en dos bloques con forma de árbol genealógico en el que, asegura, «se encuentra reflejada toda historia de la humanidad». De Adán a Moisés, el verdadero profeta para los samaritanos. De Moisés a Eliazar. Y a Jesucristo. «No hay ninguna religión que pueda mostrar su historia en sólo dos fotografías», apunta.
Durante siglos, los samaritanos sólo han mezclado su sangre con la de sus primos-hermanos. Y eso ha provocado que la genética comience a ser un problema para su supervivencia. No tenían muchas alternativas, ya que conservar sus tradiciones y su religión es su principal objetivo, por lo que no permiten el matrimonio fuera de su secta. Además, es difícil que una mujer acepte por su propia voluntad formar parte de un grupo que incomunica a las que están con la menstruación y les pasa la comida por debajo de la puerta mientras que dura el período. Así que, de una comunidad que llegó a tener tres millones de miembros hace diez siglos, sólo quedan cinco familias. Aunque sólo una oficial, los Cohen, descendientes de los sacerdotes. Por eso, han tenido que «importar» 30 mujeres: 25 judías procedentes de Israel, cinco cristianas de Europa y tres musulmanas de Turquía. Eso sí, convertidas a la religión samaritana.
Coexistencia basada en la justicia
Al margen de las curiosidades de una secta que es más conocida por la parábola de Jesucristo del «buen samaritano» que por su peso en la historia, personajes como Hosni Wasef ofrecen claves que podrían servir para una coexistencia basada en la justicia.
Porque este hombre tiene en su bolsillo tres pasaportes: el israelí, el palestino y el jordano. Habla árabe y profesa buena parte de las creencias judías. Y defiende que la soberanía palestina, al menos en los territorios ocupados por Israel desde 1967 es el único camino para una paz justa en la región. Eso sí, él no se ha movido al otro lado de la Línea Verde. A pesar de los constantes intentos de Tel Aviv por arrastrar a sus heréticos primos lejanos a la parte colonial de la trinchera.