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Ahora las negociaciones para el intercambio de presos palestinos e israelíes van a todo ritmo

Sangre en las manos

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

El término «negociaciones» no es el más apropiado; «regateo» sería más exacto. También se podría utilizar una expresión más fea: «tráfico de seres humanos».

El trato de intercambio que se está planeando afecta a personas vivas a las que se está tratando como si fueran mercancías sobre las que los funcionarios de ambos lados están negociando de la misma forma que si se tratase de un pedazo de tierra o una carga de fruta.

Ante sus propios ojos y a los ojos de sus cónyuges, padres e hijos, los prisioneros no son ninguna mercancía. Son la vida misma.

Inmediatamente después de la firma del acuerdo de Oslo en 1993, Gush Shalom apeló públicamente al primer ministro, Isaac Rabin, para que liberase a todos los prisioneros palestinos.

La lógica era simple: en realidad son prisioneros de guerra. Todo lo que han hecho ha sido al servicio de su pueblo, exactamente igual que nuestros soldados. Las personas que los enviaron eran los jefes de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) con quien nosotros acabamos de firmar un acuerdo de largo alcance. ¿Tiene algún sentido firmar un acuerdo con los mandos mientras los subordinados continúan languideciendo en nuestras cárceles?

Cuando uno firma la paz se espera que los prisioneros de guerra sean liberados. En nuestro caso ésta no sólo sería una muestra de humanidad, sino también de sabiduría. Los prisioneros proceden de todos los pueblos y ciudades; enviándolos a sus casas se desataría un estallido de alegría por todas partes en los territorios palestinos ocupados. No hay ni una sola familia palestina que no tenga algún pariente en prisión.

Si el acuerdo no es solamente un pedazo de papel, dijimos, y tiene que estar impregnado de espíritu y contenido, no hay ninguna acción más sabia que ésta.

Desgraciadamente Rabin no nos escuchó. Tenía muchos rasgos positivos, pero era una persona bastante cerrada y carente de imaginación. Estaba prisionero dentro de sus propios y estrechos conceptos de «seguridad». Para él los prisioneros eran mercancía con la que comerciar. Es verdad que antes de la fundación de Israel él mismo estuvo detenido por los británicos durante algún tiempo, pero como muchos otros, fue incapaz de aplicar las lecciones de su propia experiencia a los palestinos.

Consideramos que este asunto era un mal presagio para los acuerdos de paz. Junto con el inolvidable Faisal Husseini, el adorado líder de la población palestina de Jerusalén Oriental, organizamos una manifestación frente a la prisión de Jneid en Nablús. Fue la mayor manifestación conjunta israelo-palestina de todos los tiempos. Participaron más de diez mil personas.

Fue en vano. Los prisioneros no fueron liberados.

Catorce años después no ha cambiado nada. Se han liberado presos después de que cumplieran sus condenas y otros han ocupado su lugar. Todas las noches los soldados israelíes capturan más o menos a una docena de nuevos palestinos «buscados».

En cualquier momento hay una media de unos 10.000 prisioneros palestinos, hombres, mujeres, niños y ancianos.

Todos nuestros gobiernos los han tratado como mercancía. Y la mercancía nunca se regala. La mercancía tiene un precio. Muchas veces se le propuso a Mahmoud Abbas liberar a algunos prisioneros como un «gesto» para fortalecerlo frente a Hamás. Tanto Ariel Sharon como Ehud Olmert han rechazado siempre todas esas sugerencias.

Ahora los servicios de seguridad se oponen al plan de intercambio de prisioneros por la liberación del soldado Gilad Shalit. Y no porque el precio -1.400 a cambio de 1- sea exorbitante. Al contrario, muchos israelíes ven bastante natural que un soldado israelí valga 1.400 «terroristas». Pero los servicios de seguridad plantean argumentos mucho más contundentes: si por el soldado «secuestrado» se liberan prisioneros, eso animará a que los «terroristas» capturen más soldados.

Por lo menos algunos de los prisioneros liberados volverán a sus organizaciones y actividades y eso producirá más derramamiento de sangre. Obligarán a los soldados israelíes a que arriesguen sus vidas para volver a arrestarlos.

Y hay algo más que acecha en un segundo plano: algunas de las familias de israelíes muertos en ataques, que están organizadas en un vociferante lobby conectado con la extrema derecha, armarán un buen escándalo. ¿Cómo podría este penoso gobierno, carente de reputación pública alguna, resistir tal presión?

Para cada uno de estos argumentos hay un «contrargumento».

El hecho de no liberar a los prisioneros proporciona a los «terroristas» una motivación permanente para «secuestrar» más soldados. Después de todo, parece que no hay ninguna otra cosa que pueda convencernos para soltar a los prisioneros. En estas circunstancias esas acciones gozarán siempre de una enorme popularidad entre el público palestino en el que muchos miles de familias están esperando el regreso de sus seres queridos.

Desde un punto de vista militar hay otro fuerte argumento: «Los soldados no se abandonan en el campo». Esto se sostiene como una máxima sagrada, una base primordial de la moral del ejército. Cada soldado debe saber que si es capturado el ejército israelí hará todo, absolutamente todo, para liberarle. Si esta creencia se tambalea, ¿estarán dispuestos los soldados a arriesgarse en la batalla?

Además, la experiencia demuestra que una proporción alta de prisioneros palestinos liberados no vuelve al ciclo de la violencia. Tras años de detención, todo lo que quieren es vivir en paz y consagrar su tiempo a sus hijos. Ejercen una influencia moderadora en sus entornos.

Y en cuanto a la sed de venganza de las familias de «víctimas del terror», ¡Ay del gobierno que ceda ante tales emociones! que, por supuesto, existen en ambos lados.

El argumento político va por los dos caminos. Existe la presión de las «víctimas del terror» pero hay todavía más presión de la familia del soldado capturado.

En el judaísmo hay un mandamiento llamado «el rescate de prisioneros». Emana de la realidad de una comunidad perseguida y dispersa por el mundo. Todos los judíos están obligados a hacer cualquier sacrificio y pagar cualquier precio por la liberación de otro judío en prisión. Si los piratas turcos capturaban a un judío de Inglaterra, los judíos de Estambul pagaban el rescate para su liberación. En el Israel de hoy esta obligación todavía permanece.

Ahora se están celebrando manifestaciones y reuniones públicas por la liberación de Gilad Shalit. Los organizadores no dicen abiertamente que el objetivo sea empujar al gobierno a aceptar el acuerdo de intercambio pero, puesto que no hay ninguna otra manera de recuperarlo vivo, ése es el mensaje en la práctica.

Uno no puede envidiar a los miembros del gobierno que se hallan en esta situación. Atrapado entre dos malas opciones, la tendencia natural de un político como Olmert es no decidir nada en absoluto y posponerlo todo. Pero ésta es una tercera mala opción y acarrea un oneroso precio político

El argumento emocional más fuerte que expresan los que se oponen al acuerdo es que los palestinos están exigiendo la liberación de prisioneros con «sangre en las manos». En nuestra sociedad, las palabras «sangre judía» -dos palabras amadas por la derecha- son suficientes para silenciar a muchos incluso en la izquierda.

Pero ése es un argumento tonto y además mendaz.

En la terminología del servicio de seguridad esta definición no sólo se aplica a las personas que han participado en los ataques en los que murieron israelíes, sino también a cualquiera que ideara la acción, diera la orden, la organizara o ayudara a llevarla a cabo, preparara las armas, transportase al atacante a la escena, etc.,

Según esta definición, cada soldado y oficial del ejército israelí tienen «sangre en sus manos», así como muchos políticos.

¿Alguien que ha matado o herido a israelíes es distinto a nosotros, los soldados israelíes del pasado y del presente? Cuando yo era soldado en la guerra de 1948 en la que decenas de miles de civiles, combatientes y soldados perecieron en ambos lados, fui ametrallador en la unidad de comandos «Zorros de Sansón». Disparé miles de balas, o decenas de miles. Principalmente por la noche, y no pude ver si le di a alguien, y en ese caso a quién. ¿Tengo sangre en mis manos?

El argumento oficial es que los prisioneros no son soldados, y por consiguiente no son prisioneros de guerra, sino delincuentes comunes, asesinos y cómplices.

No es un argumento original. Todos los regímenes coloniales de la historia han dicho lo mismo. Ningún gobernante extranjero que luchase contra el levantamiento de pueblos oprimidos ha reconocido nunca a su enemigo como un combatiente legítimo. Francia no reconoció a los luchadores por la libertad argelinos, los estadounidenses no reconocen a los defensores de la libertad iraquíes y afganos (todos ellos son terroristas que pueden ser torturados y encarcelados en abominables centros de detención), el régimen del apartheid sudafricano trató a Nelson Mandela y a sus camaradas como delincuentes, como el británico hizo con Mahatma Gandhi y los hebreos clandestinos que luchaban en Palestina. En Irlanda ahorcaban a los clandestinos irlandeses que dejaron tras de sí conmovedoras canciones: «Pégame un tiro como a un soldado irlandés / no me cuelgues como a un perro, / porque yo luché por la libertad de Irlanda / en esa oscura mañana de septiembre…»

La ficción de que los combatientes por la libertad son delincuentes comunes es necesaria para la legitimación del régimen colonial y hace más fácil para un soldado disparar a las personas. Desde luego es retorcido. Un delincuente común actúa por su propio interés. Un defensor de la libertad o «terrorista», igual que la mayoría de los soldados, piensa que está sirviendo a su pueblo o a su causa.

Una paradoja de la situación es que el gobierno israelí está negociando con personas que han estado encarceladas en prisiones israelíes. Cuando nuestros líderes hablan de la necesidad de fortalecer a los elementos palestinos «moderados», se refieren principalmente a éstos.

Ése es un rasgo de la situación palestina que dudo que exista en otros países ocupados. Personas que han pasado cinco, diez e incluso veinte años en prisiones israelíes y tienen toda la razón del mundo para odiarnos profundamente, están completamente abiertos a ponerse en contacto con los israelíes.

Puesto que conozco a algunos de ellos y varios se han convertido en amigos íntimos, me he cuestionado esto muchas veces.

En conferencias internacionales me he encontrado a activistas irlandeses. Después de varias pintas de Guinness me han dicho que no conocen alegría mayor en la vida que la de aniquilar ingleses. Me recordaron la canción de nuestro poeta Nathan Alterman que rogó a Dios: «Dame un odio gris como un saco» (para los nazis). Después de cientos de años de opresión, así es como lo sentían.

Por supuesto mis amigos palestinos odian la ocupación israelí. Pero no odian a todos los israelíes sólo por ser israelíes. En la prisión, la mayoría de ellos han aprendido bien el hebreo y han escuchado la radio israelí, leen periódicos israelíes y ven la televisión israelí. Saben que hay todo tipo de israelíes así como hay todo tipo de palestinos. La democracia israelí, que permite a los miembros de la Knesset vilipendiar a su primer ministro, les ha dejado una profunda impresión. Si el gobierno israelí mostrase una predisposición para negociar con los palestinos, los mejores aliados estarían entre esos ex prisioneros.

Y esto sirve también para los prisioneros a quienes liberasen ahora. Si Marwan Barghouti es puesto en libertad será un compañero natural en cualquier esfuerzo por la paz.

Me sentiré muy feliz cuando él y Gilad Shalit estén libres.

Texto original en inglés: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1176590184/

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.