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Podemos en su laberinto

¿Se ha cerrado el ciclo del 15-M?

Fuentes: Rebelión

Hace ocho años se inició un fenómeno de masas focalizado sobre todo en la capital del Estado que se fue irradiando hacia otras ciudades. Bautizado como movimiento 15-M, coincidió en su primer acto con la campaña de las elecciones municipales y autonómicas y supuso un halo de esperanza para mucha gente, indignada por lo que estaba […]

Hace ocho años se inició un fenómeno de masas focalizado sobre todo en la capital del Estado que se fue irradiando hacia otras ciudades. Bautizado como movimiento 15-M, coincidió en su primer acto con la campaña de las elecciones municipales y autonómicas y supuso un halo de esperanza para mucha gente, indignada por lo que estaba aconteciendo desde dos años antes: la toma de medidas antisociales por parte del gobierno del PSOE que presidía entonces José Luis Rodríguez Zapatero, impuestas desde las alturas de la UE, y el cansancio por un sistema político cargado de limitaciones. Supuso el cuestionamiento del bipartidismo instalado desde hacía tres décadas y la denuncia de las prácticas corruptas que se fueron adhiriendo. Esas elecciones alzaron al PP a mayores cuotas de poder, ampliadas en noviembre tras su victoria en las generales. Desde ese momento se intensificó la toma de medidas antisociales y antidemocráticas, lo que hizo que el movimiento social se fuera ensanchando, dando lugar a que por todo el país se fueran sucediendo movilizaciones con una gran afluencia de personas.

Los sondeos electorales que se estaban haciendo por esos meses empezaron a reflejar el aumento de votos de grupos que estaban fuera del bipartidismo. Por la derecha, en favor de UPyD y Cs, y por la izquierda, de IU, que, a su vez, se iba coaligando con otras fuerzas de ámbito autonómico (caso, por ejemplo, de AGE en Galicia, que obtuvo en 2012 casi el 14% de los votos). Pero fueron las elecciones europeas de 2014 las que marcaron el inicio de una nueva etapa política y la conformación de un nuevo mapa electoral con la irrupción de Podemos, que con su 8% de votos limitó el avance de AGE/IU, que hubo de contentarse con el 10%.

La nueva fuerza se nucleó inicialmente en torno a un grupo reducido, con la presencia importante de intelectuales universitarios (Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Luis Alegre…) que aportaron una visión estratégica y de comunicación política valiosa y eficaz. Podemos se fue consolidando en los meses siguientes, haciendo que los sondeos fueran reflejando una continua subida en las previsiones de voto a costa de PSOE, en mayor medida, e IU, y atrayendo apoyos provenientes del abstencionismo y de quienes votaban por primera vez.

Se ha hablado de que la presencia permanente de miembros de Podemos, y especialmente de Pablo Iglesias, en los medios de comunicación pudo tener relación con una estrategia diseñada desde el PP con el fin de dividir aún más el voto de la izquierda, fagotizando a IU e impidiendo que el PSOE, pese a que se encontraba en unas horas bajas, pudiera competir con eficacia. Pero lo que resulta evidente es que el empuje de Podemos se estaba nutriendo de un estado de opinión procedente del malestar social y político, en plena efervescencia movilizadora.

Podemos, pues, se convirtió en la mejor expresión del movimiento 15-M. Sus apoyos se fueron ensanchando hacia sectores del centro político, por un lado, y la extrema izquierda. Esto es, un abanico de sensibilidades políticas que iban desde la moderación a las diferentes radicalidades de la izquierda. En su seno empezaron a convivir diversas tendencias y sensibilidades, procedentes de ámbitos y culturas políticas también diversas, que cooperaban y discutían en los distintos niveles de la organización: desde la cúspide central hasta los círculos de base, pasando por las instancias intermedias que se fueron creando en los territorios (comunidades autónomas, provincias, municipios, barrios…). Había gente procedente del PCE, Juventudes Comunistas, IU, Anticapitalistas, PSOE, anarquismo, ecologismo, el feminismo, los movimientos sociales… y mucha gente que no había militado en nada específicamente.

La Asamblea Ciudadana celebrada en Vista Alegre en octubre de 2014 marcó las bases políticas y organizativas de Podemos, a la vez que puso al descubierto las primeras líneas de demarcación interna. La mayoría que representaban el entorno de Iglesias y los sectores más moderados, con Errejón a la cabeza, se impusieron a la minoría situada más a la izquierda, representada por anticapitalistas, o los sectores críticos con un modelo organizativo que consideraban demasiado centralizado, donde entonces se situaba Pablo Echenique. Pero lo más llamativo estuvo en que fueron los sectores moderados quienes marcaron la estrategia a seguir a partir de ese momento, a la vez que controlaban la organización en la persona de Sergio Pascual.

Y en dicha estrategia estaba la apuesta por la transversalidad (ni derecha ni izquierda), la crítica central a la casta (que reducía el objetivo en el entramado formado por quienes ocupaban las instituciones y quienes se aprovechaban de ellas) y la moderación en algunos aspectos políticos que podían resultar polémicos (la república, el aborto, la prostitución…). Esto supuso el cierre de cualquier alianza electoral con otras fuerzas, en especial con IU, a la que se consideraba como parte de la vieja izquierda. Y empezó a ocurrir en las elecciones andaluzas de 2015, cuando Podemos e IU se presentaron por separado, alcanzando Podemos (14,8%) una cuota de representación superior a una IU (6,9%) que resistió pese a todo.

En plena vorágine de crecimiento, el primer gran reto de Podemos estuvo en las elecciones municipales y autonómicas de 2015, y más concretamente cuando hubo de configurar las listas electorales. Más fácil de hacerlo en las autonómicas, el problema se encontraba en las municipales, donde eludieron la marca para evitar el riesgo de que posibles distorsiones empañaran su prestigio. Surgieron de esta manera numerosas candidaturas formadas por la participación de personas y grupos con una gran diversidad, no sólo de Podemos, adquiriendo distintas denominaciones.

Los resultados fueron tan positivos, que Podemos llegó a todos los parlamentos autonómicos, mientras numerosos miembros del partido se auparon a las instituciones municipales, especialmente del medio urbano. Llamativos fueron los triunfos en Madrid, Barcelona, Zaragoza, A Coruña, Cádiz o Santiago de Compostela, donde se habían conformado confluencias municipalistas, aunque con una importante presencia de la gente de Podemos, que incluso llegó a capitalizar el éxito.

El peligro de que Podemos pudiera subir en sus apoyos hasta niveles no deseados por el sistema, hizo que se iniciara una campaña de acusaciones falsas contra algunos de sus dirigentes y el propio partido. Se utilizaron para ello asuntos como el origen de su financiación o las relaciones con los gobiernos de Venezuela e Irán. Eso supuso que se paralizaran e incluso decrecieran sus expectativas de crecimiento en los sondeos. En las elecciones generales de diciembre, con una campaña basada en el discurso errejonista, Podemos se presentó sola, alzándose con un 20’7% de los votos, a sólo 383.000 votos y 1’3 puntos del PSOE. Pero se encontró con un problema no previsto: lejos de hundirse, IU, bajo la marca Unidad Popular, aguantó con casi un millón de votos (3’7%), los mismos que hubiera necesitado para superar al PSOE.

La confusión creada ante los problemas para conformar un nuevo gobierno llevó a la primera falla en la convivencia entre Iglesias y Errejón: la postura a tomar al acuerdo de gobierno firmado entre PSOE y Ciudadanos. El sector de errejonista, partidario de la abstención en la investidura de Pedro Sánchez, vio cómo el de Iglesias no sólo la rechazaba, sino que despreciaba con un gesto simbólico al PSOE al recordarlo como el partido de «la cal viva», por lo de la «guerra sucia» de los años 80 y 90.

A partir de ese momento se inició un distanciamiento sin retorno, que tuvo dos nuevos capítulos. Uno, en clave interna, la sustitución como responsable del aparato de organización del errejonista Pascual, pasando a manos de Echenique. El otro, de mayor calado, la nueva convocatoria de elecciones generales, en junio de 2016, donde la búsqueda de un acuerdo con IU, concretado en la alianza electoral Unidos Podemos, no contó con las simpatías del errejonismo.

Los resultados obtenidos estuvieron por debajo de las expectativas, pues perdieron algo más de un millón de votos en relación a la suma de Podemos e UP/IU por separado, sin que la distancia con el PSOE apenas variara. Los resultados fueron utilizados por el errejonismo para criticar que eran consecuencia de la estrategia fallida de la confluencia, donde la presencia de IU era valorada como una rémora por su imagen y su discurso. No faltaron, empero, opiniones, como las Monedero o Verstringe, que pusieron el acento en la pasividad de algunos sectores de IU. Se olvidaban, en todo caso, de un hecho nada desdeñable: desde 2105 el tiempo de las movilizaciones había dejado el paso al de las instituciones. Es decir, el freno de lo que había sido su alimento natural conllevaba que casi todo se supeditase a la gestión política que pudiera hacerse en las distintas instancias.

La división interna en Podemos se fue extendiendo por todos los ámbitos, donde había un reparto de influencias diverso y con ello unas relaciones con la dirección central que se situaban entre lo amistoso y la tensión. Uno de los territorios donde se dio más esto último fue Andalucía, donde la corriente anticapitalista, con Teresa Rodríguez y Kichi González a la cabeza, era hegemónica. Su apuesta por la soberanía organizativa y un mayor acercamiento a IU no fue bien vista desde el centro.

La segunda Asamblea Ciudadana, celebrada en octubre de 2017 y de nuevo en Vista Alegre, supuso la derrota del errojonismo, mientras el sector de Iglesias se alzaba con un triunfo claro, para lo que contó con el apoyo de la corriente anticapitalista. Desde ese momento el liderazgo de Iglesias se vio acompañado de una mayor presencia de personas de su entorno. Junto al antiguo crítico Echenique, al frente del aparato interno, ganaron fuerza algunas personas como Irene Montero o Pablo Mayoral, procedentes de IU, o Ramón Espinar, que estaba al frente de la organización madrileña.

El distanciamiento alcanzó una mayor dimensión cuando meses después, ya en 2018, se desvelaron unos mensajes de Carolina Bescansa a Errejón en los que le hacía una propuesta para desbancar a Iglesias y su gente de los puestos de dirección en la dirección central y en la de la comunidad de Madrid. Pese a ello, retirada Bescansa de sus responsabilidades y de su escaño, se ofreció a Errejón ser cabeza de lista a las elecciones de la Comunidad madrileña, con una aceptación no exenta de desencuentros. Y el principal fue la estrategia a seguir, en la que el discurso de la transversalidad y el distanciamiento con IU eran evidentes.

Con el episodio de la casa de Galapagar el liderazgo de Iglesias sufrió un duro traspiés. Internamente, especialmente desde la corriente anticapitalista, y a pesar de que lo resolvió mediante una consulta a la militancia. Y entre su electorado, una parte de la cual lo vio como una muestra de falta de coherencia entre el discurso y la práctica personal. Todo ello aireado por los medios de comunicación de la derecha, a veces con extralimitaciones de la privacidad.

La moción de censura contra el gobierno del PP presentada en junio por el PSOE abrió, por lo inesperado, una nuevo panorama político. El apoyo decidido mostrado por Iglesias se centró en un acuerdo político que tuvo como objetivo la elaboración de unos presupuestos del estado para 2019 con un gran contenido social. Sánchez acabó cediendo en algunas propuestas de UP, consideradas inicialmente como extremas, consciente que no podía dejar su flanco izquierdo en manos solo de UP. Pero no cedió a las pretensiones de los grupos catalanes, que esperaban gestos favorables en torno a una consulta o el enjuiciamiento de dirigentes del procés, temeroso que pudiera ser aprovechado por PP y Cs.

Las elecciones andaluzas celebradas en diciembre abrieron una nueva polémica, con la presentación conjunta de Podemos e IU bajo la marca Adelante Andalucía. Algo que no gustó ni a la dirección central y el sector pablista andaluz ni al errejonismo, que actuaron con pasividad durante la campaña y que, ante los resultados obtenidos, acabaron lanzando duras críticas, pero diferentes. A los primeros, porque no les gustó la excesiva autonomía y un discurso que consideraban demasiado andalucista y poco atento al marco general. Al segundo, por la radicalidad del discurso y el argumento ya utilizado en 2016 de que dos no tienen por qué sumar y sí restar.

La ruptura definitiva se produjo en diciembre, con el anuncio por parte de Errejón de la formación de la candidatura Más Madrid, paralela a la del Ayuntamiento, y al margen de cualquier acuerdo con IU. Un acuerdo entre Errejón y Carmena que ya venía precedido de la confección por la alcaldesa de una candidatura a su medida, apartando a quienes habían desafiado algunos aspectos de su gestión, pertenecientes a IU, anticapitalistas o colectivos ciudadanos. Errejón y Carmena, pues, como adalides de la transversalidad y la moderación.

Llegados a 2019, Podemos se encontró en una la situación muy difícil, con divisiones internas crecientes, renuncias de algunos cargos (Espinar, en Madrid) y candidatos (Bustinduy, a las elecciones europeas), y la ausencia de liderazgo, dado el retiro temporal de Iglesias por el permiso de paternidad. Su vuelta al escenario político coincidió con el rechazo definitivo de los presupuestos por los grupos de la derecha y catalanes. De manera que las citas electorales acabaron centrando la dinámica política. Primero, en abril, con la convocatoria de unas nuevas elecciones generales y después, en mayo, con las obligadas municipales, autonómicas y europeas. Y a ello se unió un asunto que alcanzó gran trascendencia, aprovechado con rotundidad por Podemos: la salida a la luz de las actuaciones en las cloacas del estado contra dirigentes políticos de la oposición, donde Podemos sufrió la manipulación de información falsa.

Las citas electorales se configuraron en Podemos de dos maneras diferentes. De un lado, repitiendo la fórmula de 2106 tanto para las generales como para las europeas (con el único cambio en el género: Unidas Podemos), si bien con la defección de algunos grupos en territorios como Valencia (con Compromís ), Galicia (con En Marea ) o Baleares (con MES). De otro lado, produciéndose una especie de caos en la configuración de las candidaturas autonómicas y municipales, con una amalgama de situaciones que iban desde la confluencia en UP o Adelante Andalucía hasta la presentación con la marca Podemos, en competencia con IU u otro tipo de listas. Todo ello con el añadido de las defecciones antes aludidas en Valencia y Galicia, y la que ya se había producido a finales de 2018 en Madrid en torno a la marca Más Madrid.

En el caso de las elecciones generales los resultados dejaron constancia del desgaste sufrido por Podemos y la confluencia con IU en UP. Sin embargo, pese a que los 3’7 millones de votos (14’3%) rebajaron en 1’3 millones los obtenidos tres años antes, sin contar los alrededor de 225.000 que fueron a parar a Compromís, En Marea o MES, el desarrollo de la campaña electoral y el papel jugado por Iglesias permitieron una mejora en relación a las negras previsiones iniciales.

Lo ocurrido en las elecciones del pasado domingo, sin embargo, han dejado constancia de un Podemos muy debilitado. En el ámbito europeo el 10’1% queda algo más de cuatro puntos por debajo en las generales y lejos de lo obtenido por separado Podemos y AGE/IU en 2014, que sumaron el 18%. En el autonómico la bajada ha sido espectacular, perdiendo las dos terceras partes de sus representantes en los parlamentos e incluso la presencia en el caso de Castilla-La Mancha. Y en el ámbito municipal, donde existe una mayor complejidad por tener un mayor componente las alianzas, destaca entre las capitales de provincia o comunidad la situación tan difícil en que se encuentra la posibilidad de obtener las alcaldías de Madrid (ahora, prácticamente perdida) y Barcelona, y las pérdidas de las de Zaragoza, La Coruña o Santiago. Sólo la alcaldía de Cádiz, en manos de un anticapitalista y en alianza con IU, se ha salvado. Y en el caso de Valencia, la ha mantenido en solitario Compromís, pero sin la presencia institucional de Podemos y EUPV, que se presentaron juntas.

El discurso reiterativo de Podemos tras las elecciones generales encaminado a formar parte de un gobierno con el PSOE, se ha debilitado con estos resultados. El PSOE se siente fuerte por su flanco izquierdo, si bien debe conseguir los apoyos suficientes para poder gobernar en solitario. La situación está muy abierta, porque en estos momentos se están conjugando pactos de todo tipo en cada uno de los ámbitos: estatal, autonómico, municipal y también europeo. Una de las posibilidades, surgida a última hora, es una orientación del PSOE hacia el centro, vía Cs, lo que conlleva riesgos.

Desde el errejonismo se siguen lanzando críticas, cada vez más duras, contra el actual Podemos, Iglesias y lo que dicen que representa. Lo han hecho, por ejemplo, el propio Errejón, Bescansa o Carlos Fernández Liria, teniendo como común denominador la crítica a lo que llaman como deriva izquierdista de Podemos, ajena a la transversalidad, y su aversión a IU, de manera que Podemos se habría convertido en la segunda versión de IU.

¿Sobrevivirá Podemos? ¿Su actual crisis y su futuro incierto están suponiendo el fin del ciclo iniciado el 15 de mayo de 2011?

(Articulo publicado en el blog del autor: https://marymeseta.blogspot.com/)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.