Volví hace poco de Palestina donde estuve más de un mes junto a otras 10 personas, hombres y mujeres, en una brigada del Komite Internazionalistak. Queríamos conocer de primera mano la realidad para la población palestina del proceso de retirada de las fuerzas de ocupación israelíes de Gaza, presentada por el gobierno israelí como un […]
Volví hace poco de Palestina donde estuve más de un mes junto a otras 10 personas, hombres y mujeres, en una brigada del Komite Internazionalistak. Queríamos conocer de primera mano la realidad para la población palestina del proceso de retirada de las fuerzas de ocupación israelíes de Gaza, presentada por el gobierno israelí como un gran paso hacia la paz.
No voy a negar que de entrada iba con actitud escéptica, pues de todos y todas es conocida la reputación de Sharon como hombre no dialogante, de hombre de guerra, de hombre sanguinario. Sin embargo los medios de comunicación casi de forma permanente venían trasmitiendo un mensaje de esperanza: que un proceso de paz está en marcha y lo está impulsando el ex-general Ariel Sharon.
Con el tiempo hemos podido comprobar que este mensaje ha resultado tan fructífero para Israel que Sharon, un líder que destaca por su desafiante incumplimiento de las resoluciones del consejo de seguridad, ha sido invitado de dirigirse a la ONU esta semana en Nueva York como mensajero de paz
Tras nuestra llegada a Tel Aviv lo primero que nos llamó la atención en los días previos a la puesta en marcha del «plan de desconexión de Gaza», fue que no observamos altercados de consideración entre la población israelí, tal y como los medios de comunicación mostraban al mundo. Tan solo podía apreciarse una disputa simbólica en forma de lazos de colores en los coches, «naranjas» en contra del plan de desconexión y «blanquiazules» a favor del plan. Y un par de manifestaciones en Tel Aviv y en Jerusalén, nada que ver con el «duro enfrentamiento interior» que, según los medios, el plan estaba despertando entre la población israelí, retratando a soldados enfrentándose a colonos. Indudablemente estos altercados existieron pero, por lo que pudimos constatar tras movernos por la totalidad del territorio de Palestina, tanto en Cisjordania y Gaza como en Israel, fueron anecdóticos.
Sin embargo, en los territorios ocupados en el 67 (Cisjordania y Gaza) sí pudimos comprobar como el gobierno israelí dirigido por Sharon, el «nuevo hombre de paz», sigue impulsando las mismas políticas racistas y genocidas para castigar la población palestina: ocupación militar de las ciudades, confiscación de tierras para la construcción de más colonias en Cisjordania, destrucción de viviendas, asesinatos selectivos, incursiones militares nocturnas principalmente en los campos de refugiados, tiroteos indiscriminados sobre población civil (sólo en los dos meses de verano hubo varias decenas de muertos y heridos, principalmente en Tulkarem, Gaza y Nablus), cierres de ciudades y toques de queda.
Y por supuesto, sigue avanzando el muro de Cisjordania, la pieza clave de la estrategia colonizadora de Sharon. Como una serpiente monstruosa come cada día más territorio palestino en abierto desafío de la resolución condenatoria del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya del 9 de julio 2004, que insta a Israel a paralizar la construcción y a demoler el trazado ya construido. Apoyado por Bush y Blair, una vez más Israel incumple las resoluciones internacionales, tanto del T.I.J. de la Haya como de las Naciones Unidas, y persiste con su política de agresión permanente al pueblo palestino, imposibilitando con ello cualquier atisbo de paz.
Tan abismal era la diferencia entre los hechos que contaban los medios de comunicación y la realidad que estabamos viviendo, decidimos indagar en las razones que podían haber llevado a Sharon a plantear ese plan de desconexión, supuestamente la gran concesión de su gobierno en pro de una solución pacifica al conflicto israelopalestino.
Con ese objetivo asistimos a varias reuniones tanto en Israel como en Cisjordania y Gaza con diferentes sectores de la población, políticos, sindicatos, ONGs. De todas ellas la más esclarecedora fue la que tuvo lugar en Ramallah el 19 de Julio 2005.
En ella entre otros se encontraba el embajador William Taylor, representante especial de Estados Unidos para el plan de desconexión, el Sr. Nicholas Krafft, director de operaciones del plan de desconexión, enviado por el Banco Mundial y personalidades ilustres de la política palestina como el Dr. Azmi Shuaibi, representante de la sociedad civil Palestina y miembro del Consejo Legislativo Palestino. Y digo esclarecedora, porque pudimos confrontar las diferentes posturas y asistir a interesantes debates sobre el tema con, probablemente la gente más informada e involucrada, sin contar con el gobierno israelí, cuyas posturas conocíamos por sus teletipos, comunicados de prensa y sus acciones sobre el terreno.
El plan de desconexión de Gaza, de entrada es un plan unilateral, es decir, planeado, aprobado y llevado a cabo por Israel sin ningún contacto, negociación o dialogo con la otra parte involucrada, la parte palestina. Es la norma; Israel nunca negocia, sólo lanza sus propuestas, propuestas que el gobierno palestino puede aceptar o no. Israel no negocia porque no tiene que hacerlo. Tiene la fuerza y el poder y lo ejerce de forma implacable.
Al gobierno israelí en realidad la franja de Gaza no le interesa en absoluto. Cualquiera que haya estado en Gaza, sabe que es una olla a presión: 365 Km2, 1.300.000 habitantes, es decir una de las mayores densidades poblacionales del planeta, con un 60% de paro, un 80% de pobreza y unos índices de morbimortalidad elevadísimos. Ya, en los años 80, Rabin dijo: «Me gustaría levantarme un dia y que el mar se hubiera tragado Gaza». Además mantener allí a unos 8.000 colonos protegidos por varios miles de soldados, les suponía un elevadísimo gasto económico. Por lo tanto con esa sola acción se evitan un importante gasto en defensa e infraestructuras.
Pero, aún más importante, con la retirada de Gaza Israel «se desprende» de 1.300.000 palestinos y palestinas. Teniendo en cuenta que, como han declarado públicamente Netanyahu y Sharon, eliminar o expulsar al pueblo palestino es uno de los objetivos prioritarios del sionismo para mantener el carácter exclusivamente judío del estado de Israel (argumento implacablemente racista), nos daremos cuenta que este es uno de los indiscutibles beneficios del plan para Sharon.
Al mismo tiempo consiguen «lavar» su imagen a nivel internacional, pues realmente han hecho creer al mundo que se trataba de una concesión y de un paso para la paz. Y, lo que es más, consiguen desentenderse de toda responsabilidad legal sobre lo ocurrido en Gaza en estos 38 años de ocupación.
Eso sí, el ejercito israelí seguirá controlando los puntos de paso, que comunican Gaza con Israel. También la franja costera sigue estando controlada por Israel, quien no permite que ni siquiera los pescadores se alejen más de 6 millas de la costa. Y por supuesto controla el espacio aéreo, sobre todo tras haber destruido en 2002 el aeropuerto palestino construido en su mayor parte con dinero de la U.E., especialmente de cooperación española.
Por lo tanto, en realidad lo que han hecho con Gaza es vaciarla de población judía, para convertirla en una gran cárcel, en un gueto, en un gran campo de concentración, dejando la zona completamente destruida (sólo en esta segunda intifada, han destruido más de 4.000 casas), sin infraestucturas y con una población empobrecida a la que les sigue negando cualquier posibilidad de recuperación, al seguir controlando y limitando los puntos de paso.
¿Qué pide Israel como contraprestación al «sacrificio» y «esfuerzo» israelí en Gaza? Pues nada menos que la «luz verde internacional» a la anexión del 50% de las tierras de Cisjordania con todas las colonias que automáticamente pasarían a convertirse en parte de Israel. Y permisividad con la brutal política de judeización de Jerusalén que esta implementando en la actualidad el ejecutivo israelí, con la destrucción de barriadas enteras habitadas por población cristiana y musulmana palestina, y la construcción del muro y las colonias que en esa zona separan físicamente Jerusalén de Cisjordania, entre otras medidas.
Vista la recepción del plan en occidente – con invitación de honor a la ONU para Sharon incluida, parece claro que el sionismo israelí ha conseguido engañar al mundo. Toda una estrategia digna de Maquiavelo, aunque podríamos decir que en esta ocasión el discípulo ha superado al maestro. Escandaliza y deprime constatar que el mundo piensa permitir que el gobierno sionista de Israel siga machacando al pueblo palestino.
Pero durante nuestra estancia en Palestina también pudimos comprobar que, a pesar de ello, sigue vivo en el pueblo palestino el espíritu de resistencia, de lucha, de amor a la vida y de profunda hospitalidad que recibe a la gente extranjera con su Ahlan was ahlan! (bienvenido), un te con hierba buena y una sonrisa llena de dignidad y respeto.
Por todo ello y por los más elementales principios de justicia humana no podemos dejar solo al pueblo palestino. Nosotras y nosotros aquí en occidente podemos hacer mucho para cambiar la política israelí.
Por un lado podemos presionar a nuestros gobiernos para que occidente deje de dar un trato preferencial a Israel y obligarle a cumplir la legalidad internacional, las resoluciones de Naciones Unidas, la Cuarta Convención de Ginebra y los tratados de Derechos Humanos. No es pedir la luna, sólo que se cumpla lo que ya ha sido firmado por todos los países occidentales.
Y por otro lado secundar acciones de boicot a Israel: un boicot económico a sus productos y a los de las empresas que apoyan al racista estado de Israel, un boicot cultural no asistiendo a los conciertos de sus cantantes mientras no denuncien la ocupación militar y un boicot deportivo no admitiendo que sus equipos jueguen en las ligas europeas. ¿O acaso hubiéramos admitido que un equipo de blancos racistas sudafricanos que practicaban apartheid con la población negra jugara junto a nuestros equipos?