Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Dejando de lado por un momento el argumento de si alguna vez fue una buena idea dividir la Palestina histórica en dos Estados, hace cuarenta años era, claramente, una solución viable. En la actualidad, mientras judíos sionistas liberales y otros apelan a esta solución, ésta se ve como triste y patética.
En 1967, después de que las fuerzas armadas israelíes completaron la conquista de Palestina, grandes hombres como el Dr. Nahum Goldman, el Dr. Yishayahu Leibovitch, el general Matti Peled y otros judíos prominentes, llamaron al inmediato establecimiento del Estado palestino en Cisjordania y Gaza. Sin embargo los judíos de Israel, de Estados Unidos y de otros sitios del mundo se regodeaban con la mesiánica histórica conquista de Israel, hechizados por los sonidos de los nombres bíblicos que ahora se volvían accesibles. Nombres como Hebrón y Belén, Shilo y Bet El ahora estaban a su alcance y esto convenció a todos, incluidos los judíos seculares, de que hay un Dios y de que está realmente de su lado.
No importaba que fuera una solución que tenía pocas probabilidades de éxito desde el comienzo, ya que implicaba que la mitad de la población recibiera apenas el 20% de su patria histórica mientras la otra mitad recibiría el resto del territorio. Actualmente Cisjordania está agujereada con ciudades, centros comerciales y autopistas construidos en tierra palestina para uso de judíos solamente y los miembros del gabinete israelí discuten abiertamente la transferencia de poblaciones, o la transferencia de su población no judía. El nivel de opresión y la intensidad de la violencia contra los palestinos llegó a picos más altos, entonces, la pregunta que queda por hacer es exactamente, ¿quién permitirá a los palestinos tener su pequeño Estado?, ¿dónde se establecerá este pequeño Estado? Si hay alguna duda en la mente de alguien, Israel no tiene la intención de renunciar a ninguna de sus partes históricas.
La discusión de dos Estados en las condiciones actuales muestra un agudo estado de incapacidad para aceptar la realidad. Cuando se aprende sobre la historia del movimiento sionista, y sobre los primeros años del Estado de Israel, se entiende que el desprendimiento de alguna parte del histórico Israel no es algo que Israel pueda hacer alguna vez. Los judíos liberales en los Estados Unidos -véase J. Street- y en Israel -un ejemplo es David Grossman que acaba de recibir un premio por la paz en Alemania-, se han percatado abruptamente de que hay un problema. Todos declaman que la solución es la partición y la segregación por el camino de la creación de un diminuto e impotente Estado para los árabes de Palestina. ¿Reclaman que se amoneste a Israel por la forma en que tratan a los palestinos o alguna vez condenaron el sitio a Gaza? Éstas serían declaraciones elogiosas provenientes de sionistas de cualquier procedencia, particularmente de los Estados Unidos, donde criticar a Israel es un pecado mortal, pero sería una manera justa de hablar.
Hay una ilusión de que un gobierno liberal y progresista llegue a gobernar Israel, y entonces todo será exactamente como desean los sionistas liberales. Se retomará el punto donde lo dejaron Arafat y Rabin y entonces tendremos el pastel celestial de la democracia judía que los judíos liberales tanto desean ver en Israel. Esta ilusión es compartida por los judíos estadounidenses, los sionistas liberales de Israel y del resto del mundo; así como también en Occidente, donde aún existen muchas conciencias atrapadas en la culpa por persecuciones a los judíos durante dos milenios. Si solamente existieran buenos dirigentes, si solamente esto o solamente aquello… Pero ¡ay destino!, la realidad continúa golpeando a todos en la cara: el sionismo y la paz son incompatibles. Lo diré otra vez: el sionismo es incompatible con la paz.
Un estudio serio de la historia del moderno Israel demostrará que el surgimiento de Netanyahu y Lieberman era perfectamente predecible. Son los sucesores naturales de Ben Gurión, Golda Meir e Yitzhak Rabin. Si se mira el mapa político de Israel se verá que los futuros dirigentes sionistas, ya sean del laborismo, del Likud, Meretz o de los partidos religiosos nacionalistas no son diferentes ni tienen un cambio que proponer. El problema es el sionismo y la solución es el desmantelamiento de la estructura sionista y la constitución de una democracia secular donde no se discrimine entre israelíes y palestinos. En otras palabras, una nación que no gobierne sobre la otra, pero en la que el Estado de derecho gobierne sobre ambas.
El sionismo creó un Estado que no quiere saber nada de paz y reconciliación. El problema no son Benjamín Netanyahu o Lieberman, y la solución no es Beilin o David Grossman, representantes de los sionistas liberales. El problema es que la premisa básica sobre la cual se creó el Estado judío es incorrecta.
Fuente: http://mikopeled.wordpress.