Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Hace una década publiqué un libro, Israel and the Clash of Civilisations, que examinaba el deseo de Israel de balcanizar el Medio Oriente usando métodos que había refinado durante muchas décadas en los territorios palestinos ocupados. El objetivo era desatar el caos en gran parte de la región y desestabilizar a los principales estados enemigos: Irán, Irak, Siria y Líbano.
El libro también tomaba nota de cómo la estrategia de Israel había influido en la agenda neoconservadora de Washington, que halló gracia bajo la Administración de George Bush. La campaña de desestabilización de los neoconservadores comenzó en Irak, con consecuencias que son más que evidentes en la actualidad.
Mi libro se publicó cuando los esfuerzos por parte de Israel y los neoconservadores para mover la campaña de balcanización hacia adelante en Irán, Siria y el Líbano se tambaleaban. Y antes de eso estaba claro que otros actores, como el Dáesh, surgirían del caos. Pero predije -correctamente- que Israel y los neoconservadores continuarían presionando para obtener más desestabilización, apuntando a continuación a Siria con consecuencias desastrosas.
Hoy la visión de Israel de la región es compartida por otros actores clave, entre ellos Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Turquía. El escenario actual de la desestabilización, como señalé, es Siria. Pero si tiene éxito, el proceso de balcanización, sin duda, seguirá adelante y se intensificará contra el Líbano e Irán.
Aunque los comentaristas tienden a centrarse en los «monstruos del mal» que dirigen los estados objeto de la destrucción, vale la pena recordar que antes de su desintegración la mayoría eran también oasis de laicidad en una región dominada por ideologías sectarias medievales, como el wahabismo de Arabia Saudí o el judaísmo ortodoxo de Israel.
En Siria Bashar Assad, en Irak Saddam Hussein y Muammar Gadafi en Libia estaban o están haciendo implacable y brutalmente el camino que hacen todos los dictadores frente a los rivales que amenazan al régimen. Pero antes de que sus estados fueran objeto de «intervención» ellos también velaron por sociedades en los que había altos niveles de educación y alfabetización, estados de bienestar bien establecidos y bajos niveles de sectarismo. Estos logros no eran insignificantes (incluso si se pasan por alto ahora) -logros que grandes sectores de su población apreciaron- más aún cuando fueron destruidos por una intervención exterior.
Estos logros no estaban relacionados con el hecho de que los regímenes fueran o sean más independientes de los EE.UU. de lo que estos e Israel desean. Los gobernantes de esos estados, que comprenden diversos grupos sectarios, tenían interés en mantener la estabilidad interna con un enfoque del palo y zanahoria: beneficios para los que se someten al régimen y represión para los que se resisten. También hicieron fuertes alianzas con regímenes similares para limitar movimientos por parte de Israel y EE.UU. para dominar la región. La balcanización ha sido una poderosa herramienta para aislarlos y debilitarlos, por lo que el proceso puede ampliarse a otros estados desleales.
Esto no quiere excusar las violaciones de los derechos humanos por parte de regímenes dictatoriales, sino que es para concentrarnos en un problema aún más importante. Lo que hemos visto desplegarse en los últimos 15 años es parte de un largo proceso a menudo descrito en Occidente como «guerra contra el terrorismo»- que no está diseñado para «liberar» o «democratizar» estados de Oriente Medio. Si ese fuera el caso, Arabia Saudí habría sido el primer estado objeto de la «intervención».
Al contrario, la «guerra contra el terrorismo» forma parte de los esfuerzos para desestabilizar violentamente los estados independientes que rechazan la hegemonía de EE.UU. e Israel en la región con el fin de mantener el control sobre los recursos de la región por parte de Estados Unidos en una época de disminución del acceso al petróleo barato.
Aunque es tentador dar prioridad a los derechos humanos como criterio según el cual los individuos deben ser juzgados, por ahora no deben caber muchas dudas de que los conflictos que se desarrollan en el Medio Oriente no son acerca de la promoción de los derechos.
Siria ofrece todas las pistas que necesitamos.
Los agentes que tratan de derrocar a Assad en Siria ya no son grupos de la sociedad civil ni defensores de la democracia. Eran demasiado pequeños en número y demasiado débiles para provocar el cambio o poner en peligro el régimen de Assad. En cambio -cualquiera que fuera el inicio de la guerra civil- se ha transformado en una guerra de poder. (En una sociedad cerrada como Siria, por supuesto, es casi imposible saber qué llevó a la oposición inicial. ¿Fue una lucha por más derechos humanos o la creciente insatisfacción con el régimen en relación con otras cuestiones como la escasez de alimentos y los desplazamientos de población que eran en sí mismos una consecuencia de procesos a largo plazo provocados por el cambio climático?)
Una coalición formada por EE.UU., Arabia Saudí, los Estados del Golfo, Turquía e Israel explotó los desafíos iniciales al régimen sirio, viéndolos como una abertura. No están allí para ayudar a los activistas de la democracia, sino para avanzar en sus propias agendas, en gran parte compartidas. Utilizaron la os grupos yihadistas suníes como Al-Qaeda y Dáesh para promover sus intereses, que dependen de la desintegración del Estado sirio y su sustitución por un vacío que les dará poder mientras se lo quita a sus enemigos en la región.
Arabia Saudí y los Estados del Golfo quieren que Irán y sus aliados chiíes se debiliten. Turquía quiere más libertad contra los grupos disidentes kurdos en Siria y en otros lugares e Israel quiere fomentar las fuerzas del sectarismo en el Medio Oriente para socavar el nacionalismo panárabe, asegurando así que su hegemonía regional sea unívoca.
Los agentes que tratan de estabilizar Siria son el propio régimen, Rusia, Irán y Hezbolá. Su cometido es el uso de la fuerza que sea necesaria para repeler a los agentes de la anarquía y restaurar la dominación del régimen.
Ninguna de las partes puede calificarse de «buena». No hay «sombreros blancos» en esta pelea. Sin embargo existe un claro lado a preferir si el criterio es minimizar no sólo el sufrimiento actual en Siria, sino también el sufrimiento futuro en la región.
Los agentes de la estabilidad quieren reconstruir Siria y fortalecerlo como parte de un bloque chií más amplio. En la práctica su política lograría -incluso si su objetivo no es directamente ese- un equilibrio de fuerzas regional similar al enfrentamiento entre EE.UU. y Rusia en la Guerra Fría. No es lo ideal, pero es muy preferible a la alternativa política a la que aspiran los agentes de la anarquía. Quieren hacer que implosionen los estados claves de Oriente Medio, como ya ha sucedido en Irak y Libia y se ha logrado parcialmente en Siria.
Sabemos las consecuencias de esta política: derramamiento de sangre sectario masivo, gran desplazamiento interno de la población y creación de olas de refugiados que se dirigen hacia la relativa estabilidad de Europa, incautación y dispersión de los arsenales militares que estimulan aún más la lucha y la inspiración de más militantes e de ideologías reaccionarias como la de Dáesh.
Si Siria cae, no se convertirá en Suiza y tampoco será el fin de la «guerra contra el terrorismo». A continuación esos agentes de la anarquía pasarán a Líbano e Irán extendiendo aún más la muerte y la destrucción.
Fuente: http://www.jonathan-cook.net/blog/2017-05-08/syria-is-the-dam-against-more-anarchy/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.