Salvo en algún punto al que más tarde me referiré, agradezco a Joan Vecord el tono general de sus respuestas y críticas [1]. Algunas son más que pertinentes; otras, en mi opinión, no lo son. Joan Vecord, como él mismo señala en su texto, es un trabajador en paro que en la medida de sus […]
Salvo en algún punto al que más tarde me referiré, agradezco a Joan Vecord el tono general de sus respuestas y críticas [1]. Algunas son más que pertinentes; otras, en mi opinión, no lo son. Joan Vecord, como él mismo señala en su texto, es un trabajador en paro que en la medida de sus posibilidades intenta cambiar «el mundo para hacerlo lo más justo», a través, por ejemplo, del Ateneo Layret, de Sant Antoni (barrio popular barcelonés donde precisamente mi hijo cursa estudios de ciclos formativos), y eso, para mi, son palabras mayores, una admirable y arriesgada forma de estar en el mundo en una situación nada cómoda.
Respondo brevemente a muchas de sus observaciones. Antes de ellos dos anotaciones.
La primera: no me parecen razonables algunas afirmaciones del preámbulo de su texto. Esta por ejemplo: «me he permitido la molestia de responder las preguntas que formulas en el prólogo de Conversaciones sobre Cataluña... Sin embargo, sé que servirá de poco, porque da toda la impresión de que tienes una idea muy firme al respecto y que no la piensas cambiar». ¿No la pienso cambiar? ¿Por qué no voy a querer cambiarla si se esgrimen argumentos adecuados y tomo consciencia de mis potenciales errores? ¿Sería pertinente que yo escribiera sobre JV el mismo comentario: que sus ideas son muy firmes y que no parece predispuesto a cambios sustantivos en su cosmovisión?
JV recuerda también mi discusión «con alguien con mucha más capacidad que yo (hablo de aquel artículo que te escribió no hace mucho David Fernández, también en Rebelión)». Señala JV que no sólo parece «que no le hayas hecho mucho caso, sino que has considerado que David (o alguien con unas opiniones similares a las suyas) no es lo suficientemente interesante para aparecer en tus Conversaciones sobre Cataluña«. No es el caso. Yo suelo hacer mucho caso a David en numerosas cosas, suelo aprender de él en casi todo, y no he pensando en él para la edición del libro por no importunarle, por no robarle más tiempo, por no «explotarle» más, no porque piense que no tiene nada qué decir en este asunto y en mil más. Lo contrario es más verdadero: aparte de que me gustaría entrevistarle sobre las cuestiones que comentamos, yo con David puedo ir al cine, a la ópera, a un ateneo libertario, a una isla socializada, a una cooperativa socialista o incluso podría aventurarme en algún viaje planetario o intergaláctico. Con compañías como la suya, al fin mundo y un poco más allá. Eso sí, no logro coincidir con él en un punto, sólo en un punto: en lo que él llama «independencia de los Países Catalanes». Ni entiendo muy bien la propuesta ni me parece deseable lo que entiendo de ella.
(Añado que, como JV debe saber, he discutido con David Fernández en radios alternativas de orientación independentista. Fue un honor y un placer. No lo fueron tanto, lo admito de pasada, los comentarios que circularon sobre mí en páginas web hooligans-nacionalistas. «Españolista» era el término más amable que se me dedicó).
La segunda observación versa sobre el uso de los términos «Cataluña», «España», «catalanes», «españoles» por parte de JV. Puede haber aquí alguna confusión, creo que la hay, que puede llevarnos a posteriores malentendidos:
1. JV parece referirse con «Cataluña» a la comunidad autónoma actual del mismo nombre, si bien, por supuesto, con una perspectiva histórica muy otra. Nada que ver con la actual. Pero habla de ese territorio creo entender
1.1. En España se uniría (para entendernos) todo lo demás. Las otras partes, pues, de lo que se suele considerar Países Catalanes -País Valencia, Illes, no sé si las franjas de Huesca y Teruel- y, por ejemplo, Andalucía, Euskadi, Galicia o Extremadura.
1.2..Si separamos Cataluña de España por razones del carácter nacional de la primera comunidad, lo mismo deberíamos hacer en el caso cuanto menos de Esukadi o Galicia.
1.3. Conclusión: no acabo de ver clara la consistencia de esa forma (nacionalista) de escribir: Catalunya y España. Hay mucha heterogeneidad en la segunda asignación.
2. Si hablamos de «catalanes» y «españoles» la cosa no está tampoco muy clara.
2.1. Catalanes parece referir a todas las personas censadas o, más bien, a todas las personas que viven en Cataluña (No hablo ya de aquel lema, del PSUC pero apoyado en su momento por el nacionalismo catalán, de que catalán era todo aquel vivía y trabajaba (o intentaba hacerlo) en Cataluña. Si fuera así, toda la burguesía rentista catalana quedaría excluida. Ni Millet sería catalán ni tampoco, por ejemplo, don Urdangarin o doña Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad (¡Santísima Trinidad!) de Borbón y Grecia. Habría dudas, dependería de nuestro noción de trabajo, en los casos de personas como Homs, Bou Ruiz, Felip Puig, Irene Rigau, Jordi Pujol, y un largo etcétera).
2.1.1. Como JV sabe perfectamente, entre esos catalanes hay personas que sienten exclusivamente catalanes; otras que se sienten más catalanas y un poco españolas; otras que sienten lo contrario; otras que se sienten catalanes, españoles… y ecuatorianos pongamos por caso. Etc. También hay ciudadanos, es mi caso por ejemplo, que, más allá de nuestra ubicación administrativa, no nos sentimos ni catalanes ni españoles. Somos, por simplificar, rotenspanien.cat internacionalistas (no cosmopolitas neoliberales).
2.2. En el caso de lo que JV refiere como españoles ocurre algo similar: algunos de ellos se sienten muy pero que muy españoles; otros vascos tan sólo; otros gallegos; otros aragoneses y españoles; otros andaluces y a un tiempo un pelín o un muchín españoles. Etc. Los caminos y sentimiento identitarios se pueden biyectar (diría J.. Borges) con los colores del plumaje de los pavos reales.
2.3. Conclusión: no hay apenas asunto controvertido en el que haya acuerdo pleno entre los que JV llama españoles (que no integra a personas de Cataluña que se sienten tales en determinada proporción). La diversidad de opiniones y posiciones parece ser la tónica general.
En síntesis: aunque no lo parezca, en el uso de estos términos acecha algún peligro y habrá que ir con cuidado para evitar conclusiones inadecuadas en determinados nudos.
(Aunque sea entre paréntesis, aprovechando que las centrales nucleares catalanas (¿catalanas?) se ubican cerca de Ebro y que detrás del uso de los términos anteriores parece estar en ocasiones el «Cataluña versus España» (o a la inversa), o el «españoles contra catalanes» (también a la inversa), cito un paso de un artículo reciente [2] del profesor Josep Fontana que abona una posición a tener muy en cuenta: «En la conferencia que he de hacer [congreso de historia de diciembre de 2013] me tocará hablar de 1714, y lo aprovecharé para recordar que quienes luchaban «por la conservación de las libertades, privilegios y prerrogativas de los catalanes», sostenían que estaban combatiendo también «por la libertad de España y de todos los españoles». No había contradicción alguna entre estos propósitos, porque aquella guerra se estaba librando ante todo por dos concepciones distintas del marco político del estado»).
Entro pues en las observaciones de JV. Brevemente:
JV: «Y si hemos pasado del «derecho de autodeterminación de todos los pueblos» al «derecho a decidir de los catalanes», quizás sea por la sencilla razón de que, cuando hemos querido llevar a la práctica ese derecho de autodeterminación de todos los pueblos, hemos visto que no podíamos porque a los catalanes no se nos concede el derecho de decidir…».
No es el caso. En momentos recientes de nuestra historia, «muchos catalanes» (entre ellos, el sector representado por CiU aunque no sólo), no estaban por el ejercicio del derecho de autodeterminación. No dudo que el espadón del ejército no contara (mucho por supuesto), pero algunas «fuerzas nacionalistas catalanas» no estuvieron durante muchos años por la labor y, en cambio, sectores «españoles» (uso una terminología de JV, no es la mía) sí lo estaban. Por ejemplo, grupos de la izquierda comunista que no eran nacionalistas. El MC, un partido en el que yo mismo milité, sería un ejemplo.
Como han sido maestros míos citaré dos casos concretos, los de Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey, dos «españoles» que vivieron en Cataluña unos 50 años de su vida, que se sintieron de aquí (y también de allí) y que hicieron por las libertades nacionales catalanas mucho más, muchísimo más, que muchos otros (el que suscribe no excluido). Sacristán defendió hasta el final de sus días en 1985 (véase la última entrevista con Mundo Obrero, de diciembre de 1984) el derecho de autodeterminación de todos los pueblos de España. En el caso de Paco Fernández Buey, «nuestro Paco», su amigo, discípulo y compañero, no hace falta dar ninguna referencia. Es una constante en su vida política que defiendo incluso en minoría de uno y hasta el final de su vida, en aquel cercano y desolador agosto de 2012, un año después del fallecimiento de su compañera, de Neus Porta, una luchadora antifranquista que también peleó por ese derecho.
JV afirma que «no la hemos olvidado [la unión libre, solidaria y fraternal de todos los pueblos de Sefarad], la hemos abandonado». Si se ha abandonado, es porque se ha sido federalista o incluso confederalista. Sinceramente: no lo creo, no creo que las fuerzas nacionalistas catalanas hayan sido alguna vez sinceramente federalistas. No hay nada que yo conozca que apoye esa consideración política.
La autodeterminación del pueblo palestino o del pueblo saharaui, en mi opinión, es algo muy distinto a la autodeterminación del pueblo catalán. El Estatut, como JV sabe perfectamente, no lo tumbaron los federalistas. También para ellos fue un horror y un grave error lo sucedido.
Sobre la expresión «España contra Cataluña (1714-2014)» escribe JV: «¿Tiene sentido la expresión «la Alemania de Hitler contra Polonia»? Respondo: tiene sentido. No lo tiene o da pie a muchas confusiones la expresión: «Alemania contra Polonia». Por la misma razón, puede tener sentido «La España dictatorial del general Primo de Rivera contra Cataluña» (que exigiría matices por los apoyos de muchos ciudadanos catalanes de bien y alta alcurnia a tal dictadura), pero no la tiene la expresión «España contra Cataluña». s
«Sobre el franquismo como un régimen político que oprimió Cataluña señala JV: «Es evidente que el franquismo fue mucho más que esto, pero es innegable que también fue ultranacionalismo español y, en consecuencia, opresor de la nación Cataluña», a pesar, como él admite, que hubo franquistas catalanes «y que podríamos considerar que sí, que en buena parte actuaron de acuerdo con una lógica externa (o exterior)». Lo de que actuaron por una lógica externa es algo bastante raro, para mi bastante incomprensible. Admitámoslo sin embargo. Si es así, si vale tal argumento-observación, entonces también debería poder afirmarse que el franquismo no fue un régimen español sino un régimen contra España, un régimen criminal y opresor de los pueblos y nacionalidades españolas que asesinó, por ejemplo, a un campesino oscense, trabajador industrial en Barcelona, Arnal era su apellido, en mayo de 1939. Un régimen contra España, contra sus ciudadanos, represor de sus libertades y de sus conquistas sociales, culturales (incluidas otras lenguas españolas) y económicas.
Por lo demás, el franquismo no fue un ultranacionalismo español sino un ultranacionalismo españolista que contó con el apoyo de poderosos ciudadanos catalanes. Cambó (inicialmente), Samaranch, Josep Plà, López Rodó, Fabián Estapé y Dalí por poner algunos ejemplos conocidos. Hay muchos más por supuesto. ¿Externo, muy externo, a Cataluña? ¿De verdad?
(Este paso de JV -«Puestos a ser demagogos (ya me perdonarás, pero tus preguntas fomentan la demagogia), podríamos preguntarnos también si «el machismo es exterior a las mujeres» o si es significativa la expresión «el machismo contra las mujeres» desde el momento en que hay mujeres que salen a manifestarse a favor de la sharia islámica y la obligación de llevar el burka»- es impropio del autor. No comento).
Sobre la lengua propia afirma JV: «Personalmente (pero insisto en que es una decisión que debemos tomar todos los catalanes), encuentro bien que se considere sólo el catalán como «propia», porque ha sido la lengua históricamente dominante del territorio. Ahora bien, es evidente que el castellano es la lengua propia y familiar de muchos catalanes, pero ¿es eso motivo suficiente para considerarla lengua propia de un país? Con este argumento, ¿por qué no lo pueden ser también el árabe, el bereber, el rumano y tantas otras lenguas que son propias de muchos de los nuevos catalanes?»
Que el castellano sea la lengua propia y familiar de muchos catalanes (podemos incluso pensar o calcular porcentajes) y que no sea lengua propia de Cataluña, desde un punto de vista estrictamente lógico, resulta francamente extraño. Que el árabe, el rumano o el chino puedan ser -dentro de una generación pongamos por caso- lenguas propias de Cataluña a mi me resulta más que evidente. ¿Por qué no va a ser el caso? IU defiende, y yo me sumo entusiasmado a esa defensa, que el catalán es una lengua propia de Aragón. El porcentaje de aragoneses que hablan catalán es, calculando muy hacia arriba, el 8%. ¿No tendrá que serlo por eso? El porcentaje de ciudadanos que hablan euskera en el conjunto de Sefarad debe ser de menos del 4%. Para mi no hay ninguna duda: el euskera es una lengua propia de Sefarad. ¿O no es el caso?
(Esta pregunta un pelín-muchín descortés -«¿Me estás insinuando que las familias de origen marroquí o rumano son ciudadanos de segunda y que tienen menos derecho que las familias de origen español?»-, también es impropia del autor. Tampoco respondo)
En torno al tema de la «inmersión lingüística» escribe JV: «Y no es un tema intocable (en Cataluña seguiremos hablando y discutiendo lo que sea necesario), sino un tema sobre el que estamos menos dispuestos a permitir la injerencia externa (en este caso, el gobierno de Madrid), por su importancia en la consolidación de una sociedad menos conflictiva». Se me escapa lo de «injerencia externa». ¿Habría algún problema en que el gobierno de Madrid apoyara el conocimiento de catalán entre los funcionarios del estado desplazados en Cataluña. ¿No sería loable esa «injerencia externa»? ¿No estaría mejor que bien que el gobierno de Madrid apoyara el conocimiento del catalán (o del euskera o del gallego) en Extremadura o en Castilla la Mancha por ejemplo?
Hay mucha gente, señala JV que, a pesar de vivir en Cataluña, «nunca ven televisión catalana, ni oyen radio en catalán, ni leen prensa o novelas catalanas, y nunca adquirirían un nivel con suficiente competencia del idioma si no fuera por la «inmersión lingüística». Mi suegra por ejemplo pero sus nietas le haban en catalán y no pasa nada (mejor dicho: pasa: las escucha y se emociona). Sin la inmersión, pues, sería imposible incluso la utopía del «bilingüismo», que requiere también que todo el mundo sea capaz de entender el catalán (realidad que ni hoy se alcanza, después de tantos años de inmersión)». No es un buen argumento: en algunas escuelas privadas no se practica la «inmersión», las gentes en su casa ven, oyen y leen lo que mejor estiman, y los niños y niñas son bilingües. Ejemplo: la escuela Aula, la de Mas, la escuela en la que trabajaba la señora de Mas-Colell (una gran matemática chilena) donde se introduce la otra lengua poco a poco y el problema se disuelve aproximadamente a los 6 años. ¡Todos los niños son bilingües! ¡Sin conflictos lingüísticos aireados políticamente!
Por lo demás, «inmersión» es un término absolutamente inadecuado e incluso interesado. Mi hijo no sufrió ninguna inmersión: le hablo en catalán, nos hablamos en catalán, y Daniel fue a una escuela pública donde le hablaron en uno de sus idiomas. No fue el caso de otros niños y niñas, en la escuela no se les habla en su idioma materno, que era, lo recuerdo sucintamente, una de las revindicaciones esenciales de los movimientos de renovación pedagógica durante el franquismo: los niños y niñas deben escolarizarse en el idioma materno, era un derecho humano básico solíamos añadir.
Sobre los listados independentistas en los que se ubican en el mismo catálogo a Queipo de Llano y a Azaña y Negrín, responde JV. «No sé ahora mismo a qué listas te refieres, pero a pesar de que es evidente que no pueden estar en el mismo nivel de infamia un fascista sanguinario y dos presidentes republicanos, estos últimos no destacaron tampoco por su comprensión ni simpatía hacia el catalanismo (y de ahí, supongo, su inclusión en las listas)». Creo que JV sí sabe algo de esas listas (una antología de textos de «personalidades españolas») porque las citas que copia provienen de ellas. Repite dos de esas citas:
La cita de Azaña: «Yo nunca he sido españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga poder, dinero y más dinero». La cita de Negrín: «No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo … y pueblerino (…) No hay más que una nación: ¡España! (…) Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la que se desprendiese de alemanes e italianos.»
Aparte de que el contexto es condición necesaria para entender muchos textos, la cita de Azaña no es de Azaña. No me corresponde a mi decir su autor. El presidente republicano, por cierto, que consideraba como uno de sus colaboradores más eficaces a Jaume Carner, escribió también en 1932 (me apoyo ahora de nuevo en el artículo de Josep Fontana) lo siguiente: «El último Estado peninsular procedente de la antigua monarquía católica que sucumbió al peso de la corona despótica y absolutista fue Catalunya; y el defensor de las libertades catalanas pudo decir, con razón, que él era el último defensor de las libertades españolas». Sin contradicción, sin España versus Cataluña o a la inversa. ¿También eso es un acto de barbarie contra Cataluña?
Item más: ¿por qué no listas de comentarios positivos de «personalidades españolas» sobre Cataluña y los catalanes? Los hay por centenas.
Sobre el uso de «botifler», comenta JV: «No lo sé, porque no es una palabra que yo use mucho. Y de la gente que conozco, cada uno la usa un poco a su manera, siempre con el denominador común de hacer referencia a alguien que, a pesar de ser catalán, se posiciona en contra de Cataluña o de sus intereses. Pero como cada uno tiene su propia idea de lo que es exactamente Cataluña y cuáles son sus intereses, habrá gente que efectivamente considerará «botiflers» (o traidores o colaboracionistas) quienes no son independentistas». Por la misma razón, como «cada uno tiene su propia idea de lo que es exactamente Cataluña y cuáles son sus intereses», un federalista, un confederalista, incluso un autonomista, podría pensar que un nacionalista o un independentista es un botifler. ¿No sería mejor ubicar el «concepto» en el archivo de las descalificaciones políticas a superar y que no existen los botiflers sino diferentes formas de entender la relación Cat-Es?
(Añade JV también: «Me permitirás que, nuevamente, gire la pregunta y te la devuelva: ¿Qué sentido tiene el concepto político «nacionalista burgués»? ¿Todos los independentistas somos traidores al socialismo?». Otra pregunta impropia. ¿Cómo puede pensar JV que yo creo que David Fernández, por ejemplo, es un traidor al socialismo? ¿Tan estúpido y sectario soy?)
Sobre si el Ejército Popular de la II República española invadió Cataluña, responde JV: «Te vuelvo a pedir que nos facilites las fuentes de tus afirmaciones, porque haces pasar la opinión de grupos minoritarios como si fueran la expresión popular del nacionalismo mayoritario.» Me satisface mucho su respuesta. Mi tío, un campesino oscence, que formó el Ejército popular republicano que fue asesinado en la batalla del Ebro, no murió, pues, invadiendo Catalunya sino intentando ayudar a su liberación y a la de toda España.
Buscaré las fuentes, tarea pendiente, pero aunque JV no lo crea los Pío Moa catalanes, con cosmovisión girada por supuesto, también existen.
No es ningún insulto, afirma JV, «querer pertenecer a la comunidad humana de Lorca, Cernuda y compañía. Pero ¿por qué tenemos que renunciar a Brecht, Breton o Gramsci? Nos acusan a los catalanistas de levantar muros entre las personas, pero a menudo los muros ya los lleváis vosotros y no os dais cuenta o hacéis ver que no los lleváis (muros que, curiosamente, coinciden con España). Estáis en contra de los nacionalismos pero sus marcos de referencia son rabiosamente españoles. Nos has hablado «de los diferentes pueblos de Sefarad», pero a la hora de hacer la lista no has citado ningún artista ni intelectual portugués (y el vasco Gabriel Aresti ha entrado un poco con calzador). ¿No lo encuentras sintomático?». No, no lo encuentro sintomático. Me he olvidado de nombres portugueses; pido disculpas. No he puesto a Aresti con calzador, en absoluto. Nadie ha afirmado que haya que renunciar a Gramsci. Lo de «estáis» no lo entiendo (¿Quiénes estamos? ¿Los «españoles»?). Y lo de «rabiosamente» es también improcedente.
A mi me gustaría que Diego Cañamero fuera el futuro presidente de la III República española y que Esther Vivas fuera nuestra vicepresidenta republicana y que hablara siempre que quisiera en catalán. David Fernández, por supuesto, de primer ministro y Arnaldo Otegui de ministro de Cultura. ¿Quién no apuesta por eso?
Preguntaba yo si el denominado Estado propio que se persigue será un nuevo Estado y en qué sentido sería nuevo: «¿ese nuevo seguirá dejando la sanidad en manos de un gestor y fanático neoliberal implicado en mil desastres ciudadanos?». La respuesta de JV: «Vuelves a hacer unas preguntas que sólo podemos responder los catalanes como pueblo, y nuevamente haces patente, contra tu voluntad, la necesidad de alcanzar (y ejercer) el derecho a decidir. No será un camino de rosas, y quizás no saldremos, pero intentaremos hacerlo mejor que los Bárcenas, Wert, Aznar, Borbones y Bonos que habremos dejado atrás. Nuevamente, ¿por qué exiges como irrenunciables al proyecto político catalán unas condiciones que el proyecto político español (y la gran mayoría de países existentes) se han mostrado incapaces de alcanzar?». Que JV cite los nombres que cita y no incluya a Mas, Millet o 200 más similares puede ser -no afirmo que lo sea- significativo. ¿Derecho a decidir si la educación y la escuela deben ser públicas? Yo pensaba que eran conquistas sociales consolidadas. Lo de «condiciones que el proyecto político español (y la gran mayoría de países existentes) se han mostrado incapaces de alcanzar» es una afirmación cuya comprensión se me escapa. ¿Hablar de lo básico de nuestro muy demediado Estado del «bienestar» es exigir mucho?
JV me pregunta qué argumentos usados por el independentismo huelen a Liga del Norte. Respondo: la mayoría de los que insisten básicamente en un punto: fuera de España, sin la rémora de los impuestos que roban a Cataluña andaluces o extrememos, nosotros, los catalanes (muchos de ellos con esos orígenes geográficos) viviríamos mucho mejor, y construiríamos un Estado de bienestar perfecto. Hay más «argumentos» del mismo estilo, pero el que he expuesto es una muestra representativa.
Y aunque fuera cierto, añade JV, «permanecer en España tampoco es muy alentador: algunos de los argumentos en contra del derecho a decidir huelen aún peor. Sea como sea, me parece un juego muy sucio hacer este tipo de falacias para desacreditar la independentismo». ¿Qué falacias? ¿Recordar que algunos «argumentos» esgrimidos son idénticos a los publicitados en su momento por la muy xenófoba Liga del Norte De hecho, como se recordará alguien de la altura poliética de Umberto Bossi fue recibido por el intocable Jordi Pujol, el ex presidente de Banca Catalana y de la Generalitat, en su residencia institucional.
(«Te ha faltado recordarnos que Hitler era vegetariano, y que algunos independentistas también lo son». Otra afirmación que está lejos de ser adecuada y que roza el insulto. Sin comentarios).
Preguntaba yo por «ganancias» -¿Qué ganarían con él -y en él- las clases trabajadoras catalanas? ¿Y las clases populares del resto de Sefarad?. Respuesta de JV: «Las catalanas, además de la libertad de poder vivir plenamente en catalán [SLA: lo que es obvio que presupone una determinada concepción de la «catanalidad»], la ilusión de jugar con una soberanía recién conseguida, y las posibilidades emancipadoras quede ello se derivan». ¿Soberanía? ¿Qué soberanía? El dret a decidir se centra en un solo punto: relaciones España-Catalunya. En nada más. ¿Soberanía sobre si pertenecerá Catalunya a la Europa neoliberal por ejemplo?
Añade JV: «Y tanto las catalanas como las españolas tendremos [¿qué entendernos, que aproximarnos?] después del lastre de los debates identitarios, y podremos centrarnos en combatir las injusticias sociales, que serán más visibles sin las excusas de los nacionalismos». ¿Debo entender que el nacionalismo es una excusa? ¿Combatir juntos las injusticias? Creo que JV no vislumbra bien el panorama que se abriría en el conjunto de Sefarad tras la independencia de Cataluña. El siguiente paso confirma mis sospechas: «Los respectivos Estados serán más pequeños y, por tanto, en principio un poco más fáciles de controlar o evaluar por su ciudadanía».
A la pregunta por qué no pueden convivir juntas las lenguas, comunidades y culturas de la pell de brau, responde JV: «A esto te deberían responder más los españoles que los catalanes, porque en las calles de Cataluña a menudo se vive una convivencia plurilingüística y plurinacional de facto… España no ha hecho mucho (por no decir nada) a favor en los últimos treinta años, ni siquiera ha admitido «las demás lenguas de Sefarad» en las cámaras de representación ciudadana (Senado y Congreso). Quizá si España hubiera creído alguna vez en Sefarad, ahora los catalanes no nos querríamos ir. Pero es evidente que no ha creído antes ni piensa hacerlo ahora.»
Creo que tiene razón JV en esto: «Quizá si España hubiera creído alguna vez en Sefarad, ahora los catalanes no nos querríamos ir». No la tiene, en cambio, cuando afirma: «Pero es evidente que no ha creído antes ni piensa hacerlo ahora.» ¿Y por qué no?
Un paso más de acuerdo: «ni siquiera ha admitido las demás lenguas de Sefarad en las cámaras de representación ciudadana (Senado y Congreso)». Una vergüenza, por supuesto, tiene razón De lo que deduzco que esas lenguas, catalán, castellano o las que fueren, también pueden y podrán ser usadas con igual legitimidad (sin que nadie lance exabruptos ni grite españoles, fascistas o españolistas) en el Parlamento catalán.
Entre los libros quemados por Hitler y sus fanáticos estaban ensayos y/o novelas de estos cuatro autores de Sefarad: Dolores Ibarruri, Ramón J. Sender, Francesc Ferrer i Guàrdia y José María Llanas Aguilaniedo. En mi opinión, ese hecho es altamente significativo
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170760
[2] Josep Fontana, «La práctica del inquisidor» http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/practica-del-inquisidor-2470533
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.