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La prensa estadounidense no puede

¿Son Vds. capaces de decir ‘Bases Permanentes’?

Fuentes: TomDispatch.Com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Nos encontramos en un nuevo período de la guerra de Iraq – un período tal que nos trae a la memoria la «vietnamización» de la era de Nixon: un presidente dirigiendo una guerra cada vez más impopular que no termina nunca; unas elecciones que se echan encima; la necesidad de aplacar al impaciente público estadounidense; y un ejército sometido a tanta tensión que parece estar descarrilando… Por eso no resulta sorprendente que los medios estén ahora informando sobre los «planes» de la administración para, o de «especulaciones» acerca, o de «señales» de, o «indicios» de «reducciones importantes» o de «retiradas» de las tropas estadounidenses. La cifra citada normalmente estos días es la de que, a finales de 2006, habrá menos de 100.000 efectivos en Iraq. Teniendo en cuenta que hay actualmente allí unos 136.000 soldados estadounidenses, ese número representaría justo un cuarto de todas las fuerzas estadounidenses en el país, lo que significa, desde luego, que el término «importante» depende, ciertamente, de quién haga la consideración.

Además, al igual que en el Vietnam del Sur de la época de Nixon, esas retiradas van a ir acompañadas -sabemos esto gracias al artículo de Seymour Hersh, «En el aire», aparecido el 5 de diciembre pasado en el New Yorker-, por un despliegue enorme de fuerzas aéreas estadounidenses. Ese poder aéreo añadido pretenderá compensar por las pérdidas en tierra (lo que provocará, indudablemente, más «daños colaterales» – es decir, más muertos iraquíes).

Es importante advertir que todas las promesas de reducciones o retiradas van unidas de forma invariable a la sospechosa proposición de que la administración Bush puede «montar» una fuerza policial y un ejército iraquí eficaces (de nuevo, recuerden la «vietnamización»), capaces de controlar la resistencia sunní, permitiendo de esa forma que las tropas estadounidenses les hagan retroceder hasta bases situadas fuera de áreas urbanas importantes, o hasta Kuwait o hasta puntos del lejano oeste como Estados Unidos. Además, todas las promesas de retirada por parte de la administración o de los militares han ido rodeadas de advertencias y pretextos obvios, de frases tales como «si todo va según los planes previstos y la seguridad mejora…» o «depende también de la capacidad de los iraquíes para…»

En la actualidad, si tenemos en cuenta que los ataques de la guerrilla han ido en aumento y que el reparto de servicios básicos propios de una civilización moderna (energía eléctrica, agua potable, gas para coches, sistemas funcionales de tratamiento de aguas residuales, semáforos en funcionamiento, etc…) ha ido, sin embargo, cuesta abajo; una vez que se ha mostrado que el mero establecimiento de un gobierno en el interior de la fuertemente fortificada Zona Verde parece ser algo extremadamente dificultoso; y considerando además que los fondos estadounidenses para la reconstrucción (los que no han desaparecido ya por el desagüe abajo o por cualquier otra cañería) se agotaron, esas retiradas parciales pueden resultar más complicadas de llevar a cabo de lo que cabía imaginar. No obstante, está claro que la «retirada» está en la agenda propagandística de una administración que camina hacia unas elecciones a medio plazo, con un Partido Republicano que va a remolque, cada vez más nervioso, y con candidatos al congreso preocupados en defender la misión inacabada de la opción de guerra del Presidente. En las presentes circunstancias, podemos esperar más indicios, seguidos de promesas de, seguidos de anuncios de retiradas «importantes», incluyendo posiblemente noticias, durante el otoño en la época de elecciones, sobre más retiradas «masivas» que se fijarán para finales de 2006 o principios de 2007, todo rodeado de cláusulas condicionales y de «sólo si» – promesas de retirada que, una vez pasadas las elecciones, sin duda alguna, esta administración no se sentirá dispuesta a cumplir ni por asomo.

Asumiendo, pues, que vamos a tener de inmediato un año pleno en zumbidos de retirada, especulaciones e incluso despliegue intenso de anuncios de retirada, la cuestión es: ¿Cómo puede nadie decir si la administración se está retirando o no actualmente de Iraq? Algunas veces, al intentar coger un atajo entre una auténtica niebla de desinformación y de información falsa, nos puede resultar de ayuda centrarnos en algo concreto, En el caso de Iraq, nada podría ser más concreto -aunque, generalmente, muy poco discutido en nuestros medios- que la serie de inmensas bases que el Pentágono está construyendo, desde hace tiempo, en aquel país. Así como suena, miles y miles de millones de dólares han ido a parar allí. A finales de 2003, en una prestigiosa revista, el Teniente Coronel David Holt, ingeniero del ejército «encargado del desarrollo de las instalaciones» en Iraq, aparecía ya hablando con orgullo de varios miles de millones de dólares que se habían destinado para la construcción de la base («las cifras son de infarto»). Desde entonces, la construcción de bases ha sido masiva y continua.

En un país que sufre un desorden tan alarmante en todos los aspectos, esas bases, con algunos de los sistemas de comunicaciones más caros y avanzados del planeta, son como una especie de inmensas astronaves que han aterrizado allí desde otro sistema solar. Al representar una inversión asombrosa de recursos, esfuerzos y sueños geoestratégicos, son lugares en los que resulta inverosímil que la administración Bush se avenga a aceptar un traspaso voluntario incluso al más amistoso de los gobiernos iraquíes.

Si, como casi todos los expertos concuerdan, la reconstrucción al estilo Bush ha fracasado en Iraq de forma catastrófica, gracias al latrocinio, a la bellaquería y a la más absoluta incompetencia, y está ahora esencialmente llegando a su fin, sin embargo, ha supuesto un éxito rabioso en la «Little America» de Iraq. Por vez primera, tenemos descripciones actuales de un par de las «superbases» construidas en Iraq en los últimos dos años y medio y, a pesar de estar escritos por periodistas sometidos a las restricciones informativas del Pentágono, no son exageradas. Thomas Ricks del Washington Post pagó por hacer una visita a la Base Aérea de Balad, la base estadounidense más grande del país, a 68 kilómetros al norte de Bagdad y «supone una especie de bofetón en medio de la parte más hostil de Iraq». En un artículo titulado «La mayor de las bases en Iraq tiene una atmósfera de pueblo», Ricks describe un retrato impresionante:

La base es lo suficientemente grande como para disponer de sus propias «barriadas», incluida la «tierra de KBR» [1] (en honor de la sucursal de Halliburton que ha hecho la mayor parte del trabajo de construcción de bases en Iraq); el «CJSOTF» (el Destacamento Mixto de Operaciones Especiales, «hogar de una unidad especial de operaciones», rodeado de «muros tan especialmente altos» y tan secreto que ni siquiera el jefe de relaciones públicas del ejército de la base ha estado nunca dentro); y un parque de chatarra de vehículos Humvees [2] del ejército con impactos de bomba. Hay también un Subway, un Pizza Hut, un Popeye’s, «un sucedáneo de Starbucks«, un Burger King de 24-horas, dos puestos para intercambiar cosas donde se puede comprar televisores, ipods [3], cuatro comedores, un hospital, un límite de velocidad en la base de 10 millas por hora estrictamente forzoso, una pista de aterrizaje inmensa, 250 aviones (helicópteros y predator drones [4] ) incluidos, atascos de tráfico aéreo del estilo de los que se podrían ver en el aeropuerto O’Hare de Chicago, y «un campo de golf en miniatura, que simula un campo de batalla con pequeños sacos terreros, pequeñas barreras de jersey, filamentos de alambradas de espino y, abajo hacia el final del campo, lo que parece ser una diminuta jaula para detenidos».

Ricks informa que los 20.000 soldados estacionados en Balad viven en «casas prefabricadas con aire acondicionado» que, en el futuro -y sí, para aquellos que construyen estas bases aún hay un futuro- se instalarán cables para «llevar Internet a las tropas, acceso a televisión por cable y teléfono con el exterior». Señala también que, de las tropas en Balad, «solo varios cientos tienen trabajos que les llevan fuera de la base, La mayoría de los estadounidenses situados aquí nunca interactúan con un iraquí».

Recientemente, Oliver Poole, un periodista británico, visitó otra de las «superbases» estadounidenses, la Base Aérea, aún en construcción, de Al Asad (fútbol y pizza indican que EEUU se quedará una buena temporada). Señala acerca «del mayor campamento de marines al oeste de la provincia de Anbar»: «esta extensión de desierto cada vez se parece más a un trozo de los suburbios estadounidenses». Además de los indispensables Subway y pizzerías, hay un campo de fútbol, una oficina de alquiler de coches Hertz, una piscina y un cine donde ponen las últimas películas estrenadas. Al Asad es tan grande

-estas bases pueden cubrir de 15 a 20 millas cuadradas- que tiene dos rutas de autobús y, si bien no tiene semáforos, al menos tienen señales de stop rojas en todas las intersecciones.

Hay por lo menos cuatro de esas «super-bases» en Iraq, ninguna de las cuales tiene nada que ver con la «retirada» de ese país. Muy al contrario, estas bases se construyen como pequeñas islas estadounidenses de orden eterno en un mar de anarquía. Lo que los altos funcionarios de la administración y los comandantes militares dicen -y siempre niegan que estemos instalando bases «permanentes» en Iraq-, contrasta completamente con los hechos sobre el terreno. De estas bases está saliendo un grito que expresa «permanencia».

Desgraciadamente, ahí hay un problema. Los periodistas estadounidenses se adhieren a una norma sencilla: Las palabras «permanente», «bases», e «Iraq» no se deben colocar nunca en la misma frase, ni siquiera en el mismo párrafo; en efecto, ni siquiera en el mismo informe. Aunque una búsqueda de LexisNexis durante los últimos 90 días de cobertura de la prensa en Iraq dio como resultado varios ejemplos del uso de esas tres palabras en la prensa británica, los únicos ejemplos que pudieron encontrarse en EEUU fue cuando el 80% de los iraquíes (obviamente algo desquiciados por sus difíciles vidas) insistieron en una encuesta en que EEUU podía, efectivamente, estar deseando establecer bases y quedarse permanentemente en su país; o cuando el «no» se añadía a la mezcla era mediante alguna negativa oficial estadounidense. (¿No es extraño, en general, que esas bases, impuestas como son, sólo aparezcan en nuestros papeles para decir que no existen?).

Tres ejemplos lo demuestran:

El Secretario de Defensa: «Durante una visita a las tropas de EEUU situadas en Faluya el Día de Navidad, el Secretario de Defensa Donald H. Rumsfeld dijo ‘por el momento no hay planes de bases permanentes’ en Iraq. ‘Es un tema que ni siquiera con el gobierno iraquí se ha abordado'».

El General de Brigada Mark Kimmet, el vicecomandante del Mando Central para planificación y estrategia en Iraq: «Hemos traspasado ya a los iraquíes cachos importantes de territorio. Esos no son planes de futuro; están siendo ejecutados justo ahora. No se trata sólo de un plan sino que nuestra política se basa en no tener bases permanentes en Iraq.»

Karen Hughes en el Charlie Rose Show: «CHARLIE ROSE: … piensan que estamos todavía allí por el petróleo, o piensan que EEUU quiere bases permanentes. ¿Quieren los EEUU bases permanentes en Iraq? KAREN HUGUES: No queremos más que traer a nuestros uniformados a casa. Tan pronto como sea posible, pero no antes de terminar el trabajo. CHARLIE ROSE: ¿Y no queremos mantener bases allí? KAREN HUGUES: No, queremos traer a nuestra gente a casa tan pronto como podamos.»

Durante un período, el Pentágono practicó aún algo más cercano a la verdad al anunciar lo que hacían en nuestros medios más importantes. Denominaban, al menos, como «campos duraderos» a las grandes bases en Iraq, una etiqueta que tenía un cierto encanto y un tufo de permanencia. (Más tarde, esos campos fueron re-etiquetados, de forma mucho menos romántica, como «bases de operaciones de contingencia».)

Uno de los misterios perdurables de esta guerra es que la información sobre nuestras bases en Iraq ha brillado casi por su ausencia en estos últimos años, especialmente teniendo en cuenta que es una administración tan inclinada a solucionar militarmente los problemas globales; especialmente si tenemos en cuenta el tamaño de esas bases; especialmente si consideramos el hecho de que el Pentágono estaba poniendo naftalina en nuestras bases en Arabia Saudí y veía las bases en Iraq como sustitutas a largo plazo; especialmente dado el hecho de que los neoconservadores y otros altos funcionarios de la administración se afanaban especialmente en controlar el denominado arco de la inestabilidad (básicamente, los centros energéticos del planeta) en cuyo centro estaba Iraq; y, especialmente, teniendo en cuenta el hecho que la planificación anterior a la guerra del Pentágono de tales «campos duraderos» fue una historia de portada en un periódico importante.

Una pequeño relato nos puede resultar aquí de utilidad:

El 19 de abril de 2003, poco después de que Bagdad cayera en manos de las tropas estadounidenses, los periodistas Tom Shanker y Eric Schmitt escribieron un artículo de portada para el New York Times señalando que el Pentágono estaba planeando «mantener» cuatro bases en Iraq durante un largo período, aunque «probablemente, nunca se va a producir un anuncio de estacionamiento permanente de tropas». Más que hablar de «bases permanentes», los militares preferían entonces hablar tímidamente de «acceso permanente» a Iraq. Sin embargo, las bases encajaban bien con otros planes del Pentágono, escritos ya en las pizarras. Por ejemplo, los 400.000 militares de Sadam iban a ser reemplazados por 40.000 hombres, apenas armados, sin vehículos blindados o fuerza aérea significativa. (En una región, por lo demás, fuertemente armada, esto aseguraba que ningún gobierno iraquí sería casi totalmente independiente de los militares estadounidenses y que la fuerza aérea de EEUU sería, por defecto, la fuerza aérea iraquí en los años venideros.) Aunque últimamente nuestros periódicos han dedicado mucho espacio al tema de la inexistencia de planificación para después de la guerra por parte de nuestra administración, no se ha mostrado casi interés alguno en abordar la planificación que sí tuvo lugar.

En la conferencia de prensa que dio el Secretario de Defensa Rumsfeld días después de que apareciera el artículo de Shanker y Schmitt, insistió en que era «inverosímil que EEUU estuviera tratando de establecer bases permanentes o ‘a largo plazo’ en Iraq» – con éstas andamos. El artículo del Times fue enviado al agujero negro de la memoria. Aunque se estaban construyendo montones de bases -incluidas cuatro enormes cuya localización geográfica coincidía justamente y de forma extraordinaria con las cuatro mencionadas en el artículo del Times-, los informes sobre bases estadounidenses en Iraq, así como cualquier plan del Pentágono con relación a las mismas, desaparecieron en su mayoría de los medios de EEUU. (Con raras excepciones, durante estos últimos años sólo se podían encontrar discusiones sobre «bases permanentes» en páginas de Internet tales como Tomdispatch o GlobalSecurity.org).

Sin embargo, en mayo de 2005, Bradley Graham del Washington Post informó que en Iraq teníamos 106 bases, de tamaños que oscilaban de mega a micro. La mayoría de las mismas tenían que ser devueltas al ejército iraquí, que estaban siendo «levantado» como una fuerza mucho mayor de lo que en principio habían imaginado los planificadores del Pentágono, dejando a EEUU, informaba Graham, justo con el número de bases -cuatro- que el Times mencionó por primera vez unos dos años antes, incluida la Base Aérea Balad y la base que Poole visitó al oeste de la provincia de Anbar. Esta reducción fue presentada no como un cumplimiento del pensamiento original del Pentágono, sino como un «plan de retirada». (Un número modesto de esas bases ha sido ya devuelvo a los iraquíes, incluida una en Tikrit transferida a unidades militares iraquíes que, según Poole, sería desguazada enseguida hasta los cimientos.)

El futuro de una quinta base -el enorme Campo Victoria en el Aeropuerto Internacional de Bagdad- permanece, hasta donde sabemos, «sin resolver»; y hay una posible sexta «superbase permanente» que se está construyendo en aquel país, aunque nunca se ha presentado como tal. La administración Bush está destinando entre 600 millones y 1.000 millones de dólares en fondos de construcción a una nueva embajada estadounidense. Se levanta en la Zona Verde de Bagdad, en un solar junto al Río Tigris que, según se informa, supone las dos terceras partes del área que ocupa el Centro Comercial Nacional en Washington D.C. Los planes para esta «embajada» son de naturaleza casi mítica. Un complejo dotado de alta tecnología, que tendrá muros contra explosiones de 15 pies [6] de grosor y misiles tierra-aire» de protección, así como un búnker para resguardarse de ataques aéreos. Según Chris Hughes, corresponsal en temas de seguridad del británico Daily Mirror, incluirá «hasta un total de 300 casas para funcionarios militares y consulares» y «cuarteles a gran escala» para el cuerpo de marines. El «complejo» conformará un grupo de al menos 21 edificios, supuestamente casi auto-suficientes, incluyendo «un gimnasio, una piscina, barberías y salones de belleza, restaurantes y un comisario. El agua, la electricidad y las plantas de tratamiento de residuos serán independientes de las instalaciones de la ciudad de Bagdad». Está siendo facturada como «más segura que el Pentágono» (un slogan que no es, quizás, el más tranquilizador en el mundo posterior al 11-S). Si bien no será una ciudad-estado, cuando esté terminada parecerá una embajada-estado. Es decir, en el interior de la Zona Verde de Bagdad, vamos a construir otra pequeña Zona Verde aún más fuertemente fortificada.

Incluso los británicos de Tony Blair, parte de nuestra desenmarañada y cada vez más arrugada «coalición de buena voluntad» en Iraq, han sido informados por Brian Brady del Scotsman (Desenmascarado un plan secreto para mantener tropas británicos permanentemente en Iraq) de que se está negociando una diminuta base permanente -perdón, una base «para los años venideros»- cerca de Basora, al sur de Iraq, imitando así la estrategia de «retirada» estadounidense en la micro-escala que resulta adecuada para un socio subalterno.

Como Juan Cole señaló en su informado blog, el Pentágono puede planear «aguantar» en Iraq para siempre jamás, mientras que los altos funcionarios y neoconservadores de Bush, algunos ahora en el exilio, pueden continuar soñando con una serie de bases permanentes en los desiertos de Iraq a fin de controlar los centros energéticos del planeta. Sin embargo, nada de eso conseguirá que esas bases sean más «permanentes» de lo que demostraron ser las de sus predecesores de la era Vietnam en lugares como Danang y la Bahía Cam Rahn – no, ciertamente, si los chiítas deciden que quieren que nos vayamos o si el Ayatollah Sistani (como señala Cole) llega a emitir una fatwa contra esas bases.

Sin embargo, el sentimiento de permanencia importa. Desde la invasión del Iraq de Saddam, esas bases -llámenlas como quieran- han estado en el corazón de la «reconstrucción» del país de la administración Bush. Hasta este día, aquellas Little Americas, con sus tierras KBR, sus Pizza Huts, y sus campos de golf en miniatura siguen en el corazón secreto de la política de «reconstrucción» de la administración Bush. Mientras KBR continúe construyéndolas, haciendo sus instalaciones incluso más duraderas (e incluso más valiosas), no habrá «retirada» genuina de Iraq, ni siquiera la intención de hacerlo así. Hasta ahora, a pesar de las recientes visitas de un par de reporteros, esas superbases permanecen envueltas en una especie de política de silencio. La administración Bush no discute sobre ellas (más bien niega su permanencia de vez en cuando). Tampoco los discursos presidenciales tocan el tema. No se debaten planes sobre las mismas en el Congreso. La oposición Demócrata las ignora generalmente y la prensa -con la excepción de algún raro columnista- ni siquiera pone en el mismo párrafo las palabras «base», «permanente» e «Iraq».

Puede ser duro llevarlo a cabo, dada la miserable cobertura por parte de los medios, pero no pierdan de vista nuestras «superbases». Hasta que la administración no las cierre, no habrá retirada de Iraq.

Tom Engelhardt, que dirige Nations Institute’s Tomdispatch.com («un antídoto habitual ante los medios dominantes»), donde primero apareció este artículo, es co-fundador del American Empire Project y autor de «The End of Victory Cultura, a History of American Triunphalism in the Cold War». Su novela, «The last Days of Publishing», acaba de ser editado en rústica.

Texto original en inglés:

http://www.tomdispatch.com/index.mhtml?pid=59774

N. de T.:

[1] Sobre las actividades en Iraq de KBR, Kellog, Brown and Roots, véase en CSCAweb:

http://www.nodo50.org/csca/agenda2004/iraq/sinfo_7-03-04.html

[2] Tanques multi-ruedas de transporte de tropas

[3] Reproductor de música digital con disco duro.

[4] Aviones de combate teledirigidos

[5] Muros de 4,57 m. de grosor