Recomiendo:
0

El país de las oportunidades

Su cruz, su fe y una taza de café

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Juan tenía dieciséis años o podría haber tenido doce. Ninguno de nosotros hablaba el idioma del otro pero nos comunicábamos por señales, dibujando cuadros en el aire y mostrando símbolos para describir las palabras que no lográbamos comprender.

Los embarcaderos de roca que penetran en la profunda resaca del sur del Golfo de México, eran el sitio ideal para sentarse y contemplar el estallido de las olas, a los pelícanos que se alimentaban y el cielo que se oscurecía imitando el color del agua al terminar el día. Juan guardaba silencio mientras se acercaba a la roca en la que yo estaba con Dylan, mi dorado perro perdiguero. Estiró la mano para acariciar a Dylan con una mirada triste en los ojos.

Durante las noches siguientes fui a la plaza. Juan siempre parecía aparecer de la nada para acariciar a Dylan y conversar en el lenguaje que nos habíamos fabricado. Venía de una pobre aldea en México. Sus padres habían cruzado la frontera trayéndolo con ellos, a la espera de encontrar el mejor modo de vida pintado en las historias contadas por sus amigos en un cuadro de brillantes colores. Habían estado en los USA durante casi un año, su vida no había mejorado. Juan había dejado a su perro en México. Eran excelentes amigos. Ahora Juan no tenía a nadie con quien hablar.

Lo llevaba a casa desde la playa después de conversar un rato y cuando se aburría de jugar con Dylan. Nunca supe exactamente dónde estaba su «hogar.» Siempre conducíamos por una calle abandonada en la que salía del coche ante una casa abandonada; las ventanas y las puertas estaban cerradas con tablas y había ramas de árbol esparcidas por el patio. Abandonaba el coche y corría por el patio sin mirar hacia atrás, llevando las últimas tarjetas didácticas que le había hecho para que aprendiera más palabras en inglés antes de nuestra próxima visita a la playa. Nunca iba con las manos vacías – le llevaba lápices de color y tarjetas vacías a fin de que las usara para crear mis lecciones de español.

Una noche Juan ya estaba en las rocas cuando Dylan y yo llegamos caminando al final del embarcadero. Trataba de no llorar, pero con poco éxito. Se habían llevado a su padre y no podía describir por qué. Él y su madre volvían a México. Alargó los brazos y abrazó a Dylan. Abandonaba a otro amigo.

USA – país de sueños. Parece como si fuera todo lo que le queda a este país: un país de sueños. Hay tantas visiones, tantas promesas electorales, tanto dinero donado para apoyar a los políticos con las palabras más fuertes, más sonoras. ¿Dónde están los que trabajan para que se mantengan las promesas, mientras vemos más y más sueños que se convierten en pesadillas?

Abraham tenía sesenta y dos y podrían haber sido setenta. Caminaba cojeando, apoyándose en un rugoso bastón tallado, sus intentos de esculpirlo en una obra de arte interrumpidos cuando la artritis se apoderó de su propósito.

Una pequeña localidad, capital de distrito, al oeste de San Antonio, mostraba una influencia mexicana en el estuco de los muros y en las tejas rocas de los techos de los edificios que rodeaban el tribunal y la plaza. En el centro de esa plaza aislada había un antiguo faro, que ahora albergaba el departamento local de policía y un museo del viejo oeste: vaqueros, ganado y su influencia en el desarrollo de la comunidad.

Abraham estaba sentado en un banco delante de la puerta de un pequeño café que parecía abastecer a la gente de gusto cosmopolita que trabajaba en las oficinas legales adyacentes al tribunal. Gente bien vestida entraba y salía, el café en una mano y el teléfono celular en la otra.

Llevé mi café afuera y le di otra taza a Abraham. Sus ojos dijeron «gracias» y me senté en el banco a conversar a su lado. Pareció sorprendido, pero comenzó rápidamente a contarme la historia de su vida. Su familia lo había llevado a Texas cuando tenía diez años. Cruzaron la frontera con varias otras familias en la oscuridad de la noche. Había tenido miedo, pero no podía hacer otra cosa que moverse mientras sus padres trataban de encontrar su camino hacia una vida mejor. El padre de Abraham había sido artesano, convirtiendo piedras y metal en obras de arte. Abraham metió la mano en su bolsillo y sacó una cruz hecha de plata y turquesa. Su padre la había hecho cuando Abraham cumplió veintiún años y la había guardado en su bolsillo desde entonces. Había tenido una serie de trabajos con el pasar de los años; nunca terminó la escuela y ahora se esforzaba cuando la artritis amenazaba con debilitarlo. Sus padres habían muerto sin haber llegado a ver cumplido el sueño por el que se habían ido de casa. Abraham nunca encontró un hogar, pero tenía su cruz, su fe y una taza de café.

Al levantarme para irme, una mujer salió del café, cerró su teléfono celular y miró a Abraham. Pateó su pie, dio una palmada en el aire ante sus ojos y le lanzó una sarta de maldiciones diciéndole que se fuera, que fuera a cualquier parte, pero que se fuera. Estaba cansada de verlo, cansada de verlo sentado pidiendo ayuda e iba a hacer todo lo posible para que lo echaran de la ciudad.

USA. La gente llega buscando la promesa de sueños satisfechos. La gente que vive sin ninguna esperanza de un futuro mejor busca la ilusión del éxito reflejada en nuestros sitios en la Red, en nuestros anuncios en la televisión, nuestras películas, y arriesgan sus vidas por un trozo de esa ilusión. Bajo los exteriores cuidadosamente arreglados y pintados de las imágenes que proyectamos está la verdad, y el motivo por el que tenemos que cerrar nuestras fronteras, construir muros para que los que sueñan con el éxito se queden afuera, devolviéndolos a la realidad de sus patrias.

No podemos dar a esa gente lo que busca porque no lo tenemos nosotros mismos.

No podemos ayudar a los que creen en la ilusión porque es simplemente una ilusión: palabras bien dichas, pero nada más que palabras, nada más que gráficas generadas por ordenador que muestran aquello con lo que todos soñamos pero que pocos realmente logran.

Javier era intemporal, joven y viejo al mismo tiempo. Era como una sombra que trabajaba en el club de tenis en el que yo daba lecciones, los resultados de sus esfuerzos eran siempre claramente visibles ya que el hombre permanecía oculto de todos con la excepción de los miembros de más confianza. Iba a mi oficina al terminar la noche, cuando habían terminado las ligas y era hora de cerrar. Había estado trabajando allí durante años antes de mi llegada, conocía la historia de cada miembro y guardaba sus secretos. Hablaba un inglés imperfecto con un centelleo en los ojos que mostraba un espíritu que sabía de la lucha por la supervivencia en un país al que su familia había llegado esperando encontrar más que eso. Tendría que ver cómo arreglárselas, ya que la nueva compañía que había comprado el club no iba a dejar que se quedara, y sacaría el viejo remolque en el que vivía con dos perros, cinco pollos y una cabra. Estaba preocupado por lo que sucedería con los animales, más que por sí mismo. Pensaba que podría encontrar un viejo sofá, colocarlo en la playa y vivir allí vendiendo diseños de rama de palmera para conseguir el dinero para pagar por su comida.

Cada noche antes de partir tenía un ritual; para asegurarse de que estaban apagadas las luces, la puerta cerrada y cuando el motor de mi coche estaba funcionando y los focos prendidos, siempre me preguntaba cuál era la palabra por la que yo vivía. Yo siempre respondía «Believe» [cree], deletreándola antes de que me lo pidiera, porque sabía que lo haría.

Llegué al trabajo una mañana y Javier no estaba, pero cuando abrí la puerta de mi coche esa noche, había un pequeño trozo de madera y un diseño tejido a mano. «Be-live» [vive] decía en brillantes hilos naranja, verde y amarillo;

«BE – LIVE» y casi pude ver el centelleo en los ojos de Javier, sabiendo que la falta de ortografía hacia sido intencional.

USA. Me pregunto a veces si los que llegan lo hacen realmente por la vida mejor que supuestamente encontrarán aquí, o si no será que vienen porque nosotros los necesitamos para que nos muestren el significado de lecciones que con demasiada arrogancia creemos que no tenemos que aprender.

Tenemos una constitución – más que sólo papel, es una enumeración legítima de las leyes de humanidad que deberían ser aplicadas a todos, y que se aplicarían a todos si todos comprendieran su responsabilidad de cumplir esas leyes.

Somos los Estados Unidos de USamérica, una nación de inmigrantes que lucharon por sobrevivir en un país lleno de oportunidades para todos, hasta que todo se convirtió en una palabra vacía y los pocos codiciosos encontraron un falso poder en la ilusión de su éxito monetario.

Nueve soldados estadounidenses murieron hoy, en un país que invadimos bajo la ilusión de ayudar a su gente a encontrar lo que tenemos. La gente dice que estamos perdiendo esa batalla. Contemplo la dirección que toma nuestro país – escucho las noticias sobre la dirección que ha tomado el país que invadimos. Creo que después de todo estamos cerca de lograr nuestro objetivo.

¿Cuánto más lejos estaríamos si nuestros soldados se hubieran quedado en casa defendiendo nuestras leyes, ayudándonos a convertirnos en lo que deberíamos ser?

—–

Monica Benderman es la esposa del sargento Kevin Benderman, un veterano con diez años en el ejército que sirvió un período de combate en Iraq y un año en prisión por su protesta pública contra la guerra y la destrucción que causa a civiles y al personal militar estadounidense. Por favor, visiten su sitio en la Red: www.BendermanDefense.org para obtener más información.

Para contactos con Kevin y Monica, escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/benderman05072007.html