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Subcontratar el contraterrorismo

Fuentes: La Vanguardia

El nuevo plan de la victoria del presidente Bush para Iraq se fundamenta, sobre todo, en la subcontratación de su guerra contra el terrorismo. Como un directivo empresarial cualquiera, ha tomado nota de que el coste de la guerra supera los 6.000 millones de dólares y 60 soldados muertos al mes de promedio, mientras 6 […]

El nuevo plan de la victoria del presidente Bush para Iraq se fundamenta, sobre todo, en la subcontratación de su guerra contra el terrorismo. Como un directivo empresarial cualquiera, ha tomado nota de que el coste de la guerra supera los 6.000 millones de dólares y 60 soldados muertos al mes de promedio, mientras 6 de cada 10 estadounidenses consideran que la cuestión no merece tal esfuerzo: en consecuencia, adopta la decisión de transferir la carga a los subcontratistas locales; dicho de otra forma, la iraquización. Aparte de la metedura de pata de Iraq, el terrorismo en auge y la inestabilidad en la región incitan actualmente a una crecientemente desacreditada e impopular Administración estadounidense a subcontratar su guerra contra el terrorismo amplia y global en favor de agentes de rango y nivel local.

Las columnas fundamentales de la geoestrategia de Bush incluyen las figuras de Alaui, de Iraq; Sharon, de Israel; Musharraf, de Pakistán y otros elementos seguros de sí mismos y de autoproclamada mentalidad laica que tienen mucho que ganar con el patrocinio de Estados Unidos y mucho que aportar al plan de la pax americana en el Gran Oriente Medio. Se trata, en efecto, de una baza de importancia primordial para el presidente Bush, cuya hoja de servicios bélica sigue arrojando un déficit notable. Ahora bien, ¿favorece ello para la democracia, la estabilidad y la seguridad en la región?

Hasta ahora, las transformaciones operadas en la región muestran una división del trabajo según la cual Estados Unidos establece la filosofía de su geopolítica tras el 11-S mientras sus nuevos policías regionales deciden la metodología de su aplicación, lo que revierte en conjunto en una mayor violencia política y sectaria y mayores violaciones de los derechos humanos.

Los recauchutados amigos de Estados Unidos proceden, de este modo, bajo nuevas etiquetas tales como amantes de la libertad y pacificadores: un puñado de subcontratistas de ámbito regional conjurados para aplicar resueltamente las directrices de Estados Unidos -aunque sin prisas- a sus peculiaridades políticas o especificidades culturales.

Tanto con relación a Iraq como si se atiende a las circunstancias que condicionan la región del Golfo, el antiguo primer ministro provisional iraquí, Ayad Alaui, es el candidato ideal. Precisa del apoyo kurdo y de más ayuda de parte de los países vecinos al sur de Iraq para constituir y dirigir un nuevo gobierno, en todo caso.

Al parecer, Washington planteó la cuestión del respaldo a Alaui en el curso de las recientes visitas del viceprimer ministro Ahmed Chalabi y el vicepresidente Adel Mehdi a Washington. pero fue en vano.

La imagen de marca musculosa de Alaui encaja plenamente en el molde de los planes estadounidenses para Iraq (inició su campaña con una parada militar).

No obstante, topa con una vehementemente oposición de parte de los partidos religiosos suníes y chiíes; éstos mantienen agradecidos lazos institucionales y populares con las autoridades de Irán.

De modo similar -y precisamente en el momento en que Alaui podría hallarse en condiciones de aliviar el fardo de la dependencia de la Administración Bush respecto de un gobierno de inspiración iraní, mientras aquélla afronta la hora de la verdad en sus relaciones con Teherán a propósito del programa nuclear iraní-, un topetazo o enfrentamiento con Irán y sus aliados iraquíes podría resultar en una abierta guerra civil de desastrosas y terribles consecuencias para toda la región.

Por lo que se refiere a Oriente Próximo, esta situación se traduce en un mayor respaldo de Egipto, Jordania y la Autoridad Palestina a Ariel Sharon y su nuevo partido, Kadima. La reciente adopción de la hoja de ruta de Bush y su perspectiva de una solución basada en la existencia de dos estados permitirá a Sharon establecer la forma y modo de aplicación de las directrices estadounidenses y, al propio tiempo, retener Jerusalén, el río Jordán y la mayoría de los asentamientos ilegales en territorio palestino. Peor aún, una Casa Blanca agradecida cerrará los ojos casi con seguridad ante las violaciones de derechos y los excesos de Sharon.

En el transcurso de los últimos cuatro decenios, el área en cuestión ha experimentado las fases de mayor violencia cuando las agendas políticas de Estados Unidos e Israel eran prácticamente coincidentes e indiferenciadas. Y ello es de aplicación en el caso de las relaciones entre Israel y sus vecinos en el mes de octubre del año 1973, de la invasión de Líbano en el año 1982 y de las dos intifadas palestinas de 1987 y el 2000. Cualquier intento de constituir un frente estadounidense-israelí contra los derechos de los palestinos provocará otra espiral de enfrentamiento, de efectos conocidos.

Los presidentes Karzai de Afganistán y Musharraf de Pakistán han obtenido recientemente victorias electorales en elecciones cuestionables y amañadas o manipuladas, en tanto los principios democráticos siguen siendo extraños a la mayoría de sus pueblos respectivos. Según el último informe de la organización International Crisis Group (cuyo objetivo es evitar y ayudar a resolver los conflictos) sobre Pakistán, «los esfuerzos de Musharraf para seguir controlando militarmente la política (con la ayuda de los partidos islamistas) reducirán probablemente los distintos recursos y mecanismos del país para afrontar de forma democrática y pacífica sus conflictos internos».

Por otra parte, la situación es inestable con Osama Bin Laden huido y sin que el fundamentalismo islamista muestre signos de repliegue o retractación ni mitigue la vehemencia de sus aspiraciones y objetivos.

Así las cosas, lo cierto es que las perspectivas relativas a Afganistán y Pakistán aparecen íntimamente entrelazadas – prácticamente de manera inextricable- y expuestas a los mismos desafíos representados por tensiones étnicas y sectarias y por el narcotráfico, el tráfico de armas y la corrupción.

En las tres subregiones mencionadas al principio de estas líneas, la guerra contra el terrorismo tal como la impulsan Estados Unidos y sus aliados en la región ha empeorado hasta la fecha las condiciones económicas y de seguridad del Gran Oriente Medio. Al igual que las justificaciones aducidas para la guerra se han visto desacreditadas y su aplicación sobre el terreno manchada por la práctica de la tortura, el empleo de armas ilegales y otros crímenes de guerra, sus objetivos declarados son manipulados en beneficio propio por parte de los líderes políticos inquietos por conservar su poder e influencia prescindiendo del precio que pagan los ciudadanos de la región.

No es de extrañar que casi el 80% de los árabes encuestados por la Universidad de Maryland en seis países considere que la intervención militar de Estados Unidos ha incrementado el terrorismo y ha disminuido las expectativas y oportunidades de paz, en tanto casi el 70% abriga dudas sobre la sinceridad estadounidense en la promoción y fomento de la democracia, e insiste en sus ansias de dominio en la región y su defensa a ultranza de los intereses de Israel.

Con más de 100.000 muertos en esta absurda guerra unilateral de Iraq, no se aprecian indicios de grandes progresos o avances; al contrario, todo aboga por una modificación del curso de los acontecimientos. Y, a tal fin, la Administración se apoya de hecho en las doctrinas de Nixon, Carter y Reagan de subcontratación de los planes estadounidenses a los policías regionales y las bazas influyentes y estratégicas como Israel, Irán y Pakistán. Un giro que tendrá peligrosas consecuencias. Esta geoestrategia condujo a la guerra de octubre de 1973 y al vuelco islamista de 1979 en Irán y abrió la vía a la aparición de Al Qaeda y otras fuerzas violentas fundamentalistas en el mundo islámico.

En el Oriente Medio actual, los riesgos son aún mayores con la caja de Pandora étnica y religiosa reventada y por los suelos. Por ello Estados Unidos hará bien en cambiar su estrategia, pero no para pasar de la propia de una superpotencia a la violencia subcontratada, sino para -en lugar de emplear la guerra como herramienta de diplomacia internacional- valerse de la diplomacia internacional como instrumento para evitar más guerra.

M. BISHARA, profesor de la Universidad Norteamericana de París y autor de ´Palestine/ Israel: peace or apartheid´ (Zed Press) Traducción: José María Puig de la Bellacasa. Fuente: La Vanguardia.