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Las belicosas amenazas de Israel contra Irán

«¡Sujetadme!»

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

 

La expresión «¡Sujetadme!» forma parte del folklore israelí. Nos retrotrae a nuestra infancia.

Cuando un niño se pelea con un chico más grande y más fuerte, finge que va a atacarlo mientras grita a los espectadores: «¡Sujetadme o lo mato!»

Israel está ahora en una situación similar. Hacemos como que vamos a atacar a Irán en cualquier momento y le gritamos al mundo entero: «Contenednos, o si no…»

Y el mundo entero, en efecto, nos contiene.

Es peligroso profetizar en estos temas, sobre todo cuando las personas implicadas ni son todas sabias ni están todas cuerdas. Sin embargo, estoy dispuesto a afirmar esto: no hay posibilidad alguna de que el gobierno de Israel envíe a su aviación a atacar a Irán.

No voy a entrar en cuestiones militares. ¿Es realmente nuestra fuerza aérea capaz de ejecutar una operación de semejante envergadura? ¿Son las circunstancias de hoy similares a las que prevalecían hace 28 años, cuando los israelíes destruyeron con éxito el reactor iraquí? ¿Es en absoluto posible para nosotros eliminar el esfuerzo nuclear iraní, cuando sus instalaciones se encuentran dispersas a lo largo y ancho de todo el enorme país y enterradas profundamente?

Quiero centrarme en otro aspecto: ¿es un ataque como ése políticamente factible? ¿Cuáles serían las consecuencias?

En primer lugar, establezcamos una regla básica de la realidad israelí: el Estado de Israel no puede iniciar una operación militar a gran escala sin el consentimiento de Estados Unidos.

Israel depende de los EE.UU. en casi todos los aspectos, pero en ningún ámbito es más dependiente que en el militar.

Los aviones que deben ejecutar la misión nos los suministraron los EE.UU. Su eficacia depende de un flujo constante de piezas de repuesto procedentes de EEUU. Un ataque [contra objetivos situados a una distancia tan grande] requeriría necesariamente el reabastecimiento aéreo mediante aviones cisterna de fabricación estadounidense.

Lo mismo cabe decir de casi todo el material bélico de nuestro ejército, así como del dinero necesario para su adquisición. Todo viene de EEUU.

En 1956 Israel se fue a la guerra sin el consentimiento de Estados Unidos. Ben-Gurión pensó que bastaba con su acuerdo con el Reino Unido y Francia. Se equivocó de cabo a rabo. Cien horas después de proclamar que el «Tercer Reino de Israel» había nacido, anunció con voz quebrada que se disponía a evacuar todos los territorios recién conquistados. El presidente Dwight Eisenhower, junto con su colega soviético, había presentado un ultimátum que significó el final de la aventura.

Desde entonces Israel no ha iniciado una sola guerra sin el acuerdo de Washington. En vísperas de la Guerra de los Seis Días un emisario especial fue enviado a los EE.UU. para asegurarse de que efectivamente se contaba con el beneplácito estadounidense. Apenas regresó con una respuesta afirmativa se emitió la orden de ataque.

En vísperas de la Primera Guerra del Líbano el ministro de Defensa Ariel Sharon corrió a Washington para obtener el consentimiento de Estados Unidos. Se reunió con el Secretario de Estado Alexander Haig, quien mostró su conformidad pero sólo a condición de que hubiera una clara provocación. Pocos días después se produjo un atentado contra la vida del embajador israelí en Londres y la guerra estalló.

Las ofensivas del ejército israelí contra Hizbulá («Segunda Guerra del Líbano) y Hamás («Plomo Fundido») fueron posibles debido a que se presentaron como parte de la campaña estadounidense contra el «radicalismo islámico».

Aparentemente, eso también es válido para un ataque contra Irán. Pero no lo es.

La razón es que un ataque israelí contra Irán provocaría un desastre militar, político y económico para los Estados Unidos de América.

Dado que también los iraníes saben que Israel no podría atacar sin el consentimiento de Estados Unidos, reaccionarían en consecuencia.

Como ya he escrito antes aquí, una simple mirada al mapa basta para saber cuál sería la reacción inmediata. El Estrecho de Ormuz, situado a la entrada del Golfo Pérsico (o Arábigo) y por cuyas aguas transita una enorme parte de los flujos mundiales de crudo, se cerraría al instante. Los efectos de tal medida sacudirían la economía internacional, desde los EE.UU. y Europa hasta China y Japón. Los precios se dispararían hasta las nubes. Los países que apenas habían empezado a recuperarse de la crisis económica mundial se hundirían en un abismo de miseria, desempleo, disturbios y bancarrotas.

El Estrecho solo se podría abrir mediante una operación militar sobre el terreno. Los EE.UU. simplemente no tienen tropas de reserva para una acción semejante (incluso si el público estadounidense estuviera listo para aceptar otra guerra, mucho más difícil incluso que las de Iraq y Afganistán). Es incluso dudoso que los EE.UU. pudieran ayudar a Israel a defenderse contra el inevitable contraataque de los misiles iraníes.

El ataque israelí contra un país islámico central uniría a todo el mundo islámico, incluida la totalidad del mundo árabe. Los EE.UU. se han pasado los últimos años trabajando denodadamente para forjar una coalición de Estados árabes «moderados» (es decir, de países gobernados por dictadores sostenidos por los EE.UU.) en contra de los Estados «radicales». Este club comenzaría a desintegrarse inmediatamente. Ningún líder árabe sería capaz de mantenerse al margen viendo a su pueblo salir en masa a las calles para manifestarse.

Todo esto es evidente para cualquier persona con conocimientos, y más aún para los dirigentes civiles y militares estadounidenses. Secretarios, generales y almirantes han sido enviados a Israel para dejar este punto claro a nuestros dirigentes en un lenguaje comprensible hasta para los niños de guardería: ¡No! Lo! La! Niet!

Entonces, ¿por qué la opción militar no se ha retirado de la mesa?

Porque a los EE.UU. y a Israel les gusta que siga ahí.

A los EE.UU. le gusta hacer creer que sólo a duras penas pueden contener al feroz Rottweiler israelí. Esto pone presión sobre las demás potencias para que acepten sanciones contra Irán. Si usted no las acepta el perro asesino podría saltar fuera de control. ¡Piense en las consecuencias!

¿Qué sanciones? Desde hace algún tiempo esta terrible palabra -«sanciones»- viene acosando a todo el mundo en el escenario internacional. Dicen que van a ser impuestas «en semanas». Pero cuando se indaga qué significan exactamente, uno se da cuenta de que en esta historia de las sanciones hay mucho humo y muy poco fuego. Algunos comandantes de la Guardia Revolucionaria pueden verse afectados, se puede infligir algún daño marginal a la economía iraní. Las «sanciones paralizantes» han desaparecido porque no había ninguna posibilidad de que Rusia y China las aceptaran. Ambos países hacen muy buenos negocios con Irán.

Además hay muy pocas posibilidades de que las sanciones consiguieran detener la producción de la bomba, ni siquiera reducir el ritmo de su adquisición. Desde el punto de vista de los ayatolás, el esfuerzo por conseguir la bomba es el imperativo prioritario de la defensa nacional, pues sólo un país con armas nucleares es inmune a los ataques estadounidenses. A la vista de las reiteradas amenazas de los voceros estadounidenses para derrocar a su régimen, ningún gobierno iraní podría actuar de otra forma. Tanto más cuanto que durante los último siglos los estadounidenses y británicos han hecho en repetidas ocasiones exactamente eso. Los desmentidos iraníes son protocolarios. Según todos los informes, incluso los más acérrimos opositores iraníes de Mahmud Ahmadinejad apoyan la consecución de la bomba y se unirían a él en caso de ataque.

En este sentido el liderazgo israelí tiene razón: nada detendrá el esfuerzo de Irán para obtener una bomba nuclear excepto el uso masivo de la fuerza militar. Las «sanciones» son distracciones pueriles. La administración estadounidense está hablando de ellas en términos resplandecientes con el fin de encubrir el hecho de que incluso los poderosos Estados Unidos son incapaces de detener la bomba iraní.

Cuando Netanyahu & Co. critican la incapacidad de los líderes estadounidenses para actuar contra Irán, éstos responden con la misma moneda: tampoco ustedes están siendo serios.

Y, en efecto, ¿cómo de serios están siendo nuestros líderes en este asunto? Han convencido a la opinión pública israelí de que ésta es una cuestión de vida o muerte. Irán está dirigido por un loco, un nuevo Hitler, un antisemita enfermo, un obsesivo negador del Holocausto. Si una bomba nuclear cayera en sus manos no dudaría un instante en arrojarla sobre Tel Aviv y Dimona. Con esta espada pendiendo sobre nuestras cabezas no es momento para asuntos triviales como el problema palestino y la ocupación. Todo el que plantea la cuestión palestina en una reunión con nuestros dirigentes es interrumpido inmediatamente: ¡Olvídese de esas zarandajas, hablemos de la bomba iraní!

Sin embargo Obama y su gente le dan la vuelta al argumento: si se trata de un peligro existencial, dicen, por favor, extraigan las conclusiones. Si este asunto pone en peligro la existencia misma de Israel, sacrifiquen los asentamientos de Cisjordania en ese altar. Acepten la oferta de paz de la Liga Árabe, hagan la paz con los palestinos tan pronto como sea posible. Eso hará más confortable nuestra posición en Iraq y Afganistán y liberará a nuestras tropas. Además Irán ya no tendría ningún pretexto para la guerra con Israel. Las masas del mundo árabe ya no la apoyarían.

Y la conclusión: si un nuevo barrio judío en Jerusalén Oriental es más importante para ustedes que la bomba iraní, está claro que el asunto de la bomba en realidad no es tan importante para ustedes. Y, con toda modestia, ésa es también mi opinión.

Anteayer me llamó una corresponsal de la popular cadena israelí Canal 2 y me preguntó con voz de sorpresa: «¿Es cierto que ha concedido usted una entrevista a la agencia de noticias iraní?»

«Es cierto», le dije. La agencia me envió algunas preguntas sobre la situación política y yo las respondí.

«¿Por qué lo hizo?», preguntó/acusó la periodista.

«¿Y por qué no?», repliqué. Y ahí se acabó la conversación.

Y, en efecto, ¿por qué no? Es cierto que Ahmadinejad es un líder repulsivo. Espero que los iraníes se deshagan de él y supongo que eso sucederá tarde o temprano. Pero nuestras relaciones con Irán no dependen de una sola persona, sea ésta quien sea. Se remontan a tiempos antiguos y fueron siempre amigables, desde la época de Ciro hasta la época de Jomeini (a quien suministramos armas para luchar contra los iraquíes.)

El retrato de Irán que se está propagando hoy en Israel es una caricatura: un país primitivo, lunático, sin nada en la cabeza salvo la destrucción del Estado sionista. Sin embargo basta con leer algunos buenos libros sobre Irán (yo recomendaría «Entender a Irán«, de William Polk) para descubrir a uno de las países civilizados más antiguos del mundo, que ha alumbrado varios grandes imperios y que realizó una notable contribución a la cultura humana. Irán tiene una tradición antigua y orgullosa. Algunos estudiosos creen que la religión judía fue profundamente influenciada por las enseñanzas éticas de Zoroastro (Zaratustra).

Por encima de los desvaríos de Ahmadinejad, los verdaderos gobernantes del país, los clérigos, aplican una política prudente y sobria, y nunca han atacado a otro país. Tienen muchos intereses importantes, e Israel no está entre ellos. La idea de que sacrificarán su gloriosa patria para destruir a Israel es absurda. La verdad simple y llana es que no hay manera de impedir que los iraníes se hagan con la bomba nuclear. Mejor pensar en serio sobre la situación que se creará una vez la obtengan: un equilibrio de terror como el que existe entre la India y Pakistán, la elevación de Irán al rango de potencia regional, la necesidad de iniciar un diálogo sobrio con el Estado persa.

Pero la principal conclusión es ésta: es preciso hacer la paz con el pueblo palestino y con todo el mundo árabe a fin de quitar la alfombra de debajo de cualquier postura iraní basada en la idea de que Irán los están defendiendo de nosotros.

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery04052010.html