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Tartufo no ha muerto

Fuentes: Insurgente

Si alguien dudara de la hipocresía que suele gastarse Occidente, al parecer idólatra de la archicitada fórmula de que «el fin justifica los medios», que se asome al resultado del encuentro de donantes para reconstruir a Gaza recién celebrado en el balneario egipcio de Sharm el Sheik. Y no tronamos por tronar, arrebujados en una […]

Si alguien dudara de la hipocresía que suele gastarse Occidente, al parecer idólatra de la archicitada fórmula de que «el fin justifica los medios», que se asome al resultado del encuentro de donantes para reconstruir a Gaza recién celebrado en el balneario egipcio de Sharm el Sheik.

Y no tronamos por tronar, arrebujados en una supuesta defensa a ultranza de los palestinos. Sucede que los representantes de una civilización que se ha deleitado con el tintineo de las monedas no han hecho más que recorrer la vía abierta por el famoso mandamás romano Poncio Pilatos: se han lavado las manos con una placidez digna de mejores causas.

Porque, perdonarán la caída de tono, pero le zumba (aquí no valdría poner: escuece o duele o molesta), sí, le zumba que los «bondadosos» contribuyentes hayan acordado la friolera de cuatro mil 481 millones de dólares para financiar la recuperación en vez de adoptar una postura enérgica y gregaria, única, que obligue a Israel a dejar en paz a los palestinos, en el criterio de un enojado analista. Y no es que el dinero no haga falta, cuando la última arremetida, de 22 días, dizque contra el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), en verdad contra todo el pueblo de la Franja de Gaza -millón y medio de personas arracimadas en 365 kilómetros cuadrados-, causó mayúsculo estropicio, desbarajuste, genocidio: mil 300 muertos -el 80 por ciento, civiles; alrededor del 50 por ciento, mujeres y niños-; más de 14 mil viviendas, 219 fábricas y 240 escuelas derruidas… Bienvenido sea el dinero, caramba; pero ¿nadie ha pensado que el esfuerzo, concentrado, podría dirigirse sobre todo a lograr que el régimen sionista franquee las puertas de la ciudad sitiada?

¿No resulta una contradicción lógica, flagrante, o un enmascaramiento que envidiaría el mismísimo Tartufo, rey de la doble moral, de la conducta zigzagueante y mimética, interesada y falaz, hipócrita, el hecho de que los Estados Unidos aparezcan como uno de los mayores proveedores, siendo a su vez el más importante suministrador de armas a Israel, con más de tres mil millones de dólares al año? ¿No constituye un hecho de lesa conducta rectilínea el que, modosita ante el holocausto de la nación palestina, la Unión Europea haya condicionado su aporte, de unos 500 millones de dólares, a que se prohíba la utilización de la mínima porción a la maldecida Hamas, que gobierna la Franja de Gaza por obra y gracia de unas elecciones populares caracterizadas, vox populi, por la más acendrada transparencia, la más aplaudida democracia?

 

Descorriendo velos

Al lector desavisado, si lo hubiera, recordemos que la ofensiva militar israelí iniciada el 27 de diciembre de 2008, la llamada Plomo Fundido, estaba supuestamente destinada a frenar el lanzamiento contra localidades judías de los apenas efectivos cohetes artesanales Qassam, la mayoría de ellos propulsados en respuesta al asesinato de cinco militantes islámicos el 4 de noviembre.

Y remarquemos: supuestamente destinada, porque, como resume el analista español Ignacio Álvarez-Ossorio, lo que ciertamente trataba Tel Aviv era de restaurar el poder de disuasión de sus Fuerzas de Defensa, erosionado durante la guerra de 2006 contra Hezbolá, la organización chiita y patriótica libanesa; desalojar del poder a Hamas, o al menos asestarle un golpe del que demorara en recuperarse; acentuar la división de Gaza y Cisjordania, desatada en el verano de 2007, tras la toma del poder total en la Franja por Hamas, que obligó a replegarse hacia el otro enclave palestino a la cúpula de la laica Al Fatah (a la que acusaba de torpedearle la posición conseguida en los comicios; de ceder a la presión sionista, «dando sin recibir nada a cambio», a guisa de «funcionarios de un Estado colonial», aletargados en tanto la «ocupación de Cisjordania transcurre como algo normal»).

Como si no bastara, con la embestida se buscaba ahondar la fragmentación política palestina, torpedeando el diálogo nacional; y congelar las conversaciones sobre la creación de un Estado propio, lo que permitiría acentuar la estrategia de hechos consumados que reduzcan al mínimo la extensión de este (en el ínterin, Israel ha seguido sembrando de colonos el territorio de la ubérrima Cisjordania, de por sí trucidado por un Muro que haría inviable el funcionamiento de una entidad soberana).

Pero eludamos nosotros las medias tintas, para no caer en las redes tartufescas. Si Occidente, en primer orden EE.UU., estuviera comprometido con una paz justa, que borrara toda posibilidad de supremacía de Israel, la flamante secretaria de Estado Hillary Clinton no hubiera reafirmado el apoyo inquebrantable, irrestricto de la nueva administración al Estado hebreo y a la «seguridad» de este, término con que se pretenden justificar las recurrentes matanzas de palestinos.

Quizás lo peor es que, con el espaldarazo manifiesto, USA ha santificado una sórdida estratagema. Porque, como sentencia la académica cubana Idalmis Brooks, «la agresión militar debe ser observada como parte del ejercicio de las fuerzas políticas israelíes para perpetuarse en el poder, fundamentalmente ante el avance de la derecha liderada por Benjamín Netanyahu. La operación a gran escala contra Gaza intentaba incidir sobre el decepcionado individuo israelí que salió derrotado en el Líbano, y que asociaba la derrota a Kadima (partido de centroderecha, según diversos analistas, aclaramos nosotros). La ministra de Exteriores, Tzipi Livni, ganaba con esta operación militar un mejor respaldo del electorado que la había escuchado aventurar una respuesta certera ante los cohetes de Hamas». Y en ese carro estaban montados tanto ella como Netanyahu (partido Likud) y el laborista ministro de Defensa, Ehud Barak, por mencionar a unos pocos.

Ahora, tal remarca el colega cubano Luis Luque Álvarez, a fin de cuentas el presidente Shimon Peres le ha pedido a Netanyahu formar gobierno, porque si bien Kadima logró 28 escaños en el Knesset, uno más que el extremista Likud, para regir a Israel se necesita una mayoría de al menos 61 votos en un Parlamento de 120 escaños. Mientras que el Kadima, con los laboristas y otras fuerzas menores, se quedaría con 55, el Likud puede «tocar el cielo», granjeándose incluso 68 votos, gracias fundamentalmente a Avigdor Liberman, líder del partido Israel Beitenu, autoproclamado representante de un millón de inmigrantes ex soviéticos y acaparador de 15 sitiales legislativos.

Si bien Netanyahu ha preferido extender la diestra a la Livni, tal vez porque Liberman no coadyuvaría a mucho apoyo externo, por cuestiones como haber declarado a voz en cuello que el millón de árabes habitantes del Estado hebreo constituye un verdadero peligro para el país y que sus diputados deberían ser colgados, a la larga deberá de recurrir al vociferante extremista, pues la jefa de la diplomacia de Tel Aviv ha optado por mantenerse en la oposición, para constituir una «opción de la esperanza».

Lo cual no significa que de haber sido escogida Tzipi Livni la paz hubiera sido ineluctable. De hecho, fue la coalición entre el «centrista» Kadima y la «izquierda» encarnada en el Partido Laborista la que desató el último aluvión ígneo contra la Franja de Gaza. Pero la retórica solía ser menos exaltada, con menos señales marciales.

A todas luces, probablemente la formación del nuevo Gobierno impondrá serios escollos a las gestiones del presidente norteamericano, Barack Obama, si este se muestra consecuente con sus promesas de bregar por un rápido y sustancial avance en las negociaciones de paz. Por el momento, los funcionarios de la Casa Blanca se han exhibido harto discretos con respecto a los resultados de las elecciones hebreas, y aunque algún que otro analista ha creído vislumbrar en ellos un como regusto amargo por la frustración de una victoria clara de los «moderados», a la larga tendrán que avenirse a cualquier gabinete. De todas maneras, todo queda y quedará entre socios. No en vano Washington ha decidido boicotear la próxima Conferencia de la ONU contra el Racismo, que se celebrará en Ginebra, Suiza, a menos que se eliminen de la declaración final todas las referencias a Israel.

Pero ¿para qué ir tan lejos a la hora de aseverar que el apoyo gringo, occidental, al sionismo se mantendrá a todo motor, cualquiera sea el signo político del nuevo Gobierno, cuando, ya lo decíamos, se acaba de coordinar una multimillonaria erogación para la reconstrucción de Gaza mientras se elude impedir que prosiga el bloqueo y el genocidio? Sí, qué sucia el agua con que Pilatos hace tiempo se está lavando las manos.