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Tecnologías humanas y radiactividad natural (y II)

Fuentes: Rebelión

Señalábamos en la anterior entrega [1] que la afirmación de que la radiactividad natural no tenga efectos negativos es tesis discutible, muy discutible, porque también existen estudios publicados que muestran que hay diferencias de efectos -cánceres, diversos tipos de mortalidad- cuando la radiactividad natural es más alta en una región que en otra. Que algo […]

Señalábamos en la anterior entrega [1] que la afirmación de que la radiactividad natural no tenga efectos negativos es tesis discutible, muy discutible, porque también existen estudios publicados que muestran que hay diferencias de efectos -cánceres, diversos tipos de mortalidad- cuando la radiactividad natural es más alta en una región que en otra. Que algo sea natural no significa que sea forzosamente bueno. Evidente. Un ejemplo de todo ello.

Hay un caso europeo que se estudió en los años ochenta. Hace muchos años existían balnearios de aguas termales que publicitaban su excelencia anunciando que el agua de esos lugares era radiactiva. Antiguas botellas de agua mineral en España llevaban la etiqueta «Agua radiactiva». En los años treinta, cuarenta, hasta los años cincuenta, que una cosa fuera radiactiva significaba que era muy buena, muy moderna, que era el último grito de la ciencia. En Europa hay un balneario de este tipo, que se llama Badgastein, en los Alpes austriacos, a unos 1.500 metros de altura, en una de las zonas más radiactivas de Europa e incluso del planeta. Ahora, desde luego, no publicitan que sus aguas sean radiactivas. Actualmente es un balneario normal, pero durante muchos años se había presentado como lugar de alta radiactividad.

En este balneario se llevó a cabo un estudio poniendo dosímetros durante un año a los empleados que trabajaban allí. Se trataba de ver si estos trabajadores quedaban afectados por su trabajo en una localidad de alta radiactividad natural, estrictamente natural. Lo que se comprobó sin ningún género de duda es que en las personas que trabajaban allí -dependiendo también, claro está, de la función que desempeñaban, del lugar donde ejercían su trabajo: oficinas, limpieza, cocina, fisioterapia, personas que estaban más tiempo en las zonas de aguas termales- se producía una incidencia de rupturas cromosómicas [2] mucho más alta que en las personas que estaban menos expuestas a la radiación o que vivían en otras zonas de montaña similares pero con bajo nivel de radiactividad.

¿Qué puede concluirse entonces del «experimento» del balneario? Que no es inocuo vivir en una zona de alta radiactividad, que no es lo mismo vivir en un lugar con una importante radiactividad natural que en uno de baja radiactividad. Este estudio quedo ahí, como un dato aislado, pero posteriormente se ha podido comprobar en otras zonas del planeta la misma consideración. Cuando la radiactividad natural de un área -por las razones que sean, porque hay potasio 40, porque hay uranio, porque hay elementos de las series radiactivas en general- es alta, pudiendo existir diferencias de 1 a 5 o incluso de mayor importancia, las personas que viven allí tienden a tener más rupturas cromosómicas o determinadas afecciones que las gentes que viven en otros territorios.

Este tipo de afecciones sigue siendo motivo de estudio, aunque, de hecho, hay muy poca investigación en los últimos años sobre esta materia. Este es otro tema sobre el que debería hablarse y que no se comenta apenas. Estas líneas de investigación han quedado prácticamente paralizadas desde finales de los años ochenta. En muchos casos, además, eran estudios militares que estaban financiados por agencias de los Ministerios de Guerra o Defensa y que se difundían muy poco o, si se prefiere, tan sólo en áreas restringidas.

La reducción que comentamos se produjo tras el accidente de Chernóbil. En 1986, uno de nosotros [ERF] formada parte del Comité de Investigación en Salud de la Unión Europea, un comité en el que había representantes de todos los países miembros. La mayor parte éramos médicos o personas del ámbito sanitario. Ese comité, unánimemente, recomendó que se estableciese un sistema de vigilancia epidemiológica y se estudiase la radiactividad de cada zona y los efectos que podía tener a largo plazo en la población que la habitaba. La recomendación fue rechazada de plano por las autoridades de la Comisión Europea, dependientes, como es sabido, de los gobiernos de los Estados miembro en las cuestiones clave.

Existe también otro aspecto interesante en este asunto. A lo largo de los últimos cincuenta años los departamentos o Ministerios de Salud gubernamentales nunca se han preocupado de estos temas, han sido siempre los ministerios y los departamentos de Energía o de Industria. Lo mismo ocurre en el marco de las Naciones Unidas. Hace algunos años hubo una polémica muy importante sobre Chernóbil. Ha surgido de nuevo ahora a raíz del accidente de Fukushima. La Organización Mundial de la Salud (OMS) firmó en 1959 un convenio o acuerdo, un memorandum of understanding, con la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) de Viena. Según este acuerdo, todas -todas es todas- las cuestiones relacionadas con la utilización de la energía atómica o con la radiactividad necesitaban el acuerdo de la AIEA. De este modo, todos los estudios que publica la OMS sobre estas temáticas han pasado anteriormente por el filtro de la Agencia. Desde entonces, desde la firma del acuerdo, tampoco ha habido programas de investigación de la OMS. La misma Agencia europea tenía y tiene un comité de radioprotección o radiovigilancia pero no son temas que hayan pasado nunca por estudios de salud.

Hay, pues, poca investigación independiente. Existen muy pocas investigaciones independientes epidemiológicas, radiobiológicas. La mayor parte de los departamentos de radiobiología dependían o tenían relación con instituciones militares. En Francia, el Comisariado de Energía Atómica; la Agencia de Energía Atómica en Estados Unidos. En Inglaterra, el Medical Research Council tenía unidades que estaban íntimamente ligadas con los departamentos de energía y de asuntos militares. Ha sido un sector que siempre ha quedado apartado, ha sido un sector reservado. O en manos militares o en manos de departamentos de Energía o Industria, pero nunca en departamentos de Salud. Con lo cual, a la hora de mirar la literatura científica contrastada en revistas especializadas, nos encontramos con que hay muy pocos estudios significativos y además, con un parón claro y comprobable en los años ochenta.

En aquellas fechas hasta Nature llegó a publicar estudios realizados por investigadores alemanes sobre la contaminación de Sellafield y de La Hague, que analizaban cómo la contaminación por plutonio y otros radionúclidos llegaba hasta Noruega por las corrientes marinas, y al interior de las regiones donde se ubican las plantas, por los aerosoles del mar (dado que esas instalaciones suelen verter sus aguas al mar, puede existir polución marina). Estos investigadores estudiaron cómo los aerosoles que forman las olas llegaban al interior del territorio y cómo los radionúclidos vertidos al mar contaminaban las especies marinas. Pero jamás, según creemos, se han vuelto a estudiar todos estos temas. Si hay estudios, seguramente los habrá, serán informes que quedan reservados dentro de las instalaciones de la industria nuclear o dentro de los departamentos militares. Sellafield en Inglaterra y La Hague en Francia, por ejemplo, tienen un control militar muy importante. Estas informaciones no aparecen en la literatura científica abierta y rigurosa, donde, vale la pena insistir, prácticamente no se publican estudios sobre estas temáticas desde hace años.

Se han realizado algunos estudios epidemiológicos, incluso en España se ha hecho alguna cosa. Por ejemplo, un estudio dirigido por el Dr. Gonzalo López-Abente, del Instituto de Salud Carlos III, sobre la incidencia de cánceres en la población cercana a las centrales que ha concluido con resultados negativos. Se han realizado también algunos estudios en Inglaterra. Es decir, existen de hecho investigaciones que muestran el riesgo de estas instalaciones y del ciclo nuclear pero, sin discusión, el número de este tipo de estudios ha ido disminuyendo notablemente a partir de los años noventa.

El problema fundamental para los científicos que se dedican a estos ámbitos de estudio es conseguir financiación. En cualquier país europeo, en los Estados Unidos o en otros países desarrollados, la investigación se realiza a través de convocatorias de programas que, en su gran mayoría, son para áreas específicas. Por ejemplo, en el área de biomedicina se propone estudiar la biología molecular de diversas enfermedades; en medio ambiente se estudia la contaminación de un lago determinado. Pero si un tema no está definido en estos programas es muy difícil conseguir fondos. No se puede pedir financiación para temas que interesan, y que son de interés general, si no están especificados en estos programas. Se puedes ir a un apartado general -«Promoción general del conocimiento» se llama en España, que es investigación muy básica-, pero entonces suelen responder que eso que se pretende es aplicación y que no hay programas adecuados.

En la Unión Europea, en los programas marco de investigación, no existen. Pueden existir contratos, trabajos que se realizan con instituciones de energía nuclear, programas orientados, pero, por lo general, no son estudios científicos independientes que aparezcan publicados en la literatura de libre acceso.

Nota:

[*] A partir de capítulo 4º de ERF y SLA, Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008. El capítulo se abría una cita de una entrevista de 1983 a Manuel Sacristán: «[…] No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno. No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura. Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente».

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=128971

[2] Se entiende por rupturas cromosómicas las lesiones causadas por un agente físico -radiaciones ionizantes en este caso- o químico -muy raramente- en el material constituyente de los cromosomas y que llevan a su fractura, lo que implica una rotura de la cadena de ADN contenido en el cromosoma y, por ello, una discontinuidad de la información genética. Las consecuencias son diversas dependiendo de la capacidad de reorganización cromosómica y de reparación del ADN, así como de la zona de información alterada y del tipo de célula afectada. Pueden ir desde efectos nimios o nulos hasta la inducción de diversas patologías; entre ellas, el cáncer. Y estos efectos son aleatorios, es decir, resultan de procesos estocásticos.

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