A menudo las noticias que recibimos de Estados Unidos tienen que ver con los múltiples frentes de guerra abiertos por el imperio, el fanatismo religioso de la derecha evangélica, la comida basura, los escándalos sexuales de la vida pública, su puritanismo regresivo, la estulticia de sus series de televisión, su papel autoasignado de policía global […]
A menudo las noticias que recibimos de Estados Unidos tienen que ver con los múltiples frentes de guerra abiertos por el imperio, el fanatismo religioso de la derecha evangélica, la comida basura, los escándalos sexuales de la vida pública, su puritanismo regresivo, la estulticia de sus series de televisión, su papel autoasignado de policía global o su insistencia en perpetuar un sistema capitalista global de explotación y destrucción del planeta. Fuera de Estados Unidos, incluso grandes sectores de la izquierda, cuando piensan en las «entrañas del monstruo» como lo llamó Martí, se imaginan a americanos blancos de clase media alta, obesos, ignorantes de todo lo que acontece fuera de su país, preocupados únicamente de seguir llenando sus neveras de comida y los tanques de gasolina de sus camionetas, ajenos del todo al sangriento origen del petróleo que sostiene su American way of life.
No hay ninguna duda de que esta realidad existe, pero el país es mucho más heterogéneo de lo que nos lo imaginamos fuera de sus fronteras. Además de la autocomplaciente clase media blanca y de la plutocracia en el poder, en Estados Unidos hay otras realidades, las que aquellos y aquellas que sufren en sus carnes las políticas opresivas y explotadoras de los Estados Unidos, la voz de los de abajo, la dignidad rebelde de las y los que resisten y pelean desde dentro para derribar un sistema fundamentalmente injusto, estructuralmente racista, compulsivamente explotador e irremediablemente opresivo. El objeto de esta serie de entrevistas es justamente dar a conocer más allá de las fronteras de los Estados Unidos las subjetividades políticas de quienes luchamos desde dentro sabiendo que un mundo mejor y más justo es imposible sin un cambio radical dentro de Estados Unidos.
Nadie mejor para inaugurar esta serie de entrevistas desde «el corazón de la bestia» que Roberta Alexander. Roberta Alexander es hija de una pareja de comunistas, producto de una relación interracial cuando los matrimonios entre blancos y afroamericanos estaban prohibidos, militante ella misma del Partido Comunista de los Estados Unidos, miembro del Club W.E. Dubois, de los Panteras Negras, activista en el movimiento estudiantil en Berkeley, profesora de inglés en los barrios más desfavorecidos, Directora del Departamento de Inglés en una de las Escuelas Universitarias más combativas del distrito de San Diego, historia viva de la militancia en California y en los Estados Unidos. Si no fuera muy irrespetuoso hasta diría que leer estas entrevistas y, ojalá que en un futuro muy cercano, las memorias que está escribiendo, se aproxima mucho a una versión revolucionaria de la película Forrest Gump, excepto que aquí Roberta Alexander no es sólo testigo pasivo o inconsciente, sino participante activa de un tiempo convulso y esperanzador.
Las conversaciones con Roberta Alexander se extienden por varias sesiones y las horas parecen minutos, porque vienen preñadas de innumerables anécdotas y de momentos que transmiten la rabia y la dignidad de la lucha compartida; por sus palabras hablan otras voces, los afanes y las esperanzas de los más humildes, los corazones más oprimidos que no aparecen en los libros de historia, pero que han abierto más caminos que ningún prócer de la patria o titán de la industria. Como muchos de los militantes más entregados, Roberta Alexander no tiene la sensación de que su vida o su militancia sean particularmente importantes. Las lectoras y lectores de estas entrevistas podrán comprobar hasta que punto, en esto, está equivocada. Una vez que uno empieza a tirar del hilo de la historia, su locuacidaz incontenible, su irremediable sentido del humor ante las circunstancias más adversas (no he sido capaz de transcribir todas las risas que puntuaron nuestras conversaciones), y su coraje político se quedan para siempre con nosotros. Espero que al menos un poso de esa intensidad quede en estas entrevistas.
Luis Martín-Cabrera En las memorias que estás escribiendo afirmas que el hecho de que tus padres fueran comunistas hizo que tuvieras una infancia muy peculiar y describes concretamente a tu padre de la siguiente manera: «era un hombre fuerte, de piel cobriza, era de Nebraska y oírle dar un discurso frente a un grupo de trabajadores o de viejos judíos, hacía que se te encogiera el corazón o hacía que te agarraras un enfado de mil demonios con las injusticias del sistema o te hacía llorar, o incluso mejor, te hacía simplemente reír con las ironías del sistema, abandonarte completamente a la risa porque los patronos estarían completamente paralizados si los trabajadores no hicieran su trabajo». ¿En qué sentido fue diferente crecer en una hogar así?
Roberta Alexander Hay dos cosas diferentes que me marcaron mucho en mi infancia y mi adolescencia. Una era que mi familia era comunista y la otra era que éramos una familia racialmente mixta, porque ser mezclados racialmente lo podía ver todo el mundo, mientras que ser comunistas quizá era una cuestión privada, aunque en el caso de mi familia no era tan privado. Me acuerdo que en 1950, cuando tenía tres años, mi padre no estaba con nosotros. En aquella época mi madre cuidaba sola de nosotros, bien trabajando a tiempo completo por su cuenta o bien cuando vivimos en la finca de mi tío Mark en Perris, California, uno de los pocos lugares en que los negros podía comprar tierra. Era una tierra, por supuesto pobre y no muy buena para la agricultura.
Toda mi infancia se vio afectada porque mi padre estaba ausente, estaba en la clandestinidad. Incluso en aquella época me daba cuenta de que muchas cosas no respondían a nuestros hábitos familiares. Por ejemplo, mi tía era muy religiosa, era feligresa de una iglesia afroamericana; teníamos que ir a la iglesia los domingos y los miércoles por la noche, yo era pequeña para darme cuenta, pero entendí rápidamente que mis padres no compartían esas creencias. Otro ejemplo: mi madre era judía y había terminado el bachillerato y mi padre había llegado hasta el cuarto grado, pero era autodidacta, podrían haber tenido una vida más de clase media por la gente que conocían y por su educación, pero escogieron deliberadamente vivir la misma vida que la clase trabajadora y la gente pobre y eso hizo que muchas veces nuestra vida fuera más difícil.
No siento que hayamos sufrido, pero durante nuestra estancia en la finca trabajamos muy duro, teníamos animales, plantamos verduras en un pequeño huerto y recogíamos la comida a punto de podrirse que tiraban los supermercados, la que estaba bien nos la comíamos y la otra se la echábamos a los cerdos. Mi tío sólo ponía el agua caliente una vez a la semana, los sábados, y ése era el día que podíamos bañarnos compartiendo el agua mis hermanos y yo. Una vez mi hermano perdió el autobús para volver a la finca y tuvo que caminar cinco millas para volver. Mi tío le echó un bronca increíble, no por perder el autobús, sino por haber gastado los zapatos.
Me acuerdo también de que los agentes del FBI nos seguían frecuentemente, sabíamos que nos seguían y veíamos muy raramente a mi padre y cuando lo veíamos siempre nos decían que no se lo dijéramos a nadie, que dijéramos que nos íbamos de viaje. Mi primo se acuerda de haber visto a mi madre quemando cartas de mi padre. Al final, mi padre tuvo un ataque al corazón, con lo cual ya no pudo seguir en la clandestinidad. Hubo un médico comunista que lo ayudó a recuperarse y poco tiempo después empezó a trabajar de aprendiz de zapatero, sin cobrar, para aprender el oficio. Al poco rato abrió su propio taller para reparar zapatos que es dónde crecí yo leyendo y trabajando en la parte de atrás de la tienda (ver foto).
LMC. ¿Por qué y cuándo se afiliaron tus padres al Partido Comunista de los Estados Unidos?
RA. Deben de haberse afiliado en los años 30; A mi padre probablemente lo reclutaron cuando empezó a trabajar en los mataderos industriales de Sioux City en Iowa. Nunca me dijo la fecha exacta, pero era claro que debía de ser en aquella época, porque nos habló de haber conocido en aquella época a trabajadores sociales como Malvina Reynolds [1]. Por su condición y por su historia mi padre sospechaba de los trabajadores sociales, pensaba que su trabajo era preservar el sistema capitalista que él odiaba.
LMC. ¿Qué tipo de visión del mundo te transmitieron tus padres estando como estaban tan comprometidos con las luchas sociales? ¿En qué se diferenciaba de otras familias?
RA. Bueno, bueno, tengo que decirte que hace poco me reuní con unas amigas mías, las hijas de Bess Hawes [2], que eran mis mejores amigas y me dijeron, «Roberta, nuestra familia era rarísima, tu eras la única amiga que se podía quedar en nuestra casa». Solíamos hablar de fulano o mengano como un pequeñoburgués, porque teníamos esta idea de que no queríamos vivir con privilegios y los que lo hacían pues eran pequeñoburgueses y esa era nuestra manera de ningunear a esa gente rápidamente. Una vez estábamos practicando como deletrear palabras con estas amigas y una de las palabras era «burgués» – ¡Ni siquiera reconocí la palabra a pesar de que decíamos todo el tiempo «pequeñoburgués»! [3]
Otros ejemplos de nuestra infancia. Cuando estaba en el grado noveno fui la única estudiante que recibió el premio de la Legión Americana. La Legión Americana era una organización nacionalista y super-patriótica. Mis padres se enteraron antes que yo, porque les pidieron que estuvieran presentes en la ceremonia. Después me enteré de que mi padre dudó mucho si me iba a dejar subir al escenario a recoger el premio o si me iba a hacer subir y decir «No acepto este premio porque la Legión Americana es una organización para fascista…etc» [risas], pero al final decidió no hacerlo y me dieron el premio. En otra ocasión fueron a la escuela a defendernos, porque el director no quería dejar a mi hermano tomar la clase de álgebra, decía que no tenía madera de universitario. Fueron a la escuela y le dijeron vas a dejar a este chico que tome las clases que quiera, no le vas a negar esa oportunidad. Al final mi hermano tomó la clase y acabó siendo médico y director de un hospital.
Aprendí también de mi padre como hablar en público, aunque nunca me acerqué a su brillantez como orador, pero aprendí un poco; en el penúltimo año del bachillerato fui elegida delegada y él me ayudó a entender como dar un discurso, con quién y cómo hablar, pero sobre todo, creo que teníamos un aprecio, un respeto profundo y una afinidad con la gente, con el pueblo, de todos los colores y grupos étnicos y eso ya en los años cincuenta. Cuando digo todos los grupos étnicos me refiero, por ejemplo, a los japoneses, tenía un montón de amigos japoneses nacidos en los campos de concentración [4]. En mi álbum del bachillerato había una chica japonesa de Hawaii que hablaba un inglés dialectal e incluso en aquella época le dije «tu inglés no tiene nada de malo, no te avergüences, ya aprenderás el otro». Tenía amigos blancos, negros, amigos de todas partes del mundo: de Colombia, México, Filipinas y de buena parte de Centroamérica. Heredé este aprecio por las gentes más diversas de mi familia y del barrio en el que viví.
LMC. Esto me llama mucho la atención porque mucha gente en Estados Unidos, que no conoce la historia de las relaciones del Partido Comunista con la comunidad Afroamericana, identifica el comunismo con una política de clase, pero no con políticas raciales, de género o con cualquier otra forma de opresión, así que quería preguntarte si tu padre en algún momento experimento algún tipo de tensión siendo comunista y a la vez una persona de color.
RA. Ya, un montón de gente negra, se marchó del Partido Comunista antes que él. No creo que él sintiera esas tensiones, experimentó más bien conflictos de clase dentro del Partido. Decía cosas como «esa persona que está en el partido era un trabajador social, no puedo confiar en él o en ella por que los trabajadores sociales dividen a las familias». Al mismo tiempo, cruzó un montón de fronteras sociales. Cuando era Director, por ejemplo, del Congreso de Derechos Civiles de Oakland, trabajó para él nada menos que Jessica Miltford. ¡Jessica Miltford venía de una familia de aristócratas británicos! Su familia era particularmente interesante, porque tenía cuatro hermanas, una de ellas se casó con un alemán y se hizo nazi, otra siguió siendo aristócrata, mientras que Jessica Miltford se hizo radical, estuvo en España durante la guerra y allí se hizo comunista. Después vino a los Estados Unidos y se casó con un abogado que trabajaba para el Congreso de los Derechos Civiles. Mi padre la influyó mucho para que se hiciera escritora y a partir de entonces escribió muchos libros como The American Way of Death (sobre la industria funeraria) y otros similares. Me acuerdo que Miltford venía a mi casa a algunas fiestas, aquello era una instancia en la que definitivamente se cruzaban las fronteras de clase, pero mi padre siempre tuvo una profunda conciencia de clase que le hacía sospechar de la gente con dinero o de la que gente que se aprovechaba de sus conexiones. Hasta dónde yo me acuerdo la mayoría de la gente del Partido vivía mejor que nosotros, para mi padre era un principio ético no aceptar cargos de liberado en los sindicatos y cosas así. Era un hombre de principios y de cierta forma pagó por ello.
Así que no creo que se sintiera traicionado como negro por el Partido (revisando los archivos de su padre y algunas entrevistas Roberta Alexander aclara que no está segura de que la situación fuera del todo así). Se marchó del Partido porque pensó que se habían vendido. Empezó a leer a Mao y cosas de China y, al final se marchó en los sesenta, porque pensaba que se habían vendido, ni siquiera se marchó por lo de Checoslovaquia, que es cuando se marchó su hermano. Esa es otra, la familia estaba dividida por quien se había afiliado o marchado del Partido cuándo.
LMC. ¿Cómo fueron las cosas para tu madre, fue ella también miembro del Partido?
RA. Sí, ella estaba afiliada también, pero era una persona silenciosa, siempre en un segundo plano, lamento mucho no haberle preguntado más por sus experiencias de estos años, es estúpido, pero nunca trate de averiguarlo.
LMC. ¿Qué significó para ti crecer en una familia biracial? ¿Cómo negociaste tus identidades múltiples?
RA. Nuestra familia es complicada, porque mi padre como hombre negro al casarse con mi madre, mejor dicho, al vivir en pareja con mi madre, porque hasta los años sesenta no pudieron casarse, ya que los matrimonios mixtos eran ilegales en California, pues no les invitaban a algunas bodas en el lado judío de la familia. De hecho el padre de mi madre la desheredó cuando se juntó con mi padre, aunque mi abuela siempre la apoyó.
LMC. Nos puedes hablar un poco de tu experiencia en la universidad viniendo de una familia como la tuya en un momento en el que las universidades no eran particularmente diversas ni completamente desegregadas.
RA. Decidí ir a Berkeley porque allí estaban pasando muchas cosas interesantes. En 1963 hubo un montón de manifestaciones contra el Comité de Actividades Antiamericanas, entonces quería ir a Berkeley, pero no me aceptaron, porque mis notas no eran buenas, sobre todo porque estaba en las clases más avanzadas con los mejores estudiantes, pero al final en el verano de 1964 me aceptaron. Mis padres me llevaron, porque ya era muy tarde para que me admitieran en alguna de las residencias o cooperativas de estudiantes, así que fui con ellos y me presentaron a algunos de sus amigos, viví con una artista amiga suya, y después de alguna manera conocí a gente del Club Dubois [5]. Una de las primeras cosas que recuerdo es que Betina Aptheker [6] me invitó a cenar y me presentó a algunos de sus amigos, gente como Jaimee Huberman o Jack Kurzweil que después se casó con ella. Toda esta gente eran miembros del Partido Comunista y del Club Dubois, así que desde el principio me ayudaron a escoger las clases, fueron como mis mentores, sin ellos hubiera estado completamente perdida.
Sin embargo, a pesar de tener este grupo de amigos, estaba alienada en Berkeley, había más estudiantes de África que afroamericanos y había muy, pero que muy pocos estudiantes latinoamericanos, esta era la gente con la que yo había crecido y a la que estaba acostumbrada. De hecho, no tuve ningún amigo afroamericano o latinoamericano en los cuatro años que estuve allí, aunque luego más tarde, alrededor de 1967-1968, empezó a haber más esfuerzos por atraer a estudiantes de color y empezó el movimiento de protesta para crear los programas de estudios étnicos.
En fin, no mucho después de mi primer semestre en Berkeley empezaron las protestas del «Movimiento para Libertad de Expresión» («Free Speech Movement») y me arrestaron. Participé en las protestas, en las manifestaciones, en todo. Me involucre desde el principio poniendo las mesas en Sproul Hall, porque estábamos reclutando gente para apoyar todo tipo de actividades en apoyo del Movimiento de los Derechos Civiles y de la incipiente oposición a la Guerra de Vietnam.
LMC. ¿Llegaste a conocer a Mario Savio [7]?
RA. No, no lo conocí personalmente, pero ciertamente le oí hablar un montón de veces. Betina Aptheker estaba en el comité central del «Movimiento por la Libertad de Expresión» o algo así, yo no tenía acceso a esas conversaciones, aunque me pidieron que diera un discurso, no sé si sería pura fachada para tener una estudiante negra [risas]
El «Movimiento para la Libertad de Expresión» fue una cosa muy importante, que te arrestaran con más de 700 estudiantes no era una cosa menor. Como he dicho, mucha gente se había metido en el Movimiento de los Derechos Civiles y había ido al sur para registrar a la gente de color y que pudieran votar. En 1964 la gente estaba organizando una protesta contra el hotel «Sheraton Palace» en San Francisco y contra el periódico «The Oakland Tribune». En el caso del Sheraton por un conflicto con los trabajadores y el sindicato y en el caso del «Oakland Tribune» por las mismas razones y también por una cuestión de discriminación racial en el trabajo y por las posiciones políticas en general del periódico. Creo que Reagan era el gobernador de California en este momento y la protesta estaba molestando a estos empresarios del Sheraton y del Oakland Tribune, así que, de alguna manera, la administración de la universidad recibió la sugerencia de poner fin a las protestas. Por supuesto no tuvieron éxito, tuvieron éxito creando un movimiento mucho mayor.
Lo que hacíamos en aquella época era muy diferente a ahora, sólo teníamos copias en papel de nuestros panfletos y octavillas, pero como casi todo el mundo tenía que pasar por «Sather Gate», que es la entrada que conecta con «Telegraph», todos los días pasaban miles de estudiantes por allí y podíamos repartir nuestros materiales. La mayoría de las organizaciones de estudiantes -el Club Dubois, la «Young Students Alliance», los trotskistas, grupos a favor del sindicalismo progresista y otros grupos más moderados-ponían sus mesas en esta entrada. Uno de los decanos recibió la orden de quitar una de las mesas y ese fue el momento en el que le rodeamos y no le dejamos sacarnos la mesa. A partir de ese momento hubo protestas todos los días; la policía vino al campus y trató de arrestar a un estudiante, Jack Weinberg. Weinberg entonces se subió al techo del coche de policía y desde allí empezó a dar un discurso. ¡Yo estaba al lado y lo vi todo! (después de aquellas jornadas de protesta los campus que se fundaron en los años sesenta como UC, San Diego se diseñaron para hacer mucho más dificultosas las protestas de estudiantes)
A partir de ese día hubo manifestaciones cada vez más grandes enfrente del «Sproul Hall» (el edificio de la administración), hasta que finalmente ocupamos el edificio. Estuvimos allí por lo menos 24 horas. La segunda noche, cuando nos estábamos preparando para dormir, escuchamos que la policía iba a entrar. La mitad de la gente, quizá más, se marcharon, pero los que nos quedamos fuimos arrestados, la policía arrastró a algunos de nosotros por las escaleras hacía abajo; me quedé hasta el final y me arrestaron, pero mentí sobre mi edad, yo tenía 17 años, así que cambié mi fecha de nacimiento para que mis padres no tuvieran que venir desde Los Ángeles, pero también para que no me separan de los demás y me mandaran a un correccional juvenil. Fui a la comisaría de Oakland y nos procesaron bastante rápido, porque no podían acomodar a todo el mundo.
LMC. ¿Tenías miedo de que te mandaran a la cárcel?
RA. Después de un juicio que duró casi 3 años, nos condenaron. La gente podía pagar 250 o 500 dólares y no ir a la cárcel. Los líderes más comprometidos decidimos cumplir la condena [risas]. Me mandaron a una prisión de baja seguridad en Santa Rita, todavía está allí. A pesar de ser de baja seguridad, ir a la cárcel era una cosa muy seria, éramos 7 de nosotros. Mario Savio y su compañera fueron a la cárcel, Bettina Aptheker también fue, algunas personas estuvieron en celdas de castigo, era una cosa extrema. Un día tuve un visitante que no estaba esperando, vino a verme Leon Wofsy que es un conocidísimo inmunólogo. Fue el único profesor de Berkeley que se negó a firmar el «Juramento de Lealtad» [6] y todavía lo contrataron por lo prestigioso que era en su área y vino a verme a mí, la pequeña Roberta [risas]. Después me acobardé y utilice mi opción de gastar 100 dólares y salir antes de cumplir la condena. Creo que teníamos que pasar 14 días y a los 10 o algo así decidí utilizar mi privilegio, porque la situación era realmente muy mala.
[1] Malvina Reynolds (1900-1978) es una famosa cantante folk, autora entre otras de la famosa canción «Little Boxes», una irónica crítica a la clase media norteamericana y a la vida en los barrios ricos.
[2] Bess Hawes (1921-2009) fue una importante folklorista y cantante folk americana. Estaba casada con el cantante Baldwin «Butch» Hawes y era miembro del mítico grupo los «Almanac Singers» del que también formaba parte Woody Guthrie. Los «Almanac Singers» estaban vinculados al movimiento obrero, pertenecían al Partido Comunista USA y su música acompañó al Frente Popular después de la depresión.
[3] En inglés la palabra que usa Roberta es «bogie» que no es lo mismo que pequeñoburgués, es una manera coloquial de referirse a los burgueses y lo burgués.
[4] Entre 1942 y 1948 unos 120,000 japoneses fueron internados en campos de concentración, la mayoría de ellos en la costa Oeste, en California.
[5] William Edward Burghardt Du Bois (1868 -1963) fue y es sin duda uno de los intelectuales afroamericanos más importantes del país. Fue sociólogo, historiador y líder del movimiento de los Derechos Civiles. Fue el primer afroamericano en obtener un doctorado de historia en Harvard, fue fundador de la mítica NAACP (National Association for the Advancement of Colored People). Su Ensayo The Souls of the Black Folk continua siendo un clásico de la cultura negra en EE.UU. El Club Dubois era una organización del Partido Comunista de los Estados Unidos que contaba con sedes en Columbia University, en Nueva York y Berkeley.
[6] Betina Aphteker era una de las líderes principales del Club Dubois y de «El Movimiento para la Liberatad de Expresión», creció en Brooklyn en el seno de una familia de fuerte tradición marxista y fue allí dónde entró en contacto con el Club Dubois y el Partido Comunista. En la actualidad es profesora de estudios feministas en la Universidad de California, Santa Cruz.
[7] Mario Savio (1942 -1996) fue un reconocido estudiante activista y miembro clave en el movimiento estudiantil originado durante la década del 60 en la Universidad de California en Berkeley. Es ampliamente reconocido por sus apasionados discursos, de los que se destaca aquel dado en el Sproul Hall, Universidad de California en Berkeley el 2 de diciembre de 1964 mencionando su conocida frase: «pongan sus cuerpos sobre el engranaje».
[8] Muchas universidades norteamericanas exigían y muchas todavía exigen un juramento de lealtad a la institución y, en el caso de ser públicas, también al estado.
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