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Entrevista a Joaquín Miras Albarrán sobre Praxis política y Estado republicano. Crítica del republicanismo liberal

«Toda alternativa cultural que se enfrente al mundo de la modernización y el industrialismo es condenada como el mal, por antimoderna y reaccionaria»

Fuentes: Rebelión

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano.  *** Estamos en los últimos compases. Más conclusiones: «El objetivo fundamental de esta nueva ideología, el liberalismo, es desnaturalizar el […]

Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones aquí publicadas, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y Estado republicano. 

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Estamos en los últimos compases. Más conclusiones: «El objetivo fundamental de esta nueva ideología, el liberalismo, es desnaturalizar el pensamiento político tradicional, esto es, reducir la política a técnica de gobierno para especialistas, restringir sus objetivos y fines, y eliminar de la consciencia y de la cultura de las gentes la idea tradicional de que el modo de vida de la gente es el principal objeto de debate político, de deliberación y praxis creadora de la comunidad dirigida por la política».

Para este pensamiento nuevo, el Liberal, y para sus propósitos, todo el pensamiento filosófico clásico, y el que se inspira en él, es antitético, y es un peligro, desde el momento en que establece la prioridad ontológica de la comunidad sobre el individuo y y otorga a cada individuo el derecho a ser protegido por la comunidad y juzga a la misma en función de la vida buena de sus miembros, que son además, quienes, en común, la crean, la producen y reproducen.

Podemos ver cómo son liquidados los estudios de filosofía, y las filosofías son reducidas a reflexiones epistemológicas, y se deja de lado los nudos fundamentales de las que surge el pensamiento filosófico: cómo se debe vivir, cuál es la vida buena, cómo orientar la comunidad. No hay que tener prevención alguna contra la reflexión filosófica sobre el conocimiento, pero esa es una parte instrumental propedéutica, de la filosofía. La filosofía es, y ha sido, mucho más. En paralelo se nos imbuye de que el mundo social existente está predeterminado por nuestras tendencias individualistas innatas, y que no puede ser cambiado. La política, en consecuencia no debe ser parte orgánica de una reflexión sobre la praxis de vida, y sobre el hacer, pues este sería innato. Y solo cabe una política generada por especialistas técnicos desde las instituciones del Estado. Es el Liberalismo. Asumido por la izquierda.

Lamentablemente. La siguiente conclusión: «Hegel y la tradición hegeliana política, Marx y el hegelo marxismo, es la corriente filosófica del pensamiento contemporáneo actual más importante entre las que siguen concibiendo que la política consiste en una praxis cuyo fin es crear un vivir en común, un ethos o cultura material de vida, sin lo cual no es posible crear un Estado público, una república».

Hegel es el pensador que se sostiene en continuidad con la tradición. Sabe que la constitución de un Estado es su sittlichkeit, o sistema de costumbres, su eticidad. Y sabe que ésta es histórica y es creación de la comunidad de subjetividades, que constantemente la crea y recrea, la reproduce y la modifica: tanto el hacer como el saber hacer que pone en obra -el ethos, las sitte, las costumbres, las moeurs– es creación en común, creación solo posible como consecuencia de la interrelación, prioridad ontológica de la comunidad sobre el individuo, tal como señala Aristóteles, el padre de la praxeología. Es consciente también de que las religiones fueron tradicionalmente las vinculaciones comunitarias que organizaban la generación de las costumbres, o ethos.

Y Hegel propone la creación de una nueva religación intercomunitaria que, sin intervención ni dominio por parte de una casta sacerdotal, o un aparato burocrático, ni la dominación de una fracción de sociedad sobre las otras, delibere en comunidad sobre el ethos. Una comunidad religada en la que toda individualidad sea «Reconocida» como igual, tanto en la deliberación como en sus necesidades y exigencias. En realidad, Hegel, propone como instrumento para esa actividad a la iglesia Luterana, la Reforma. Pues interpreta que el cristianismo permite eso y que la iglesia surgida de la Reforma se ha librado del sometimiento al clero, y en ella cada miembro de la misma es un sacerdote, en igualdad con los demás. Precisamente la diferencia que establece Hegel entre la vieja iglesia Católica y la Luterana consiste en esto: la Católica está estructurada de forma autoritaria por un clero que, basándose en el monopolio de la lectura e interpretación de los textos sagrados, impone mediante la coacción y la violencia un ethos o forma de vida histórico, «Tesis» a aplicar al vivir -como «Positividad»- para ahormarlo conforme a la misma. Hegel no rechaza que este modelo hubiese tenido sentido histórico durante la Edad Media, pero lo considera caducado por la historia. Frente al mismo, Hegel piensa que la iglesia Luterana, la Reforma, es una comunidad constituida en igualdad por todos los fieles, que se reconocen y reconcilian todos unos con otros. Por ello, está en condiciones, como religación entre iguales, de poder reconocer las exigencias de transformación, de cambio del ethos, necesidades, sufrimientos, que emergen como resultado de su constitución en el ethos existente, el cual, sin embargo, no logra atenderlas, y respecto del cual, son una negación del mismo -«Negatividad»-. Una negación de lo existente, cuya alternativa histórica es indefinida a priori, y solo surge de la nueva actividad intersubjetiva que se cree. Una actividad nueva que a su vez, genera un ethos nuevo y una antropología, unas necesidades, nuevas. Historicidad.

Tenemos aquí, resumida, la diferencia radical entre el «comunitarismo» -uso este término porque las palabras se han hecho para que nos entendamos y no para ser convertidas en tabúes- radicalmente histórico que propugna Hegel y el comunitarismo tomista, jerárquico, autoritario y antihistórico, que trata de imponer -o, en la actualidad, de prescribir, al menos- un modo de vida, un ethos preexistente, y que ya no se corresponde con las necesidades de la subjetividad histórica emergente, por lo cual debe emplearse coactivamente, mediante condenas, y mediante uso de violencia, y que Hegel sabe criticar adecuadamente.

Por supuesto, es por entero discutible que la iglesia Protestante asumiera la radical historicidad de ethos que propugna Hegel. Hegel tiene una interpretación de lo que es el cristianismo muy historicista: por ejemplo, y con independencia de lo que se prescriben los evangelios, Hegel critica el cristianismo que da pan y limosna al pobre, rechaza que la pobreza sea una virtud, etc.: esto es, historiza y considera caducados imperativos evangélicos, etc. Pero esto, todo esto, es harina de otro costal. Sobre estas cosas, puede leerse, de Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia, y el capítulo sobre religión de Fenomenología del Espíritu. Seguramente también, sus Lecciones sobre la Religión, que son tres tomos, pero yo tengo pendiente de leer esa obra.

Pero ya has leído mucho Hegel. Mucho.

En sus escritos de juventud -editados en Fondo de Cultura, editados por José Mª Ripalda- Hegel sostiene una opinión mucho más dura y crítica contra el cristianismo en general, acusándolo a todo él de «positividad». Son opiniones que no coinciden con las expuestas en su madurez. Sin embargo, y como nos recuerda un estudioso de Hegel, Jacques D´Hont, a pesar de lo peligrosos que resultaban esos textos, Hegel siempre los preservó y llevó consigo, lo que muestra el valor que les confirió siempre.

Lo importante, ahora, para lo que discutimos, es que Hegel se enfrenta al Liberalismo y al utilitarismo individualista de la Ilustración, se enfrenta a toda interpretación «inglesa/escocesa» de lo que sea la Sociedad Civil -individualidades atomizadas, innatamente individualistas, competitivas y egoístas, dirigidas por la mano invisible del mercado, considerada institución natural eterna-. Y frente a la concepción automática, Moderna, de la sociedad civil como «mercado» propone una concepción de Sociedad Civil, no naturalizada, que es el núcleo central del Estado, y que consiste en una cultura material de vida, una Sittlickiet -sitte, costumbres- que es histórica, fruto de la praxis intersubjetiva y creación en comunidad de la sociedad activa existente -wirlichkeit, la realidad efectiva-. Por ello, considera que se debe luchar por articular una instancia mediadora que posibilite a la comunidad intersubjetiva que produce la sociedad y el saber hacer que pone en obra al producirla, el deliberar. Y que esa comunidad religada reconozca y atienda las exigencias de una subjetividad histórica, la moderna, que ha desarrollado una potente consciencia de sí misma, a comenzar por la participación en igualdad a la hora de deliberar el ethos. Comunidad intersubjetiva religada, ethos e individualidad construida por el ethos pero autoconsciente de su posibilidad de desdoblarse del mismo, e incluso doliente por las contradicciones que le genera el ethos de cuya reproducción ella participa, las tres, históricas, en proceso imparable de auto transformación, son los elementos, que nos han constituido siempre, y de los que ahora, tras la experiencia de la Revolución Francesa, somos conscientes. El mundo es cambiable porque es obra nuestra, no instancia natural innata.

Si repasamos las posiciones de la izquierda, la del siglo XX, sin ir más lejos. Podemos retomar lo que ya he señalado, su asunción del ethos de la Modernidad capitalista como la forma de vida neutra, cuyo desarrollo objetivo y subjetivo ponía, naturalmente, las bases para el nuevo mundo. Por tanto, no era necesario plantearse la creación de un instrumento mediador que permitiera a los explotados deliberar y luchar para reconstruir su vivir, para reordenar capilarmente su ethos, para democratizar la vida cotidiana. Bastaba con socializar y distribuir. Estamos ante la naturalización de un mundo, tal como lo propugna el Liberalismo, la práctica política no incide, no trata de crear un nuevo ethos, sino que acompaña el proceso objetivo, el mundo ético existente. Ya sea solo desde las instituciones políticas, o ya incluya en su proyecto, también, la sustitución de las relaciones de control y gerencia de la actividad productiva por el personal político aportado por el partido -estatización de la producción-. El modelo de partido definido posee unas características y limitaciones que muestran que no está pensado para tarea de mediar de modo que millones de personas puedan protagonizar en común, capilarmente, su vida cotidiana, y desarrollar una nueva eticidad. Es más cualquier alternativa de cultura que se enfrente al mundo de la Modernización, el industrialismo y el mito de la antropología ya inherentemente revolucionaria de la subjetividad asalariada, es condenada como el mal: es anti Moderna y por tanto, es reaccionaria.

Por supuesto, los autores hegelo-marxistas, que recogen el legado de Hegel, han trabajado intelectualmente de otra manera. Lo hace el Lukács que propone la creación de un movimiento de masas antimanipulatorio que luche por crear ya, capilarmente, otra vida cotidiana. Otro ethos.

El de las Conversaciones por ejemplo.

Por ejemplo.

Dejémoslo aquí. La semana que viene damos fin a estas conversaciones.

De acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.