Mascaradas de la «belleza» burguesa. Por si fuese poca la avalancha represora que la ideología de la clase dominante descargó, históricamente, contra las mujeres, llegó el capitalismo con su creatividad y rápidamente las convirtió en masa explotada con carácter decorativo y estigma de «cabeza hueca». La burguesía tardó siglos en confiar el voto político a […]
Mascaradas de la «belleza» burguesa. Por si fuese poca la avalancha represora que la ideología de la clase dominante descargó, históricamente, contra las mujeres, llegó el capitalismo con su creatividad y rápidamente las convirtió en masa explotada con carácter decorativo y estigma de «cabeza hueca». La burguesía tardó siglos en confiar el voto político a las mujeres, por ejemplo. «En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre existe para sí mismo… Del carácter de esta relación se desprende en qué medida el hombre ha llegado a ser y se concibe como ser genérico, como ser humano: la relación entre hombre y mujer es la más natural de las relaciones entre uno y otro ser humano«. Marx
Convertidas en seres superfluos, serviles y dóciles las mujeres del ideal burgués debieron asumir, además, un mandato mercantil útil para reforzar el consumismo. Se las habilitó culturalmente para hacer las compras de las cosas menores. Jamás lo «caro», jamás los «electrodomésticos» de «alta gama», jamás las cosas que el hombre compra. Los publicistas saben bastante de esas trastadas ideológicas. Esa «capacidad» de compra establece el grado de éxito que las mujeres deben conquistar en el torneo burgués del éxito social, la aceptación y la admiración de otras mujeres. Especialmente. Para la burguesía la mujer (que se vuelve, también, propiedad privada) depende -su ontología– de la cantidad de dinero que el marido le da para gastar en las cosas «del día a día» y en la ropa que se pone para decorar bien a su personaje. Les llaman «señoras».
Pero hay un reducto ideológico (de falsa conciencia) en el que se producen y reproducen las patologías más humillantes del capitalismo. Es un reducto histriónico en el que las mujeres se ven obligadas a ser «tontas» rentables. Eso se ve en la «tele», en los «diarios»… en todos los medios y en todos los horarios. Es el reino del individualismo y de la egolatría de mercado que busca en las mujeres «lindas» a su presa predilecta porque, según reza la moral mercenaria de la publicidad, «lo lindo vende». A eso se debe la profusión histérica de estereotipos que la burguesía impone a las mujeres para derrotarlas en una prisión ideológica invisible alambrada con anti-valores de mercado y conductas convenencieras para poner a salvo las instituciones de la familia, las iglesia y el estado burgués. El fetichismo de la belleza femenina y su valor de mercado. Vestidas o desnudas.
Se trata de un reducto ideológico en el que se amasan convicciones y conductas que, por colmo, cuentan con la complicidad de algunas mujeres y muchos hombres. Las más colonizadas tienen tendencia a hacerse famosas en la farándula mediática burguesa. Con o sin éxito, en las artes de exhibicionismo de las «lindas» los principios de mercado predominan, más allá de lo imaginable, en el centro mismo de la vida diaria. Incluso en el cuarto de baño donde recalan cientos de los productos «indispensables» para dar mantenimiento al modelo de «belleza» ordenado por los «medios». Pero se trata de una «tontería» impostada que envuelve una gran astucia mercenaria y una moral de vendedor que, para venderse a sí mismo, cuenta con muchos clichés y muy poco tiempo. La «lindura» de mercado dura poco por que la velocidad del consumismo es una maquina productora de desechos humanos a destajo.
Las «lindas» «tontas» son ese cliché que ha tenido éxitos mercantiles resonantes. Dicen algunos que es una forma del «sex appeal» que condimenta magníficamente la imposición de los valores burgueses y todas esas aplicaciones, decadentes y humillantes, que uno mira por las calles en la apariencia más cruel que la realidad impone. Hay personas que transitan su vida entera sin percatarse del rol impuesto por una sistema económico enfermo, también, de «mercancías humanas». Desde su mascarada, aquellas mujeres que juegan (con su voluntad o sin ella) el papel de «tontas» «lindas» van midiendo con una vara burguesa la cantidad y la calidad de sus victorias seductoras más rentables. Suele haber detrás de la apariencia de «tontas», inteligencias mercenarias muy brillantes agazapadas entre los pliegues efímeros de su «lindura». Garantizadas las reglas del negocio, algunas se contentan con la «fama», otras aspiran a ser «divas» bajo el supuesto de que se puede ser «bella», «tonta» y además «madura». «Vieja», es un término que la burguesía usa casi exclusivamente para las mujeres proletarias.
Por todo eso es que las luchas de género (que son realmente de clase) en el mundo revisten, con grados diversos, un carácter revolucionario fundamental. Especialmente esas luchas, no exclusivas de mujeres, en las que se demuele sistemática y profundamente la ideología de la clase dominante y todas sus trampas opresoras. Por más sutiles o seductoras que se presenten. A pesar de eso no contamos aun con una corriente crítica internacionalista capaz de generar repudios contundentes contra el modelo de humillación con que la burguesía somete a no pocos millones de mujeres. En todo el mundo y en pleno siglo XXI. Es necesario ser concientes, sensibles, solidarios y proactivos en las luchas emancipadoras que no son sólo de «género» porque son fundamentalmente de clase. Es necesario el desarrollo de una praxis revolucionaria que deplore y combata todo modelo de opresión por más «lindo» que parezca y siempre abrazando -con fuerzas amorosas y fuerzas científicas- a toda víctima. Aunque lo «lindo» y lo «tonto» haga creer a esas víctmas intocables, reverenciables o superiores.
Una larga lista de luchas, luchadoras y luchadores sociales enriquece la perspectiva revolucionaria que nos acerca a un mundo liberado, por fin, del capitalismo y de toda la parafernalia grotesca que nos ha impuesto, también, con sus mercancías humanas y sus mercancías ideológicas. En esa larga lista de frentes para la lucha se desarrolla, de manera desigual y combinada, un repertorio de crítica que se impulsa científicamente porque aprendió a no ser víctima de los chantajes morales, éticos o estéticos que la ideología burguesa despliega, fundamentalmente, para inmovilizarnos y dominarnos. Un buen día los pueblos dejarán de ser vulnerables a la guerra psicológica que usa «lo lindo» y lo «tonto»(entre miles de subterfugios) como estrategias de ablandamiento, como trampas para generar solidaridades que, tarde o temprano, operarán en contra de las víctimas. Nada más anti-cristiano, por cierto. Un día aprenderemos a dejar de ser usados por la lógica del mercado aunque se presente en «paños menores», con gestos sugerentes o con «hermosa» «tontería» impostada, de esa que tanta chatarra ha ayudado a vender en un mundo ahogado con mercancías que buscan millones de compradores compulsivos.
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