Lo que está sucediendo en estos días en las calles egipcias es de trascendental importancia para el mundo. Los pueblos árabes que a simple vista parecían adormecidos, salvo la siempre tenaz y heroica resistencia del pueblo palestino, se han encendido. La prensa y los ojos occidentales acostumbrados cómodamente a ver sociedades sojuzgadas, se sorprende al […]
Lo que está sucediendo en estos días en las calles egipcias es de trascendental importancia para el mundo. Los pueblos árabes que a simple vista parecían adormecidos, salvo la siempre tenaz y heroica resistencia del pueblo palestino, se han encendido. La prensa y los ojos occidentales acostumbrados cómodamente a ver sociedades sojuzgadas, se sorprende al registrar las movilizaciones que enfrentan a uno de los más fuertes regímenes en un Estado clave para los destinos de la región.
El martes 25 de enero fue el día en que el pueblo egipcio tomó las calles de las más importantes ciudades. La fecha fue elegida porque recuerda cuando en 1952 la policía se unió a la resistencia contra la ocupación británica. La convocatoria fue anunciada a través de redes sociales y los puntos de encuentro eran fijados y cambiados por mensajes de texto para eludir a la temible policía egipcia. La incógnita en un primer momento era cuantos podrían ser los autoconvocados que siguieran el influjo tunecino. Fueron miles y luego decenas de miles los que coreaban «Abajo Mubarak», «Libertad» «Estamos hartos, ya basta» y «Túnez, Túnez». Tiraron piedras, botellas y confrontaron los cordones de seguridad y los carros hidrantes, e inclusive lograron hacerlos retroceder. Fue la mayor protesta no autorizada en los 30 años de un régimen autoritario y policíaco.
Siguiendo el ejemplo de Túnez, 90.000 egipcios firmaron en Facebook ayudando a organizar las protestas. La utilización de Internet para difundir y dar a conocer directa e independientemente lo que sucede en el terreno busca inspirar a la participación. La difusión de las actuales imágenes, así como las que se vieron de los sucesos tunecinos por medio de la cadena qatari al Jazeera, provocó el terror del régimen y el intento de cortar y bloquear las redes móviles y de Internet con la colaboración de empresas occidentales.
Los medios utilizados para difundir la rebelión tienen sin duda como protagonistas a los jóvenes. Egipto, al igual que otros países árabes, posee una media de edad de 24 años, con una gran cantidad de jóvenes a quienes la economía del país no les ofrece ninguna oportunidad. Muchos de los participantes de las protesta son universitarios y de sectores medios, fue en las universidades de donde surgió uno de los grupos promotores de las actuales movilizaciones: el «Movimiento 6 de Abril», creado durante la Intifada al-Aqsa (2000) y bajo el impacto de las imágenes de la recién creada red al Jazeera.
Estamos leyendo en las noticias que Egipto fue alcanzado por la onda expansiva del estallido tunecino y ello no falta a la verdad, pero la rebelión de un pueblo no se da mecánicamente. Las movilizaciones que presenciamos surgen de un estado de ánimo de la población que se vino acumulando, Túnez fue la levadura. Las condiciones objetivas han estado acentuándose, el desempleo y los precios de los alimentos son crecientes, el fermento de la lucha egipcia se vino acrecentando durante los últimos años, en una combinación entre huelgas y conflictos internos junto con los efectos de la situación en Palestina e Irak. De una población de 80 millones, el 41 por ciento de los egipcios vive por debajo del umbral de la pobreza, según las Naciones Unidas. A la pobreza se suman la corrupción y la represión de las autoridades contra cualquier forma de oposición.
Desde 1981 Hosni Mubarak se mantiene en el poder, luego de que su mentor Al Sadat fuera asesinado producto del descontento de la alianza que estableciera con Israel y los EE.UU. Después de Israel, Egipto es el segundo receptor de la asistencia exterior estadounidense (entre ambos países se reaparten el 92%), recibiendo 2,1 billones de dólares anuales en ayuda a la seguridad, 1,3 billones en ayuda militar (el 50 % del total del presupuesto egipcio de defensa) y 815 millones en ayuda económica. Estas cifras muestran lo clave que es el régimen para la administración estadounidense. Pero también lo es para Israel, con quién atenaza al pueblo de la Franja de Gaza en lo que es un verdadero campo de concentración. La lucha contra el «extremismo islámico» le ha servido a Mubarak para congraciarse con EE.UU. pero también para atemorizar a su propia sociedad con las detenciones y cárceles clandestinas, ante cualquier tipo de disenso, hasta ahora.
El desafío político planteado y el significado de los acontecimientos en Egipto es superior respecto a Túnez. No sólo estamos hablando de uno de los Estados más importantes de la región, sino que la solidez interna y el apoyo externo al régimen es la mayor cuestión. Los egipcios hasta ahora no cuentan con el apoyo que demostró el ejército tunecino a su pueblo, por el contrario es un estado militarizado y el presidente tunecino Ben Alí sólo contaba con el respaldo de la policía. Como lo demostrara la revolución iraní, en realidad todas las revoluciones, es trascendental para el crecimiento de la rebelión una ruptura al interior del régimen, un quiebre que sin duda dependerá de cómo las fuerzas desde abajo impacten en las cadenas de mando y hagan insostenible la situación; algunos de estos elementos se empiezan a observar en la confraternización de los manifestantes con policías y militares. Los egipcios tampoco tienen fácil el apoyo de los países occidentales, temerosos de la influencia de los Hermanos Musulmanes (organización inspiradora del Islam político y origen de Hamas), pero como se ha visto no sólo esta organización ha cobrado un curso pragmático y vive momentos de vacilación y fragmentación, sino que fundamentalmente las actuales movilizaciones no cuentan con un carácter religioso. Son populares y policlasistas, hombres y mujeres de distintas confesiones, edades y estratos sociales, abarcando al conjunto de la sociedad y las clases subalternas.
Si hay algún elemento que demuestra la perturbación de las clases dominantes es la huida de los empresarios del país y el constante derrumbe de la bolsa egipcia, caída que se difunde a las principales plazas bursátiles del mundo. Otro elemento para nada desdeñable es el contraste entre el actual silencio sepulcral que reina en el gobierno israelí, más si lo comparamos con los elogios y apoyos que dio a las movilizaciones contra Ahmadineyad.
Por la magnitud creciente de las movilizaciones y el nivel de los enfrentamientos es fácil la tentación de inclinar la balanza hacia la posibilidad revolucionaria, pero los contrincantes del pueblo egipcio tratan de apostar al camino de la reforma. Aprovechando que hasta ahora las movilizaciones no tienen un cariz antiestadounidense, una característica disruptiva para la tradición política, los discursos de Obama y Hillary Clinton parecen dispuestos a situarse prudentemente de su lado. La administración Obama giró prontamente de una posición neutral, en realidad llamando a la calma y la comprensión, a una condena de la represión de Mubarak; aumentando la presión sobre él para que tome las medidas. Aunque aún no le suelta la mano a quien hasta ahora era un aliado incondicional, esto no quiere decir que no se esté pensando en Washington en alentar una figura de recambio para el decadente Mubarak que sólo podía ofrecer a su hijo como su sucesor. ¿La figura El-Baradei cumplirá con la misión de que cambie algo para que no cambie nada?
Sin duda el destino del país de las pirámides esta hoy en el pueblo egipcio que no quiere más faraones. Las movilizaciones luego del rezo en las mezquitas, en lo que ya se ha denominado como el «viernes de ira y libertad» le han respondido a un patético discurso presidencial que sólo ofreció un cambio de gabinete y aseguró más represión. El toque de queda y la presencia de los militares ordenada por Mubarak fue ampliamente desoído y superado. En las ciudades sitiadas por blindados se vive la adrenalina de ser protagonistas de un momento histórico. Las pérdidas de vidas ya ascienden a la tercera decena, los heridos y detenidos se cuentan por miles, sin embargo se arrancan con furia las gigantografías del presidente y en la avenida Ramsés el clamor de la gente corea «¡Uno, dos, tres, Mubarak ya se va!», con el puño levantado.
Si la rebelión en Egipto se transforma en revolución no va a parar y peligran todos los regimenes autoritarios árabes, los intereses del imperialismo en la región y el proyecto sionista. Como dijo el histórico dirigente palestino Georges Habash: «El camino a la liberación de Jerusalén pasa por las capitales árabes».
Gabriel Fernando López es profesor de Historia en la Cátedra de Edward Said de estudios cananeos y Cátedra de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras- Universidad de Buenos Aires
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