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Tratan de asesinar a Cuba

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Las relaciones entre EE.UU. y Cuba han ido de mal a peor. Bajo la administración de George W. Bush, el boicot de EE.UU. ha sido impuesto de modo más estricto. La agitación contra el gobierno en Cuba ha sido financiada y dirigida por la sección de intereses de EE.UU. en La Habana. Las restricciones del Departamento de Estado sobre los viajes a la isla se han hecho más duras que nunca antes. Y lo que es el peor presagio de todo, a principio de 2003, especialistas de EE.UU. comenzaron a hablar abiertamente de invadir Cuba – una discusión que fue provisionalmente interrumpida sólo después de que la invasión de Irak resultó ser tan costosa.

Durante más de dos décadas, los responsables de la política en Washington han tratado a Cuba con un antagonismo sin tregua. ¿Por qué? Los gobernantes de EE.UU. y sus fieles acólitos en los medios dominantes han propagado toda suerte de deformaciones para engañar al mundo respecto a su política de agresión contra Cuba ¿Por qué?

En defensa del capitalismo global

En junio de 1959, unos cinco meses después del triunfo de la Revolución Cubana, el gobierno de La Habana promulgó una ley de reforma agraria que significaba la apropiación por el estado de grandes propiedades de tierras privadas. Con la aplicación de esta ley, las corporaciones azucareras de EE.UU. terminaron por perder unas 675.000 hectáreas de tierra de primera calidad y muchos millones de dólares en futuras exportaciones de cultivos comerciales. El año siguiente, el presidente Dwight Eisenhower, citando la «hostilidad» de La Habana hacia Estados Unidos, redujo la cuota de azúcar de Cuba en cerca de un 95%, imponiendo en realidad un boicot total sobre el azúcar producido por los entes públicos cubanos. Tres meses más tarde, en octubre de 1959, el gobierno cubano nacionalizó todos los bancos y las grandes empresas comerciales e industriales, incluyendo la gran cantidad que pertenecía a firmas de EE.UU.

El alejamiento de Cuba de un sistema de libre mercado dominado por firmas de EE.UU. y su acercamiento a una economía socialista no basada en los beneficios la llevó a ser el objeto de una serie ininterrumpida de ataques perpetrados por el estado nacional de seguridad EE.UU. Estos ataques incluyeron sabotaje, espionaje, terrorismo, secuestros, sanciones comerciales, el embargo y una invasión directa, todos patrocinados por EE.UU. El propósito tras esta agresión fue tratar de debilitar la Revolución y devolver a Cuba a los tiernos favores del capitalismo global.

La actitud de EE.UU. hacia Cuba ha sido consecuente con su política, que viene de largo, de tratar de subvertir a todo país que siga un camino alternativo en el uso de su tierra, su mano de obra, su capital, sus mercados, y sus recursos naturales. Cualquier nación o movimiento político que impulse el auto-desarrollo, los servicios humanos igualitarios y la propiedad pública son condenados como enemigos de EE.UU. y son el objeto de sanciones u otras formas de ataque. Al contrario, los países considerados «amistosos hacia EE.UU.» y «pro-occidentales» son los que se ponen a la disposición de los grandes inversionistas de EE.UU. bajo condiciones que son totalmente favorables a los adinerados intereses corporativos. Desde luego, no es lo que los gobernantes de EE.UU. le dicen al pueblo del Norte de América. Ya en julio de 1960, la Casa Blanca, acusó a Cuba de ser «hostil» a Estados Unidos (a pesar de las repetidas iniciativas del gobierno cubano para lograr relaciones amistosas normales). El gobierno de Castro, según Eisenhower, estaba «dominado por el comunismo internacional». EE.UU. repitió a menudo la acusación de que el gobierno de la isla era una cruel dictadura y que Estados Unidos no tenía otra alternativa que tratar de «restaurar» la libertad en Cuba.

Los gobernantes de EE.UU. nunca explicaron por qué estaban tan repentinamente preocupados por las libertades del pueblo cubano. En las dos décadas anteriores a la Revolución, sucesivas administraciones en Washington no manifestaron ninguna oposición a la autocracia brutalmente represiva encabezada por el general Fulgencio Batista. Al contrario, le enviaron ayuda militar, hicieron vigorosos negocios con él, y lo trataron bien en toda forma posible. La diferencia significativa pero tácita entre Castro y Batista fue que Batista, un gobernante de la burguesía compradora, dejó a Cuba abierta a la penetración del capital de EE.UU. Al contrario, Castro, y su movimiento revolucionario, eliminaron el control corporativo privado de la economía, nacionalizaron propiedades de EE.UU., y renovaron la estructura de clases hacia un modo más colectivizado e igualitario. Es lo que convirtió a Fidel Castro en alguien tan insufrible en Washington – y lo sigue siendo.

Sobra decir que el método de maltrato de EE.UU. ha sido aplicado a otros países que Cuba. Numerosos regímenes potencialmente disidentes que han solicitado relaciones amistosas han sido recibidos con insultos y agresión de Washington: Vietnam, Chile (bajo Allende), Mozambique, Angola, Camboya, Nicaragua (bajo los sandinistas), Panamá (bajo Torrijos), Granada (bajo el New Jewel Movement), Yugoslavia (bajo Milosevic), Haití (bajo Aristide) Venezuela (bajo Chávez), y muchos más. El modus operandi de EE.UU. es:

  • Acumular críticas contra el gobierno en cuestión por encarcelar a los carniceros, asesinos, terroristas y torturadores del antiguo régimen reaccionario respaldado por EE.UU.;
  • Denunciar al gobierno revolucionario o reformista como «totalitario» por no instituir de inmediato una política electoral de estilo occidental;
  • Lanzar ataques ad hominem contra el líder, describiéndolo como fanático, brutal, represivo, genocida, ávido de poder, o incluso mentalmente desequilibrado.
  • Denunciar al país como una amenaza para la paz y la estabilidad regionales.
  • Acosar, desestabilizar, e imponer sanciones económicas para paralizar su economía;
  • Atacarlo utilizando testaferros entrenados, equipados y financiados por EE.UU. y dirigidos por miembros del antiguo régimen, o incluso con fuerzas armadas regulares de EE.UU.

Manipulación de la opinión pública

La manera como la prensa capitalista de propiedad corporativa ha servido en la cruzada contra Cuba nos dice mucho sobre por qué el público de EE.UU. está tan desinformado sobre los temas relacionados con ese país. Siguiendo la línea oficial de la Casa Blanca, los medios noticiosos corporativos negaron regularmente que Estados Unidos tuviese propósitos agresivos contra Cuba o cualquier otro gobierno. La posición adoptada contra Cuba, se dijo, fue simplemente una de defensa contra la expansión comunista. Cuba fue repetidamente condenada como instrumento de la agresión y del expansionismo soviético. Pero ahora, cuando la Unión Soviética ya no existe, Cuba sigue siendo tratada como un enemigo mortal. Los actos de agresión de EE.UU. – incluyendo la invasión armada propiamente tal – continúan siendo mágicamente transformados en actos de defensa. Hemos visto estos malabarismos una y otra vez, por última vez en la agresión contra Irak.

Veamos el caso de la Bahía de Cochinos [Playa Girón]. En abril de 1961, 1.600 exiliados cubanos de derecha, entrenados y financiados por la CIA, con la ayuda de cientos de «consejeros» de EE.UU., invadieron Cuba. Según uno de sus líderes, Manuel de Varona (citado por el New York Daily News, del 8 de enero de 1961), su intención era derrocar a Castro y establecer un «gobierno provisional» que «restaure todas las propiedades a sus propietarios legales». Informes sobre la inminente invasión circularon ampliamente por toda Centroamérica. En Estados Unidos, sin embargo, donde dicen que existe la prensa más libre del mundo, pocos sabían algo del tema. La creciente evidencia de una inminente invasión fue suprimida por Associated Press y United Press International y por todos los principales periódicos y semanarios – en un impresionante acto unánime de auto-censura. La acusación de Fidel Castro de que los gobernantes de EE.UU. planeaban la invasión de Cuba fue descartada por el New York Times como «estridente… propaganda anti-americana», y por Time magazine como el «continuo melodrama de mal gusto de invasión» de Castro. Cuando Washington rompió las relaciones diplomáticas con Cuba en enero de 1961, el New York Times explicó: «Lo que agotó la paciencia de EE.UU. fue una nueva ofensiva de propaganda de La Habana que acusaba a EE.UU. de estar complotando una ‘inminente invasión’ de Cuba». ¡Cuán ridículo era que La Habana pudiera albergar semejantes sospechas! Pero, en realidad, la invasión de la Bahía de Cochinos resultó ser algo más que un producto de la imaginación de Fidel Castro. La predominancia de la ortodoxia anticomunista en la vida pública de EE.UU. es tal que, después de la Bahía de Cochinos, hubo una ausencia total de discusión crítica entre los personajes políticos de EE.UU. y los comentaristas de los medios sobre la impropiedad de la invasión. En su lugar, los comentarios se concentraron exclusivamente en los temas tácticos. Hubo repetidas referencias a la desilusión del «fiasco» y al «desastroso intento» y a la necesidad de liberar Cuba del «yugo comunista». Jamás se reconoció que la invasión fracasó no por «insuficiente cobertura aérea» como pretendieron algunos invasores, sino porque el pueblo cubano, en lugar de alzarse para apoyar a la fuerza expedicionaria contrarrevolucionaria, como esperaban los dirigentes de EE.UU., cerró filas tras su Revolución.

Entre los invasores cubanos del exilio capturados cerca de la Bahía de Cochinos (según el gobierno cubano) había hombres cuyas familias habían poseído en conjunto en Cuba 371.500 hectáreas de tierra, 9.666 casas, 70 fábricas, 5 minas, 2 bancos, y 10 centrales azucareras. Eran los vástagos de la clase propietaria privilegiada de la Cuba prerrevolucionaria, que volvían para recuperar sus considerables propiedades. Pero en los medios de EE.UU. fueron presentados como nada más que los consagrados campeones de la libertad – que habían vivido tan confortablemente y sin quejarse durante la dictadura de Batista.

¿Por qué iba el pueblo cubano a apoyar la «dictadura de Castro»? No lo explicaron jamás en Estados Unidos. Ni una palabra apareció en la prensa de EE.UU. sobre los progresos vividos por los cubanos comunes bajo la Revolución, los millones que tuvieron por vez primera acceso a la educación, a la alfabetización, a los cuidados sanitarios, a viviendas decentes, a trabajos con remuneración adecuada y a buenas condiciones de trabajo, y a una serie de otros servicios públicos – todos los cuales están lejos de ser perfectos pero que, a pesar de todo, ofrecen una vida mejor que la miseria del libre mercado sufrida bajo el antiguo régimen de EE.UU. y Batista.

Evitan mejores relaciones

A causa del embargo de EE.UU., Cuba tiene los mayores costos de importación-exportación de cualquier país del mundo, ya que tiene que comprar sus autobuses escolares y sus suministros médicos de países como Japón y otros sitios lejanos en lugar de hacerlo del cercano Estados Unidos. Mejores relaciones con EE.UU. ofrecerían a los cubanos más comercio, tecnología y turismo, y la posibilidad de reducir sus gastos de defensa. Pero las iniciativas de La Habana en las que trató de lograr relaciones más amistosas han sido repetidamente rechazadas por sucesivas administraciones en Washington. Si el gobierno de EE.UU. justifica su propia hostilidad sobre la base de que Cuba es hostil hacia Estados Unidos, ¿qué pasa con esa justificación cuando el gobierno cubano trata de ser amigable? La respuesta consiste en subrayar lo negativo. Incluso cuando informan sobre las cordiales iniciativas de acercamiento hechas por Cuba, los especialistas de los medios de EE.UU. y los responsables de la política en Washington perpetúan el estereotipo de un siniestro «régimen marxista» como un agresor manipulador. El 1 de agosto de 1984, el New York Times publicó un «análisis de noticias» intitulado «¿QUÉ SE ESCONDE TRAS DEL TONO MÁS SUAVE DE CASTRO?» El título mismo sugería que Castro tenía otras intenciones. La frase inicial decía: «Una vez más Fidel Castro habla como si quisiera mejorar las relaciones con Estados Unidos» («como si», no de verdad). Según el Times, Castro estaba interesado en «aprovechar» el comercio, la tecnología y el turismo de EE.UU., y preferiría «no gastar tanto tiempo y energía en la defensa nacional». Parecería una base promisoria para la mejora de relaciones. Fidel Castro estaba diciendo que el propio interés de Cuba era tener vínculos diplomáticos y económicos más amistosos con Washington, y no, como afirmaba Estados Unidos, el armamentismo y las confrontaciones agresivas. A pesar de todo, el análisis del Times no dio ninguna importancia al deseo declarado de Castro de reducir las tensiones y, en lugar de hacerlo, presentó el resto de la historia desde la perspectiva del gobierno de EE.UU. Señaló que la mayoría de los funcionarios en Washington «parecen escépticos»… La administración sigue creyendo que la mejor manera de tratar al líder cubano es con una firmeza inflexible… Los funcionarios de la administración ven pocas ventajas en flaquear». El artículo no explicó lo que justificaba esta posición «escéptica», ni por qué una reacción totalmente negativa a Castro debería ser descrita como «firmeza inflexible» en lugar de, digamos, «rigidez inflexible». Tampoco dijo por qué la disposición a responder seriamente a esta apertura debiera ser calificada de «flaqueo». La impresión que produjo fue que Castro, ávido de poder, estaba tratando de conseguir algo de nosotros, pero que a nuestros líderes no se les engañaba tan fácilmente. No hubo explicación de lo que Estados Unidos podía perder si iniciara relaciones más amistosas con Cuba. En breve, la posición de EE.UU. es inmune ante la evidencia. Si los cubanos condenan la agresión de EE.UU., prueban su hostilidad y sus intenciones diabólicas. Si actúan de modo amigable y piden arreglos negociados, y muestran su disposición a hacer concesiones, se supone que tienen alguna intención oculta y que recurren a estratagemas engañosamente manipuladores. La posición de EE.UU. no es falseable: Tanto A como no-A se convierten en pruebas de lo mismo.

La «Democracia» y sus dobles rastreros.

Los responsables de la política de EE.UU. han condenado durante mucho tiempo a Cuba por su prensa controlada. Los cubanos, se nos dice, están sometidos a un adoctrinamiento totalitario y no gozan del diverso y abierto discurso que, según dicen, se halla en los medios «libres e independientes» de EE.UU. En realidad, el cubano promedio tiene más acceso a las fuentes noticiosas occidentales que el estadounidense común tiene a las fuentes cubanas. Lo mismo valía en la antigua Unión Soviética. En 1985, el líder soviético, Mikhail Gorbachev señaló que los programas de televisión, las películas, los libros, la música y las revistas de EE.UU. se encontraban en relativa abundancia en la URSS en comparación con el suministro casi inexistente de películas y publicaciones soviéticas en Estados Unidos. Ofreció que dejaría de interferir las emisiones de la Voz de América a su país si Washington permitía la transmisión en frecuencias normales de Radio Moscú a EE.UU.; una oferta que fue declinada por el gobierno de EE.UU.

De la misma manera, Cuba es bombardeada con emisiones de EE.UU., incluyendo a la Voz de América, estaciones regulares en idioma español desde Miami, y una estación de propaganda patrocinada por EE.UU. llamada «Radio Martí«. La Habana ha solicitado que a Cuba se le otorgue una frecuencia para uso cubano en Estados Unidos, lo que Washington se ha negado a hacer. Como reacción ante los que atacan la falta de disenso en los medios cubanos, Fidel Castro ha prometido abrir la prensa cubana a todos los opositores a la Revolución el día en que vea que los comunistas de EE.UU. gocen de acceso regular a los medios importantes del país. Sobra decir que los gobernantes de EE.UU. jamás han aceptado la oferta.

Cuba también ha sido condenada por no permitir que su gente huya de la isla. Que tantos quieran abandonar Cuba es tratado como prueba que el socialismo es un sistema implacablemente represivo, en lugar de que el embargo de EE.UU. ha hecho la vida difícil en Cuba. Que tantos millones más quieran abandonar países capitalistas como México, Nigeria, Polonia, El Salvador, Filipinas, Corea del Sur, Macedonia, y otros demasiado numerosos para mencionarlos, no es tratado jamás como un motivo para poner en duda el sistema de libre mercado que inflige semejante miseria al Tercer Mundo.

Gracias a un acuerdo entre La Habana y Washington, el gobierno cubano permitió que personas partieran a EE.UU. si poseían una visa para EE.UU. Washington había aceptado extender 20.000 visas al año, pero en realidad otorgó pocas y prefirió incitar a los viajes ilegales y cosechar su valor propagandístico. Los cubanos que huyeron ilegalmente sobre lanchas endebles y embarcaciones y aviones secuestrados fueron saludados como héroes que arriesgaban sus vidas para huir de la tiranía de Castro, y recibieron asilo en EE.UU. Cuando La Habana anunció que permitiría que todo el que lo quisiera se fuera, la administración Clinton volvió a una política de puertas cerradas, temiendo una ola de inmigración. Ahora, los políticos responsables en EE.UU. expresaron su preocupación de que el escape de demasiados refugiados descontentos ayudaría a Castro a mantenerse en el poder al aliviar las tensiones dentro de la sociedad cubana. En breve, Cuba fue condenada por no permitir que sus ciudadanos se fueran y luego por permitir que lo hicieran.

No hay vuelta al punto de partida

A falta de una perspectiva de clase, toda clase de expertos llega a conclusiones sobre Cuba que se basan en apariencias superficiales. Mientras asistía a una reunión del Consejo de Asuntos Mundiales en San Francisco, escuché a algunos participantes que se referían a que Cuba había «vuelto al punto de partida» de los días de antes de la Revolución. En la Cuba prerrevolucionaria, los mejores hoteles y tiendas estaban reservados para los extranjeros y para los relativamente pocos cubanos que tenían dólares yanquis. En la actualidad, es lo mismo, observaban, regodeándose, esos expertos.

Esa opinión pasa por alto algunas diferencias importantes. Corto de divisas duras, el gobierno revolucionario decidió aprovechar sus hermosas playas y clima asoleado para desarrollar la industria del turismo. En la actualidad, el turismo es una de las fuentes más importantes de ingresos de divisas duras de Cuba, si no la más importante de todas. Es verdad, los turistas reciben alojamientos que la mayoría de los cubanos no se pueden permitir. Pero en la Cuba prerrevolucionaria, los beneficios del turismo los percibían las grandes corporaciones, los generales, los jugadores y los mafiosos. En la actualidad, los beneficios se reparten entre los inversionistas extranjeros que construyeron y dirigen los hoteles y el gobierno cubano. La porción que va al gobierno ayuda a pagar por las clínicas, la educación, la maquinaria, la importación de combustible, y cosas parecidas. En otras palabras, la gente cosecha gran parte de los beneficios del turismo – tal como ocurre con los beneficios de las exportaciones cubanas de azúcar, café, tabaco, ron, mariscos, miel, níquel y mármol.

Si Cuba estuviera exactamente donde se encontraba antes de la Revolución, totalmente sumida en la servidumbre del estado-cliente, Washington hubiera levantado el embargo y abrazado a La Habana, como lo ha hecho hasta cierto punto con China y Vietnam – que impulsan ambos enérgicamente el crecimiento de un sector de economía privada de bajos salarios. Cuando el gobierno cubano ya no utilice el sector público para redistribuir una parte importante del valor de la plusvalía a la población en general, cuando permita que la riqueza de la plusvalía sea embolsada por unos pocos propietarios corporativos acaudalados, cuando devuelva las fábricas y las tierras a una opulenta clase propietaria – como lo han hecho los antiguos países comunistas de Europa Oriental – entonces habrá vuelto al punto de partida, volviendo a una servidumbre privatizada, de libre mercado, de estado-cliente. Y sólo entonces será calurosamente recibida por Washington – como ha ocurrido con las antiguas naciones ex comunistas de Europa Oriental.

En 1994, escribí una carta al representante Lee Hamilton, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, urgiendo una normalización de las relaciones con Cuba. Me respondió que la política de EE.UU. hacia Cuba debía ser «puesta al día» para ser más efectiva, y que «debemos poner a Cuba en contacto con las ideas y la práctica de la democracia… y los beneficios económicos de un sistema de libre mercado». El embargo, continuó Hamilton, fue impuesto para «impulsar el cambio democrático en Cuba y en represalias por una apropiación en gran escala de los activos estadounidenses por el régimen de Castro».

Sobra decir que Hamilton no explicó por qué su propio gobierno – que había apoyado durante generaciones a una dictadura prerrevolucionaria en Cuba – insistía tanto ahora en instalar una democracia al estilo EE.UU. en la isla. Lo revelador en su carta fue su reconocimiento de que la política de Washington estaba dedicada a promover la causa del «sistema de libre mercado» y en represalias por la «apropiación en gran escala de los activos estadounidenses». Precisamente con esas palabras, nos informaba que un compromiso fundamental de la política de EE.UU. era hacer que el mundo sea seguro para las inversiones y los beneficios de las corporaciones.

Los que no creen que los gobernantes de EE.UU. se dedican conscientemente a la propagación del capitalismo deberían tomar nota de que los responsables de la política presionan explícitamente por «reformas de libre mercado» en un país tras el otro (incluyendo Serbia e Irak en estos días). Ya no tenemos que imputarles esas intenciones. Casi todas sus acciones y – con frecuencia creciente – sus propias palabras testimonian de lo que han estado haciendo. Cuando se ven obligados a elegir entre la democracia sin capitalismo y el capitalismo sin democracia, los gobernantes de EE.UU. se deciden resueltamente por el último – aunque también prefieren el manto legitimador de una «democracia» limitada y bien controlada, cuando es posible.

Todo esto debería recordarnos que los mayores enemigos de la paz y la democracia no se encuentran en La Habana – están en Washington.

Los libros más recientes de Michael Parenti son»The Assassination of Julius Caesar» (2003) y «Superpatriotism» (2004). Su sitio en la red es: http://www.michaelparenti.org/