Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Foto de Portada: Edificios destruidos en una zona residencial civil de Saná, Yemen, tras los ataques aéreos de la coalición liderada por Arabia Saudí el 7 de marzo de 2018. (Foto: Mohammed Hamoud/Getty)
A finales de enero de 2017, pocas semanas después de que Donald Trump asumiera el cargo de comandante en jefe, las tropas estadounidenses llevaron a cabo una incursión en la aldea de al-Ghayil, en el suroeste de Yemen, marcando así el inicio de su presidencia con un derramamiento de sangre. La incursión, liderada por decenas de tropas de las fuerzas especiales estadounidenses respaldadas por helicópteros, tenía supuestamente la intención de atacar a los operativos de Al Qaida que se creía vivían en la aldea. Trump dijo que la redada había sido “todo un éxito”, cuando en realidad terminó siendo un desastre sangriento.
Las fuerzas estadounidenses cayeron sobre la aldea, arrasaron con artefactos explosivos las casas de adobe y saturaron de disparos los pequeños callejones de al-Ghayil. Cuando terminó el tiroteo, decenas de civiles yemeníes habían muerto junto a un miembro de las tropas estadounidenses. Hubo muchos niños entre los muertos. Entre ellos se encontraba una niña de 8 años, Nawar al-Awlaki, ciudadana yemení-estadounidense. Nawar era hija de Anwar al-Awlaki, un ciudadano con doble ciudadanía, estadounidense y yemení, que hacía años se había unido a una filial de Al Qaida en la Península Arábiga. La administración Obama le mató en un ataque con drones en septiembre de 2011. Otro hijo suyo, Abdulrahman, de 15 años, nacido en Denver, murió dos semanas después en otro ataque perpetrado asimismo con drones.
Informes posteriores procedentes de al-Ghayil enumeraban a Nawar al-Awlaki como solo una de los al menos diez niños menores de 13 años asesinados durante el ataque. Su muerte bajo Trump, quien supuestamente dio luz verde a la incursión durante una cena en la Casa Blanca días antes, marcó el último capítulo trágico en la saga de la colisión de la familia al-Awlaki con el gobierno de Estados Unidos. “Una bala la alcanzó en el cuello y estuvo padeciendo durante dos horas antes de morir”, dijo su abuelo, Nasser al-Awlaki, a los periodistas más tarde. “¿Por qué matar niños? ¡Esa es la nueva administración!” -la era Trump- “es muy triste, un crimen enorme”.
Un nuevo informe publicado el miércoles pasado por el grupo independiente de supervisión Airwars ofrece una imagen más nítida del impacto devastador de la administración Trump en el Yemen. Llamado “Transparencia erosionada: acciones antiterroristas de Estados Unidos en el Yemen bajo el presidente Donald Trump”, el informe presenta la imagen de una guerra librada brutalmente durante los últimos cuatro años al tiempo que se la iba alejando silenciosamente de la atención pública. Trump hizo campaña para el cargo en 2016 presentándose a sí mismo, al menos en algunas ocasiones, como contrapeso a un establishment de la política exterior estadounidense sediento de sangre y fuera de control. Pero, como muestra el informe de Airwars, la realidad de su tiempo en el cargo no encaja con ese panorama optimista.
De acuerdo con las estimaciones aportadas en el informe, al menos murieron 86 civiles en los ataques aéreos e incursiones llevados a cabo en el Yemen bajo la supervisión de Trump. La mayoría de estos asesinatos ocurrieron durante los años 2017 y 2018. En el contexto de las operaciones militares estadounidenses en el Yemen, estos dos años fueron de los más activos en términos de ataques, y los más mortíferos para los civiles. El esfuerzo de guerra total de Estados Unidos en el Yemen abarca diversos componentes: incursiones y ataques aéreos llevados a cabo por el ejército, una campaña encubierta separada utilizando drones junto a otras medidas llevadas a cabo por la CIA y, finalmente, el apoyo indirecto brindado por Estados Unidos a una coalición liderada por Arabia Saudí que libra una guerra aparte devastadora contra las fuerzas rebeldes hutíes del Yemen.
Trump heredó esas agresiones de su predecesor, el presidente Barack Obama, pero el 45° presidente se ha dedicado también a intensificarlas. No cabe duda de que Trump ha contribuido a convertir al Yemen en lo que Human Rights Watch ha descrito como la mayor crisis humanitaria del mundo. Después de más de cinco años de guerra, millones de personas se encuentran al borde de la inanición en el que ya era uno de los países más pobres del mundo. Trump ha disfrutado con la intensificación de esta crisis al bombardear y realizar incursiones periódicas en el país, además de armar a Estados extranjeros como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos para que le ayuden en sus propias campañas. En 2019 Trump ni siquiera se molestó en impulsar una salida del Yemen: emitió su segundo veto presidencial para bloquear una medida del Congreso que intentaba poner fin a la participación de Estados Unidos en la guerra.
Para colmo de males, como señala el informe de Airwars, Trump ha revertido incluso los intentos modestos del final de la administración Obama, tras años de presiones, para ofrecer transparencia sobre las operaciones militares de Estados Unidos. En 2019, Trump emitió una orden ejecutiva que revocaba una medida de la era Obama que obligaba a divulgar públicamente el número estimado de muertes de civiles a causa de las operaciones estadounidenses en lugares como el Yemen, considerados zonas de guerra activa. La medida se produjo dos años después de que Trump relajara las normas sobre los ataques aéreos y las incursiones con comandos, lo que ofreció a las fuerzas armadas estadounidenses capacidad para llevar a cabo operaciones con una supervisión muy reducida.
En los informes anuales de la época Trump, el ejército estadounidense llegó a afirmar que durante las operaciones llevadas a cabo en 2018 y 2019 no habían muerto civiles en el Yemen. Tal aseveración contradice los minuciosos informes de grupos de supervisión como Airwars. Como era de esperar, una administración que se ha esforzado en alentar y defender a individuos acusados de matar a civiles en los combates no se ha molestado en cuestionar un recuento grotesco de los muertos.
Por muy horripilante que haya sido, la huella sangrienta de la administración Trump en el Yemen es solo un ejemplo de cómo ha continuado, e incluso ha intensificado, el brutal legado de la política exterior de Estados Unidos en todo Oriente Medio. Los ataques aéreos de Estados Unidos en Somalia han alcanzado niveles récord bajo Trump, incluso cuando el país se quiebra bajo la presión del coronavirus. Estados Unidos postula en estos momentos una política de guerra de asedio contra la población de Irán cuando ese país se enfrenta a uno de los peores brotes de virus en el planeta, negando a los civiles el acceso a suministros vitales mientras su sistema de salud se ve sometido a una gran tensión, por no mencionar la provocación a la República Islámica que supone asesinar a sus comandantes militares. Y solo diez de los ataques aéreos de Trump en Afganistán provocaron la muerte de 150 civiles.
Uno de los supuestos éxitos militares de Trump, la guerra contra el Dáesh, se llevó a cabo con similar brutalidad e indiferencia ante las futuras consecuencias. Tan pronto como Trump asumió el cargo, las muertes de civiles en el conflicto se dispararon. Bajo su presidencia, la campaña aérea y de artillería de la coalición liderada por Estados Unidos en Iraq y Siria contra el grupo terrorista mató hasta 13.000 civiles, una cifra escandalosa que representa simplemente el último capítulo trágico en una historia de décadas de campañas militares estadounidenses en Oriente Medio que no han engendrado sino desesperación y radicalismo en medio de las ruinas de los países árabes.
Un oficial militar francés que sirve en la coalición anti-Dáesh formuló un raro reproche a cómo se había librado la guerra durante la era Trump. “Hemos destruido masivamente la infraestructura y le hemos dado a la población una imagen repugnante de lo que puede ser una liberación al estilo occidental, dejando atrás las semillas para un resurgimiento inminente de un nuevo adversario”, escribió el oficial, el coronel Francois-Regis Legrier, en un periódico de la defensa el año pasado; su artículo fue posteriormente eliminado.
Los comentarios de Legrier se referían a las actuaciones de la coalición liderada por Estados Unidos en su conjunto y daban una idea importante de cómo Estados Unidos y sus aliados habían librado la guerra bajo Trump: con la mayor brutalidad y con muy escasa preocupación por los civiles que quedaban atrás.
Tras la incursión de 2017 en la aldea yemení de al-Ghayil, una reportera de The Intercept que visitó la aldea descubrió una escena de destrucción y dolor entre los sobrevivientes: personas abandonadas en un lugar remoto donde Trump había enviado al ejército estadounidense a combatir. Un niño le contó a la reportera sobre la muerte de su madre en los ataques estadounidenses: “Fue alcanzada por el avión, el avión estadounidense”. El niño, de 5 años, agregó tímidamente: “Ahora está en el cielo”.
Mientras Trump se afana ahora en su reelección, vendiéndose a sí mismo como contrario a las “guerras interminables”, merece la pena reflexionar sobre el destino de los civiles en al-Ghayil y muchos otros pueblos y aldeas desconocidos para la mayoría de los estadounidenses que su ejército ha destruido bajo la mirada de Trump. En lugar de oponerse al complejo militar-industrial, como le gusta presentarse, Trump, desde su puesto en la Casa Blanca, no ha actuado más como un facilitador dócil y bien dispuesto.
Murtaza Hussain es un periodista que centra sus trabajos en temas de seguridad nacional, política exterior y derechos humanos. Sus escritos han aparecido con anterioridad en el New York Times, The Guardian y Al Jazeera English.
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