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La Corporación Catalana de Radio y Televisión y Cristina Peri Rossi

Un disparate político-lingüistico

Fuentes: Rebelión

Mis padres tuvieron que emigrar de Aragón, de un pequeño pueblo de Huesca pegado a los Monegros. Ellos y sus familias habían perdido la guerra y el trabajo no abundaba. Barcelona fue su destino. Mi madre trabajó de criada en casa de unos «señores» de la zona alta («nacional franquista») de Barcelona y mi padre […]

Mis padres tuvieron que emigrar de Aragón, de un pequeño pueblo de Huesca pegado a los Monegros. Ellos y sus familias habían perdido la guerra y el trabajo no abundaba. Barcelona fue su destino. Mi madre trabajó de criada en casa de unos «señores» de la zona alta («nacional franquista») de Barcelona y mi padre estuvo construyendo la estación del metro de Marina de la línea 1. Años después, mi madre trabajó en una fábrica cercana a casa, levantándose a las cuatro de la mañana, y mi padre reparaba vagones de trenes en RENFE. Se levantaba una hora más tarde. Mi hermana tuvo que dejar los estudios y empezar a trabajar en una fábrica sin haber cumplido los 13 años. En casa faltaba dinero.

Vivíamos en la calle Agricultura, en la barriada de Sant Martí de Provensals, cercana a Poble Nou. Una fábrica contaminaba sin cuidado la atmósfera circundante del barrio de óxido de azufre. Las quejas de los vecinos nunca fueron atendidas. Al final de la calle donde vivíamos estaba el Campo de la Bota. Mi abuelo paterno, junto con una treintena de compañeros más, había sido asesinado allí a finales de noviembre de 1939.

Yo apenas sabía de la existencia de otro idioma que no fuera el castellano. El español decíamos entonces. Poco a poco fui entendiendo qué era el fascismo español. Mi padre me lo enseñó cuando, al cabo de los años, frente al televisor, día tras día, lanzaba improperios con rabia e impotencia contra el general golpista. Su hermano había muerto en la batalla del Ebro. Mi tía, además, había nacido en Barcelona y su compañero cenetista era y hablaba catalán.

A los 14 años empecé a trabajar en Banca Catalana. Permanecí doce años más, sin interrupciones. El presidente del banco, o cargo similar, era entonces Jordi Pujol. Antes lo había sido su padre Florenci. Allí, trabajando de botones y luego de auxiliar administrativo, oyendo, imitando, por ensayo y error, aprendí el idioma. Como muchos otros jóvenes de mis orígenes socioculturales, escuché a Raimon, Maria del Mar Bonet, Pi de la Serra, Serrat, Llach y empecé leer a Espriu, Salvat Papasseit, Marti i Pol, Rodoreda, Manuel de Pedrolo, los autores que entonces transitábamos. También como muchos otros, pero no tantos, acudí a manifestaciones clandestinas del 11 de septiembre. Algunos compañeros se llamaban Vendrell o Cuní; otros, no menos entusiastas, se apellidaban Martínez, López o Fernández.

Tengo un hijo de 15 años. Daniel es su nombre. Nos hablamos en catalán. Podemos hacerlo en castellano, pero nos suena raro. En casa, con mi compañera y amigos, usamos indistintamente ambos idiomas, incluso en la misma conversación o a veces en la misma frase.

Me enfado controladamente cuando algunas personas piden o exigen cambios de lengua sin ninguna necesidad. El año pasado, por ejemplo, explicando derivadas parciales en la UNED, una alumna que llevaba más de 35 años viviendo en Barcelona, me pidió que cambiara de idioma y hablara en castellano. Lo hice inmediatamente, sin vacilar, pero le manifesté que no acababa de ver su dificultad para entender la frase: «La derivada del sinus de la funció…», porque no sólo se escribía casi igual que en castellano sino que sonaba como suena en castellano.

Tiene razón las personas que dicen que aunque quieren, y siendo muy educados en su hacer, no tienen forma de vivir un día completo en catalán en Barcelona u otras ciudades catalanas. Puede no importar, a mi, lo reconozco, no me importa mucho, pero entiendo que haya gente que pueda aspirar a ello y sentirse molesto por no conseguirlo. En la farmacia que está al lado de mi casa, la persona que a veces me atiende, una farmacéutica joven de menos de 30 años, que ha estudiado seis años en la Universidad de Barcelona, nunca me ha dicho hasta la fecha un «bon dia» o un «bona tarda». Jamás, ni una sola vez. Yo le hablo en catalán para ver si se anima pero nunca he conseguido convencerla de que decir una palabra, una sola palabra, en catalán no es pecado ni perjudica gravemente a la salud.

Figuro, eso sí, en un listado de fascistas que un grupo de Maulets colgó en la red. Mi crimen: una vez firmé un manifiesto que protestaba por determinados aspectos de la política lingüística que entonces seguía el Departament d’Ensenyament de la Generalitat de Catalunya.

Es risible, por no decir otra cosa, las campañas que aparecen y reaparecen sobre el peligro de extinción del castellano en Catalunya o sobre la prohibición de hablar castellano en los centros de enseñanza. Son 26 años los que llevo impartiendo clases de filosofía, matemáticas, metodología e informática y jamás he tenido problema alguno. Mis alumnos de un instituto de secundario de Santa Colona hablan, en un 90% de los casos, fundamentalmente en castellano. Nadie le persigue ni les discrimina por ello. Creo que he dado cinco clases contadas exclusivamente en catalán. El resto, dominantemente en castellano. Mezclando ambos idiomas en la mayoría de los casos.

Acaba el preámbulo, acaso innecesario. Dicho lo anterior, voy a donde quería llegar. No es aceptable, se mire como se quiera mirar, lo que le ha pasado muy recientemente a Cristina Peri Rossi. Hace dos años Gaspar Hernández, inauguró un programa en Catalunya Ràdio, «Una nit a la Terra», «Una noche en la Tierra» en traducción innecesaria. Se emitía de la una a las tres de la madrugada. En cada programa había una tertulia sobre temas intimistas o sociales en la que participaban editores, escritores, filósofos, poetas. Hernández invitó a Peri Rossi como tertuliana fija, una vez por semana. Todos los participantes hablaban en catalán, salvo ella. Nunca fue obstáculo para nada ni para nadie. Peri Rossi, como se imaginan, entiende, lee y traduce del catalán desde hace muchos años, pero se expresa mejor en castellano.

Cristina Peri Rossi siguió el segundo año de programa con las felicitaciones de su conductor que consideraba que sus intervenciones eran muy importantes para el éxito contrastado de audiencia.

Este año, septiembre de 2007, empezaba su tercer año en el programa. Gaspar Hernández contaba ella. Sorpresivamente, la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió decidió prescindir de su participación porque sus intervenciones eran en castellano. Gaspar Hernández, y también Joan Barril, lucharon contra el despido. No tuvieron éxito. Se esgrimió como causa la carta de principios de 17 de julio de 2007, fruto de un acuerdo político entre CiU y los partidos del gobierno catalán, carta que recomienda la prioridad de invitados que hablen en catalán.

Dejando aparte la consideración de ese punto, de hecho, suponiendo aunque no admitiendo su corrección, el programa, tal como se conducía hasta entonces, cumplía el requisito dado que sólo Peri Rossi hablaba en castellano, pero una exigencia, esta oral, no escrita, parece que ha reclamado (id est, exigido) que sólo se hable en catalán.

No importaría, desde luego, que la poeta y traductora uruguaya-barcelonesa no fuera premio Ciudad de Barcelona ni tampoco importaría que no hubiera luchado contra la dictadura franquista, pero da la causalidad que Cristina Peri Rossi es Premio Ciudad de Barcelona de Poesía en 1992 por un libro titulado «Babel bárbara», exaltación de la diversidad y riqueza de lenguas, y que, además, hace muchos años Peri Rossi luchó clandestinamente contra el franquismo y a favor del catalán desde Agermanament, cuando no eran muchos, incluyendo muchos catalanes-catalanistas, los que apostaban por ello. Desde luego, es innecesario decirlo, tampoco importa sus simpatías actuales o sus apoyos a tal o cual organización, que por cierto yo ignoro.

No es concebible que la izquierda catalana, que acaso sea catalanista en alguna de las variantes de este atributo difuso pero que, en ningún es o puede ser nacionalista excluyente y provinciana, dejé pasar el caso como un suceso sin importancia, o «histórica o políticamente necesario» por los acuerdos contraídos. No puede ocurrir que, sin atisbo alguno de protesta o colaborando con ello, permita un atropello así sean cuales sean sus compromisos con sus socios de gobierno. La izquierda no puede hacerse cómplice de un disparate así que, por otra parte y en primer lugar, perjudica a los oyentes del programa, al programa en sí e incluso a la misma corporación Catalana de radio y televisión. El amor a la lengua no justifica el extravío político o la idiotez con netos efectos colaterales.

Ya sé que el mundo es más grande y terrible que lo que este hecho puede significar pero sería lamentable que la izquierda se excusase en los grandes problemas del «país» para no decir nada y transitar sin decir ni hacer ni pío por este sendero de discriminación por lo demás tan ridículo que produce bochorno.

El olor a podrido no tiene su origen esta vez en Dinamarca ni tampoco, una vez más, en la capital del reino de España. Está cerca de aquí, en la misma plaza Sant Jaume, antigua plaza de la República durante la II República.