Siete años de conflicto han llevado a Yemen a una de las peores crisis humanitarias del mundo. La destrucción del país, los ataques contra la población civil, el hambre, las enfermedades, miles de víctimas y los desplazados, componen algunos elementos de la desoladora estampa de aquel país, y ante la cual la mal llamada comunidad internacional prefiere seguir mirando hacia otro lado.
Al hilo de las movilizaciones de la llamada primavera árabe, la población yemení también se lanzó a las calles del país. El detonante, una vez más, y entre otros factores, fueron las medidas económicas impuestas por el FMI, que trajo consigo un aumento del precio de los combustibles. El gobierno yemení reprimió a la población y abrió la puerta al desolador conflicto que llega hasta nuestros días. El auge de los hutíes desde el norte, las divisiones dentro del status quo, las protestas del sur, la intervención militar de Arabia saudí (con el apoyo de Occidente y otros países del Golfo), la presencia de grupos jihadistas transnacionales, diseñaron el nuevo escenario yemení.
En los últimos meses hemos venido asistiendo a un incremento del enfrentamiento militar. Desde Washington, se ha aumentado el apoyo militar a sus aliados del Golfo, al tiempo que estudia nuevas sanciones contra los hutíes. En estas semanas del 2022, la coalición presidida por Arabia Saudí ha realizado más de 1400 ataques aéreos en el país. Por su parte, las fuerzas hutíes lanzando 40 operaciones militares en Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.
La intervención saudí ha sido un camino de fracasos. Lejos de frenar la influencia iraní, Riad con su actuación ha incrementado la relación entre los hutíes e Irán. A ello se suma la carga económica, el daño de su reputación internacional tras las numerosas violaciones de derechos humanos y crímenes contra la población civil en Yemen. Y sin olvidar que la seguridad de su propio territorio se ha puesto en entredicho tras los ataques contra instalaciones claves por parte de los hutíes.
A día de hoy, la lucha se centra en torno al control de la ciudad de Marib. A finales del 2021, el avance de los hutíes mostraba la debilidad del gobierno de Hadi, reconocido internacionalmente, y que a pesar del apoyo militar saudí ha perdido buena parte del control territorial del país, incluida la capital Sanaa, en manos hutíes desde el 2014.
El desenlace de la batalla en torno a la capital de esa provincia al este de Sanaa puede condicionar el futuro escenario del país e incluso los movimientos negociadores que puedan producirse en un futuro cercano. Tal vez por ello, el protagonismo militar de los EAU y sus alianzas locales ha ido ganando peso en estas semanas. Si en el pasado, los dirigentes de los EAU pasaron a adoptar un papel más discreto, los recientes acontecimientos les han otorgado un mayor peso en la ofensiva militar contra los hutíes.
Aquel actor que se presente en la hipotética mesa de negociaciones en una posición de mayor fuerza, podrá mostrar mayor músculo para encaminar la supuesta hoja de ruta que se pudiese negociar. En una situación de impase, ni los hutíes ni el gobierno de Hadi y sus aliados estarían dispuestos a avanzar hacia un acuerdo.
Una victoria de los hutíes en Marib abriría la puerta a un escenario repleto de incógnitas. Por un lado, demostraría el fracaso absoluto de Hadi; por otro lado, pondría en un difícil aprieto a la actual coalición y colaboración entre Arabia Saudí y los EAU; y finalmente, un mayor enfrentamiento entre norte y sur.
La multitud de coaliciones, alianzas, actores e interés hace difícil pronosticar el futuro del escenario yemení. El sistema tribal, la división norte-sur, las redes de influencia y patrocinio, el pulso entre las élites viejas y las nuevas, las facciones y grupos armados que surgen por doquier, las alianzas políticas y militares, los grupos jihadistas transnacionales, los actores locales y los extranjeros…son piezas de ese complejo puzle y conjugarlas todas ellas no se antoja sencillo.
Porque detrás de este conflicto, hay más enfrentamientos que entre hutíes y la coalición saudí. Así, las Fuerzas Conjuntas del sur, apoyadas por EAU, se enfrentan al partido Islah (aliado de Hadi) en Taiz. Por otro lado, un mayor protagonismo de Tareq Saleh, sobrino del antiguo presidente, en el gobierno de Hadi, generaría importantes choques con las Fuerzas Conjuntas del sur. Además, si el avance de las fuerzas hutíes ponen en peligro los intereses de Emiratos en el sur, traería una mayor implicación militar de éstos. Y si como en el pasado, las diferencias estratégicas y de objetivos entre saudíes y Emiratos se reproducen, la alianza anti-hutí entraría en una grave crisis.
En busca de una solución negociada. Varias premisas deberán darse para poner fin al conflicto. Por un lado, habrá que reconocer que la derrota militar de los hutíes es a día de hoy muy poco probable. Por otro lado, las nuevas coaliciones y alianzas que puedan surgir y los acuerdos que puedan anticiparse, se harán conforme a la compleja realidad yemení.
El rechazo que genera en la población yemení la intervención extranjera, podría ser el eje para exigir el final de toda injerencia militar y las maniobras desestabilizadoras de esos actores externos, y situar el final del conflicto en manos de los actores yemeníes y de la sociedad civil. Si finalmente se encamina el proceso hacia una salida negociada, ésta deberá atravesar una fase de transición, donde la política pueda ir ganando terreno a la confrontación armada, pero todavía durante algún tiempo la guerra, con menor intensidad, perdurará.
Una solución en clave federal puede ser la llave a esa salida negociada del conflicto. De todas formas, probablemente no volveremos a conocer Yemen como una entidad de estado unitario. Las conversaciones del pasado en Omán entre las monarquías del Golfo y los representantes de los hutíes ya mostraron un esbozo de guion negociador, donde se tomaron en serio las diferentes agendas e intereses, así como el equilibrio de poder de los actores locales y regionales.
Txente Rekondo.- Analista internacional
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