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Un gringo a contramano

Fuentes: Miradas al Sur

James Cockcroft: profesor, militante y escritor estadounidense. Muchos lo comparan con Noam Chomsky o James Petras.

Este historiador, poeta y revolucionario es, quizás, el mayor especialista en América Latina que tuvo la academia estadounidense. Hoy, jubilado, apoya los nuevos procesos de liberación contra lo que llama, sin ambages, el imperialismo y la globalización capitalista.

James D. Cockcroft no teme a la incomodidad. Como Noam Chomsky y James Petras, intelectuales con quienes se lo compara, este profesor de la Latin American Studies Association (la mayor organización de latinoamericanistas de los Estados Unidos), fundador de la Coordinadora Internacional de Redes en Defensa de la Humanidad, se llama a sí mismo un «gringo antigringo». Es politólogo, militante, poeta y autor de una monumental América Latina y Estados Unidos: país por país (Siglo XXI). Emplea palabras como «imperio» para referirse a su país, mantiene una relación entrañable con Cuba, encuentra que la narcoguerra mexicana es la continuación de la violencia política estadounidense de los ’70.

El gringo que sucumbe a la publicidad del SuperBullet que jura en falso triturar zanahorias, o al lease del más barato de los Ford Fusion a 3.164 dólares taca-taca y 249 mensuales por 39 meses, o a la tarjeta de crédito con 15% de interés, nunca podría decir, como Cockcroft hace unos meses en su ponencia para el IX Encuentro Internacional de la Red de Intelectuales, Artistas y Luchadores Sociales en Defensa de la Humanidad, en La Habana: «Se impone seguir desarrollando democráticamente un programa de cambios antineoliberal, anticapitalista, antiimperialista, proindígena, anti-racista y antipatriarcal dentro de un marco internacionalista y humanista; en breve, la visión de aquel Bolívar del siglo XXI: Hugo Chávez Frías.» No. Homero Simpson no sabe dónde queda Venezuela.

«Cuanto más se unan los movimientos sociales y laborales, mayor será el desafío al imperialismo y la chance de realizar las esperanzas de la Humanidad», abunda Cockcroft, doctorado en Sociología en la Universidad de Stanford, quien realizó su carrera en prestigiosas universidades estadounidenses, alzando una voz incómoda, hasta que se jubiló y se mudó a Canadá. «Desde la Batalla Social de Quebec 2001, donde movimientos sociales y laborales y la voz rebelde del Presidente Chávez denunciaron al plan imperialista y anexionista del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y crearon las condiciones para la movilización continental de los pueblos que condujo a su derrota en Mar del Plata en 2005, han surgido esfuerzos para unificar los movimientos sociales del sur y del norte», se lee en su web www.jamescockcroft.com.

Especialista en México, América Latina e imperialismo, ha publicado (solo y en colaboración) 45 libros, en una historia que comenzó de casualidad cuando era un muchacho de clase obrera inscripto en la universidad que fue de vacaciones a Cuba en 1956, semanas después del desembarco del Granma. La policía y el ejército del dictador Fulgencio Batista lo detuvieron y golpearon en dos ocasiones; los partidarios del Movimiento 26 de Julio le pedían que llevara pedidos de ayuda a Nueva York, donde él vivía, para Fidel Castro. «Me hice un militante. Yo me eduqué políticamente en Cuba», dijo en 2007 a la revista Nera.

Mientras viajaba por América del Sur, entre 1959 y 1961, enseñó Literatura en Inglés en la Universidad de los Andes, en Bogotá; se alojó en un barrio obrero donde nadie llevaba bajo el brazo a Jane Austen o F. Scott Fitzgerald, y por necesidad aprendió español. Cuando volvió a Stanford ya defendía la Revolución Cubana, luchaba contra la guerra de Vietnam, frecuentaba a los Panteras Negras y los Young Lords puertorriqueños. En 1969 regresó a Cuba para la Gran Zafra que quiso llegar a 10 millones de toneladas de azúcar y apoyó al pueblo durante los años del Período Especial, en los ’90, mientras estudiaba el caso mexicano. Volvió en 2005 y no dejó de regresar desde entonces: en enero de 2013, antes de la vuelta del liberado René González a Cuba, anunció una gran manifestación frente a la Casa Blanca en junio a favor de Gerardo Hernández, Fernando González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y González, los agentes cubanos presos. «Los Cinco no cometieron crímenes contra Estados Unidos: defendieron los intereses del pueblo norteamericano y del mundo; son héroes de Cuba y de la humanidad», afirmó. No se cansa de hablar contra el bloqueo.

Imperialismo, sin eufemismos

Cockcroft ve el impacto político negativo de la crisis económica estadounidense: impuestos regresivos, reducciones de servicios públicos, recortes salariales y despidos, ejecuciones hipotecarias, costo de la vida más alto. El modelo neoliberal, diagnosticó reiteradamente, es «la forma más cruel de un sistema que se hunde». Pero no lo hará sin resistirse: «Mi país va hacia la militarización de su sociedad y del mundo». Lo primero es la consecuencia de la Ley Patriótica que se tramitó en tiempo récord luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001: «Un nuevo intento para imponernos una dictadura de espionaje interno: el gobierno mismo viola la ley. El pretexto es buscar a quien hospeda a terroristas o escribe correos electrónicos a sospechosos, pero el fin consiste en vigilar los movimientos sociales y de derechos civiles contra la guerra y la globalización capitalista». Lo segundo es «una aceleración de la política de guerra y espionaje contra todos los pueblos del mundo, disfrazada de iniciativa de ‘seguridad'».

A la vez, Cockcroft ve un declive mundial del imperialismo, que se da junto con cambios históricos «en la correlación de fuerzas sociales, de clase y de naciones»: nuevos movimientos populares «que hoy incluyen los pueblos originarios, el campesinado, los desempleados, el proletariado del trabajo ‘flexible’ e inestable». El tema principal es la crisis mundial que trajo el neoliberalismo, la dependencia de la economía estadounidense del dinero de «China, Japón, la Unión Europea y varias petromonarquías», mientras el consumismo capitalista se yergue como una amenaza para la humanidad: «En relativamente poco tiempo no habrá suficiente agua potable, comida o petróleo para mantener el actual nivel de vida, ni siquiera en las naciones más industrializadas». Eso mella en la credibilidad del modelo hegemónico occidental y enciende en parte «las olas revolucionarias del Medio Oriente y las protestas populares de las y los indignados en Atenas, Madrid y Nueva York», dijo al portal cubano Desinformémonos. «Todo esto ha sido precedido por los cambios radicales en América indo-afro-latina que sigue en lucha por las mismas metas y ha demostrado que otras formas de organizar sociedades son posibles».

El intervencionismo en el patio trasero, con una mano amiga de las elites locales, no cambia sino en matices si la Casa Blanca es demócrata o republicana, cree Cockcroft. En su libro principal destaca: «De 1961 a 1975, el gobierno de Estados Unidos entrenó a más de 70.000 militares latinoamericanos (ocho de los cuales fueron dictadores) y envió a la región armas con un valor de 2.500 millones dólares»; a TeleSur le recordó que la política de injerencia de John F. Kennedy hace medio siglo tenía el aspecto de una ayuda, la Alianza para el Progreso. «Barack Obama no quiere hacer cambios profundos -agregó-: es un militarista, aún peor que George W. Bush en algunos casos, como el del tratamiento a Paquistán y Afganistán. Ha aumentado significativamente el presupuesto para los envíos de agentes de la CIA, la DEA y el FBI, el armamento y los elementos para capacitar personal mexicano en la guerra contra el narcotráfico y ha creado una fuerza especial que opera en la frontera con México».

Otra guerra sucia

Aunque la expresión no se acepta ya para hablar del terrorismo de Estado, Cockcroft ve en la narcoguerra «una manera de reintroducir la guerra sucia sin dictadura militar abierta, sino con una más informal, detrás de una democracia civil controlada, limitada, como es Colombia, que es una dictadura en verdad», dijo a la revista Nera. «Pero toda esta guerra sucia en nombre de combatir el tráfico de estupefacientes es una mentira». ¿Cuál es la verdad que mantiene «estas formas de violencia paraestatal, incluso las matanzas llevadas a cabo por paramilitares, escuadrones de muerte y grupos narcotraficantes, cuyas actividades son promovidas no solamente por las políticas del presidente actual, sino por las del imperialismo»? «Los ingresos anuales más confiables de los grandes bancos de los Estados Unidos llegan del lavado del dinero del narcotráfico», declaró a La Jornada Semanal.
Citó a la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudd), que estimó que en 2008 unos 3.000 millones de dólares del narcotráfico se enviaron a los mayores bancos estadounidenses, «lo cual los salvó del colapso, que fue llamado ‘rescate estatal’; si pensamos en la cantidad de dinero que se lava cada año desde hace tres décadas, queda claro que esa economía especulativa radica en Washington: simplemente hay que rastrear el camino del dólar y nos llevará al cuartel general del narcotráfico, que está en los Estados Unidos, donde se queda el 85% de las ganancias de la circulación de cocaína de Suramérica», agregó.

Cockcroft, autor de La esperanza de México y Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana, entre otros títulos, ha seguido con atención las condenas al Estado mexicano por violaciones a los derechos humanos: «Todas estas matanzas sistemáticas de mujeres, pueblos originarios, jóvenes, no buscan sólo crear miedo sino lucro, porque la trata de personas, a diferencia de los estupefacientes, es más lucrativa», agregó a La Jornada Semanal. Mientras, la distribución de la riqueza ubica a México con los peores salarios de América latina luego de Haití, y la militarización de la frontera bajo la excusa de la migración ilegal suma inestabilidad. En su opinión, México avanzó hacia una colombianización de características propias cuando el ex presidente Felipe Calderón obedeció la ofensiva militar del vecino contra el narcotráfico pero en su país: Los Zetas, por ejemplo, «entrenados por los Estados Unidos como fuerzas especiales militares para combatir al narcotráfico, son hoy un cartel que opera en más del 70% del territorio», dijo a Desinformémonos.

Nuevos movimientos sociales

Cockcroft vive entusiasmado porque «algo pasa entre los pueblos de América latina», como declaró a Nera. «Las clases populares, los trabajadores, los campesinos, los obreros, los pueblos originarios, las mujeres, las clases medias… la mayor parte del pueblo de Argentina, Uruguay, Venezuela, ya no tiene miedo a nada. Porque no hay alternativa sino luchar para sobrevivir y para salvar la dignidad personal y de todos los países de la región. Tres momentos marcaron para él este camino hacia lo que él llama -citando al presidente de Ecuador Rafael Correa- «un cambio de época, no una época de cambios»: el levantamiento zapatista de 1994 en México, la elección de Hugo Chávez en Venezuela de 1998 y la Segunda Cumbre de los Pueblos que se realizó en Quebec en 2001. «Un cambio profundo ha sacudido el patio trasero del imperio», agregó. «Las raíces de este cambio -como notaron Chávez, Evo Morales y otros líderes- están en la Revolución Cubana de 1959.»
Según dijo al portal Aporrea, «hay un declive mundial de los imperialismos y cambios históricos en la correlación de fuerzas sociales, de clase y de naciones: han surgido nuevos movimientos populares de las y los de abajo, cuya voz más escuchada y respetada fue y es la de Hugo Chávez Frías, ¡incluso hay un Papa latinoamericano por primera vez en la historia de la Iglesia Católica!».

El cambio de época se cristaliza en una serie de instituciones, según el intelectual, como la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac); el Banco del Sur y un Fondo Monetario del Sur que introducen una nueva moneda, el Sucre (Sistema Único de Compensación Regional) como alternativa al dólar y al Fondo Monetario Internacional; la Confederación Parlamentaria de las Américas; la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), con su banco y su Consejo de Movimientos Sociales; la Unión de Naciones del Sur (Unasur) y el Mercado Común del Sur (Mercosur).

Esas instituciones son instrumentos para «los logros de los nuevos procesos reformistas y revolucionarios», entre los que Cockcroft destacó las nuevas formas de Estado («unitario, independiente, plurinacional, comunitario») y de participación directa; el fin de las bases militares estadounidenses en el territorio latinoamericano; la reforma agraria con miras a una agricultura sostenible como encarna la coalición Vía Campesina; los derechos de los pueblos originarios y la Pachamama; los de minorías como los afrodescendientes y las mujeres; los medios comunitarios; el desarrollo de energías limpias; la eliminación del hambre, la pobreza y el analfabetismo; el reemplazo del crecimiento económico por el criterio del buen vivir, del que habló Morales, o vida equilibrada según Chávez; el fortalecimiento de la independencia, solidaridad, libertad e integración entre los Pueblos.

Cockcroft ofrece una lectura original de por qué estos movimientos son novedosos en sus formas: «En el siglo pasado, las dictaduras militares latinoamericanas y las guerras sucias del imperio desaparecieron, torturaron y mataron decenas de miles de militantes de los partidos de izquierda, dejando los partidos casi sin influencia, como en la Argentina y Chile», dijo a El Siglo. «Con la caída de la Unión Soviética y el llamado socialismo real de Europa, mucha gente creía que no hubo otra alternativa sino el capitalismo neoliberal. Los nuevos movimientos sociales que derrumbaron las dictaduras vinieron desde abajo». Y a la vez que crecen a ritmo acelerado («acumulando tanta fuerza que ninguna clase política y ningún partido político puede hoy apropiarse de la gente en las ciudades o en el campo»), se nutren de distintas tradiciones intelectuales (desde la autonomía indígena hasta la igualdad de género pasando por las asambleas, por lo cual es difícil prever un desarrollo uniforme.

«Bolivia, Ecuador y Venezuela han celebrado elecciones sumamente democráticas, incluso referéndums populares», escribió en la ponencia que leyó en La Habana. «Sus presidentes han ganado estas elecciones por unas mayorías impresionantes. Llaman a poner fin al sistema capitalista. Han defendido, en las palabras de Chávez, ‘un nuevo Socialismo para el siglo XXI’. Evo Morales evoca un ‘socialismo comunitario basado en la reciprocidad y la solidaridad’ de tipo aymará. Los cambios en Brasil, la Argentina y Uruguay son muchos pero no son revolucionarios, porque con la excepción de las fábricas recuperadas y algunas cooperativas, no afectan seriamente la estructura capitalista.» En esa transición hacia algo nuevo, «todavía no sabemos claramente cómo será el socialismo futuro de Nuestra América». Por fortuna, piensa, «la época de las líneas correctas ha muerto».

Un poema a los 40 años de la muerte del Che Guevara

Hace 40 años caminaba
en el campo de Antioch College,
perdido en mis pensamientos…

Cuando me saludó en voz alta un colega desagradable,
un profesor jovial de psicología,
un fanático anticomunista.

«El Che Guevara ha muerto», me anunció con satisfacción,
y mi corazón se cayó,
mientras mi cabeza se levantó.

Dije: «Verá usted que dentro de muchos años
todo el mundo se acordará del Che
como la figura más importante del siglo XX».

El tipo me miró un larguísimo momento,
como si estuviera hipnotizado,
y contestó: «¡Carajo! Probablemente tienes razón».

(…)

El Che no fue sentimental cuando explicó que
el verdadero revolucionario está motivado por
profundos sentimientos de amor.
Lo sentimental, o mejor dicho lo heroico,
es vivirlo.

No es que seremos como el Che
sino que quisiéramos ser como él.
Por eso también el Che
representa lo mejor de la humanidad.

Hace 40 años caminaba…
y fuimos muchos caminando…
y muchos se cayeron y todos triunfaron.

Porque seguimos caminando,
juntos con nuestros muertos,
juntos con las nuevas generaciones
en rebelión, todas y todos
unificados en el espíritu del Che.

Del libro América Latina y Estados Unidos: país por país
El caso argentino

El golpe bien coordinado comenzó el 23 de marzo de 1976. Los militares hicieron prisionera a la presidenta Isabel Perón, clausuraron el Congreso, relevaron a los jueces de la Corte Suprema y descartaron todas las estructuras políticas precedentes de la Argentina. (…) Los líderes del golpe se veían como creadores del «orden» al ganar la guerra contra la «subversión» y proveer la base para una eventual «recuperación económica»; sin embargo creían que debían eliminar la participación política de no sólo obreros y campesinos sino también de terratenientes, empresarios, industriales e intelectuales.
(…) A diferencia de sus contrapartes brasileños, los nuevos gobernantes militares de la Argentina no tenían un plan anticipado para «desarrollar» la economía mientras garantizaban la «seguridad nacional». (…) En 1978 los salarios habían caído a un tercio de lo que habían sido sólo cuatro años antes. Las empresas cerraban en cantidades sin precedentes. Enormes préstamos internacionales alimentaban el presupuesto de los militares y una economía de actividad especulativa creciente. A comienzos de 1980 el desempleo se había generalizado y la mayor parte de la clase obrera se mantenía activa en el sector de servicios en pequeños negocios frustrados (venta callejera y similares).
Tres meses después del golpe de 1976, según el embajador estadounidense Robert Hill, el secretario de Estado Henry Kissinger dio luz verde para que los líderes del golpe continuaran su guerra sucia. Hill, quien recibió el golpe con gusto, luego se sintió perturbado por las violaciones de los derechos humanos a gran escala de los militares. Su crítica a Kissinger tenía peso ya que no se lo podía acusar de ser un progresista. Ex director de la United Fruit Company, Hill había ayudado a planificar el golpe contra Jacobo Arbenz en Guatemala.
En 1978, el gobierno de James Carter impuso un embargo a la venta y la ayuda militares a la Argentina. Lo hizo en nombre de los «derechos humanos», pero también le molestaban los crecientes lazos comerciales de la Argentina con la Unión Soviética. (…) El jefe de la Policía Federal y otros 80 policías argentinos habían recibido entrenamiento estadounidense en la zona del Canal de Panamá. Luego de que el Congreso prohibiera en 1974 el programa de entrenamiento policial de la Agencia para el Desarrollo Internacional por su participación en el entrenamiento de torturadores, la ayuda para la policía Argentina se canalizó por el programa antinarcóticos del Departamento de Estado y la DEA. (…)
La guerra sucia no se limitó en modo alguno a eliminar a las guerrillas urbanas que desde 1974 no representaban una amenaza seria. Fue un modo de garantizar estabilidad para la implementación de un programa económico favorable a los empresarios argentinos y extranjeros con extensión de intereses intersectoriales y un control casi monopólico de la economía. El ministro de Economía de la junta, José Alfredo Martínez de Hoz, explicó que con «la estabilidad económica que las fuerzas armadas garantizan» se puede cumplir un plan de austeridad estilo FMI «a pesar de su falta de apoyo popular».

Fuente: http://sur.infonews.com/notas/un-gringo-contramano