Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Tachar de ‘peligrosa’ la violenta escalada de confrontación que asola la Franja de Gaza entre los seguidores de los movimientos de Fatah y Hamas es quedarse muy corto. La situación en los Territorios Ocupados es más peligrosa de lo que podría describir la crónica de cualquier medio decente. De hecho, la lejana, en otro tiempo, posibilidad de una guerra civil vuelve a estar presente no como una mera fantasía israelí, sino como una amenazante aunque espantosa realidad.
Pero no se puede reducir el marasmo de Gaza a unos cuantos clichés, del estilo de «si los palestinos no pueden llevarse bien los unos con los otros, cómo podemos esperar que se entiendan con Israel», que son políticamente ingenuos, egoístas o malintencionados. Si se aborda la crisis actual fuera de su contexto regional más amplio, puede parecer, con toda razón, que el conflicto palestino representa simplemente la evidencia de una cultura intrínsicamente militante.
Pero si los palestinos fueran intrínsicamente militantes, entonces, ¿por qué en las circunstancias más extremas, frustrantes e intimidatorias son capaces de desafiar todos los pronósticos, como ocurrió el 25 de marzo, votando masivamente y llevando a cabo una de las experiencias más genuinamente democráticas jamás recordadas en la historia de Oriente Medio? En una tierra que está todavía bajo las botas de los soldados israelíes, celebrar unas elecciones democráticas supone la mayor de las resistencias, cuando no algo completamente imposible. Pero los palestinos en los Territorios Ocupados lo hicieron. Los observadores internacionales parecían más sorprendidos que tranquilizados por la transparencia del proceso de votación.
Los medios internacionales, incluyendo gran parte de los medios árabes celebraron el ‘modelo palestino’ como un modelo a seguir en lo que se esperaba que se convirtiera en motor de las reformas democráticas árabes. Pero sucedió algo tremendamente erróneo: fue Hamas, el partido equivocado, quien ganó las elecciones de una forma tan aplastante que no dejó espacio alguno para las elites políticas tradicionales de la sociedad palestina. Los modestos habitantes de los campos de refugiados reclamaban un papel político que durante décadas estuvo reservado a los «elegantes», con sus pistoleros encargados de proteger los intereses de la aristocracia.
Por desgracia, la mayoría, cuando no todos los informes de los medios sobre este asunto incluyendo aquellos que hacen interpretaciones típicamente radicales, ha fracasado continuamente a la hora de entender esta divergencia. A cambio, algunos deciden investigar el tema desde el punto de vista más tradicional – el del Islam político, mientras que otros, Israel y sus patronos, insisten en que ‘los palestinos han elegido un gobierno terrorista’. Incluso algunos palestinos parecen ignorar la monumental reconstrucción social que han introducido en la región. Pero, ¿por qué todo esto es importante? y, ¿cómo se relaciona con el pánico y caos actual que está engullendo a Gaza?
Consideren un forum televisado de la CNBC el 21 de mayo, donde aparece un panel con unos cuantos árabes elocuentes que se reúnen con un amistoso congresista estadounidense para discutir sobre los desafíos económicos y sociales que han de enfrentar las reformas democráticas en Oriente Medio. Los invitados árabes parecían y se expresaban de forma agradable, aseguraban a los inversionistas las inmensas oportunidades aún disponibles en su región, concluyendo que una economía de libre mercado es la mejor opción posible para que la región se desarrolle económica y socialmente y, por tanto, también a nivel político.
Curiosamente, los invitados árabes eran o bien miembros de familias árabes gobernantes o estaban estrechamente conectados con regímenes árabes con historiales sombríos de violaciones de los derechos humanos. Y no es que los productores de la CNBC obviaran referir ese hecho: las afiliaciones de aquellos individuos eran orgullosamente proyectadas en la parte inferior de la pantalla cada pocos segundos. No había nadie que pareciera representar de forma sincera a las ‘multitudes’ ocultas que han sufrido eternamente bajo los indecentes acuerdos políticos de sus respectivos países y la igualmente injusta distribución de la riqueza y el poder en la región.
Este es el típico y dominante entendimiento occidental sobre la democracia en Oriente Medio, reflejado quizá inconscientemente, pero de forma muy efectiva, a través de la lente de los medios. Los occidentales, dirigidos por EEUU y la UE, no desean ver una reestructuración seria de la sociedad, una redistribución de la riqueza y el poder y que se vuelva a escribir un destino de la región que hasta ahora sólo ha servido para condenarla a la opresión y pobreza perpetuas. En lo que están profundamente interesados es en la completa ‘liberalización’ de la economía, junto a algunos gestos mediocres y políticamente muy simbólicos, que les sirven para justificar su intromisión en los asuntos de la región, pero no lo suficiente como para cambiar la naturaleza de la relación entre los árabes y occidente, donde este último ha sido siempre el mayor beneficiario. Así, en ese orden de cosas, los parloteos sobre los derechos de las mujeres en Arabia Saudí y la libertad de reunión en Egipto son fundamentalmente cortinas de humo: que EEUU y la UE son protectores sin reservas de las libertades individuales en el mundo árabe, incluso en los países ‘amigos’.
Es precisamente gracias a esta bien cuidada farsa, mantenida durante décadas de duplicidad y ambigüedades políticas, que las elecciones palestinas encendieron airadas cuando no nerviosas respuestas de Occidente que han llegado muy lejos, hasta el punto de negarles a los palestinos comidas y medicinas, lo que se ha traducido ya en muchas muertes. Aquellos que manifiestan su conmoción porque los árabes no estén haciendo mucho para sofocar la tragedia creada por boicot y asedio económico a los palestinos, fracasan a la hora de entender el desafío, que no la amenaza, lanzada por la primera derrota oficial de las elites de Palestina y sus implicaciones socio-económicas en toda la región. Aunque Fatah fue efectivamente el perdedor, y un irritado perdedor, en las elecciones palestinas, el miedo a que ese escenario pudiera repetirse en otros lugares del mundo árabe hizo que fluyeran una serie de ondas dinámicas por toda la región, provocando espontáneas aunque racionales, y lógicas, alianzas que unieron a los poderes occidentales, a Israel, a las elites palestinas (los gobernantes reales de Fatah), a la Liga Árabe y a varios países árabes, algunos de forma más tácita que otros, creando así un estado de sitio realmente efectivo, no contra el gobierno de Hamas -como han declarado repetidamente- sino más bien contra el pueblo palestino, que votó por Hamas. Desde luego, Al Yazira y otras emisoras de televisión pan-árabes aseguraron que el resto de los pueblos árabes de otros lugares entendieran también lo esencial del mensaje: o falsa democracia o hambre.
Ni que decir tiene que un amplio surtido de elementos de Fatah está especialmente interesado en que se venga abajo lo que parece ser cada vez más una desviación temporal de las políticas árabes. Uno no necesita tener ‘información privilegiada’ para llegar a la conclusión de que algunos en Fatah están con toda intención confiando en que se produzca una confrontación militar, por muy desastrosa que pueda parecer, que asegure que ganen los que tienen las pistolas más grandes y, después, se embarcarían en la histórica misión de ‘restaurar la democracia’. Ni Israel ni los árabes vecinos acertarían a encontrar un escenario más propicio para un retorno al statu quo sin pérdida alguna de tiempo.
Pero, incluso así, los palestinos no podrán ser absueltos de la responsabilidad que tienen de impedir más derramamientos de sangre. Se lo deben a ellos mismos y a la región como un todo, deben proteger su experiencia democrática y utilizarla como un medio para enfrentar su mayor desafío: la ocupación israelí. Un enfrentamiento violento entre los palestinos sólo servirá para asegurar que el proyecto imperialista de Israel no encuentre obstáculo alguno, y se utilizará para justificar las oportunas afirmaciones de Israel de que los palestinos son esencialmente caóticos, violentos y ‘no pueden ser socios para la paz’, dando a entender que Israel no tiene otra opción posible que la de llevar a cabo ‘desenganches’ unilaterales en Cisjordania. Si ese unilateralismo significa de hecho robar la tierra de los palestinos, tendrá que ser así; en ese sentido va la lógica israelí, porque la seguridad de Israel es demasiado preciosa para comprometerla y los palestinos están demasiado ocupados luchando unos contra otros para darse cuenta.
Ramzy Baroud enseña comunicación de masas en la Universidad Curtin de Tecnología y es el autor de un libro de inminente publicación: The Second Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle. Es también el director de edición de PalestineChronicle.com. Puede contactarse con él en: [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/baroud05312006.html
Sinfo Fernández es miembro del colectivo de Rebelión.