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Un insulto a la palabra «universidad»

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

¿Quién puede dudar de que la universidad Ariel implantada en medio de una población a la que se niegan los derechos elementales de los ciudadanos desde hace 45 años, es un insulto a la palabra ‘universidad’ al igual que todas las universidades de las dictaduras autoritarias?

«La discusión no debe ser sobre una base político-ideológico», escribió Manuel Trajtenberg, el Jefe del Consejo para la Comisión de Presupuesto de Educación Superior, en una nota donde argumenta contra la calificación de la Universidad de Judea y Samaria como universidad.

Observando el proceso uno se pregunta si la comisión que lo recomienda también debe ser la que decida. Según las normas del panel: ¿Son sus miembros imparciales y de calidad internacional? Y en cuanto a los recursos: ¿El gobierno tiene los fondos para iniciar otra universidad, sin dañar las instituciones existentes? Llevando la política a la decisión, Trajtenberg insiste en que «se hace un daño fatal a la institución académica».

Trajtenberg es un buen hombre y un economista político importante. Sus objeciones específicas son razonables, aunque las universidades ya existentes siempre temen que el inicio de alguna nueva institución supondrá echar demasiada agua al vino. Y su alusión a la ideología política que rige esta decisión fue la obvia intención de señalar, con suavidad, la ideología del Likud en esta decisión. Los ministros de Educación y de Finanzas elevaron la categoría a universidad de Ariel, lo que habría sido impensable si no fuera la intención de integrar «Judea y Samaria» en Israel.

Sin embargo, el rechazo de Trajtenberg a la base «política» de esta decisión es un ejemplo de por qué los liberales se sobresaltan ante la mención de la palabra «tecnócrata». Trajtenberg defiende a la CHE (Council of Higher Education en Judea y Samaria, N. del T) aunque disiente de la idea misma de una universidad.

Básicamente, las universidades son los productos más perfectos, y los custodios más importantes, de las normas democráticas, de lo que los liberales solían llamar «civilización». La libertad académica es una idealización de la libertad política. El aula es un microcosmos de la solución no violenta de conflictos, un marco que valora la tolerancia.

Estas normas son las condiciones básicas para que la ciencia avance. Como interpretó en una ocasión el presidente más famoso de la Universidad de Chicago, Robert Maynard Hutchins: «El objetivo del sistema educativo, considerado en su conjunto, no es la producción de manos para la industria o enseñar a los jóvenes qué hacer en la vida. Es el de formar ciudadanos responsables». Las universidades, agregó, no son fábricas de tecnología. No se puede tener tecnología sin tener ciencia, y no se puede tener la ciencia sin habilitar el pensamiento crítico. La clave es inducir a los estudiantes a pensar por sí mismos. Esto significa extender los derechos humanos a todos, permitir la duda científica y el rechazo de toda ortodoxia y dogma.

Mi punto de vista, por supuesto, es que no se puede tener una universidad en un lugar donde los derechos humanos solo alcanzan a una minoría privilegiada amparada por una ley discriminatoria por religión o raza. Sí, se puede, pero entonces la universidad es, por definición, patética. He estado en una universidad en la Libia de Gadafi. He estado en la universidad de Pekín. No son universidades, en el mejor de los casos son restos de la literatura técnica desarrollada en las auténticas universidades de las democracias occidentales.

¿Quién puede dudar de que la «universidad» de Ariel, implantada en medio de una población a la que niegan los derechos elementales de los ciudadanos desde hace 45 años, es un insulto a la palabra «universidad» al igual que las universidades de todas las dictaduras? ¿Por qué, o para complacer a quién, Trajtenberg se niega a decirlo?

El doctor Eyal Levin, profesor de la universidad de Ariel de un programa denominado «Israel en el Medio Oriente», sin darse cuenta aprueba mi enfoque, en una lamentable apología publicada en la web de Ariel: «Lo más sorprendente para mí… en el departamento es el pluralismo de opiniones, de izquierda a derecha… mis colegas de otros lugares levantan las cejas cuando digo esto, como si les estuviera hablando de una ilusión más que de una realidad…» y así sucesivamente.

Dado el contexto, ¿alguien duda de por qué Levin se siente impulsado a escribir esto? Pero entonces, ¿qué significa pluralismo para él? En el programa «Israel en el Medio Oriente», ¿se podría escuchar a los palestinos instruidos de Ramala hablar de su desesperanza ante la imposibilidad de la existencia de dos Estados y, en cambio, de su demanda de ciudadanía completa que incluya el derecho al voto como ciudadanos de pleno derecho o la aplicación del derecho internacional, que considera que la universidad, al igual que toda la construcción israelí en los territorios ocupados, es ilegal?

Por supuesto que no. Esos palestinos no están en la clase de Levin, aunque una buena cantidad de árabes israelíes (muy pocos de los territorios) estudian para las titulaciones en ingeniería y otros campos técnicos en Ariel. Mientras tanto, las universidades palestinas están sedientas de talento, ya que la residencia en los territorios es muy difícil de obtener para palestinos de la diáspora o residentes antiguos que han estado en el extranjero durante más de siete años.

En otras palabras, el pluralismo del cual habla Levin lo llevan a cabo los estudiantes y están consagrados en las normas, que pasan a Ariel pero que ocurren en el más democrático Israel, que está al otro lado de la Línea Verde. Y Levin tiene la temeridad de poner fin a su entrada si se queja de que este pluralismo importado solo existe en Ariel, es decir, «en absoluta contradicción con otras universidades, donde sus posibilidades de obtener una posición dependerá de cómo responde a la pregunta sobre sus opiniones políticas». En serio. Como si la prueba del pluralismo de uno fuese tolerar las expresiones legales de intolerancia que son parte integrante de la ocupación.

En la crisis, Yeats escribe: «Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de apasionada intensidad». La intensidad de los Levin se puede dar por sentada. Lo que está «dañando fatalmente» nuestra democracia, y por lo tanto la dignidad de nuestras academias, es el murmullo de los Trajtenbergs. Yo, por mi parte, no voy a poner un pie en el campus de Ariel.

Bernard Avishai es profesor visitante de Gobierno en Dartmouth, profesor adjunto de Negocios de la Universidad Hebrea de Jerusalén y autor de Promiscuous: ‘Portnoy’s Complaint’ and Our Doomed Pursuit of Happiness».  

Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/an-insult-to-the-word-university-1.453944